lunes, 28 de febrero de 2011

Tarta de zanahoria 2011

Ya tardábamos en hacerla este año: el clásico entre los clásicos de nuestra repostería que, por poco que le guste repetir recetas a Manuel, nunca puede faltar. ¿Cómo estar sin esta delicia más de un año?

Eso sí, por aquello de la moderación, etc., este año volvimos a la receta original (y no a la doble, como el año pasado). Además es una tarta también moderadamente "sana" (en comparación con otras) y moderadamente ligera. Puede que la cobertura de queso Philadelphia y azúcar glas termine con gran parte de esa moderación (shhh), pero mejor no pensarlo y dedicarse a saborear lo rica-rica-rica que quedó aunque, como dijo Manuel, esta vez me falló el reloj de horneado y un par de minutitos más en el horno no le hubieran venido mal. Justo a un puntito en la parte superior central le habría venido bien hacerse una pizquita más. Pero es tan poco que no voy a dejar que eche por tierra mi fiabilidad como reloj de horno.

También fuimos moderados en el sentido de que nos resistimos a probarla el mismo sábado por la noche, por la misma razón que la red velvet: dejamos el glaseado para ponérselo justo antes de tomarla para desayunar.

La acompañamos - bueno, la acompañé - con té (y, sin quererle hacer un feo a la tarta no sé qué me supo mejor), periódico y, para hacer la disgestión y como ya dije ayer, segunda parte de los cortos nominados a los Oscar. Soy fan de Pixar (su corto nominado lo habíamos visto antes de Toy Story 3) pero el corto del Gruffalo me encantó. Conocía el dibujo de pasada de los cuentos, pero no tenía ni idea de más, debo reconocerlo. Así que voté por él en mi quiniela de los Oscars y al final resultó que ni Pixar ni el Gruffalo, sino uno de los que más le habían gustado a Manuel, The Lost Thing, fue el que ganó. Manuel, sin embargo, no se había decidido a votar por él. A mí me pareció que le faltaba "algo" a ese corto.

Y, como película de plancha, vuelta al ciclo Carole Lombard con su película de 1931: It Pays to Advertise. Estaba bien para pasar el rato, pero se entiende que no sea muy conocida a día de hoy.

Y la noche de Oscars. Como siempre, estuve espabilada para los primeros y me quedé dormida cuando llegan los interesantes. Manuel me despertó en un par de ocasiones para que viera cosas que estaban bien, así que ahora recuerdo un montaje cantado como si en vez de verlo lo hubiera soñado yo. También recuerdo que me desperté por mis propios medios justo cuando Sandra Bullock estaba a punto dar el Oscar al mejor actor principal, que estaba cantado que era para Colin Firth. Así que me preparé, me puse las gafas y la tía se enrolló tanto que creo que no llegué ni a ver su presentación del tercer actor. Así que he tenido que verlo ahora en YouTube. Me ha encantado su discursito.

En algún momento entre sueños sé que le he preguntado a Manuel también qué película había ganado: ¡El discurso del rey! Yo fui fiel a ella y la voté en nuestra quiniela, pese a que Manuel inisitía - compinchado con la Guía del Ocio, que el viernes traía el mismo mensaje - que no podía/debía ganar. Pese a eso creo que, un año más, he perdido la quiniela.

domingo, 27 de febrero de 2011

Florecillas

Manuel casi siempre trae florecillas de la casita de verano los sábados, pero este sábado fue una auténtica explosión digna ya casi de la primavera. Entre la cantidad de flores, el solecillo que entraba por la ventana y la posibilidad de abandonar un rato la fregona no pude resistirme a una pequeña sesión de fotos. Sin duda una de las estrellas de la sesión fue la ramita en flor de un ciruelo.










Y esta noche, los Oscars. Manuel se quedará a ver/oír la ceremonia (depende de lo que haya disponible) como siempre y yo veré si y hasta dónde aguanto. De momento entre ayer y hoy hemos visto los cortos de animación y luego haremos la quiniela aunque la de los cortos de animación será la única categoría que hayamos visto al completo. Las demás, como siempre, a ojo.

viernes, 25 de febrero de 2011

Ropita

Hago propósito desde ya de no utilizar el blog ni como lista de lo que voy adquiriendo ni como muestrario de ropa y complementos infantiles. Pero no he podido a resistirme a escribir esta entrada recopilando las primeras adquisiciones de Mister X, como le llama mi madre a la espera de que tenga nombre. Tengo que hacer una lista enorme de todo lo que le falta, pero poco a poco va teniendo más cosas que se unen al osito regalo de la única lectora.

El miércoles me encontré en el buzón un aviso de Correos y, como desde el timo de Telefónica, una se ha vuelto muy cautelosa (contaré la tercera parte de la saga en cuanto se confirme si ha quedado, o no, resuelta), llamé de inmediato a mis padres para ver si era suyo. Y efectivamente era suyo aunque querían que hubiera sido sorpresa y que yo hubiera estado en casa para recibirlo y no tener que ir a Correos a por él.

Así que ayer me acerqué a Correos y, al abrir el paquete en casa, me encontré con esto:



Dos sabanitas y un babero (este último elegido por mi padre). Tengo debilidad por los osos así que tanto el babero como los envoltorios tanto de plástico como de papel me parecieron también monísimos. Las sábanas también, que conste (esta última aclaración es para mi madre, que lee el blog).



Y una toalla con vocales bordadas en la capucha, dos bodies pequeñitos y de manga corta (un reto mío: cosa que yo busco, cosa que ya se sabe que desaparece de las tiendas: hasta ahora en mis, lo reconozco, limitadas expediciones todos los bodies que he visto para verano son de manga larga) y otra sabanita, bajera en este caso.

Si es que, salvo cuando Telefónica estropea y amarga la experiencia, recibir paquetes siempre es una fuente de felicidad.

Como decía antes, y aunque por internet he curioseado más, mis aventuras por los espacios físicos de ropa infantil han sido bastante limitadas.


¿Pero cómo resistirse a esa camiseta de los Beatles talla 2-4 meses? Imposible, aunque mi madre diga que el niño nos va a salir contestatario (cosa que reiteró cuando le comenté que había incluso patrones para tejer botitas de lana tipo Converse, y eso que no sólo se lo comentaba, no se lo pedí). En cuanto a este tipo de hallazgos el otro día le enseñé a Manuel estos bodies inspirados por Star Trek pero por lo visto yo debo asumir que, por la camiseta, el niño va a odiar a los Beatles el resto de su vida (¿marca tanto algo que has llevado entre los dos y los cuatro meses de vida?), y Manuel no quiere que odie Star Trek, así que pasa de los bodies (yo, de mentalidad mucho más simple, encuentro el amarillo tipo Capitán Kirk monísimo).

Pero, claro, a mí me gusta el amarillo, como puede verse en la última adquisición.

jueves, 24 de febrero de 2011

Upstairs, Downstairs 2010

Los sábados es Noche de series y las que empezamos a ver las seguimos religiosamente hasta el final* para resarcirnos de los vaivenes de las que vemos en algún canal de televisión y que, en general, siempre resultan una especie de tómbola (¿habrá hoy capítulo? ¿será repetido? ¿de los dos que anuncian: cuál será el nuevo y cuál el repetido? Etc.), como por ejemplo lo de House, que desapareció de las noches de los martes de Cuatro y ahora no sabemos qué fue de él. ¿Volverá?

El caso es que la segunda temporada de Glee estaba en el parón de mitad de temporada y tuvimos que rellenar el hueco como programadores de televisión. Después de meditar sobre qué ver, decidimos (¿decidí?) que serían los tres capítulos nuevos de Upstairs Downstairs, que, desde que los habían emitido en Navidad en la BBC, ya era hora de irlos viendo.

Los nuevos capítulos suceden en 1936, es decir, apenas unos pocos años después del final ficticio de la serie original (que, por cierto, era de la ITV, no de la BBC). Sir Hallam Holland y su mujer Lady Agnes junto con sus respectivas madre y hermana se instalan en el mítico 165 de Eaton Place con toda la parafernalia de criados y ayudantes. Rose, la única actriz de la serie original que aparece en la nueva, ahora tiene una agencia de criados y, un poco por imposición, se aviene tanto a poner orden entre los nuevos criados que les va contratando como, más adelante, a ejercer ella misma de ama de llaves en esa casa que tantísimos recuerdos le trae.

Como trasfondo histórico está el creciente nazismo, con el ascenso de Oswald Mosley y sus camisas negras en Inglaterra, Wallis Simpson y el nuevo y breve rey. Y, aunque el fondo histórico, por lo que yo vi y sé, está muy bien recreado (y aunque la hermana de ella, Lady Persie, está claramente basada en alguna Mitford o similares, con mensos gracia, eso sí) creo que se les ha ido un poco la mano. No creo que ni la guionista (Heidi Thomas, que fue la guionista de Cranford, entre otras adaptaciones muy conocidas también) ni los productores tratasen de imitar a la serie anterior, pero parte del mérito de aquella, creo yo, era que estaba mucho más basada en los personajes que en el contexto, que se veía en relación a ellos. En cambio aquí el enfoque es justo el contrario: los personajes parecen definidos por el contexto. Y quieras que no eso hace que la serie se haga un poco más pesada.

Por no mencionar que la mayoría de los personajes son bastante insoportables. Como le dije a Manuel durante el último episodio, yo pensaba que el matrimonio protagonista, como mínimo, caería bien. Y no, Sir Hallam no dice gran cosa pese a que no debería caer mal, pero simplemente no cae, y ella resulta lo más insoportable del mundo. La hermana, la tal Lady Persie, más de lo mismo. Y al final la que mejor cae es la madre de él, Lady Maud Holland (interpretada a la perfección por Eileen Atkins, que, pese a ser creadora de la serie original junto a Jean Marsh (Rose), nunca consiguió aparecer en ella). De los criados se salvan más: Rose, por supuesto, el nuevo mayordomo, el secretario indio de Lady Maud y, brevemente, una criada alemana. El resto no terminan de caer bien o, como en el caso de Sir Hallam, de caer de alguna forma. Muy extraño, porque eso hace que no te metas para nada en la serie ni en la historia, por muy bien ambientada que esté (y lo está, lo está, como no podía ser de otra forma tratándose de la BBC).

Conclusión: que si la retoman la seguiré viendo, pero si no me conformaré con la serie original que, por integrista que suene al decirlo, es mucho, mucho mejor.

* Como por ejemplo fue el caso de The Wire, aunque yo me retiré literal y figuradamente a los pocos capítulos. No negaré que sea buena y demás como dicen los entusiastas y defensores, pero esa serie y yo no hicimos buenas migas, no terminó de engancharme, no sé si por problema mío, ya que la serie no es fácil, o por problema del tema (drogas, policías, corrupción, etc.). El caso es que durante las cinco temporadas que dura, yo solía dejar a Manuel viéndola a sus anchas y yo me iba a leer y/o dormir a la camita. Y todos tan contentos. Ahora estamos viendo Treme (pronunciado tremé, por cierto) del mismo creador y me gusta infinitamente más.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Fresas con sirope de arce



Sí, seguimos con las fresas. Pero es que la pinta que tenían el viernes en la frutería era irresistible.

Las fresas me gustan de todas las formas en las que las he probado (hablo de formas dulces, nunca las he probado con platos salados y tampoco es algo que me llame demasiado la atención y sigo sin haberlas probado con cheddar): con nata, con chocolate fundido, con azúcar, con zumo de naranja o incluso solas, sin más. Pero el año pasado María me recomendó probarlas con sirope de arce y, de un olvido en otro, se me pasó la temporada.

Pero este fin de semana por fin me acordé, ya era hora. El sirope de arce hace lo mismo que el azúcar: echas un poquito y saca el juguito de las fresas. Y el invento por fin recordado resultó estar bien rico, como no podía ser de otra forma. Muy recomendable.



Ayer aún quedaban unas pocas fresas enteras que había que gastar ya (aunque estaban sorprendentemente bien conservadas) y, para cenar, las hice con un poquito de azúcar porque a Manuel el sirope de arce no le va mucho (ni con fresas ni sin fresas). Al final resultó que Manuel, que ahora ha adoptado a mi resfriado de la semana pasada pero a lo grande, le apeteció más un kiwi. Así que ahora me estoy tomando mi té pero luego ya tengo alimento sólido para desayunar. Hmmm.

martes, 22 de febrero de 2011

Major Pettigrew's Last Stand, de Helen Simonson

Major Pettigrew's Last Stand, de Helen Simonson fue un regalo de Reyes madrileño que justamente yo había tenido entre manos en la librería Pasajes la tarde anterior. Ahora no me queda muy claro por qué esa tarde lo devolví a la estantería (prefiero pensar en una especie de premonición de que el libro me esperaba al día siguiente) pero sí sé que el motivo por el que lo cogí en primer lugar fue la estupenda portada que no me he cansado de mirar mientras lo leía. Además, a modo de pequeño regalo, cada capítulo empieza con un dibujito de los que pululan en la portada alrededor de las dos tazas.

Y el libro resulta tan delicioso como apuntan la portada y el té que sugiere. Es un libro tan inglés, tan inglés que algunas críticas inglesas se han metido un poco con él (pero sin hacer crítica destructiva) por encontrarlo poco realista en el sentido de que o bien algunos aspectos de esa Inglaterra ya no existen o bien nunca existieron siquiera. Pero eso da un poco igual, porque es como protestar y decir que el contexto de los cuentos de hadas nunca fue exactamente así. El contexto es de sobra reconocible precisamente por lo típico y/o tópico que es. Edgecombe St Mary es un pueblecito ficticio (creo) de Sussex situado justo al borde de los acantilados donde, mínimamente modernizado, se respira un ambiente no muy diferente al de Cranford, las novelas de Barbara Pym o las cartas de Henrietta. Ahí vive el mayor Pettigrew del título, también totalmente inglés él con pasado colonial en India y todo. Jubilado ya, viudo desde hace años, con un hijo arribista en la City londinense y un club de campo donde jugar al golf y, una vez al año, dejarse manipular por las cotorras del pueblo para organizar entre todos el desastroso baile anual de disfraces.

Y entre todo esto tan típico: la tienda de comestibles los pakistaníes (que en realidad son nacidos en suelo inglés). De un tiempo a esta parte, también típica en cualquier ciudad/pueblo inglés pero impensable para todos los ambientes típicos anteriores que he mencionado antes.

El libro comienza cuando el mayor Pettigrew, al enterarse por teléfono de la muerte de su hermano, se queda en estado de shock. En mitad de todo esto llega la dueña de la tienda pakistaní, la señora Ali, a entregarle el periódico del día y, a la vista del estado en que le encuentra y aunque antes sólo se conocían como vendedora-cliente, le ayuda a reponerse ofreciéndose, por supuesto, a prepararle una buena taza de té.

Lo que ellos no saben entonces, aunque poco a poco lo irán descubriendo, es que, como en todo cuento de hadas que se precie, las apariencias engañan y ellos que, por su pasado, su familia y su situación se creen tan diferentes, en realidad tienen muchísimo en común. Entre otras cosas, y esto siempre hace que los libros sean aun más deliciosos de lo que ya lo son, su pasión por los libros y la lectura.

Major Pettigrew's Last Stand es, ya digo, un libro delicioso, con un toque fino de sentido del humor, que sobre todo trata de las segundas oportunidades en todo y para todos. A lo largo del libro el mayor Pettigrew y la señora Ali se irán conociendo y evitando lo mejor que pueden las barreras que les ponen los otros y ellos mismos.

Si le tengo que poner alguna pega es que el final no sé si no termina de convencer o de estar a la altura, no lo tengo claro. Pero hay libros que son muy difíciles de resolver. Aun así, merece muchísimo la pena y espero que lo traduzcan.

lunes, 21 de febrero de 2011

Scones variados

Este fin de semana hicimos scones una vez más. Lo bueno de los scones (aparte del sabor, claro está) es que son tan personalizables que cada vez que se hacen puede ser casi como hacer una receta nueva, salvo por el hecho de que los pasos básicos son siempre los mismos.

La excusa era gastar un bote de clotted cream que caduca en marzo. La excusa era buena pero, aunque esta clotted cream es pasteurizada (también la hay sin pasteurizar, como la que trajimos de Londres el año pasado) yo por aquello de tener ciertos tipos de queso blando prohibidos no estaba decidida del todo a tomarla, aunque una búsqueda rápida por internet parecía indicar que sí que podía tomarla. Aun así estaba indecisa y, con la excusa de que tiene mucha grasa, decidí dejar solo a Manuel ante ella (obviamente Manuel no se va a tomar el bote entero: con mucho dolor de corazón lo que no se tome habrá que tirarlo). Efectivamente, ahí estaba yo buscando excusas para no tomar clotted cream en lugar de para tomarla. Y no sería por falta de ganas, ayer desayunando me faltó muy poco para darme por vencida.

El caso es que para que no se me hicieran muy sosos sin clotted cream, decidimos complementarlos un poco. Desde los proms tenía clavada la espinita del olvido de las moras, así que eso estuvo claro.



Pero Manuel también quiere ir gastando un bote de distintos tipos de pepitas de chocolate que tenemos en el frigorífico, así que separamos la masa en dos, una para las moras y otra con un poco de ralladura de naranja y el festival de la pepita de chocolate según Manuel: puso de todas, incluso blancas (odia el chocolate blanco).



A Manuel le habría encantado una megamezcla de todos los ingredientes, pero yo tenía cierto reparo - no sé si fundado o infundado - a a) las moras junto a la ralladura de naranja y b) las moras con el chocolate. Quizá evitando la mezcla me perdí una delicatessen, no lo sé.

El caso es que la masa de los scones es un gran misterio para mí. A veces nos decidimos a hornear dos tandas de 12 y a veces sólo una; el sábado optamos por una. Los ingredientes de la receta son, en teoría, para 12 scones, pero pocas veces diría yo que son salen justamente 12. A veces han salido más y a veces, como el sábado pasado, salen sólo 11. Digo que es un misterio porque encima el sábado llevaban ingredientes adicionales como las moras, etc, que quieras que no, hacen bulto y deberían dar para más, ¿no?


Así que además de tener que tomarlos sin clotted cream los tuve que tomar con conciencia de que son un bien escaso. Como el té que los acompañaba, me supieron a gloria y lo cierto es que, tan distintos como quedaron, no sé con cuáles quedarme si con los de mora que realmente estaban deliciosos y muy jugositos.



O con los de chocolate y naranja (como siempre pasa en las fotos fui a fotografiar justo la zona del scone que no tenía ni rastro de nada; aseguro que no me he inventado lo de las pepitas de chocolate), menos jugosos, pero con el saborcito tan rico que siempre deja esa combinación de sabores.



Y con el té y los scones, los periódicos. El artículo de Elvira Lindo, después de que yo casi siempre coincida y asienta cuando leo su columna dominical, le hizo exclamar a Manuel que seguimos mimetizándonos. Ayer, en un artículo muy neoyorquino hablaba de Mad Men y de la novela de Colm Tóibín, Brooklyn. Después plancha y película de los cincuenta: Champagne for Caesar (que no sé si o cómo se estrenó aquí). Muy divertida.

viernes, 18 de febrero de 2011

Jardín del Edén

Ayer hizo un día de perros - todo lo contrario que hoy - y yo me aventuré al mundo con la excusa de que una de mis primas estaba en Barcelona por trabajo y tenía un hueco libre a media mañana. Como habíamos quedado a desayunar en un hotel de cinco estrellas y cuando salí de casa sólo caían gotitas decidí dejar las botas de lluvia en casa. Es decir, garantía segura de diluvio (de haberlas llevado puestas habría escampado, claro), que fue lo que pasó. Al menos tuve la oportunidad de estrenar mi paraguas nuevo y di gracias por el hecho de que, desde siempre, me guste un cierto tipo de olor a plástico. De no gustarme creo que habría tenido que cerrar el paraguas y mojarme de lo mucho que me olía*.

El caso es que por suerte del metro al hotel no me había mojado mucho los pies (sí más de lo que me habría gustado, es decir: nada) y me preguntaba qué iba a tomar yo para beber, ya que ya me había tomado mi taza de té permitida. Un zumo de naranja fresquito, con todo lo sano que pueda ser, no apetecía demasiado. Cuando miramos la carta de desayunos descubrí las bondades de los hoteles de cinco estrellas: tenían té desteinado de Sans & Sans, ¿cómo resistirse? Me gustó tanto que, como puede verse, me guardé el sobrecito (cosa que de todos modos tiendo a hacer siempre) y hasta lo he escaneado ahora. Muy, muy rico (de nombre un pelín cursi, eso sí) y veo en su web que tienen más desteinados (por el método CO2, según dicen, cosa que me picó ayer la curiosidad cuando lo leí en el reverso del sobre y que ahora he estado leyendo en la wikipedia aunque no me he enterado de muchas cosas (ah, la química...)) de lo más tentadores, incluido de vainilla.

Lo malo es que ya tengo una caja de desteinado más normalito (marca PG Tips, que, aunque sé que a los ingleses les gusta mucho, creo que nunca he tomado en modalidad normal) así que debería empezar por tomar ese. A ver si me animo. Desde luego mi primera experiencia "desteinada" de ayer fue muy buena.

* El lobby del hotel era enorme y pude oler perfectamente cómo un señor en la otra punta estaba comiendo patatas fritas. Luego de vuelta a casa me olió (o me lo inventé, llega un punto en que ya no lo sé) a puré de patatas y no pude evitar hacerlo para comer. El olfato se está apoderando de mí.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Madalenas de fresa

Lo primero de todo, aunque en cuanto acabe esto iré y los contestaré uno por uno (¡me va a llevar un rato!), es daros las gracias por vuestros comentarios a la noticia de ayer. Me hicieron mucha ilusión. Así que de verdad: muchísimas gracias, también de parte de Manuel, que los estuvo leyendo por la noche.

Y ahora, aunque ya no queda ni resto de ella, paso por fin a la repostería del sábado: el telehorno de verdad.

Ya sé que debería moderarme con el azúcar, pero aunque obviamente sería mucho más sano prescindir de la repostería de los sábados (ahora y en cualquier circunstancia), lo cierto es que tampoco hay que dejarse llevar por la paranoia. Ya me han quitado la mayoría del embutido, el queso brie, me hacen tomar la carne chamuscada y como si fuera una suela de zapato, me han reducido el té y me hacen lavar la fruta y la verdura de forma casi obsesiva (con la excepción de que me niego a utilizar lejía para lavarla, primero porque odio la lejía y punto y segundo porque tal y como llevo lo de los olores eso podría ser mortal y la forma más eficaz de impedirme comer fruta, cosa que ya de por sí, con ciertas excepciones, no me entusiasma) así que, mientras no haya datos impepinables que me obliguen a lo contrario (y esperemos que no los haya), yo seguiré con mi pequeña transgresión que, aunque de verdad no lo parezca en el blog, se limita únicamente al principio de la semana.

Ya llevábamos disfrutando de las fresas un par de semanas, así que era predecible que tarde o temprano acabarámos haciendo las deliciosas madalenas de fresa del año pasado y que salieron tan ricas. Lo malo es que nunca, nunca deberían apuntarse dos recetas de lo mismo pero con distintos ingredientes y procesos de elaboración el el mismo papel y mucho menos olvidarse de que hay dos y hacer la primera de ellas directamente. Resultó que la primera receta no era la que habíamos hecho el año pasado y que era un poco más sosa que la segunda, que era la que sí que habíamos hecho y me había entusiasmado. Para cuando me di cuenta de las diferencias ya era demasiado tarde para ciertos cambios, pero sí que llegué a tiempo de darles el toque final (que no venía en la primera receta, pero sí en la segunda) del azúcar y la canela por encima. Me alegro de haber llegado a tiempo, porque es un gran toque.

Como aliciente también teníamos el hecho de que estrenábamos jarra medidora. La semana pasada el medidor habitual, sin saberse muy bien cómo (esta vez no hubo golpes de por medio como cuando la debacle del helado en verano), apareció un día rajado por abajo. Manuel comprobó que no perdía líquido ni nada, pero a mí no me daba seguridad alguna. Así que nos hicimos con esta jarra tan chula (aunque es de plástico) que además tiene la ventaja de que puedes comprobar el nivel de líquido tanto desde el lateral, como en todos los medidores, como desde arriba, sin necesidad de agacharse, retorcerse ni hacerlo mal sujetándolo en las manos al nivel de los ojos para apoyarlo y comprobar que te has pasado o quedado corto. Manuel no se fiaba del todo pero aunque sigue diciendo que tiene que usarla más para evaluarla, yo creo que le convenció y eso es lo que importa, puesto que él es quien se ocupa del 95% de las medidas y los pesos.

Salieron trece hermosas madalenas que aunque ya digo que no tan ricas como la otra vez, desde luego tampoco estaban para hacerles ascos, prueba de ello es que ya la última voló ayer por la tarde (y no fui yo). Y lo mejor de todo es que ahora tenemos la excusa perfecta para repetir antes de que acabe la temporada de fresas y hacer la receta rica-rica. Quizá lo de equivocarnos no nos salió mal del todo...

Así que el domingo las desayunamos entre periódicos y mi lectura actual, que ya dije - y me reitero - que era una delicia. Después un poquito de plancha acompañada de la continuación del ciclo intermitente de Carole Lombard, que sigue en sus inicios con Fast and Loose de 1930 y, pese a estar entre los tres actores destacados, no salía demasiado. La protagonista indiscutible era Miriam Hopkins a la que yo no recordaba pero que resulta que sí que hemos visto aquí y allá. La verdad es que su actuación era brillante y eso que era su primera película.

martes, 15 de febrero de 2011

Otro tipo de telehorno

Ayer a la hora en la que normalmente habría estado hablando aquí de la repostería del sábado, Manuel y yo estábamos en el hospital viendo en una pantalla otro tipo de telehorno. Este va a superar con creces el tiempo de horneado de cualquier telehorno anterior, ya que en principio no estará listo hasta principios de julio.

De momento hemos sido unos vagos y hasta ayer en que confirmaron algo de lo que yo estaba convencida, que era un niño, no nos habíamos planteado ni posibles nombres. ¿Para qué pensar uno de cada cuando puedes concentrar la energía en pensar únicamente el que toca? Ahora toca pensar. Así que sin siquiera nombre, de momento lo único que tenemos es el osito monísimo que la única lectora nos dio por Reyes y que ahora por fin aclaro que no era para nosotros exactamente (aunque a mí no me habría importado lo más mínimo recibirlo como regalo). Eso sí, después de un montón de niños (y muy pocas niñas, de ahí que las apuestas familiares fueran en esa dirección) en la familia ya tenemos un montón de cosas "apalabradas" en préstamo. Y mi madre, mi tía y más afilando las agujas para hacer algún jerseicito. Como las agujas de punto y yo nunca nos hemos entendido, en eso no puedo hacer contribuciones personales más que para pedir a las tejedoras que lazos no, por favor.

Por mi parte no me puedo quejar en lo más mínimo con la excepción de algunas semanas en que tuve el estómago pesado y unas arcadas provocadas por un sentido del olfato ultradesarrollado (hasta el punto de que una vez me dieron arcadas pelando una patata porque me abrumaba el olor, ¡¿cuánto huele una patata (no pocha ni nada) para la gente normal?! Nada de nada) y no demasiadas ganas de comer nada en particular (salvo, en todo caso, queso (ahora se entiende más lo del cheddar, qué pena que tenga prohibido mi queridísimo queso brie) y lentejas, odiadas desde siempre hasta que un día me descubrí pensando en ellas con ganas: sin duda es lo más inesperado que me ha pasado en la vida), y que se notaron un poco en mi completa indecisión a la hora de elegir la repostería de los sábados y hasta en que adelgacé. Eso sí, como yo ya soy de tener sueño casi siempre, hubo días en que Manuel casi no daba crédito a mi capacidad de dormir. Era sentarme en el sofá o cualquier sitio medianamente cómodo y quedarme dormida: si quería leer - y a veces ni con esas - más valía que me sentara en una silla. Ahora no puedo presumir de no quedarme dormida, pero al menos puedo sentarme a veces en el sofá y aguantar un rato despierta, incluso leyendo. Es todo un logro.

Lo del sueño también puede deberse a que, ¡horror!, también tengo medio prohibido el té, con sólo una taza permitida por la mañana. Yo estoy segura de que en Inglaterra el margen debe de ser mayor, pero me he resignado a saborear el té de por la mañana como si fuera un manjar. Echo de menos el té de por la tarde (con la de tés nuevos que me traje de Nueva York y aún no he podido ni abrirlos siquiera; por la mañana soy exclusivamente de Yorkshire tea) aunque me compré uno descafeinado que aún no he probado, lo único bueno que tiene el sacrificio es que nunca antes había disfrutado tanto del ritual matutino del té.

Y así, con mucho queso y poco té, hemos ido recorriendo la mitad del camino (perdón por el vaivén de metáforas telehorno-camino).

Y mañana por fin la repostería del sábado.

domingo, 13 de febrero de 2011

Tarde de domingo

Como tengo un resfriado de esos que apenas te dejan tiempo libre entre estornudar y sonarte todo el tiempo, creo que lo mejor es que le ceda la palabra a Javier Marías, con quien estoy totalmente de acuerdo:

Con razón me considerarán un pesado, pero siempre aduciré en mi descargo la vieja excusa infantil: “Yo no he empezado”. Si la realidad es insistente y pelma, además de con frecuencia imbécil, hay que salirle al paso una y otra vez, porque los que la manipulan son tan tenaces –parece que les sobre el tiempo, o que lo dediquen todo a una sola causa– que, en cuanto nos cansemos quienes les contestamos y dejemos de hacerlo, aquéllos impondrán sus memeces como una apisonadora. Leo en una columna de mi colega Pérez-Reverte que la Junta de Andalucía, a través de sus consejerías de Medio Ambiente, Presidencia, Igualdad y Hacienda –cuatro, nada menos, han de estar bien ociosas–, publica una guía de 71 páginas para propiciar “el conocimiento de la perspectiva ecofeminista y potenciar el lenguaje periodístico desde una perspectiva de género medioambiental”. Al redactor o redactora de semejante galimatías habría que enviarlo de vuelta a la escuela, o, mejor, deportarlo. Bueno, ya pueden imaginar de qué va la guía, apenas distinta de las directrices que hace unos años soltó Comisiones Obreras y de las que proliferan aquí y allá: que no se diga “los alumnos” sino “el alumnado”, ni “actor” sino “persona que actúa”, ni siquiera “futbolistas”, que termina en “as”, sino “quienes juegan al fútbol”. Ya lo saben los periodistas deportivos: en aras de las perspectivas “ecofeminista” y “de género medioambiental”, nada de escribir “Los futbolistas del Barça”, sino siempre, y machaconamente, “quienes juegan al fútbol del Barça”. Amenas crónicas íbamos a leer.
Pero lo mejor ya lo señalaba Pérez-Reverte (no me parece justo que no se enteren los lectores de El País Semanal). A partir de ahora, a la “infancia” andaluza se le escamoteará la famosa frase atribuida a la madre de Boabdil al perder éste Granada en 1492, ya se acuerdan: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Aquella madre era una machista del copón, y no la disculpan ni la época en que vivió ni que por entonces las mujeres no guerrearan –salvo excepción– ni nada de nada. Así que se censura lo que la leyenda o la poesía popular dicen que dijo, y se sustituye por la siguiente frase, sosa e inexacta a más no poder: “No llores, pues no tienes motivos para ello”. Hombre, motivos no le faltaban, acababa de perder su reino y lo habían largado al exilio, y con él a muchos de sus súbditos. Nada, la guía ni siquiera se ha preocupado de buscar un equivalente más sonoro y lucido: podían haber suprimido lo del hombre y la mujer y haberlo dejado al menos en “No llores ahora lo que no supiste defender”. No sé, lo de “defender” algo les debe de haber resultado sospechoso a las cuatro consejerías, quizá poco medioambiental. (Leer el artículo completo)

Así que ahí os dejo, en buena compañía, mientras yo me voy a pasar un rato rodeada de pañuelos, manta y, lo mejor de todo, mi deliciosa lectura actual.

viernes, 11 de febrero de 2011

Que no sólo de tarta vive una



Últimamente he redescubierto el queso cheddar. Siempre me ha gustado, pero lo tenía abandonado desde hace un tiempo. Eso sí, desde que lo redescubrí hace un par de semanas lo pongo casi hasta en el té (¡he dicho casi!). Si pudiera me alimentaría a base de cheddar (bueno, y de red velvet, vale).

Así que cuando hace unos días había que gastar un paquete de pan de molde antes de que empezara a tener aditivos en forma de moho, ¿qué iba a elegir de complemento si no era queso chedddar? Para desayunar puse el pan en la tostadora, sujeté un par de lonchas de queso en el aire calentito de la tostadora para que se les quitara el frío de frigorífico y, una vez listo el pan, las puse encima, de modo que, sin llegar a fundirse (que no era lo que yo buscaba tampoco) sí que se integraron perfectamente con el pan (aunque en la foto no se aprecia mucho). Fue tal revelación que he repetido más de un día.

Ahora sueño con irme a vivir al pueblo de Cheddar en Inglaterra que, por lo visto, aparte del queso al que dio nombre, también se especializa en el cultivo de fresas (cheddar y fresas... no puede ser mala combinación, habrá que probarla). No puede haber muchos sitios donde se viva y coma mejor. Y por supuesto allí no existe Telefónica (aunque quizá haya otras iguales, pero prefiero ser inocente y pensar que no).

jueves, 10 de febrero de 2011

El timo de la estampita (versión 2.0) (2ª parte)

Efectivamente esta es la inevitable segunda parte de mi entrada sobre el timo de Telefónica. A estas alturas no estoy segura de que no vaya a haber también una tercera parte (como mínimo).

Veamos, me quedé en que una teleoperadora me prometió el oro y el moro en su versión de "sí, sí, damos orden de que esta línea móvil no se active y le recojan su producto en casa". Pues bien, pasaron los días, llegó el jueves pasado y Telefónica no había dicho ni pío. Manuel decidió que no había mejor plan para la tarde que llamar al 1004. Primero lo intentó con la atención al cliente en catalán y la chica que le atendió se negó a decirle el estado de la referencia que Manuel le estaba dando y terminó por colgarle sin más (¡marca de la casa!). Así que me tocó el turno a mí y volví a la atención en castellano, donde me informaron de que la referencia que me habían dado el lunes no era más que una queja. Pues bien, como había tomado el nombre de la individua que me mintió, dije que entonces quería poner una queja contra ella también, por haberme mentido descaradamente. La que me atendía, sin preguntarme el nombre de la compañera ni nada, me puso en espera (de nuevo con esta insoportable música (lo siento por la cantante, que obviamente no tiene la culpa) y que por cierto también sale en un anuncio de Opel que hace que me suba por las paredes) y cuando volvió me dijo que ya estaba. Le pregunté cómo era posible haber puesto una queja contra su compañera cuando no me había preguntado ni su nombre. La chica se dio cuenta de que había metido la pata, me volvió a poner en espera y cuando volvió me preguntó que contra qué compañera quería poner la queja, porque el lunes había hablado con mucha gente (¿en serio? y yo sin enterarme). Así que le dije el nombre de la individua, una tal Mónica Martín y, voilà una mentira más, resultó que no había nadie de los que me habían atendido con ese nombre. Luego, viendo los nombres tan normalitos que te dan todos (no hay ni un apellido extraño, todos son González, López, García, etc.) concluí que ya desde el momento en que descuelgan y se "identifican" te están mintiendo. Estupendo.

Con lo cual pasé de poner una queja más que no iba a llegar a ningún sitio, volví a contar la historia desde el principio, volví a dar todos los detalles del dichoso cacharro y me volvieron a poner en espera para pasarme con móviles. Allí hablé con un tío que me aseguró que hacía la gestión para que la línea no se activara y que me recogieran el módem en un plazo de siete días. Me dio un número de gestión y yo quise pedir garantías de que ese número era de verdad lo que me estaba diciendo que era y no una mentira más. La conversación derivó por la senda en la que el tío se ponía chulito: "¡¿me deja hablar?! Los veinte minutos que llevamos al teléfono no hace más que interrumpirme". Sí señor, le interrumpo porque lo que me dice es a) mentira b) una obviedad que no viene a cuento que me explique porque, a diferencia de usted, no soy imbécil. Muy airoso, me informó de que me colgaba. Pero no colgó ni yo tampoco así que le conté, con el teléfono aún puesto, a Manuel cómo estaban las cosas y el tío, que estaba escuchando, se puso medio histérico a decir que es que yo no le dejaba hablar y entonces sí que colgó. Es que no comprendo la lógica de llamar yo a un teléfono para que me resuelvan una cosa y no sólo no poder quejarme ni pedir explicaciones sino que encima traten de imponerme el tenerles que escuchar sus sandeces, que a lo único que llevan es a hacerme perder aun más tiempo.

Le vuelve a tocar a Manuel: llama y, cargado de una paciencia que sólo puedo calificar de infinita, le pide con mucha calma al teleoperador de turno que por favor no le mienta. Primero comprueba que el tío que me acaba de colgar haya hecho de verdad la gestión que me ha dicho: parece ser que sí. Luego le pide explicaciones de por qué hemos recibido en casa un cacharro que no hemos pedido ni aceptado. El tío le dice que lo aceptamos el día tal de tal cuando llamaron. Mentira, no han llamado nunca. Manuel pregunta que si hay constancia de la llamada: sí, consta en su sistema. ¿Existe una grabación de la llamada por la que el cliente supuestamente aceptó? No (¿será porque no existe?). ¿Entonces cómo pueden confirmar que se ha aceptado? Porque el titular dio su DNI como muestra de que aceptaba (carcajadas: primero porque no han llamado, segundo porque aunque hubieran llamado haciéndose pasar por mi madre o algo no hemos dado ningún DNI en ningún momento). En fin, de nuevo es como darse golpes contra un muro. Casi dos horas después decidimos que ha sido suficiente tiempo perdido con los impresentables del 1004. Con una fe sorprendente, creemos que vendrán a recoger el cacharro de una vez.

El sábado por la mañana llaman de calidad del servicio porque tienen constancia de muchas llamadas y quejas en el 1004 y quieren saber si ya estamos satisfechos. Después de un ataque de risa histérica les informo de que no, que no estoy satisfecha ni de lejos.

Llega el lunes y Manuel me pide que llame para conocer el estado de la gestión. Primer tropiezo: resulta que el sistema informático de Telefónica es tan absurdo como los teleoperadores que lo manejan: por lo visto (por supuesto sé que es mentira) no puedes poner el número de gestión y ver qué sale, sino que tienes que obligar al cliente a que te cuente toda la historia por enésima vez, ponerle en espera quinientas veces, pasarle con veinte departamentos y todo para que en ningún momento nadie, por unas u otras excusas más bien pobres, sea capaz de simplemente decirte el estado de tu gestión.

Pues bien, así fue como acabé el lunes oyendo a un señor de apellido Díaz que me decía que en su sistema no había constancia de que ni Manuel ni yo hubiéramos llamado para solicitar la baja ni la recogida de su estúpido producto (ni tampoco el número de gestión que tengo y que me pregunto si era el número de la lotería del día anterior) y que además la línea móvil estaba activada en modo de prueba desde el día 7 de febrero (estoy segura de que todos los datos que nos pidieron con la excusa de darla de baja en realidad fueron para darla de alta ANTES DEL PLAZO establecido en su carta: otra mentira más). Por enésima vez acuso a su empresa de mentirme porque el sábado sin ir más lejos sí que tenían constancia de todas esas llamadas cuando llamaron del servicio de calidad. El tío pasa a explicarme lo que es un servicio de calidad y me muerdo la lengua todo lo posible para no interrumpirle y que me cuelgue. Cuando ha soltado el rollo le vuelvo a decir que estupendo, pero que si ellos tienen constancia cómo es que él no. Otra vez me explica lo que es el servicio de calidad. Entramos en bucle. Al final decido darle la razón o lo que sea que busque y le digo que me lo tramite él de nuevo y le informo de que no pienso pagar ninguna penalización por quitarme de una permanencia que yo no he solicitado ni aceptado ni firmado. El tío me dice que pasa nota al departamento de bajas y que en un plazo de 48 horas me llamarán. Le digo que me niego a eso, que me pase con ellos de inmediato. No puede: el sistema no se lo permite. Con un superior. No puede: el sistema no se lo permite. Le informo de que ya estoy tramitando la reclamación en consumo (es totalmente cierto) y de que voy a ir a la policía o adonde haga falta y que en cuanto lo tramiten de una vez - si es que eso ocurre algún día - pienso darme de baja de su estúpida empresa. Todo le resbala. Así que tengo que pasar por el aro de las 48 horas que ya han pasado casi y seguimos sin noticias, cosa nada sorprendente a estas alturas porque ya sé que luego no constarán y tendré que volver a empezar y así se pasará el periodo de prueba de la línea y me cobrarán lo que yo no tengo que pagar, etc., etc., etc. Son muy predecibles.

Así que ayer me fui a dejar constancia de forma independiente (ya que ellos con las llamadas y las grabaciones hacen lo que les da la gana) y les mandé un burofax desde Correos. No me cabe duda de que lo ignorarán igual pero al menos ahora no podrán decirme que no consta.

Y así estamos. Con una mezcla de impotencia, incredulidad, indignación y rabia que nunca habíamos conocido. Gracias, Telefónica, por hacernos experimentar nuevas sensaciones.

martes, 8 de febrero de 2011

Dan Mangan

Aunque ahora quieran resucitar los vinilos, creo que ya he comentado alguna vez lo práctica y agradable que encuentro yo la música digital (ya sea en CD o en formato electrónico directamente). Ya sé que los gurús del sonido dicen que no es lo mismo, que se pierde calidad, que ahora la música se produce para escuchar más en cascos que en altavoces y que por tanto se pierde muchísima calidad de sonido, bla bla bla. Como mi oído es tirando a normalito, la calidad del sonido del nuevo formato me parece bien. Además me alegra que mi nuevo descubrimiento musical no esté en vinilo porque si no creo que desde que di con él hace unos días hasta hoy el vinilo ya estaría rayado, gastado y habría saltado como cincuenta veces. A pesar de haber nacido en los ochenta y haber manejado vinilos, creo que fui una adelantada a mi tiempo (dicho modestamente y cosa con la que además no estarían en absoluto de acuerdo los defensores del vinilo) porque nunca, nunca le vi la gracia al invento. Sin duda prefería las casettes.

Y después de esta divagación que no viene nada a cuento, paso a decir que mi nuevo descubrimiento musical se llama Dan Mangan (Manuel es cruel y se parte de risa cada vez que menciono el nombre, pobre chico). Llevo días disfrutando de su música y ayer, cuando lo saqué a pasear en mi iPod, confirmé una vez más que hace honor al título de su disco: Nice, Nice, Very Nice (Bueno, bueno, muy bueno).

Siempre me fijo mucho en las letras (oh, sorpresa) y en eso también puedo decir que Mr Mangan (no mejora así tampoco) tampoco me ha defraudado en eso. Ahora lo que me cuesta mucho es seleccionar una sola canción que dejar aquí de él. Creo que voy a optar por la misma que le puse a Manuel el día que se lo presenté (el primer día que se rió a costa de su nombre): Basket.


(Sí, también encuentro que la foto me distrae. ¿De qué va esa foto? Desde luego no tiene nada que ver con la canción).

Recomiendo pasarse después por YouTube, buscar Dan Mangan y escuchar más cosas suyas. A Manuel acabé poniéndole el disco entero.

lunes, 7 de febrero de 2011

Red Velvet

Hoy, con permiso, la entrada de la repostería del sábado va a tener un formato un poco diferente: más fotos y más grandes. Y todo porque, desde que la descubrí hace yo creo que ya más de un año, luego confirmé que me gustaba el sabor y después en Nueva York, donde estaba por todas partes, si tenía que decidirme por un dulce casi siempre era el que caía (aquí y aquí), he estado deseando probar a hacer Red Velvet en casa. Si no la habíamos hecho antes era, sobre todo, por dos razones: la primera razón es lo mucho que me costó encontrar un colorante rojo en condiciones (y del tamaño adecuado; lleva mucho aunque en realidad la Red Velvet tradicional se hace a base de remolacha que por lo visto no da sabor pero sí color). Resulta que colorante de Dr Oetker (sí, el mismo de las pizzas, que en otros países también está muy metido en repostería) encontraba de todos los colores menos rojo. Al final en la visita pre-navideña a A Taste of Home encontré allí su "artificial cochineal food colouring" y, dando gracias por la palabra artificial, me lo llevé. La segunda razón es que me daba miedo que, a pesar de todo, nos saliera una Red Velvet clarucha y sin gracia alguna.

Así que el sábado yo estaba emocionada por hacer la tarta por fin y también algo nerviosa en cuanto a resultados. ¿Y qué puedo decir del resultado final? Que será una tontería y que seguro que hemos hecho tartas más difíciles que esta (tampoco ninguna demasiado complicada, la verdad) pero, no sé si porque me recuerda a Nueva York (de hecho, después de probar el primer trozo no pude evitar decir: "hmmmm... sabe a Nueva York") o simplemente porque me encanta, pero yo diría que de todas las tartas, madalenas y galletas que hemos hecho hasta ahora y sin querer desmerecer a la mayoría, esta es la tarta de la que me siento más orgullosa.

Utilicé esta receta con algunas pequeñas variaciones y de glaseado puse el sencillo pero delicioso de la tarta de zanahoria: queso Philadelphia y azúcar. De extenderlo por encima se encargó, como siempre, Manuel, que a mí se me da fatal. Y es que aunque el bizcocho en sí lo habíamos horneado el sábado por la tarde como siempre, fuimos muy estoicos y aguantamos toda la noche del sábado sin probarla ni salir de dudas acerca de si el color había quedado bien. Pero era mejor glasear ayer por la mañana, justo antes de empezar a zamparla (aún queda, ¿eh?).



Manuel también se había ocupado de cortarla en dos (los americanos hornean dos tartas, pero yo no tengo dos moldes iguales, así que cortar es lo único que nos queda) y yo del glaseado "interno". Reconozco que fui un poco tacaña porque me daba miedo utilizar mucho para el relleno y que quedara poco para el recubrimiento. Pero no quedó mal.



Por cierto que, por fin, al cortarla por la mitad habíamos salido de dudas acerca del color y su intensidad. Las miguitas dan también una pista:



Sí, la intensidad del rojo de la masa cruda no nos engañó y después del horneado seguía igual o más intensa si cabe. Ah, qué maravilla, cortar una Red Velvet casera y encontrarse con esta pinta:



Volví a ser estoica y en lugar de engullir la tarta recién cortada, tuve la paciencia de documentar el momento con muchas fotos. Lo bueno de la Red Velvet es que, aparte de para el paladar, también es un festín para la vista.




Pero bueno, que no sólo de la vista vive una. Así que en cuanto me di por satisfecha con las tropecientas fotos que hice, me puse por fin a saborearla. Ah, qué delicia.



Así que la Red Velvet, pese a los nervios iniciales, fue, y perdón por decirlo yo misma, todo un éxito. Lo mejor de todo es que encontrar el colorante fue lo más difícil de todo el proceso, porque la elaboración en sí no fue más complicada que cualquier otro bizcocho.

Y luego, con el estomaguito bien lleno y después de un rato de reposo, plancha y película: Born Yesterday (Nacida ayer). Gran película y gran interpretación de Judy Holliday. La escena en la que juegan a las cartas (y no hace falta saber inglés para verla) nos hizo reír a carcajadas.

domingo, 6 de febrero de 2011

Tejidos

Como es domingo por la tarde y lo más apetecible es estar en casita (al menos para mí: pocas cosas me dan más pereza que salir de casa un domingo por la tarde), os dejo con una exposición virtual, un poco triste, pero que merece muchísimo la pena visitar desde el ordenador.

Antecedentes: en el siglo XVIII el London Foundling Hospital era uno de los sitios de acogida de niños huérfanos y abandonados. Como no en todos los casos podía darse por hecho que el niño no se había perdido o que, cuando mejorara la situación que hubiera llevado a los padres a dejarlo allí, no irían a recogerlo, lo que hacían, en esos tiempos en los que adjuntar una foto carnet al archivo era imposible (e impensable), era conservar un trocito del tejido de la ropa que llevaban en el momento de la admisión. (Cosa también bastante más razonable que lo que hacían muchos padres cuando entregaban a sus hijos, con la intención de recuperarlos algún día, en la Casa de Maternidad de Barcelona, por ejemplo: les dejaban cicatrices bien marcadas para así poder reconocerlos). Eso da lugar un archivo colorido, sorprendente y que, a la vez, pone la carne de gallina, sobre todo leyendo algunos textos (en inglés).



La exposición virtual, para la que en realidad no hace falta saber inglés, puede verse desde aquí (una vez en esa página hay que hacer clic donde pone en letras blancas The Online Exhibition (tardan un poco en cargarse) y ya comienza y sigue sola). Recomiendo encender también los altavoces del ordenador, por cierto.

viernes, 4 de febrero de 2011

At Home: A Short History of Private Life, de Bill Bryson

Quien haya leído algo, lo que sea, de Bill Bryson ya conocerá que el hombre tiene una capacidad de curiosidad como una casa. Así que no sorprende que la inspiración para escribir At Home: A Short History of Private Life le viniera cuando, en el ático de su casa, encontró una puerta que daba a un pequeño rellano en el tejado. Intrigadísimo por esta duda y otras más que le empezaron a asaltar sobre cosas cotidianas que hasta entonces había dado por hecho, decidió ponerse manos a la obra e investigar por qué las casas tal y como las conocemos, con todos sus contenidos, han llegado a ser como son. Es un proceso más largo y menos uniforme de lo que cabría pensar.

El libro, guiado por la curiosidad de Bill Bryson y su magnífica tendencia a centrarse (o divagar, según se mire) en las excentricidades de la gente, resulta de lo más ameno incluso si a veces se va un poco de lo que parecía ser el tema inicial. Pero ya digo, los rodeos son tan divertidos y curiosos, de esos que desearías no olvidar pero que a las dos páginas, salvo que te hayan llamado muchísimo la atención, ya han quedado sepultados bajo cinco más, que merecen mucho la pena.

El concepto del libro es similar al de The Victorian House, de Judith Flanders, libro que además cita mucho porque, como es bien sabido, nuestras casas son más victorianas de lo que pensamos (y me reitero en lo que dije entonces: todos aquellos que a veces suspiran por el pasado no saben de lo que hablan en cuestión de nada. Con todos los peros que uno quiera ponerle, es innegable que hoy vivimos muy, muy bien (hablando siempre de los países desarrollados, por supuesto), mucho mejor de lo que la humanidad ha vivido en toda su historia). Bill Bryson, utilizando los planos de su casa - una rectoría construida en 1851 para un cura llamado Mr Marsham - y el resultado final que no siempre concuerda con los planos (la misteriosa puerta del tejado no aparece, por ejemplo), va recorriendo habitación por habitación y hablando de lo que ellas le sugieren, que no siempre es lo que uno se espera: ¿quién espera que el sótano dé lugar a un pequeño recorrido por los materiales de construcción de la historia? ¿O el ático a la historia (muy breve) de la arqueología? ¿O el estudio a un análisis pormenorizado (o eso me pareció a mí) de los bichitos que conviven con nosotros lo queramos (o lo sepamos) o no? (Y Bill Bryson se deleitaba en examinar la cantidad de bichitos microscópicos que campean a sus anchas por nuestras camas (por limpias que pensemos que están, sí) y yo tuve la inmensa suerte de disfrutar de ese fragmento... leyendo en la cama. Si no hubiera sido porque Bill Bryson había dejado claro que cualquier sitio al que huyera estaría igual de habitado (salvo posiblemente la taza del váter, que según un estudio que cita es, paradójicamente, el sitio más limpio de cualquier casa, precisamente porque siempre pensamos que es el más sucio), habría salido corriendo en busca de refugio).

El libro, no obstante, comienza dejando dos cosas claras: el año de inicio (que no quiere decir que no "viaje" a épocas anteriores y posteriores, porque lo hace y mucho): 1851, fecha de construcción de su casa (y diría yo que aproximadamente también de la casa de donde viven mis padres (y donde viví yo hasta que vine a Barcelona)) pero también fecha fatídica por muchas otras cosas. Un montón de hallazgos, avances y demás se produjeron en aquel año como luego se va viendo a lo largo del libro. Pero no sólo eso, 1851 fue el año de la Gran Exposición de Londres, ubicada en su mítico Palacio de Cristal (toda una proeza de la ingeniería, por cierto) y marcó un antes y un después en muchos campos.

Y después Bill Bryson se recrea en una cosa que a mí me parece igual de intrigante que a él y que de vez en cuando sale a relucir en conversaciones con Manuel (y probablemente haya salido alguna vez en el blog): cómo lo que comemos día a día ha llegado a ser eso. Bill Bryson pone como ejemplo el pan, con su complejo proceso de elaboración. ¿Quién fue - y por qué - quien decidió, en primer lugar, moler el trigo para hacer harina? ¿Y quién a partir de aquello pensó que si lo juntaba con algunas cosas más, lo amasaba, etc, etc. llegaría a ser un producto, no sólo comestible, sino básico? Como Bill Bryson dice, no es nada sencillo, no es como ver la hierba y comérsela, alguien tuvo que decidir qué se comía y qué no (y en eso se puede decir que nuestra dieta, con algunos procesos diferentes, es prácticamente idéntica desde la prehistoria), es más, alguien tuvo que modificar las plantas potencialmente comestibles para hacerlas aun mejores, ¿cómo se le ocurrió? Ya supongo que ese alguien serían muchos "alguienes" y a lo largo de muchos siglos, pero aun así, yo tengo serias dudas de que a mí nunca se me hubiera ocurrido pensar que el huevo que pone una gallina es comestible (creo que habría pensado todo lo contrario, de hecho) y que además se amoldaba a multitud de formas de cocinarlo. Suponiendo que, muerta de hambre, hubiera pensado en darle una oportunidad al huevo recién puesto, nunca se me habría ocurrido algo tan sencillo como ponerlo en agua y hervirlo a ver qué pasaba.

Podría seguir hablando del libro mucho más: Manuel puede dar fe ya que mientras lo iba leyendo le he acribillado a datos curiosos de lo más dispares hasta el punto de que el pobre preguntaba: ¿pero ese libro de qué va exactamente? o, ante algún dato aparentemente irreconciliable con el hogar: ¿pero el libro no iba sobre las casas? pero lo mejor es que lo leáis y os déis un paseo por el tiempo y por el espacio hasta llegar a vuestra casa actual. Las casas de Bill Bryson son, eso sí, muy inglesas, pero las características básicas las comparten todas, estén donde estén.

Muy, muy recomendable. Espero que lo traduzcan.

jueves, 3 de febrero de 2011

La hora del té con Bill Bryson


La foto está un poco desfasada (es del fin de semana que hicimos el bizcocho de guindas) pero no me he podido resistir a ponerla como complemento de esto que cuenta Bill Bryson en su libro At Home: A Short History of Private Life:


Although it was pepper and spices that brought the East India Company into being, its destiny was tea. In 1696, William Pitt the Younger massively cut the tax on tea, replacing it with the dreaded window tax (on the logical presumption that it was a lot harder to hide windows than to smuggle tea) and the effect on consumption was immediate. Between 1699 and 1721 tea imports increased almost a hundredfold, [...] then quadrupled again in the thirty years to 1750. Tea was slurped by labourers and daintily sipped by ladies. It was taken at breakfast, dinner and supper. It was the first beverage in history to belong to no class, and the first to have its own ritual slot in the day: teatime. It was easier to make at home than coffee, and it also went especially well with another great gustatory treat that was suddenly becoming affordable for the average wage earner: sugar. Britons came to adore sweet, milky tea as no other nation had [...].

Not everyone got the hang of tea immediately. The poet Robert Southey related the story of a lady in the country who received a pound of tea as a gift from a city friend when it was still a novelty. Uncertain how to engage with it, she boiled it up in a pot, spread the leaves on toast with butter and salt, and served it to her friends, who nibbled it gamely and declared it interesting but not quite to their taste.

Aunque la razón de ser de la Compañía Británica de las Indias Orientales fueron la pimienta y las especias, su destino era el té. En 1696, William Pitt el Joven redujo de forma drástica los impuestos sobre el té y los sustituyó con el temido impuesto sobre las ventanas (deduciendo lógicamente que era mucho más difícil esconder las ventanas que hacer contrabando de té) y el efecto en el consumo fue inmediato. Entre 1699 y 1721, la importación de té se multiplicó casi por cien [...] para volver a cuadruplicarse durante los siguientes treinta años hasta 1751. Los obreros lo sorbían y las damas lo bebían con delicadeza. Se tomaba para desayunar, comer y cenar. Fue la primera bebida de la historia que no pertenecía a una clase social concreta y la primera en tener su propio ritual diario: la hora del té. Era más fácil de hacer en casa que el café y también combinaba a la perfección con otro gran capricho culinario que de repente el trabajador medio también podía permitirse: el azúcar. A los británicos les entusiasmó el té dulzón y con leche como a ningún otro país [...].

Pero no todo el mundo se enteró de cómo funcionaba eso del té tan rápido. El poeta Robert Southey contaba la anécdota de una señora del campo a la que una amiga de la ciudad le regaló 450 gramos de té cuando este era aún una novedad. Sin saber muy bien qué hacer con él, la señora lo hirvió en una olla y extendió las hojas con mantequilla y sal sobre unas tostadas que después sirvió a sus amigas, que las mordisquearon con valor aunque opinaron que era interesante pero no del todo de su gusto.
(Traducción rápida mía)

Supongo que, como decía Andy Warhol, ahora la bebida que no pertenece a ninguna clase social es la Coca Cola puesto que ahora el té ahora sí que puede ser delicatessen o, en el otro extremo y no sé si debería llamarlo té siquiera, Hornimans.

Bill Bryson, aparte de la genial anécdota de la señora del campo, también cuenta cosas parecidas a las que leí en Tea With Jane Austen, de Kim Wilson (libro muy recomendable también) sobre lo que muchas veces se vendía como té o se colaba entre unas pocas hojas para hacer bulto. Pero mejor no seguir por ahí, que luego uno se pone un poco paranoico, incluso siglos después, acerca de lo que contendrán sus paquetes de té.

Y mañana más Bill Bryson, ya que hace un par de días me acabé el libro pero no he podido resistirme a apartar y destacar este pequeño fragmento.

martes, 1 de febrero de 2011

El timo de la estampita (versión 2.0)

Pues sí, pertenecemos a ese grupo de gente (no sé si más tonta que los demás, porque al fin y al cabo me da que todos te toman por tonto) que tienen el teléfono y el ADSL con Telefónica (o Movistar o como se llamen, me da un poco igual).

Pero ayer nos planteamos muy seriamente la continuidad debido a un timo del que quiero avisar aquí. Ya he dicho muchas veces que no me gusta que el blog se convierta en un punto de reclamaciones y quejas, pero esta vez, como en otras ocasiones, no me dejan más remedio, aunque pienso ir más allá que sólo el blog.

Ayer estaba a punto de salir de casa (ojalá hubiera salido cinco minutos antes) cuando una mensajera de Zeleris viene con un paquete. En el paquete, que es de Zeleris, no pone por ningún sitio el nombre del remitente. Intrigada, lo cojo, firmo. Dentro de casa lo abro y me encuentro con un módem 3G de Movistar, una tarjeta para él de contrato, un par de papeles para que firme yo solita (con ayuda de unas instrucciones) el contrato y gestione la portabilidad, un sobre que no necesita franqueo para que los remita (oh, qué generosos), otro papel en que dicen, textualmente:

Estimado cliente, [mal escrito, los encabezados en español van seguidos de dos puntos, no de coma]
Bienvenido al servicio de Internet Móvil Movistar.
Junto a esta carta le entregamos el módem USB y tarjeta SIM que solicitó a través del 1004 o movistar.es, además del Contrato de Servicio. Para ayudarle a cumplimentar los datos, le adjuntamos también en este envío una hoja de ayuda ("Ayuda documentación para altas").
Una vez revisado y cumplimentado su contrato, debe enviárnoslo firmado usando el sobre de franqueo pagado que también le adjuntamos.
Para una mayor seguridad en el envío [!] la línea le será remitida sin activar. Al recibirla podrá activarla en cualquier momento que lo desee con una simple llamada gratuita al 1004. En todo caso, la línea se activará automáticamente quince días después de la entrega.
Nos gustaría agradecerle la confianza depositada en Movistar y recordarle que si tiene cualquier problema o necesita ayuda, siempre puede contactar con nosotros en el 1004 [¡ja!] o movistar.es.
Reciba un cordial saludo [gracias, pero no]
Federico Rava
Director de Residencial

Los corchetes y negritas son añadidos míos.

En primer lugar, mienten. Mienten porque NO hemos solicitado el estúpido cacharro ya que, seremos tan tontos como para seguir estando con ellos en la línea fija y en el ADSL, pero no en los móviles. Luego, mirando por internet, vi a más gente a la que le estaban mandando el cacharrito en las mismas condiciones y leí que puedes ejercer el derecho de acceso a tus datos para que te demuestren esa información y, como les va a resultar imposible, porque tú no has hecho el pedido y no les puede constar ni por escrito ni en grabación telefónica, puedes ir a la policía a denunciarles por suplantación de identidad. Pienso hacer las dos cosas.

En segundo lugar, te mandan una cosa que a todas luces ni quieres ni has solicitado y te dicen que da igual que firmes o no el dichoso contrato, porque ellos lo van a activar unilateralmente en cualquier caso al cabo de 15 días. Yo no sé de leyes, pero a mi entender esto es, o debería ser, ilegal (más cuando tú no has pedido el estúpido cacharro, insisto).

Total, que así dejé las cosas, me fui a hacer mis recados, volví, hablé con Manuel y decidimos que había que llamar al 1004 ya para que deshicieran el entuerto. Digamos que proponernos ganar un Premio Nobel el año que viene hubiera sido mucho más fácil.

Llamo al 1004. Me coge un chico que me dice que me tiene que pasar con el departamento de móviles y para ello me condena a casi 20 minutos en espera con una música espantosa. Al cabo de los 20 minutos me cogen por fin y me hacen que les dé el número de teléfono que viene en la tarjeta SIM, lo doy y me dicen muy sorprendidos que ese número no está activado. ¡Premio a la inteligencia! Eso ya lo sé yo, lo que quiero es que permanezca así, incluso después de 15 días. Resulta que ellos no me pueden ayudar y que me tienen que pasar con bajas. Otros 20 minutos de espera y nada, cuelgo y vuelvo a empezar, sólo que esta vez le digo a la primera chica que me atiende que me NIEGO a que me ponga en espera de nuevo y encima me ponga la música esa, a que me pase con móviles. Efectivamente, me dice que "me comprende" (esa debe de ser, según el manual que les dan, la frase clave. Una pena que la frase completa deba de ser algo como "te comprendo pero me da igual y voy a hacer lo que me da la gana, no lo que me pides tú") pero me pone en espera casi 10 minutos con música y me pasa de nuevo con móviles. Mismo numerito, me dicen que me pasan con bajas. En bajas descubren que a nombre de ese titular, oh, sorpresa, no hay ningún cliente de móvil, pero la chica me dice que no pasa nada, que firme el contrato que han mandado para luego poder darlo de baja (!!!). Obviamente le digo que no pienso, ni loca, firmar el contrato.

Esa me pasa con otro tío que ya no sé ni de qué departamento es del que por suerte tomo el nombre. Este tío es como una pared con la que te chocas, no tiene más función en la empresa que hacer de muro. No me puede ayudar, pero cuando le pido que me garantice que me recogen el cacharro al día siguiente me dice que no puede, que sólo me puede dar un plazo de recogida de ocho días, cosa a la que me niego porque ocho días muy fácilmente son 15 y plazo suficiente para me activen el contrato. Le digo que según la hoja de "pedido" que viene en el paquete, el pedido se realizó el día 28, o sea, el viernes pasado y ayer era lunes, con lo cual que no me venga con rollos de que no puede avisar a la mensajería tan rápido porque es un trola más de su estúpida empresa. Se sigue negando a recoger el cacharro al día siguiente, por lo que le pido que me pase con un superior. Se niega también a eso, con lo cual nos encontramos en una calle sin salida en la que el tío decide que lo mejor es COLGARME EL TELÉFONO. Llamo de nuevo y digo que quiero poner una queja contra el tío imbécil, que supongo que no servirá de nada (Manuel piensa que de hecho sí que sirven: cuantas más quejas acumules más posibilidades de ascender tienes, porque si no hay actitudes que no se entienden).

Para seguir tratando de darme de baja de un servicio que no he solicitado tengo que volver a llamar, para entonces ya llevo hora y pico de tiempo perdido, estoy medio afónica (no me gusta gritar ni ponerme borde con la gente de atención telefónica, pero lo de ayer era exasperante; la situación más crispante con la que me he encontrado en mucho, mucho tiempo). Hablo con Manuel, le cuento mi desesperación y lo infructuoso de todo. Manuel ha estado leyendo lo que dice la gente en internet acerca de todo esto y dice que no tengo que dejar que me pasen con nadie, que los que me atienden primero, los de la línea fija, son los que mandan el cacharro y los que tienen que tramitar la baja.

Con eso en mente vuelvo a llamar, me coge una chica, le explico todo y le añado que llevo una hora y pico perdida de un tiempo que no debería estar perdiendo puesto que todo viene de un absurdo envío suyo. Me dice que me comprende y que me pasa con móviles porque ella no sabe nada del tema. Le digo que ni se le ocurra, que en esta casa no tenemos móviles, que ya he hablado con el departamente dos veces y que no saben nada. Le digo que sé que son los de línea fija los que me han metido en este lío y los que tienen que solucionarlo. Se disculpa para realizar una llamada. Me pone en espera con musiquita. Cuando vuelve resulta que lo sabe TODO acerca del contrato, los días que faltan hasta que se active, etc. etc. No puedo callarme y le digo que qué curioso que ahora sepa hasta el último detalle cuando antes de la llamada no sabía nada.

Supuestamente tramita la baja, pero por ahí hemos leído que muchas veces luego llamas para confirmar el estado y te dicen que no tienen constancia de ese número de referencia que te han dado. O sea, que aún no hemos terminado. También le digo a esta tipa que no sé quién es el cerebrito de Telefónica (quizá el tal Rava que firma la carta) pero que no me parece una gran estrategia de márketing el poner de tan mal humor a sus clientes, gastándose dinero en mensajeros que no son necesarios, hacerles perder el tiempo y plantearse muchas cosas de su permanencia con la empresa, cuando una mera rebaja en la factura (el equivalente a la tarifa del mensajero, por ejemplo) les mantendría mucho más contentos. Tan fácil como eso.

Eso sí, pienso escanear y fotografiarlo todo, ir a la oficina de consumo a poner una reclamación, solicitar mis datos e ir a la policía a poner la denuncia que he dicho antes. Porque no es sólo que te manden una cosa que no quieres y te amenacen con activarla quieras o no, es que luego te metan en una ratonera telefónica de la que cuesta hora y pico (con suerte, que aún no lo sabemos) salir en la que además te tratan como si fueras imbécil.

Estoy indignadísma y sigo sin poder creerme que sean capaces de hacer todo eso. Así que aviso a los que tengan contratado algo con Telefónica: cuidadito con paquetes inesperados sin remitente: puede que sean paquetitos envenenados como este.

Continúa en la segunda parte.