sábado, 31 de diciembre de 2011

Feliz 2012

Entrada programada

No llegué a tiempo de felicitar la Navidad, no he podido hacer el típico resumen del año en libros y dejo esto programado para que no se me pase desearos a todos un estupendo año 2012.

Decir que hago propósito de retomar el blog es absurdo. Siempre estoy deseando escribir y lamentando la cantidad de cosas que inevitablemente se quedan en el tintero. Así que no propósito pero sí deseo, aunque en realidad con quien debería habalrlo muy seriamente sería con Héctor, que es el que boicotea el blog. ¿Pero cómo hablar seriamente con alguien que se parte de risa cuando le miras con cara de enfado? Difícil, más aun si a continuación hace un ruidito de esos suyos. Entonces ya caes en sus redes y no hay blog que valga.

Dentro de unos días celebrará, sin enterarse demasiado, sus primeros Reyes. Los pasaremos en Madrid y aunque Manuel se vuelva rápido, Héctor y yo nos quedaremos a pasar unos diítas más en Madrid, disfrutando de tres Rs: regalos, roscón y rebajas. Y a la vuelta a seguir abriendo regalos de Reyes, claro, que por esta casa pasarán mientras no estamos.

Así que no sólo os deseo uno feliz año sino también un fantástico día de Reyes.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Minicrónica londinense

La tradición no escrita de este blog indica que a la vuelta de un viaje la primera entrada siempre incluye una foto de lo acaparado durante el viaje en sí. Pues bien, en ese sentido esta será una entrada transgresora porque aún no he tenido tiempo de inmortalizar tales adquisiciones, y son cuantiosas. Lo que me preocupa, y la razón de ser de esa foto inmediate a la vuelta, es que se vayan dispersando por aquí y por allá en este caos de vida que llevamos con Héctor. Pero intentaré agrupar las máximas posibles para mostrarlas aquí.

Las adquisiciones que no hubo - ya lo aviso - fueron adornos de Navidad. Tenía hasta previsto cuáles compraría seguro en Marks & Spencer. Pero nada, fuimos a Marks & Spencer, compré algo de ropa para Héctor, comimos cosas ricas, compramos cosas ricas y monas y... nos fuimos sin que los adornos se nos pasaran por la cabeza. Un despiste enorme y por supuesto aunque hasta entonces habíamos visto muchos sitios que vendían adornos que yo me había negado a mirar siquiera reservándome para Marks & Spencer a partir de ese despiste los adornos desaparecieron de la faz de la tierra.

Hablando de adornos, salvo por los escaparates de las tiendas y alguna que otra calle tristemente iluminada (Tottenham Court Road o cómo conseguir deprimir a los transeúntes con un puñado de bombillas), vimos pocas iluminaciones. La visita matutina a Marks & Spencer fue suficiente baño de masas con cochecito a cuestas, no quiero ni pensar cómo se pone aquello por la tarde. Estuvimos punto de ir a Hamleys pero al final la masa nos asustó y además Héctor es demasiado pequeño para enterarse de lo chula que es esa juguetería. Ya insistirá en visitarla en futuros viajes.

Por lo demás fue un viaje tranquilito. La primera tarde la pasamos, como no podía ser de otra forma, explorando Charing Cross. Y luego paseando de acá para allá. Con el cochecito daba cierta pereza meterse en las estrecheces del metro londinense (y de hecho después de volver he visto que Anna Quindlen cita a una horrorizada madre londinense diciendo más o menos lo mismo) así que lo hacíamos todo a pie. Esta vez, para estar un poco más céntricos, cambiamos de hotel (y aunque el nuevo estaba bien en cuanto podamos volvemos al de siempre en la orilla sur) así que caminábamos por nuestro "barrio" que, curiosamente, era también el barrio de la British Library, por lo que el manuscrito de Jane Eyre (y la tienda de regalos de la British Library) recibió su tradicional visita (lo que no pudo ser fue escaparnos a la National Portrait Gallery, otro de nuestros clásicos).

Y como dice Anna Quindlen en su Imagined London (que sigo leyendo), en Londres no hay esquina que gires que no te lleve de lleno a un trozo de historia, por lo que pasear es siempre una actividad de lo más amena. Ya puedes pensar que estás yendo por una calle cualquiera cuando de repente te topas con la Broadcasting House de la BBC, una maravillosa "crescent" de Mayfair, calles donde vivió Virginia Woolf, una de las calles donde vivió Dickens, un minicentro comercial acogedor e inesperado en el que alimentar a cierta criatura hambrienta y, de paso, comprarle un par de trapitos monísimos así como clotted cream y otras delicatessen británicas. Pocos sitios en los que pasear sin rumbo - o con él - resulte tan turístico como en Londres.

También hubo visita a la tienda de Persephone Books, que quedaba bastante cerca dle hotel. De nuevo confirmé mis sospechas de la vez anterior: es una tienda que me incomoda mucho y, por el bien de mi amor por sus libros, creo que, salvo pasar por delante, será también la última vez que entro. Todo lo acogedoras que son sus publicaciones - tanto libros como Bianually, Persephone Post, etc - me resulta gélido en las dos visitas que he hecho a la tienda. Tuve que saludar varias veces al entrar hasta que me respondió una chica desganada, preguntar por un libro y alguna otra cosa fue un trance y, aunque mi compra no fue especialmente pequeña, se ve que no me gané ni un triste "goodbye". No respondieron al mío y yo no lo intenté más. Si no quieo aborrecer sus libros lo mejor será no volve por allí, y no es algo que me alegre decir.

Las otras dos tardes, Manuel se fue a culturizarse viendo la nueva Cumbres borrascosas y un musical mientras yo me quedaba tranquilamente con Héctor en la habitación del hotel. Manuel se lo imaginaba claustrofóbico pero lo cierto es que mis cuatro paredes eran de lo más acogedoras: buena compañía (Héctor estaba de muy buen humor, sólo se atravesó un poco la primera tarde de Charing Cross, supongo que él también acusaba el viaje y las muchas horas pululando, aunque por un momento nos planteamos que - oh, sacrilegio - fuera una vena francófila o algo así), buena televisión, hervidor de agua en la habitación y casi, casi barra libre de todo tipo de comida de Marks & Spencer. Y un montón de libros y compras varias por los que husmear en los ratitos en que Héctor se quedaba dormidillo (escasos: a él lo que le gustaba - salvo por esa primera tarde - era dormirse respirando Londres: las tardes de hotel eran para jugar en la cama gigante y las noches para no dejarnos dormir).

He aquí una compra de Marks & Spencer que no sé si era más bonita por dentro o por fuera. Pese a que con Héctor el espacio de la maleta para compras se ha visto reducido, no pude dejar esta preciosidad de caja de lata en la tienda. Lo único que había que hacer era comerse las galletas in situ y rellenar con libros a la vuelta. Así lo hicimos.



Y así transcurrió el primer viaje a Londres de Héctor. El año que viene, por aquello de los Juegos Olímpicos, no creo que pisemos la ciudad, pero por supuesto a Londres siempre se vuelve.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Just My Type, de Simon Garfield

Entrada programada.

Just My Type, de Simon Garfield, es de esos libros que te abren los ojos de tal forma que luego te obsesionas con el tema hasta límites insospechados. A mí ya me interesaba mínimamente el tema de los tipos de letras, las fuentes, etc. Hubo un tiempo en que realmente las coleccionaba en el ordenador y de ahí que, aunque ya me "quité" de eso, me quede un buen legado en el ordenador. Otra es que las use (apenas), pero a veces resulta agradable saber simplemente que están ahí y, si quiesieras, podrías encontrar el tipo de fuente ideal para prácticamente cualquier ocasión (si eso fuea lo tuyo, que no lo es en mi caso). Total, que como queda clara, el interés estaba ahí pero mucho mejor que me quede en el aspecto teórico porque el práctico entre unas cosas y otras queda más o menos descartado.

A Simon Garfield lo conocía de sus ediciones de diarios de Mass Observation, así que tenía buenas referencias y, aunque me esperé (con mucho esfuerzo) a que saliera la edición en tapa blanda, tenía muchísimas ganas de hincarle el diente a este, por muy distinto que fuera el tema. Llegó en octubre y, con este clima de lectura tan extraño que tengo (eufemismo para la combinación Héctor + poco tiempo + mucho sueño + concentración que va y viene), me pregunté brevemente qué tal se me daría un libro de no ficción. Los de ficción habían costado un poco, así que era difícil que me resultara más complicado de leer y el caso es que no sé si por lo interesante del tema (aunque la única lectora estuvo de visita de nuevo hace poco mientras lo leía y no lo vio en absoluto interesante) o por lo ameno del estilo de Simon Garfield, lo leí no exactamente en un santiamén pero si en un tiempo razonablemente breve en comparación con los otros libros leídos dH (después de Héctor).

Me pareció todo cuoriosísimo, desde los tipos de letra que menciona, hasta las anécdotas/historias relacionadas con su creación y uso al tiempo que me abrió los ojos en lo que respecta a cómo se produce y esiona el nacimiento/uso de una funete, etc. Así contado puede que suene como le sonó a la única lectora pero de verdad que es muy, muy interesante, sobre todo si la curiosidad por el tema ya está ahí mínimamente.

Volviendo a lo que decía al principio, es estar leyendo el libro (y después) e irse los ojos a tu alrededor a ver qué tipo de fuentes usan quiénes, dónde y por qué. Lo malo es que y soy un tanto negada para el reconocimiento de ciertas fuentes que a mí me parecen similares así que no llego a sacarle todo el provecho que podría a mis exploraciones que, como mínimo, le dan un poco de interés renovado a mis eternos paseos por las mismas calles, salvo excepciones, con el carrito de Héctor.

Curioso enterarse de cosas acerca de mi letra por defecto en Word (Garamond, aunque ya había leído sobre ella en la wikipedia hacía tiempo; vale sí, soy rara), mi letra por defecto en Word para el teletrabajo (Calibri, de la que no sabía nada), mi letra por defecto en el blog (Verdana, de la que ya sabía algo a raíz de aquella polémica del catálogo de Ikea), etc.

El libro atrapa desde el principio, creo yo, gracias a que empieza pisando fuerte prestando atención a Comic Sans, esa fuente tan odiada en la que creo que todos hemos escrito alguna vez aunque ahora nos rechinen los dientes sólo de recordarlo. Y en la que, por desgracia, la gente sigue escribiendo. No tengo nada en contra de la fuete por sí sola, tiene su función, pero, como se dice en el libro, sí en contra de su uso indiscriminado y que demuestra que, por increíble que parezca hay una fuente para cada cosa y una lápida escrita en Comic Sans es una muy mala idea. En mis exploraciones locales me la encontré en el cartel de un parque infantil pidiendo a la gente que no deje entrar a los perros y aún no termino de decidir si el mensaje la invalida o el dibujito que la acompaña la legitimiza. En lo que tengo claro no va bien es en unos apuntes acerca del masaje del bebé que me pasaron hace unos días. Pobre Héctor, cómo le voy a dar un masajito en Comic Sans.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Ciudadanos del mundo


Que Héctor sea tan acaparador que haga que constantemente se me queden cosas por escribir en el blog, no quiere decir que no haya cosas que comentar: seguimos viendo muchas películas, muchas series, etc. Las salidas se han recortado un poco, aunque Manuel ha ido a ver algunos espectáculos nocturnos que me han puesto los dientes larguísimos, porque en ellas no cuento el paseo diario por las mismas calles y viendo las mismas caras. ¡Qué alegría cuando hay algún pequeño recado!

El caso es que para inyectarle variedad, Héctor y yo vamos a pasar unos días de avión en avión, siendo ciudadanos del mundo. Primero la semana que viene nos vamos unos diítas a Madrid, que ya era hora. A que Héctor vea caras nuevas, oiga nuevas voces y, sobre todo, a que le vean a él en tres dimensiones y puedan estrujar a estos siete kilos y pico de niño. Y que pase de mano en mano mientras mi espalda descansa precisamente de esos siete kilos que adoran estar en brazos (de pie y en movimiento).

Después volvemos, hacemos un parada técnica (léase: lavadora y plancha) y vuelta a hacer la maleta, esta vez también con Manuel. ¿Alguien apostó cuánto tardaría en entrarnos el mono de Inglaterra? Si fue así no sé cómo fueron las apuestas, pero quien predijera algo por estas fechas gana. Nos escapamos unos días a Londres, a empezar a llevar a Héctor al fantástico mundo de la anglofilia. Será un viaje tranquilito, conociendo un hotel nuevo más céntrico que el habitual (y que echaremos mucho de menos). Siempre he querido visitar Londres (y también Nueva York, para qué negarlo) en este puente, ya con toda la iluminación y decoración navideñas, que supongo que lo harán todo más tentador aún: las tiendas, los dulces, etc. Todo eso a cambio de la movilidad un poco reducida (tampoco mucho) y las pocas horas de luz. La lectura que me acompaña desde hace unos días es, claro, Imagined London. (Dejo para un día de estos una entrada programada sobre m lectura anterior).

A la vuelta espero poder hablar de los viajes, aunque sea a un ritmo más lento del habitual después de un viaje, pero al menos que quede constancia de ellos, ¿no?

¡Hasta la vuelta! (Y quizá algunos días más, que con Héctor nunca se sabe).

lunes, 14 de noviembre de 2011

A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet), de Barbara Pym

(Entrada programada, así que tengo pendiente contestar vuestros comentarios y comentar en vuestros blogs).

Ya suponía yo que Barbara Pym como acompañante no me podía fallar. Si bin la lectura de A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet) fue lenta (hablo en pasado porque lo acabé ya hace semanas) también fue satisfactoria. Con Barbara Pym no hay grandes sorpresas, siempre se encuentra uno en su pequeño mundo de pequeña comunidad, personajes tridimensionales y creíbles, sucesos eclesiásticos (dicho así esto no suena tan bueno como realmente es) y prosa sencilla, reposada y brillante, pero precisamente es ahí donde reside la magia, en que sabes que no te va a fallar. Y precisamene, con este ritmo de lectura tan irregular que llevo es justo lo que necesitaba: una historia sencilla, bien contada, que se disfruta página a página.

Publicada en la década de los años cincuenta, A Glass of Blessings tiene como protagonista a Wilmet, una treintañera casada (en un época en que ese status y esa edad eran diferentes a la actualidad) entregada a su parroquia (o a los cotilleos que este genera) y con un grupo de conocidos de lo más pintorescos todos, y que Pym utiliza para tratar dos temas que no siempre se esperan de ella: el adulterio (más o menos) y la homosexualidad (más o menos, también; en cualquier caso esto es Barbara Pym y si se caracteriza por algo es por la sutileza con la que trata los temas siempre, sean los que sean).

Una delicia más de Barbara Pym que recomenpensa mi afán de leer las obras de los autores en orden cronológico puesto que aparecen o se mencionan personajes de obras anteriores. Reconocerlos y saber de ellos (¿no es algo que siempre nos gustaría: saber qué fue de tal personaje de aquel libro?) es de lo más satisfactorio y una pequeña cosas más que sumada a tantas otras hacen de Barbara Pym una de mis escritoras preferidas.

Mis lecturas anteriores de Barbara Pym:

- Excellent Women (Mujeres excelentes)
- Jane & Prudence
- Some Tame Gazelle
- Less than Angels.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Panellets 2011

Entre que el tiempo aún no ayuda del todo (o quizá soy yo, que creo que aún tengo calor acumulado de agosto) y que a Héctor digamos que le gusta participar en las actividades familiares (por no decir directamente que le gusta estar en brazos y que el sitio donde más aguanta en casa aparte de en brazos es el cambiador (!) donde no se le puede dejar solo), tenemos un poco abandonada la repostería (la suplimos con dulces ajenos, eso sí), pero las tradiciones son las tradiciones y el sábado había que hacer panellets fuera como fuera.

Héctor estuvo los minutos que tardamos en hacer la masa en la hamaquita, pero luego ya decidió que había colaborado lo suficiente y quiso que lo cogiéramos, así que Manuel vio la excusa perfecta para escaquearse de la siempre odiosa tarea de hacer los panellets de piñones (pones un piñón y se caen tres). Niño feliz en el cambiador, padre moderadamente cómodo en un silla junto al cambiador hojeando una revista, y madre luchando con los panellets mientras una araña le da un susto digno de Halloween (aclaro que la araña nunca estuvo cerca de los panellets por si acaso), ese era el panorama el sábado por la tarde.

El Halloween estandar lo tuvimos gracias a unas cuantas niñas disfrazadas que vinieron diciendo "truco o trato". Este año había tenido en mente el incidente del año pasado en que también vinieron pero no se nos ocurrió qué darles y tenía una bolsita de caramelos preparada, por muy americanada que me parezca la fiesta en sí. Así que abrí la puerta y repartí al más puro estilo americano: las niñas se fueron felices con sus caramelitos y las alabanzas a sus disfraces y Héctor se llevó también unos cuantos piropos y carantoñas suyas, así que todos acabamos contentos.

Manuel contribuyó a los panellets haciendo uno de "fantasía" y, una vez hechos todos, Héctor decidió que era hora de comer y Manuel se quedó a cargo del horno (aunque yo controlaba el tiempo a distancia) y de limpiar el caos que había en la cocina que, en honor a la verdad, era seguramente peor tarea que hacer panellets de piñones.

El resultado fue, creo, muy, muy bueno.





Y aunque yo sólo comería cosas dulces sin parar (cosas de la lactancia, por lo visto), debo decir que aún quedan unos seis panellets, mérito como siempre más de lo mucho que llenan que de nuestra capacidad de moderación.

jueves, 27 de octubre de 2011

Estrenos



La vida con Héctor está llena de estrenos. Cuando no es un pijama o un body nuevo, son unos pantalones, una camiseta o una chaqueta y también sus primeras zapatillas (que estrenó con el sudor de mi frente: hay que ver cómo se me resistió algo tan absurdo como poner unos cordones), luciendo peana. Pero también otras cosas, como cada día una nueva proeza (y por proeza no me refiero al hecho de que antes durmiera de maravilla por las noches y ahora parezca querer comprobar cuántas veces es capaz de despertarse - y despertarnos - a lo largo de la noche y, es más, cuánto tiempo aguanta - aguantamos - despiertos de madrugada: él mucho, yo muy poco): hace unos días, así de repente y sin avisar, aunque yo llevaba tiempo insistiéndole para que lo hiciera, haciendo yo cualquier tontería, se empezó a reír a carcajadas. Justo en ese momento entraba Manuel por la puerta, así que los tres nos partimos de risa un buen rato a la vez juntos.

Como está tan grande, Manuel y mi madre me insistían para que lo pasara del capazo a la sillita de paseo de mayor, pero yo tenía mis reticencias. El domingo nos aventuramos a experimentar y tengo que darles la razón: me doy cuenta ahora de que el pobre se aburría en el capazo y compruebo que mi temor a que no fuera capaz de dormirse así era infundado. De hecho el día del estreno durmió una de las siestas más largas que recordamos e incluso se pasó hora y pico de su hora de comer: verdadera prueba del éxito del experimento. Así que el capazo ya ha quedado desfasado y Héctor va por la calle viendo todo, sonriendo a conocidos y desconocidos.


Tengo pendientes de comentar libros, películas, etc. y sin embargo me siento al ordenador con un rato para dedicarle al blog y se me van los dedos a escribir este tipo de entradas.

Pero lo otro llegará, lo aseguro.

lunes, 17 de octubre de 2011

Tres



Héctor cumple hoy tres meses, cosa que me parece bastante sorprendente. De pronto el tiempo vuela y cada día cuando se despierta por la mañana (si se despierta de madrugada no cuenta: a esas horas estoy en modo groggy y - lamentablemente no siempre - modo piloto automático) lo veo más grande y a medida que avanza el día me impresiona a la velocidad de vértigo que aprende las cosas, aparentemente de la nada y de repente. Cada día hace que me ría más con él, incluso cuando hace pucheros y pone cara de pena resulta inevitable reírse, aunque no sea ese el efecto que él espera, pero resulta muy cómico.

Celebramos el cumplemes por todo lo alto: yo con catarrazo encima (tanto querer que llegara el fresco para esto, para coger frío en la primera madrugada que no se suda la gota gorda) que seguramente le pasaré si no se lo he pasado ya a Héctor de regalo, pero también con cosas buenas como una visita a nuestra pastelería preferida y su foto de cumplemes, ya que todos los 17 de cada mes le hago - a ver hasta cuándo duro - una foto con ropa similar, sentado en el mismo sitio y con un osito que sirve para ver cómo crece en comparación.

Y así van pasando los días, de locos a veces, largos y cortos a la vez, sin tiempo para hacer montones de cosas que acumulan polvo en las listas de cosas pendientes, pero siempre con tiempo para ver a Héctor reírse y conocer el mundo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Sitges 2011

Siempre he ido al Festival de Sitges con muchas, en parte porque Manuel siempre ha elegido las películas con cierta consideración (excepto cuando hemos ido a algún maratón de películas, pues son sorpresa) pero sobre todo porque me encanta Sitges y pasear por sus callejuelas de casas en las que es muy fácil imaginarse viviendo. Ver el mar desde sus miradores de cañones, caminar por el paseo marítimo y recoger conchas en la playa son también cosas que no pueden faltar en ninguna visita.

Pero como decía, las películas siempre eran elegidas por Manuel con mis gustos en mente y siempre desconocidas para mí. Conociendo mi suerte era previsible que este año una de las películas - aunque fuera de consurso - la conozco bien y me hubiera encantado verla a lo grande (ya la he visto por otros medios no tan deseables; debería comentarla aquí, ¿verdad? Será cuestión de ponerse): la nueva versión de Jane Eyre, con la espléndida banda sonora de Dario Marianelli de la que ya hablé. Manuel, eso sí,no se la perdió y yo me tuve que conformar con esta foto y con su comentario, tanto de cómo era verla en pantalla grande y del tipo de público (en principio no parece una película muy tipo Sitges, la han colado por los pequeños toques fantásticos de la historia) y sus reacciones.



Así que mientras Manuel veía Jane Eyre en el Auditori y yo me preguntaba si el pase contaría o no con la presencia del director, Cary Fukunaga, que estaba en Sitges para presentarla (no estuvo en ese pase), Héctor y yo nos dedicamos a pasear y pasear, por suerte no una mala alternativa gracias a que Sitges es mucho Sitges. Eso sí, a Héctor hay que hacerlo un "Sitges baby" desde ya, así que dejamos claro que, aunque sin poder entrar a ver ninguna película, estábamos en Sitges por el festival:


Aunque los bodies de merchandising oficial para los "Sitges babies" a 15 euros me parecieron excesivos, así que nos conformamos con el programa en el cochecito y una buena ojeada a los puestos de objetos ad hoc.

El día era espléndido, al sol se estaba de maravilla y Héctor lucía por primera vez sus pantalones de mayor, regalo de la única lectora y camiseta "I love my city", regalo de mis padres con sus calcetines rojos.



En casa, una de las cosas que más le calman cuando está un poco rebelde es el grifo del cuarto de baño así que fue divertido comprobar que las olas del mar ejercían de grifo gigante y una vez que se quedó dormido ya no consiguió despertarse en un buen rato.

Así que yo aproveché la coyuntura para seguir montándome mi Festival de Sitges particular y entré, por fin, en el cementerio, que siempre me provocaba curiosidad pero al que nunca conseguía entrar con Manuel. Y como Héctor el pobre aún no tiene ni voz ni voto pues le tocó acompañarme ante la mirada extrañada del vigilante. Gustar no sería una palabra aplicable a un cementerio, pero la visita mereció la pena.

Al salir, Manuel me puso al día de las reacciones del público viendo la película y fue curioso.

Como todos los años vemos la película homenajeada por el festival este año no iba a ser menos, si bien en el entorno mas recogidito del cuarto de estar de casa, aunque bien mirado la sala de proyecciones de El Retiro siempre la he percibido como una gran sala de estar gracias al ambientillo reinante en ella. Así que acabamos de ver A.I. y me ha gustado (quizá he encontrado el final algo azucarado); muy triste, eso sí.

Hasta el año que viene, Sitges. O antes de eso, si surge.


miércoles, 5 de octubre de 2011

¡¿Ya es octubre?!



Aparte de porque nació Héctor, recordaré el verano de 2011 como el más caluroso de mi vida, independientemente de lo que digan las estadísticas meteorológicas al respecto. Lo digo desde ya porque dudo que ninguno de los veranos que están por venir se me pueda hacer más insoportable.

Durante los meses de verano me harté de oír a la gente de la calle y a las estadísticas meteorológicas que este julio había sido más fresco que otros años. Me harté por lo mucho que lo repetían, pero sobre todo por lo poco reflejada que veía mi percepción del mes en esas palabras.

Nuestra casa es calurosísima (y el superlativo se me queda corto), como pueden dar fe mis padres y su casi mes pasado en ella. Yo me pasé más de la mitad del mes siendo una incubadora humana, así que fresco pasé poco. Sólo quería beber, tomar helado y tomar fruta con mucho líquido y muy muy fresquita. Por suerte coincidió con una buena cosecha de brevas y de peritas en la casita de verano. Manuel, mi madre y yo nos pusimos las botas con ambos... menudos platos de postre dejábamos hechos una montaña de mondas y pieles rebañadas hasta el final.

Después nació Héctor y aunque dejé de ser una incubadora humana no dejé de pasar calor, más que nada porque con tenerlo en brazos, etc, el calor se intensificaba, la humedad infernal se acumulaba entre nuestras cuatro paredes y todos - Héctor incluído, aunque no lo pudiera verbalizar - pasábamos el día soñando con una ducha (baño, en el caso de Héctor). A eso hay que sumarle la muchísima sed que tenía (y tengo) constantemente (por aquello de dar el pecho, supongo).

El caso es que los días se hacían infernalmente eternos en ese aspecto y cuando fuimos a Madrid y pillamos unos días un poco más frescos nos llevamos una gran alegría y un gran respiro. De vuelta en casa pasamos otra vez mucho calor pero ya con la vista puesta en el otoño y el principio del fresquito que siempre llega, tarde o temprano, con la preciosa luz suave y amarillenta de septiembre.

Y así fue. Yo sigo teniendo más calor que la media, estoy segura, pero ahora con el fresquito y a pesar de los días del veranillo de San Miguel, lo voy notando un poco menos.

Me encanta el otoño siempre, pero creo que nunca antes lo había esperado con tanta impaciencia ni recibido con tanta alegría. Es como volver a respirar. Lo que me sorprende por partida doble es que ya sea octubre y que el tiempo haya pasado tan rápido. ¡Pero si hace nada (de verdad, hace nada) estábamos en pleno mes de julio saliendo con Héctor del hospital! Con lo largos que parecían algunos días infernales y al final resultó que se pasaron volando (eso lo digo ahora, claro). Se me hace muy raro que vaya anocheciendo tan pronto, creo que parte de mi mente se ha quedado anclada en un mes de agosto calurosísimo permanentemente.

Y una de las mejores cosas es también ver a Héctor en pijama por la noche. Está bien mono.

lunes, 3 de octubre de 2011

The House in Paris, de Elizabeth Bowen

Bueno, creo que ya es hora de hablar de The House in Paris, de Elizabeth Bowen, que ya hace yo creo que cerca de dos meses que lo acabé y con la mala memoria que tengo yo para los libros empiezo a notar cómo se me escapan las ideas al respecto.

Llevaba mucho tiempo queriendo leer a Elizabeth Bowen. Tiene varios libros conocidos entre su obra y uno de ellos es este, que yo creo que me llamó la atención desde el principio por el hecho de que el resumen apuntaba a algún que otro secreto familiar en la historia. Y eso, ya se sabe, para mí es magnético.

Comprado en el Strand de Nueva York, por fin me decidí a sacarlo de nuevo de la estantería cuando Héctor era aun más pequeñito, con la idea de irlo leyendo en los huecos que hubiera y demás y creo que ese fue el gran error. El libro y la prosa de Elizabeth Bowen no están hechos para ese tipo de lectura. Quizá a otra gente no le pase así, pero yo siempre encuentro que cada libro marca su propio ritmo: los hay cortos que se leen durante más días que muchos libros gordos. En el caso de The House in Paris, el ritmo que yo creo que marca el libro es reposado y atento, no casual, caótico y a saltos, como me vi obligada a leerlo yo. De modo que, mientras que reconozco que la prosa de Elizabeth Bowen es una maravilla, el libro se me hizo bastante pesado, muy lento y sin ese factor de "enganche" que invita a retomar la lectura. Ya digo que, hasta que quizá una relectura o un mayor conocimiento de la obra de Elizabeth Bowen (a pesar de todo me quedan ganas de leer algún otro libro suyo) me demuestren lo contrario, yo por el momento asumo que la no tan buena impresión es cosa mía y de mi circunstancia.

Y la no tan buena impresión se debe, ya digo, más al contenido que al continente, por lo que quizá otra historia contada por esta autora me enganche más (y mejor).

Una niña inglesa de unos 10 años llega a una casa parisina donde tiene que pasar el día antes de coger de nuevo un tren que la lleve al sur de Francia para pasar un tiempo con su abuela. En la casa parisina del título coincide con un niño que espera esa misma tarde poder conocer por fin a su madre. El encuentro da pie a la sección central del libro, centrada en el pasado y donde se pone al lector en antecendentes de cómo ha llegado ese niño hasta allí.

Mientras lo leía, eso sí, algo del libro (no sabría de cir qué, un poco el estilo, un poco la historia, supongo), me recordaba a Rose Macaulay (de quien sólo he leido The World My Wilderness) por lo que me resultó muy curioso enterarme de que ambas escritoras eran grandes amigas. Algo se pegaron mutuamente, eso queda claro.

Si alguien se anima a leerlo en condiciones más normales (o como mínimo más reposadas y un poco más constantes) que las mías, que me diga qué tal se deja leer de esa forma.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Adquisiciones recientes

El fin de semana la única lectora vino a conocer a Héctor (las agendas incompatibles no habían permitido el encuentro en Madrid). Fue una visita fugaz pero exitosa porque ambas partes se cayeron bien. Héctor le dedicó montones de sonrisas y la única lectora resultó tener buena mano para mover el cochecito y dormir a la criatura, que cada vez lleva peor lo de quedarse dormido (no sabe). Todos salimos ganando y todos estamos deseando repetir.

Mientras tanto yo arrastro esta entrada desde hace un par de semanas o así. Primero fue difícil hacer las fotos, después fue difícil pasar las fotos al ordenador, después subirlas al blog y, lo más difícil de todo, alcanzar la tranquilidad necesaria para escribirla. Héctor es un rebelde y sus sueños diurnos son bastante escasos (la otra cara de la moneda es que eso le deja tan agotado que por la noche suele dormir muy bien).

Aproveché uno de sus sueños (duró poco, si no recuerdo mal fue acabar la sesión fotográfica y despertarse) para documentar las adquisiciones más recientes del Book Depository (y aún faltan por llegar dos que dejé reservados con antelación).




(Como puede verse en la foto, mientras yo la hacía, Héctor estaba literalmente en las nubes...).

Hace un tiempo Vintage anunció que sacaría a la venta la gran mayoría de la obra de Stella Gibbons (la autora de Cold Comfort Farm (La hija de Robert Poste) y a mí se me hizo la boca agua, sobre todo después d haber leído otra obra suya, Nightingale Wood, con éxito.

Pero luego ha cundido la confusión. Sólo estos tres que yo adquirí, más Christmas at Cold Comfort Farm, que saldrá más próximo a la Navidad, tuvieron una portada en condiciones (muy en condiciones, porque son chulísimas, diseñadas por Pep Montserrat), el resto se quedaron con lo que yo pensaba que era una portada provisional. Pensé que sería que los irían sacando poco a poco pero después de adquirir estos me encuentro con un baile del resto de los títulos con portada provisional, algunos disponibles en Amazon, otros en el Book Depository, otros en la tienda propia de Vintage... un lío, vamos. Y sobre todo es que ahora que sé que hay algunos por ahí publicados que yo no tengo se me escapa la mano a la tarjeta y el ratón a cualquiera de esas tiendas. Veremos si me puedo resistir.

De momento los tres que tengo son: Westwood, Conference at Cold Comfort Farm (publicado aquí recientemente como Flora Poste y los artistas) y Starlight.

Nit me había avisado en Goodreads de que Virago sacaba nueva serie de libros en tapas duras con portadas bonitas como ya hicieron hace un par de años. Los libros son visualmente irresistibles y el empujón final me lo dio el hecho de que uno de ellos fuera The Tortoise and the Hare, de Elizabeth Jenkins, al que tenía echado el ojo desde hace un tiempo.

Y por último uno venido de Madrid, descubierto y adquirido gracias a mi padre: la correspondencia de Carmen Martín Gaite y Juan Benet. Muy buena pinta.



Ahora tengo asumido que pasará mucho hasta que pueda echarles más que el ojo, pero mientras tanto me deleito con unas preciosas portadas. Me conformo.


El equivalente de quedarse en la portada sería ver a Héctor dormidito. Luego abre los ojos y puede ser tan plácido como una novela de Barbara Pym (muy a menudo) o tan tormentoso como Cumbres borrascosas (de vez en cuando). Menos mal que aquí ya éramos fans de ambos...

lunes, 12 de septiembre de 2011

Última noche de los Proms 2011

¡El sábado conseguimos hacer los scones! Con ciertas reservas y demás, pero el caso es que creo que nos podemos poner la medallita. Una de las reservas es que, menos los primeros pasos, tuve que hacerlos con una sola mano, ya que Héctor se había dormido en brazos por enésima vez y, después de varios intentos fallidos de dejarlo en alguna superficie donde dormir, decidí que lo más fácil era llevarlo a cuestas (y sí, lo suyo sería llevarlo con cualquier portabebés y así tener las manos libres, pero con el calor que hacía en casa el sábado (y que ha hecho todo el verano) poner al pobre niño en un portabebés sería casi como meterlo en el horno con los scones. En brazos no está mucho más fresquito, pero parece que le da un poco más el aire). La parte de mezclar los ingredentes secos con la mantequilla bien fría en cubitos me llevó un poco más, pero no hubo mayores complicaciones. Mientras, Manuel se dedicaba a sus labores habituales: medir los ingredientes, engrasar el molde, poner cierto orden, etc.

Otra de las reservas es que me confié y no miré la receta todo lo que tenía que mirarla y me dejé el paso final: pintar los scones con huevo una vez puestos en el molde para que brillen y cojan un color bonito. En fin, dentro de lo que cabe y con la de cosas que podían haberse torcido, parece que el despiste fue meramente estético, así que no es muy preocupante.

Como la cocina estaba con el horno a 200ºC, Manuel se quedó a cargo de telehorno y yo me fui con Héctor a otra zona más fresca de la casa donde la temperatura era muchísimo menor, dónde va a parar, allí debíamos de rondar sólo los 150ºC o así. O esa era la impresión que yo tenía.

Al cabo de 20 minutitos hice de temporizador y Manuel sacó y desmoldó los scones y me los dejó listos para hacer fotos. El problema del asunto era que yo seguía con Héctor a cuestas (el sábado no había quien lo soltase, no siempre es así) así que las fotos fueron un poco precarias.



Precarias y difíciles de hacer, porque la perspectiva real era esta:



Los scones iban a ser de mora, por aquello del final del verano y que en este mes las moras están, parece ser, en pleno apogeo. Pero claro, la vida urbana que te ahorra los pinchazos con la zarza al ir a cogerlas, también tiene la desventaja de que cuando no hay en la frutería no queda siquiera la opción de pincharse, sí, pero volver a casa al menos con un puñadito de moras un poco más vedes o un poco más pequeñas. En la vida urbana sólo se puede volver a casa con una cajita de arándanos azules que, si bien están deliciosos y no se les puede hacer ascos, no tienen exactamente las mismas connotaciones (y además yo nunca los he cogido del arbusto, etc.).



Por supuesto no faltó - ¿cómo iba a faltar? - la clotted cream comprada en Madrid hace meses cuando a mí aún me daba reparo tomarla por lo que pudiera pasar. Hmmmm... después de tanto tiempo me supo a gloria, pero eso pasa incluso cuando la he tomado hace sólo un par de días.

Tampoco faltaron los clásicos sándwiches de pepinillo, que se quedaron sin fotografiar pero que estaban bien ricos y muy fresquitos.

Y es que tan agobiada estaba por el calor (y llegados a este punto como mínimo habíamos conseguido que Héctor se quedara un rato en su hamaquita, así que al menos no tenía encima a esa pequeña estufa) que Manuel tuvo que hacerse el té para él solo. Únicamente probé un poquito y ya. Muy mal tenía que estar yo para dejar pasar un té rico de largo...


Y todo, claro está, amenizado por la BBC y su Last Night of the Proms, que disfrutamos tanto como siempre aunque de manera diferente (¿quién iba a pensar que Rule Britannia serviría de nana?). El final, con el Auld Lang Syne entonado por el público, siempre es el final del verano (no así del calor...).

Una última noche de los Proms más para nosotros y la primera de Héctor que, como puede observarse, estaba preparado para los temas marinos de Sir Henry Wood.


sábado, 10 de septiembre de 2011

Última noche de los Proms

Entrada programada.

Durante el verano, con el calorazo, nos amenizamos como podemos con los Proms, que yo oigo interrumpidamente, con lo que Manuel va poniendo aquí y allá y los que me invita a oír/ver completos porque cree que me gustarán. De este año destaco el primer comedy prom de la historia: grandísimo el extravagante y hasta ahora desconocido para mí Tim Minchin y divertidísima la canción de Kit and the Widow sobre Lord Lloyd Webber (no sé qué pasó con su canción sobre Sondheim, que escuchamos por la radio pero fue censurada (?) en la televisión), esta noche tiene lugar el espectáculo que, junto con la creciente luz amarillenta de septiembre (aunque por lo visto no el calor decreciente) y las papelerías tan a rebosar que da gusto verlas, anuncia mejor que nada el final del verano y el comienzo del nuevo curso, se vaya o no a clase. La última noche de los Proms siempre es una gran noche y este año no iba a ser menos.

He aquí el programa distribuido por la BBC:

Sir Peter Maxwell Davies
Musica benevolens (c4 mins)
Musicians Benevolent Fund commission:
World Premiere
Bartók
The Miraculous Mandarin - suite (20 mins)
Wagner
Götterdämmerung - Immolation Scene (18 mins)
Liszt
Piano Concerto No. 1 in E flat major (19 mins)
INTERVAL
Chopin
Grande Polonaise brillante, Op. 22 (9 mins)
Grainger
Mo nighean dubh (My Dark-Haired Maiden) (4 mins)
Britten
The Young Person's Guide to the Orchestra (20 mins)
Rodgers
The Sound of Music - 'Climb ev'ry mountain' (arr.Robert Russell Bennett) (4 mins)
Rodgers
Carousel - 'You'll never walk alone' (arr. Jackson) (3 mins)
Elgar
Pomp and Circumstance March No. 1 in D major ('Land of Hope and Glory') (8 mins)
Arne
Rule Britannia (8 mins)
Parry
Jerusalem (orch. Elgar) (4 mins)
Traditional
The National Anthem (2 mins)

Lang Lang piano
Susan Bullock soprano
BBC Symphony Chorus
BBC Symphony Orchestra
Edward Gardner conductor


Empieza a las 20.30 hora española (¿supongo que lo emitirá alguna radio? Y si no la BBC por internet seguro) y, como siempre, la mejor parte comienza después del descanso con las canciones patrióticas y demás.

Está será la primera última noche de los Proms de Héctor y, si nos lo permite (anda un poco rebelde estos días), no faltará la clásica comida inglesa del día (scones con clotted cream, etc.). Intentaré inmortalizar el evento como otros años pero ya dije que Héctor, aparte de tenerme monopolizados los brazos y el tiempo, también me tiene monopolizado el objetivo de la cámara.

viernes, 9 de septiembre de 2011

De vuelta



Héctor tiene monopolizado el objetivo de mi cámara de fotos (y compruebo que también va monopolizando el blog, cosa que nunca fue mi intención). En Madrid quería haber hecho fotos de algúnos detalles de su bautizo: los recuerditos que dimos a los invitados, la decoración de la celebración, etc. y sin embargo el par (casi literal) de fotos que tengo del día son todas suyas, con la excepción de una foto de unos pasteles que no hice yo. Pero como tantas otras cosas supongo que en algún momento se retomará la normalidad, no haciendo menos fotos de Héctor sino haciendo más fotos del resto del mundo.

El viaje estuvo muy bien. Manuel y yo comprobamos que llevar un bebé en brazos por el aeropuerto/avión es hacer que la gente te sonría aleatoriamente y que al principio tardes en darte cuenta de por qué lo hacen. Héctor a la ida en avión fue como si no estuviera (y a la vuelta prácticamente igual, sólo lloró un poco y por causas ajenas al avión) y en Madrid pudo disfrutar a sus anchas de estar en brazos (montones de ellos), que es, junto al baño, su actividad preferida. Pero lo mejor de todo fue que aprendió que no siempre uno acaba sudando como después de correr una maratón cuando come, que se puede dormir tapado y, más aun, que existe una cosa llamada pijama. Los pijamas de Marks & Spencer, con la excepción del que usó la primera noche de su vida y el que ha usado en este viaje (alternando con otro pijama monísimo que fue un regalo) se van a quedar por estrenar, viendo a la velocidad que crece este niño y lo que se va prolongando el calor por estas tierras.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Primer viaje

Entrada programada.

Héctor no tiene ni dos meses (aunque la ropa de tres meses le queda justita) y mañana ya hará su primer viaje en avión rumbo a Madrid a conocer a la familia que no conoce y a reencontrarse con los que conoció cuando era aun más bebé. Además el sábado será la estrella del día ya que le bautizamos y luego lo celebramos con toda la familia. Parece ser que nos hemos pasado todo el verano pidiendo que refresque sin éxito y que el único día del verano que esperábamos que hiciera bueno resulta que puede que el tiempo se tuerza. Típico.

Para compensar el desplazamiento con toda la parafernalia (y eso que muchas cosas nos las dejan allí para ahorrarnos el traslado), Héctor y yo nos quedaremos unos diítas más que Manuel por los madriles.

Así que mientras que mañana debutamos como los plastas del niño que berrea en el avión (no me cabe duda de que berreará) y a la vuelta seré yo sola la del niño que berrea... Menos mal que eso sólo serán los paréntesis de un viaje que seguro está muy bien.

¡Hasta la vuelta!

(Cuando escriba a la vuelta prometo contestar todos los comentarios pendientes y dejar comentarios en vuestros blogs que, aunque de forma más silenciosa sigo leyendo asiduamente).

martes, 30 de agosto de 2011

Desde el sillón



Estos días no tengo muy claro a dónde se va el tiempo. Pienso que es una hora, miro el reloj para confirmar y me encuentro que es mucho más tarde de lo que pensaba. Héctor y yo pasamos largos ratos en el sillón, a veces un tanto derretidos, él comiendo a sus anchas y haciendo sus monerías.

Así que sigo surcando internet desde la BlackBerry aunque voy leyendo un poco más (ya he terminado el libro de Elizabeth Bowen, así que queda pendiente la reseña), según tenga el día. El otro día había dejado el libro reposando en el brazo del sofá y Héctor dio tal patada que lo tiró al suelo. Manuel que había presenciado la escena, comentó que era una metáfora muy poderosa de lo que Héctor había hecho de mis hábitos lectores.

Que lea menos, sin embargo, no quiere decir que me sienta menos tentada. Ya estoy planeando un nuevo pedido al Book Depository y con el libro de la foto, con fotos antiguas de Haworth (el pueblo de las Brontë) y alrededores, viajo en el espacio y en el tiempo desde el sillón (puestos a viajar, ¿quién quiere viajar únicamente en el espacio?) a muchos de los sitios que visitamos hace unos meses, a otros sitios que nunca hemos visitado pero conozco de oídas y a sitios totalmente incógnitos. Y, después de mucho pensarlo, he decidido que Barbara Pym es también una buena compañera - amena, rápida, graciosa, entretenida - de sillón. Así que ahora, de ratito en ratito y en alguna que otra escapada, voy leyendo su Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet).

Y aunque Héctor dé patadas a mis hábitos lectores, yo no me doy por vencida y le inculco desde ya en la buena lectura (entendida por mí, claro), así que no me pude resistir a este body de humor Jasper-Ffordiano (que será más absurdo de lo que ya es si uno no está familiarizado con el mundo de Thursday Next). Encuentro que me he vuelto un poco adicta a comprarle ropa a Héctor (también en parte porque la va necesitando, con algún capricho que otro); será la novedad, supongo. Y aunque el body es de talla 0-6 (debe de ser 0-6 de niño galés, porque es más grande que alguno que ya tengo de 12 meses) estoy deseando vérselo puesto a Héctor, que con eso de ser de comida seguro que - literalmente - no le hace ascos.

En fin, que me ha quedado una entrada de lo más dispersa. Pero es que una vida dispersa no puede tener otro resultado.

jueves, 18 de agosto de 2011

Counting My Chickens, de Deborah Devonshire

Mi historia con Deborah Devonshire es por lo visto una historia de esperas. A mí me tocó esperar a que llegaran sus tres libros por correo y al primer libro, Counting My Chickens, le ha tocado esperar a tener entrada propia una vez leído.

Supongo que hay mucha gente que llega a Deborah Devonshire a través de Chatsworth, la emblemática casa señorial que no hay duda de que hoy es lo que es y está cuidada como está gracias a los esfuerzos de esta mujer. Pero también hay mucha otra gente, como yo, que llega a ella por ser la última hermana Mitford con vida (y la más joven, aunque como nació en 1920 ya tiene unos cuantos años). También hay que decir que es de las hermanas más desconocidas, sin hacer bandera de sus tendencias políticas ni similares, prácticamente una desconocida de la que no sabía qué esperar, sólo tenía garantizado el sentido del humor Mitford de serie, que como garantía siempre sirve.

Y no sólo no me decepcionó en ese sentido sino que me sorprendió gratamente. Es un humor ya, supongo que por los años, más apacible que el de los años locos de las Mitford, más reposado, pero no por ello menos entretenido. Y si bien Deborah no proclama su ideario político a los cuatro vientos, sí que es verdad que leyendo el libro se le ve la faceta conservadora, de esas de Inglaterra conoció tiempos mejores, ya no es lo que era, ahora nos hacen la vida imposible con tantas regulaciones, etc. (Inevitable esto último siendo hija de una madre que, al descubrir que tres de sus vacas tenían tuberculina y por tanto su leche no podía venderse, decidió que "bueno, pues que se la beban los niños"... y lo cierto es que no les pasó nada).

Counting My Chickens recopila artículos varios de diferentes publicaciones de todo tipo y temática y de ahí que los escritos no sean sólo de lo más amenos sino también variadísimos tratando de temas familiares y de Chatsworth y de lectura (aunque ella misma reconoce que no es una gran lectora porque no soporta acabar los libros) y de su pasión por las gallinas y demás. Todo contado con el inconfundible tono Mitford, irreverente a veces, sorprendente y tronchante siempre. ¿Qué hay más Mitford que una mujer que dice que compra su ropa en las ferias agrícolas y si no en Marks y Spencer o si no, ya directamente, en París? (Y cuando ella dice París es por supuesto el París de la alta costura). Pocos comentarios y actitudes más Mitfordianos que ese.

En fin, una curiosa lectura y una curiosa mujer de la que me alegro de haber comprado varios escritos porque sin duda quiero leer más cosas suyas. Y dentro de poco otro para la lista.

domingo, 14 de agosto de 2011

Héctor y la lectura



Han pasado unos cuantos días desde la última entrada y, siendo fiel a la verdad, no le puedo echar la culpa a Héctor, sino más bien a las tareas domésticas, cosa que resulta mucho más triste. Mientras que no me importa que se me escape el tiempo mirando a Héctor reírse y preguntándome por enésima vez si será una sonrisa real o una sonrisa por imitación, "perder el tiempo" fregando y planchando y, en general además, derritiéndome por momentos me da mucha más rabia.

Lo que sí que Héctor me impide, por alguna razón, es leer. Mientras le doy de comer, que sé que para mucha gente es un momento plácido de lectura, me resulta bastante difícil leer porque no me concentro. Manuel alega que no tengo reparos en surcar los mundos de internet en la BlackBerry y tiene toda la razón, pero también es verdad que la capacidad de concentración necesaria en general es mucho menor. Los ratos en que me siento sin Héctor comiendo (que son pocos, y no lo digo a modo de mártir porque Hector come mucho y paso muchísimo rato sentada) lo más probable es que me quede dormida en tiempo récord, a veces tras hacer amago de leer, a veces siendo realista y asumiendo lo que va a pasar. Así que Elizabeth Bowen y su The House in Paris lleva siglos rondando de acá para allá y está camino de ser, si no lo es ya, el libro menos leído pero más viajado del mundo, porque sus idas y venidas incluyen todas las salidas a la calle. Creo que la cesta del cochecito tiene ya una deformación que se ajusta perectamente al tamaño del libro.

A Héctor, como a tantos niños, le encanta ir a la calle. Lo que no le gusta son las salidas y las entradas (Manuel y yo bromeamos acerca de que tiene un GPS de serie con el que sitúa perfectamente nuestro portal: es ir llegando y abrir el ojo y... berrear; decimos también que si alguien de la casa sólo le conoce por las entradas y las salidas no es raro que piense que tiene al niño más llorón del mundo como vecino y lo cierto es que no lo es) ni que el cochecito se detenga. Así que si entro en una tienda más vale que esté dormido o, como el otro día, tendré que dejar las compras a medias, ir a dar una vuelta para que coja el sueño y volver y retomar las compras*. Lo que quiere decir que aunque yo todos los días salgo de casa con el propósito de ir a la terracita oasis a sentarme y leer al fresco de momento sólo lo conseguí el día de la foto y el resultado no fue el esperado. Vale que me entretuve unos minutos inmortalizando el momento pero es que fue soltar la cámara, sacar el libro y Héctor empezar a inquietarse un poco: lo suficiente para no llorar tanto que hubiera que ponerse en marcha y lo suficiente para dejarme leer sólo una línea del libro... y dejarme leerla unas cien veces, tantas como intenté retomar la lectura hasta que me di por vencida y fue hora de volver a casa.

Y por supuesto tengo pendiente hablar del libro de Deborah Devonshire que acabé ya hace tiempo. Otra cosa que parece que no consigo nunca hacer, aunque me propongo que sea la próxima entrada que aparezca en el blog.

Mucho más esperanzador es el hecho de que el sillón donde pasamos el 90% del día está justo delante de la estantería y Héctor cada día se queda más embobado mirando los lomos de los libros (doy por hecho que lo que le gusta son los colores o lo que sea que vea, no es que piense que se imagina a sí mismo leyendo a Muriel Spark ni nada por el estilo... ni que lo imagine yo tampoco).

En otro orden de cosas, Héctor esta semana cumple ya un mes, su primer mes. Creo que aunque mi padre me dejó adicta a visitar la pastelería a la que fuimos asiduos mientras mis padres estuvieron aquí y ya he ido un par de veces desde que se fueron (el otro día para comprar una tarta deliciosa para celebrar el cumpleaños de Manuel; tarta que acompañamos con Cane Cola, que pude conseguir por internet y que nos supo a gloria, (a Nueva York, vaya) y momento que quedó sin inmortalizar por ser bastante caótico) creo que aunque el homenajeado no pueda tomar su propio pastel directamente siempre es una buena excusa para tomar un dulce.

* También es verdad que ahora las compras duran más que antes. Rara es la vez que no hay una dependienta o algún cliente (o en la calle algún viandante) que entabla conversación acerca del niño.

jueves, 4 de agosto de 2011

Adquisiciones recientes (niño recién nacido aparte)

Mis padres ya se volvieron a Madrid hace días. De haber sido puntual, habrían disfrutado de Héctor dos semanas más de lo que lo disfrutaron, pero Héctor dejó claro que no tenía ninguna prisa por nacer por mucho que sus abuelos hubieran venido desde Madrid a conocerlo y dejó claro también que aquello de andar y andar para que los niños nazcan no siempre se cumple.

Pese al calor, mis padres y yo siempre salíamos a andar y casi siempre acabábamos en una terracita cuyo nombre obviamos en favor de "oasis" ya que parecía tener un microclima particular incluso en los días más calurosos. Al cabo de poco tiempo, nos sentábamos y ya sólo hacía falta decir un "lo de siempre" para obtener nuestras bebidas bien fresquitas. Daba gusto así.

Algo también invariable en nuestros días era volver a casa con ansias de mirar el buzón a ver si terminaban de llegar todos los libros que tenía pedidos. Otra vez volvieron a tardar bastante y, como les decía a mis padres y a Manuel, entre el niño que no llegaba y los libros que no llegaban aquello parecía una prueba de resistencia de mi paciencia, que nunca fue gran cosa, pero en ambos casos no tenía más remedio que apechugar y esperar un poco más. La moraleja es que al final todo llegó, claro.

A Héctor ya lo he presentado en sociedad aquí, pero no así con sus libros compañeros de espera.



La excepción a los libros en el buzón sería London Under, de Peter Ackroyd. La historia es curiosa, ya que uno de los regalos de cumpleaños de la única lectora (que me los trajo por adelantado y yo aún le debo los de su cumpleaños con mucho, mucho retraso) era repetido y hubo que cambiarlo. Pululando por la sección de libros en inglés de la Fnac, desganada y, como siempre últimamente (aunque ya la visito poco), preguntándome cómo antes me podía resultar tan fácil encontrar libros allí y si serán mis gustos o su selección los que han menguado, me topé por pura casualidad con este que ya no pude devolver a la estantería. La única lectora parecía un poco confusa con la elección, pero yo estaba y estoy encantada. Lo reservo, eso sí, para cuando algún día volvamos a Londres (el año que viene con los Juegos Olímpicos no sé si podrá ser).

Y el otro libro sí que vino por correo: Imagined London, de Anna Quindlen. Recomendado por Óscar y con una pinta tan excepcional que aunque mi idea es también reservarlo para un futuro viaje a Londres, me pregunto si realmene seré capaz de esperar.

Lo que más gracia me hace de esta foto de estos dos libros, eso sí, es que es prácticamente idéntica a una de Samedimanche. Ah, la anglofilia...



La segunda tanda de libros también es muy anglófila y no muy variada: una bibliografía improvisada (en septiembre saca nuevo libro) de Deborah Devonshire (la última hermana Mitford con vida). Counting My Chickens llegó el primero y al ser también el primero en orden de lectura me puse con él y es el libro del que tengo pendiente hablar. Se trata de una colección de artículos escritos por ella, igual que Home to Roost. Wait for Me! en cambio son sus memorias y estoy deseando ponerme con ellas también.

Si ahora consiguera retomar un ritmo algo mejor de lectura ya sería estupendo. Pero bueno, no me quejo, que ya aprendí que todo llega.

martes, 2 de agosto de 2011

Creatividad



Una hace planes abstractos del tipo "de hoy no pasa que no escriba en el blog" y muchas horas después (no necesariamente largas), metiéndose en la cama sigilosamente más dormida que despierta, medio cae en la cuenta de que ha pasado otro día sin siquiera poder hacer un intento.

Así que las entradas se escriben y, por lo de la falta de sueño (que en realidad, debo reconocerlo en deferencia a Héctor, no es demasiada técnicamente, pero sí un poco para lo que soy yo*), se borran en mi cabeza. En general, eso sí, suelen ser pequeños párrafos o incluso sólo una frase, probablemente, según la hora a la que esté tecleando mi cerebro, incluso mal construida.

Mientras escribo esto - más largo que nada escrito en mi cabeza en los últimos días - Héctor duerme plácidamente sobre nuestra cama, que es su sitio preferido para dormir. Su minicuna, con todo lo mona que es, le hace menos gracia. Eso hablando de sitios para dormir ideados para eso, porque en realidad su sitio preferido para dormir son mis brazos, más aun si paseamos por el pasillo de casa (pequeñito, o sea que para cuando hemos dado tres paseos de un extremo a otro la que se cae de sueño soy yo). Eso ha dado pie a que hoy, volviendo de la calle con todo el calorazo y con un niño que berreaba porque según parecía no aguantaba un segundo más sin comer, le haya tenido que sacar del cochecito y, pilotando con una sola mano, recorrer los últimos metros con él en brazos, momento que ha aprovechado una señora desconocida para echarme la bronca por "acostumbrarle mal". De no haber sido por estar pendiente de tantas otras cosas y porque, reconozcámoslo, el sueño siempre reinante hace que las cosas se vean con cierta distancia no siempre perjudicial, creo que me habría girado y le habría dado un mandoble o, como mínimo, le habría dicho que no se preocupara, que si se malacostumbraba la única que pagaría el pato sería yo, y no ella. En realidad la he ignorado y eso que la mujer una vez que ha cogido el tema ya no lo soltaba.

Porque esa es otra: en mi cabeza, cuando no escribo entradas de blog que nunca llegan al blog, escribo un libro llamado "manual del peatón incívico". Si pensaba que la gente que no deja sentarse a las embarazadas en el transporte público era de lo peorcito, compruebo ahora que no están solos. Es una larga y creciente lista, pero con ellos estarían: la gente que, yendo por una acera estrecha, ven venir un cochecito y se niegan a desviar su rumbo un solo milímetro; el mismo tipo de gente pero con un cochecito, lo cual indica que no hay solidaridad entre clases; la gente a la que cedes el paso y no sólo no te dan las gracias sino que encima pasan como si tuvieran todo el derecho del mundo (que lo tienen, pero yo también); la gente que te ve luchando para abrir una puerta que pesa un par de toneladas y, en lugar de acercarse a ayudarte, sólo se queda allí mirando, intrigada por si conseguirás abrirla o no; la gente que hace eso mismo con el añadido de que estás entrando en su establecimiento y no hay un alma dentro y tú eres una clienta en potencia y sin embargo no se inmuta (y que si no fuera por el esfuerzo ingente de abrir la puerta, darías media vuelta y te irías sin más). Y un largo etcétera. Creo que en la bolsa del cochecito voy a empezar a llevar una especie de cuaderno de campo para anotar las características de toda esta fauna y revolucionar un día el campo de la antropología (o la ciencia que corresponda).

Y entre indignaciones varias, calores, falta de sueño, poca lectura (aunque tengo pendiente hablar de un libro y de los libros que esperaba y que ya recibí: ambas son entradas de las escritas en mi cabeza pero con un poco de suerte serán las próximas que escriba de verdad), Héctor está cada día más espabilado, cada vez nos hace reír más con las caras que pone y las cosas que hace (cambios de pañal con "surtidor" incluido, ¿cómo vive la gente sin ellos?) y, como puede verse en la foto de más arriba, sigue inspirando la creatividad ajena. Si la única lectora le trajo un estupendo cuento propio antes de nacer, una de mis primas le trajo este otro cuento tan mono hecho por ella misma cuando hace nos días estuvieron aquí. Desde entonces el cuento está al pie de la minicuna (aunque el niño no pase todo el tiempo que debería en ella), esperando a que se decida a leerlo.

* Y que depende mucho de si he visto pasar la aguja del reloj por las cuatro de la mañana. Creía que era una manía absurda mía pero resulta que a Manuel le pasa lo mismo con las cinco de la mañana. Es difícil de explicar, pero por alguna razón estar despierto a esa hora es más desesperante que estar despierto a cualquier otra. Manías.

martes, 26 de julio de 2011

Héctor



No puedo comenzar esta entrada sin dar las gracias a la única lectora por ejercer de corresponsal súper eficiente y sin dar las gracias a todos los que nos felicitásteis y dísteis la bienvenida a Héctor en la entrada anterior. Aunque no tuve tiempo de contestarlos, sí que fui leyendo los comentarios poco a poco a medida que se iban publicando, siempre haciéndome muchísima ilusión.

Por fin consigo sentarme a escribir esta entrada que tenía pendiente. Héctor ya es un hombre hecho y derecho de semana y pico y yo aún no lo he presentado en el blog. La falta de presentación se debe en parte a él mismo ya que, aunque no nos podemos quejar demasiado y se lo perdonamos todo por lo mono que es, lo de quedarse dormido aún no se le da del todo bien, así que nos pasamos los días tratando de que coja el sueño y de paso seguro que rompiendo unas cuantas reglas de todos los manuales del buen dormir y similares. Pero cuando se ven pasar las horas de reojo en el reloj del despertador eso es lo de menos. De todos modos, es un poco considerado y no nos obsequia con noches sin dormir todos los días, sólo algunas, por ejemplo y sin ir más lejos esta pasada noche ha sido un niño modelo.

Para compensar y para mantener sus casi cuatro kilillos, eso sí, come de maravilla. Será que los dulces de cierta pastelería con que mi padre nos sorprende día sí y día también le gustan tanto como al resto. Porque sí, pese a todo, aquí parece que todos nos hemos apuntado a la dieta de Héctor: la de engordar más que perder peso. No sólo iba a ser "imitarle" en lo de las pocas horas de sueño.

Y por lo demás nos pasamos los días entre pañales, entre paseos con el cochecito, entre quedarnos mirando las caras graciosas que pone y otras pequeñas cosas que resultan de lo más novedosas y entretenidas.

En cuanto vayamos consiguiendo poner algo de orden en nuestras vidas iré intentando volver a escribir con cierta regularidad y, sobre todo, a comentar en vuestros blogs. Lo que también debo decir es que la foto de Héctor que acompaña esta entrada será la única foto - al menos de cara - que ponga suya en el blog. Pero desde luego esta no será ni de lejos la última vez que aparezca él, de una u otra forma, por estos lares.

Gracias de nuevo a todos.

sábado, 16 de julio de 2011

Plan para el fin de semana

Entrada programada.

Dejo esta entrada programada a las ocho de la mañana, hora a la que, salvo aparición estelar de Mr X a última hora, estaré ingresando en el hospital para que, por mucho que él no quiera, nazca de una vez. En algún momento del fin de semana, esperemos que la cosa no se prolongue hasta el lunes, Mr X nacerá por fin y en cuanto pueda la única lectora dejará un comentario en esta entrada informando del evento, me pregunto si le dará un tono tipo revista Hola.

Y, de nuevo si no hay aparición estelar de Mr X a última hora, el retraso nos habrá permitido ir ayer al cine (extraño esto de hablar del futuro en pasado) a ver la última entrega de Harry Potter, cosa que yo siempre daba por descartada, pero que Mr X ha sido tan cortés de permitirme. Igual si la ciencia médica no llega a intervenir por él hasta puedo ir al concierto de Bon Jovi el día 27 de julio (lo siento por perdérmelo, pero llegar hasta esa fecha hubiera sido atroz).

En fin, me despido ya hasta que estemos de vuelta, instalados y acomodados de nuevo en casa.

jueves, 14 de julio de 2011

Cheerful Weather for the Wedding (Precioso día para la boda), de Julia Strachey

Sin novedades, así que sigo con los libros.

Tenía ganas de leer Cheerful Weather for the Wedding (Precioso día para la boda), de Julia Strachey desde antes incluso de comprarlo en la propia tienda de Persephone el año pasado, pero creo que lo que finalmente me dio el empujón final, como en tantos casos, fue enterarme de que se estaba rodando la película que se estrenará este año (creo). Creo que es el mismo empujón que recibieron quienes se animaron a publicarla recientemente en español como Precioso día para la boda.

Es un libro de esos que, si se quiere, se pueden leer de una sentada. A mí me ha llevado días, pero reconozco que es de lectura rápida. Si me ha llevado días ha sido por las circunstancias y por el hecho de que, no sé, me esperaba otra cosa. Y cuando esperas que un libro sea "otra cosa" siempre te queda al final la duda de si es que no te ha entusiasmado por las falsas expectativas o no te ha entusiasmado simplemente porque, con expectativas o sin ellas, no te hubiera dicho gran cosa de todos modos.

Parte de las falsas expectativas venía de las muchas y muy buenas críticas que había ido leyendo pero también del hecho de que los editores originales del libro fueran nada más y nada menos que Leonard y Virginia Woolf a través de su editorial The Hogarth Press allá por 1932. A Virginia Woolf sí que le entusiasmó el libro y yo creo que va siendo hora de que yo comience a aceptar que, por mucho que a mí me guste Virginia Woolf, por mucho que me gusten su estilo, su forma de ver y contar el mundo, nuestros gustos literarios no siempre coinciden.

Tampoco es que el libro no me haya gustado, simplemente no me ha dicho gran cosa, quizá también es todo atribuible no sólo a las falsas expectativas sino a las circunstancias en que lo he leído, pero me ha parecido un libro simplón de esos que quieren implicar muchas cosas y utilizar mucho simbolismo y demás pero que, en realidad, lo que cuentan y tal como lo cuentan me deja bastante fría.

Aun así tampoco es que me arrepienta de haberlo leído, de haber sido así lo hubiera dejado a medias, que yo para esas cosas no tengo reparos. Simplemente me ha decepcionado. A pesar de todo estoy segura de que veré la película, aunque sólo sea por ver cómo se las han ingeniado para hacerla, porque es como intentar adaptar La señora Dalloway: sí, sale una película que cuenta lo básico del libro pero no, en realidad no cuenta el libro.

¿Lo mejor de todo? El fantástico cuadro de Harold Knight que ilustra la portada de mi edición Persephone Classics.

miércoles, 13 de julio de 2011

Miss Buncle's Book, de DE Stevenson

Seguimos sin novedades, así que yo continúo con las entradas pendientes.

Hay libros que, a veces, no se merecen los lectores que les tocan: eso es lo que le ha pasado a Miss Buncle's Book conmigo. Pese a que me estaba gustando mucho, lo leí muy, muy lentamente, con excepción de las páginas finales donde casi, casi recuperé un ritmo normal. Es un poco extraño eso de mirar el buzón con ansias de recibir libros todos los días y, paradójicamente, estar medio estancada con la lectura que se tiene entre manos.

Y, como ya dije, la culpa no es en absoluto del libro, que es una lectura de lo más veraniega: ligerita, alegre, de esas que te dejan con una sonrisa y te hacen sumergirte en un mundo muy real. Como South Riding (y como la lectura que estoy a punto de acabar estos días: me he anclado en el tiempo en todos los sentidos) sucede en la mitad de la década de los años 30 y está muy presente en la historia que se desarrolla. En este caso la señorita Buncle, que vive en un típico pueblo inglés (al estilo de Cranford y demás), se encuentra que los dividendos que le han permitido vivir modestamente han menguado y ya no dan tanto de sí, así que se tiene que tomar una decisión acerca de cómo subsistir: criando gallinas, cosa a la que su criada de toda la vida se opone, o escribiendo una novela. Gana la segunda opción y la señorita Buncle, que siempre insiste en la poca imaginación que tiene, escribe nada menos que una novela que publica bajo pseudónimo en la que plasma su forma de ver su pequeño - pero divertidísimo - mundo. Los habitantes del pueblo tardan poco en reconocerse y se produce esa contradicción por la cual compran el libro en masa a la vez que quieren linchar a su misterioso autor.

Lo mejor de todo es que, con imaginación o sin ella, el libro de la señorita Buncle consigue cosas hasta entonces impensables.

Lo mejor, claro, como en todos estos libros, son los personajes. Siempre me pregunto si este tipo de pueblo tan típicamente inglés y que aparece en tantas novelas existió/existe realmente o si siempre fue una especie de versión idealizada de pueblos más al uso. Los ingleses siempre han tenido su fama de excéntricos, o sea que tampoco sería tan sorprendente encontrarse con este tipo de pueblos en los que tampoco consigo decidir si me gustaría vivir o no. Visitar, como en este libro, doy por hecho que sí.

Lo que también doy por hecho que haré será la segunda parte recién publicada por Persephone: Miss Buncle Married. No sé si la leeré más o menos rápido que esta primera entrega, pero espero que lo de continuar con la historia le haga ver al libro que no era culpa suya.

domingo, 10 de julio de 2011

Cambio de década

Seguimos igual. Ni la lista de cosas pendientes animó a Mr X a nacer. Pienso ahora que quizá el pobre es muy cortés y se le ha ocurrido dejarnos tiempo para resolverlo todo. Mal asunto, porque resulta que una de las ideas que yo tenía para decorar su habitación se ha ido momentáneamente al traste ya que los marcos que compré han resultado ser un poco más pequeños de lo que yo necesitaba, de modo que ahora hay que hacerse con unos nuevos.

Con esa excepción me dispongo a ir tachando cosas de la lista y empiezo por comentar mi cumpleaños. Nos comimos el delicioso brazo de crema con sus deliciosas velas de chocolate que hacían que el "shock" numérico fuera menor. Qué rico estaba todo.



Y por supuesto no todo fue comer, sino que también me dediqué a abrir regalitos. Mis padres me dieron los suyos nada más levantarme; Manuel me tuvo en vilo hasta un poco antes de comer.



Mis padres me regalaron una tetera-taza monísima y que faltaba en mi colección de teteras, la Poesía completa de Borges (creo que en este blog he hablado poco de lo mucho, mucho, mucho que me gusta la poesía de Borges) y un reloj de plástico de los que se llevan ahora que, por suerte, habían añadido a última hora y que había venido con una revista. Digo por suerte porque desde que llegaron y en nuestros muchos y largos paseos cada vez que pasábamos por una tienda que vendía relojes de plástico yo aprovechaba para ponerlos verdes (en parte porque yo sólo puedo llevar relojes metálicos: los de plástico y los de piel me dan alergia). Al final la cosa no les salió mal: a las cosas amarillas se les perdona prácticamente todo y me ha venido muy bien para la mesilla.

Manuel me regaló una Blackberry a la que me he vuelto adicta (Manuel cada vez que me ve con ella siempre dice que ha creado un monstruo), una webcam que aún no hemos probado (para que la familia vea a Mr X cuando algún año de estos decida que es hora de ver mundo) y un póster de Londres en 3D (en la foto no se aprecia, pero el autobús rojo parece que se sale de la foto al natural: muy chulo) para el que también necesito un marco.

Los dos libros adicionales están ahí porque llegaron el día de mi cumpleaños así que aunque fueron autorregalos no me pude resistir a ponerlos en la foto. El nuevo de Virginia Nicholson: Millions Like Us, con buenísima pinta y la parte de la decoración de la habitación de Mr X que necesita marcos ligeramente más grandes: postales con portadas clásicas de libros Puffin. Ya tengo seleccionadas las que quiero poner y todo, una pena lo de los marcos.

Me doy cuenta de que antes de estos dos llegaron un par de libros más que nunca puse aquí, pero como estoy a la espera de otros tres (que también tardan: ¿por qué ese empeño cósmico en comprobar cuánto aguanta mi paciencia para esperar cosas?), cuando esos lleguen ya los mostraré aquí todos. Espero que esto de la tardanza no sea una mala señal acerca de la compra de The Book Depository por parte de Amazon (a mí me ha gustado mucho Amazon, pero ahora me decantaba más por The Book Depository, espero que la compra no lleve a la vuelta a los gastos de envío y/o precios más altos).

Ahora tengo curiosidad por ver qué llegará antes: los libros que faltan o Mr X. Claro que los libros llevan menos retraso acumulado que Mr X...