jueves, 30 de septiembre de 2010

Cualquier excusa es buena

Creo que ya he contado alguna vez que tengo, cómo llamarlo, "el síndrome del último", un síndrome que provoca una paralización total a la hora de tomar lo último de algo. El armario de los tés está lleno de "últimos": tés que son la última bolsita de su especie (independientemente de que sea posible comprar más o no) y que prefiero tener ahí y saber que los tengo y puedo tomarlos cualquier día (¡ja!) que no acabarlos cuando llega el momento y dejar de verlos en el armario. El "síndrome del último" es tan surrealista que a veces casi sería mejor que el último de cada especie se pusiera malo y hubiera que tirarlo a tener que tomarlo yo. He dicho casi, que conste.

Con los jelly bellies de vainilla - que no se pongan malos, por favor - voy a pasito de tortuga, un par al día como mucho. Y a medida que van quedando menos los voy estirando más y más. No dejaré un caramelito solitario en la bolsa, pero me costará horrores digerirlo.

Enseguida de volver de Nueva York Manuel se acabó unas chocolatinas de chocolate negro y arándano azul que había comprado en la tienda de Hershey's. Se las acabó sin problemas: un día llegó a la última que quedaba en la bolsa y se la comió y tiró el plástico en que iba envuelta sin más, como si no hubiera sido la última. Yo aún tengo mi tableta gigante de Cookies'n'Creme sin abrir. La miro tentada todos los días y ya no me sirve la excusa de que con el calor el chocolate apetece menos. En la Delishop venden tabletas más pequeñas de Cookies'n'Creme: las he comprado alguna vez. El no abrir la tableta neoyorquina es disparatado.

Cuando volvimos de Nueva York metimos en el frigorífico dos Cane Colas y una Coca Cola de vainilla. Manuel, con un poco más de ritual que con las chocolatinas, se fue bebiendo las Cane Colas. Eso sí, no fue capaz de tirar las botellas (todo se pega). La Coca Cola de vainilla languidecía, iba cambiando de balda y Manuel preguntaba cuándo tocaba beberla, me intentaba poner paranoica con que iba a caducar pero yo sabía que caducaba dentro de muchísimo, así que le iba dando largas.

Con esta temperatura rara que hace, ayer por la tarde no me conseguía decidir entre hacerme un té o abrir una lata de Coca Cola. Pensando, pensando, decidí que los 200 años de Elizabeth Gaskell bien se merecían "descorchar" la Coca Cola de vainilla (no lo parece, pero el "síndrome del último" pesa: todo lo que uno no se atreve a tomar se va a acumulando de alguna forma). Se lo propuse a Manuel, que aceptó encantado, aunque se rió por el surrealismo de Gaskell y Coca Cola (lo suyo habría sido, efectivamente, un té). Cualquier excusa es buena, ¿no? Así que la abrimos y la saboreamos bien. Me redimí con la biografía de Gaskell por no haberla sacado en la foto oficial del bicentenario. ¡Qué honor salir en la foto con la Coca Cola de vainilla!






Cuando se acabó la Coca Cola no pude evitar recortar la etiqueta.

Debo confesar, eso sí, que el arrojo para tomar ayer la Coca Cola de vainilla también se debía a que unos días antes habíamos experimentado mezclando Coca Cola normal y vainillina de la que a veces me pongo en el té. Y, bueno, no era un sabor idéntico, pero sí muy, muy parecido al de la Coca Cola de vainilla. Sin ser exactamente igual, a partir de ahora me puedo hacer Coca Cola de vainilla casera siempre que quiera y sin síndromes traumáticos.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Bicentenario de Elizabeth Gaskell


Me acabo de dar cuenta de que a pesar de haber preparado la foto de la pila de libros Gaskell, con el retrato de Elizabeth Gaskell al fondo y demás, me dejé sin poner la primera obra de Gaskell que leí en la vida. Es lo que tiene hacer las cosas con prisa (mientras hay un pan haciéndose en el horno) y tener la biografía de Charlotte Brontë apartada del resto de libros de su autora, en la estantería Brontë.

Y es extraño que se me olvidara porque estos días la tengo muy presente. Resulta que el libro de juvenilia Brontë que tengo entre manos está editado por Oxford, los mismos que editaron la edición que yo tengo de la biografía de Charlotte Brontë escrita por Gaskell. A pesar de los casi 10 años entre edición y edición y del cambio de diseño de las portadas de los Oxford Classics, el papel es el mismo y la fecha de lectura - finales de septiembre, principios de octubre - es prácticamente la misma.

El otro día las asociaciones mentales se volvieron aun más poderosas cuando empezaron a caer gotas (de esas por las que no merece la pena abrir el paraguas aunque se lleve a cuestas). A pesar de haber tapado el libro de juvenilia como pude, al llegar a casa, y por si las moscas, lo puse debajo de una pila de libros para evitar que se ondularan las hojas. Años atrás, ya digo que por estas fechas, en los primeros días de algún curso de universidad (¿segundo?), yendo hacia el autobús cayó el diluvio cuando yo llevaba la biografía de Charlotte Brontë a cuestas. No recuerdo si fue con o sin paraguas, pero las hojas llegaron a casa onduladas y en esa ocasión también puse el libro con peso para que no fuera un daño permanente. Funcionó, y de esa anécdota no demasiado memorable sólo me acuerdo yo, al libro no le quedó ninguna marca.

La anécdota poco memorable pero memorable a pesar de todo es posible que se deba en parte al pánico a las hojas onduladas y en parte a que en esos momentos la biografía de Gaskell me estaba impactando. Con los años descubrí que había cosas exageradas, fuera de contexto o directamente falsas (siempre todo con la mejor intención), pero es cierto que, a pesar de todo, la biografía de Gaskell sigue siendo una fuente básica en materia Brontë. Sólo hay que leer con un poco de cuidado y no creerlo todo a pies juntillas.

Así que a pesar de no salir en la foto la biografía de Charlotte Brontë, en concreto en esa edición de Oxford es muy, muy especial. Hizo que me lanzara a por más libros de su autora y los leí en orden cronológico (no seguidos uno detrás de otro tampoco), como a mí me gusta.

De Mary Barton recuerdo sobre todo cómo empieza y cómo Gaskell, animada por su marido, lo escribió para tratar de distraerse de la reciente muerte de su hijo Willie, de nueve meses. Hay escenas inolvidables y tarde o temprano lo releeré. Me encantaría que alguien se animara a adaptarlo al cine o a televisión. Manuel y yo hemos comentado más de una vez cómo tiene todos los elementos de una gran serie/película.

De Cranford ya está todo dicho. Es el libro más adorable del mundo.

Ruth me impactó mucho y me confirmó lo que ya venía pensando desde Mary Barton: que Gaskell no era una escritora al uso. Era una mujer valiente que, inspirada por cosas que le ocurrían y veía en su vida cotidiana (como buena mujer victoriana y además, mujer de un pastor unitario), decidía que para ciertas cosas la pluma es más poderosa que la espada (por hacer una traducción literal del inglés "the pen is mightier than the sword").

North & South la leí antes de la miniserie, de ahí que aún tenga problemas con el final anacrónico de la serie, pese a que se trate de una grandísima adaptación de la novela. Además a la serie hay que agradecerle que volviera a poner a Gaskell, abandonada por el gran público, en el punto de mira.

Sylvia's Lovers es el libro suyo que menos me gustó. Se me hizo un poco pesado, algunos de los personajes no me convencían en absoluto y no me dijo gran cosa.

Wives & Daughters tardé mucho en leerlo porque siempre me cuesta mucho leer las obras inacabadas de un autor, sobre todo cuando el autor ya no tiene forma de acabarlas. Tuve que obligarme a leer el inicio de Emma de Charlotte Brontë (no confundir con la Emma de Jane Austen) y odié - y odio - el hecho de que se puedan hacer infinitas conjeturas acerca de cómo continuará, pero nadie, absolutamente, nadie lo sepa. Una historia inacabada es una de las cosas más tristes del mundo. Con Wives & Daughters, por suerte, está el hecho de que para cuando Gaskell murió, ya la había dejado lo suficientemente encauzada como para que el lector pueda hacer conjeturas más o menos plausibles. Aun así es una pena que esté inacabado, puesto que es una novela impresionante, buenísima. La adaptación que se hizo de ella en 1999 (también con un final un poco extraño) es, como la de North & South, muy buena, aunque mucho menos conocida (injustamente).

Y las historias cortas de Elizabeth Gaskell me encantan y lo mejor de todo es que gracias a Rufinito, pese a que no estén editadas en papel, o sean imposibles de encontrar en ese formato, ahora voy rellenando los huecos que tengo de las que no aparecen en las dos recopilaciones que tengo. Me encanta aún tener Gaskell que leer por delante.

Y todo este repaso e intento de homenaje a esta gran mujer se debe a que hoy es el bicentenario de su nacimiento. Gaskell está mucho mejor considerada a día de hoy que hace unos años, cosa muy merecida, aunque aun se merece más, diría yo. Sólo hace falta leer cualquier obra suya para engancharse al resto, para admirar a una mujer victoriana que no quiso morderse la lengua, cuyos libros desprenden una calidez que pocos libros desprenden. Su biografía y sus cartas confirman lo que el lector siempre sospecha: que, en la vida real no literaria, era así también: amable, humana, alegre, fuerte, cariñosa y siempre dispuesta a ayudar.

Sobre la disponibilidad en español de las obras mencionadas en esta entrada, recomiendo consultar esta entrada antigua así como sus comentarios.

martes, 28 de septiembre de 2010

Pan Hovis (otra vez)

Qué poco original soy. Ayer hice pan Hovis por la misma razón que la vez anterior (y primera): que no había restos dulces del fin de semana y cuando Manuel llegase a casa no habría nada que tomar.

Así que como Manuel me venía recordando con bastante frecuencia y desde hace semanas que el preparado de pan Hovis caducaba en septiembre (o sea, ya), me decidí a hacerlo de una vez. De nuevo fue facilísimo, y eso que, como ha refrescado, no las tenía todas conmigo con eso de que la masa doblara su volumen. Pero no hubo problemas, en hora y media estaba enorme.

Además fue la excusa perfecta para estrenar ¡por fin! mi molde de "cake", regalo de cumpleaños allá por julio, que ha languidecido en el armario todas estas semanas esperando turno.

Y como se trataba del estreno creo que no he dejado constancia aquí de mi indignación con los señores que piensan (si es que lo que voy a contar se puede considerar pensar) los embalajes de sus productos en Pyrex. Resulta que la gente de Pyrex trabaja para crear un buen producto, te lo venden diciendo que no hay nada que se pegue a esa superficie y demás maravillas. Y el señor que piensa en cómo embalarlo decide que el cartoncito que cuenta todo eso tiene que ir pegado con el pegamento más potente del mundo al interior del molde. Resultado: que allá por julio, Manuel se pasó más de una hora intentando quitar el pegamento. Primero lo intentamos con delicadeza, agua caliente, trapitos suaves y lo único que hicimos fue empeorarlo. Al final salió a base de alcohol (que no puede ser bueno para el recubrimiento del molde) y de un estropajo no tan suave como los trapitos (que tampoco es recomendable). Y así, a base de mucho frotar, salió. Pero es posible que acortásemos considerablemente la vida útil del molde. Y todo porque no se piensan las cosas. ¿De qué le sirve a una marca fabricar el mejor molde del mundo si luego lo estropea con un pegote de pegamento?

Indignaciones aparte, ayer me recreé en el uso del molde firme, mucho más cómodo que el de silicona. Al cabo de media horita en el horno y de un olor delicioso que se iba extendiendo por toda la casa, saqué esta joya. Para cuando vino Manuel y lo tomamos (aún queda, que conste), aún estaba un poco calentito. En fin, delicioso.

Manuel lo tomó untado con Nocilla y yo con sirope de arce. Cómo nos costó parar...











Tengo que volver a A Taste of Home un día de estos a por más provisiones.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Tortitas y patatas azules

Puede que la semana pasada la tarta sedosa de chocolate no fuera especialmente complicada (otra cosa es que la complicáramos nosotros un poco) pero, sería por el fin de semana largo, estábamos vagos, así que decidimos alimentarnos de dos cosas (dos cosas fuera de lo común, quiero decir) que Manuel había traído hacía algunos días de Carrefour, donde sólo vamos de vez en cuando y sólo compramos rarezas que no tienen en nuestro supermercado habitual.

Supongo que la masa de las tortitas debe de ser facilísima de hacer, pero nosotros utilizamos un preparado al que sólo había que echarle agua. Y de ahí a la sartén. Como el paquete decía que salían diez tortitas (y se cumplió, por cierto), las dividimos entre el sábado y el domingo. Así que ahí estábamos ambos días de buena mañana, cual madres americanas de serie familiar de los años noventa, haciendo tortitas para desayunar.

La primera tortita del sábado nos salió tirando a chunga (luego me dijo mi madre que la primera tortita y la primera crêpe siempre suelen tirarse) pero de ahí sólo fuimos a mejor y hay que reconocer que son muy fáciles de hacer, así que el mérito hubiera estado en el fracaso más que en el éxito.

Estaban ricas las tortitas y pueden haber marcado un nuevo giro en mi historia de amor/odio con ellas. De pequeña las odiaba, creo que porque alguna vez me había atiborrado a ellas y las aborrecí. Muchos años después, no sé bien si a finales de la década (siglo, milenio, etc.) anterior o a principios de esta me reconocilié con ellas en su versión Vips. Hasta que un buen día hace, no sé, ¿tres o cuatro años? unas me dejaron llenísima y empachadísima (y eso que casi nunca soy capaz de acabarlas, por eso lo de ahora poder pedir una sola tortita me parece un gran invento) y volví a repetir la experiencia de infancia. Consecuente aborrecimiento y desde entonces tan feliz sin probarlas. Pero creo que con estas me he reconciliado de nuevo con el mundo de las tortitas. Quizá porque estas eran sorprendentemente ligeras.

Eso sí, el sirope de chocolate del Vips debo reconocer que es mucho mejor que el nuestro. Utilizamos el chocolate líquido de Royal que habíamos utilizado también para decorar la tarta la semana pasada (y que en realidad teníamos en casa preparado para las tortitas, lo de también usarlo para la decoración fue una casualidad). La semana pasada no se notaba demasiado, pero en las tortitas notamos que cualquier parecido de ese sabor artificial con el chocolate era pura casualidad. El domingo prescindí de ponerme y las tortitas me supieron aun mejor.

La otra cosa curiosa que Manuel había traído de Carrefour y que habíamos conservado sin abrir en el armario todos estos días fue una bolsa de.... ¡patatas azules! Como bien dijo Manuel, ya no hay que ir a Nueva York a por eso (oh, pero sí a por tantas otras cosas*). La bolsa es de marca Carrefour, pero viene etiquetada para Francia y Holanda. Aquí, como es obligatorio, le han puesto una etiqueta en la que el traductor (y mira que era un texto corto) ha metido un poco la pata. Tanto en francés como en holandés (yo no sé holandes, pero "blauwe" es bastante comprensible) las llaman patatas azules Vitelotte (el nombre de la patata, porque el color es natural, no lleva colorante) y el traductor lo debió de leer rápido y de entrada escribió patatas violeta (debajo puso patatas vitelotte) y es cierto que el azul tira a morado (más que a violeta, diría yo) pero me suena a metedura de pata, al fin y al cabo Vitelotte mirado rápido se parece a violette.

Nombres aparte, resultaron estar tan ricas como las americanas (¡probadlas!), aunque tenían el mismo problema: hay algunas requemadas (que no están tan ricas). Me parece curioso que en los dos tipos que hemos probado pase lo mismo, así que deduzco que son patatas que se queman más fácilmente que las otras, no sé.

Lo más curioso de todo fue que el color era prácticamente idéntico al predominante en la portada de mi lectura actual. Las patatas se podían camuflar en ella.

La película de anoche con plancha (qué bien, con el cambio de tiempo ya no me deshidrato planchando) estuvo muy bien, un poco al estilo de la saga del Thin Man que tanto me gusta: A Night to Remember (¡Qué noche aquella!). Situada en pleno Greenwich Village neoyorquino y con un poco de lluvia neoyorquina que ahora vemos totalmente natural y no pasada de rosca, como parecía antes. Estuvo muy bien.

* Ayer mientras desayunábamos las tortitas casi me atraganto al ver en El País Semanal que hay una empresa distribuidora que va a traer productos Boylan (Cane Cola, etc. ). ¿Será verdad? ¿Las distribuirá lo suficiente como para que las podamos encontrar por ahí? Ojalá. De momento el recorte ya está sujeto con imanes en el frigorífico. A ver si hay suerte. Para volver a Nueva York siempre habrá mil excusas más...

domingo, 26 de septiembre de 2010

Por las fiestas de la Mercè



El viernes decidimos dar un paseo por el "cogollo" de las fiestas de la Mercè de este año y, sin ser la inmersión total del año pasado con la visita de la única lectora, pudimos ver bastantes cosas. Manuel no pudo resistirse a dar también una vuelta por los puestos de libros. Yo encantada de dar una segunda vuelta y de que él la diera también porque normalmente tiene más ojo que yo y suele encontrar más cosas. Así fue y, por cinco eurillos, compramos el librito que aparece más abajo.

Daba gusto pasear, a pesar del gentío, tanto por la buena temperatura como por el hecho de que no había tramo por el que no se escuchase una música u otra, tanto de los escenarios grandes como de las pequeñas esquinas.

Al final acabamos como siempre viendo el desfile de gigantes y cabezudos, este año en la misma Plaza de Sant Jaume (donde además del desfile presenciamos una bonita puesta de sol, como puede verse en la primera foto). Pese al mucho retraso que llevaba mereció la pena aguantar - como siempre - y descubrimos que es muy buen sitio puesto que allí van presentando las figuras y diciendo de dónde viene cada una. Otros años en la Via Laietana las veíamos pasar sin más, adivinando la procedencia de alguna por el séquito que lleva.

Este año el desfile estaba dedicado al Modernismo y al Año de la Música, con especial atención al paso de Chopin y George Sand (o "George San", como la llamaba la Guía del Ocio) por la ciudad. No sé qué harán el año que viene con sus dos figuras, pero la de George Sand me gustó mucho.


Y además en la Plaza de Sant Jaume los dos gigantes de la ciudad de Barcelona se paran a ver el resto del desfile y al final, cuando ya se van, bailan entre ellos, que es algo que me parece impresionante. Un vídeo cortito de un poco del baile (que sé que a mi madre, que lee el blog, le gustan los gigantes y cabezudos). Un poco oscuro, eso sí.



Y aunque teníamos medio planeado quedarnos a ver la proyección sobre la fachada del ayuntamiento, la muchedumbre y el llevar a pie quieto más de dos horas nos pudieron. Salimos de entre la masa como pudimos y acabamos en Caelum, que hacía siglos que no lo visitábamos y lo echábamos de menos.

Ahora también tienen yemas (aunque no de santa Teresa), que me encantan, y, aunque no compré ningún paquete (esa opción habría sido más barata), no pude resistirme a pedir una con el té de canela (rico y muy suavecito), aunque hasta el último momento pensé que me pondrían al menos dos ya que la carta decía "yemas" y 1,20 por una sola me parecía un poco excesivo. Al final fue una, ya se sabe que Caelum es un sitio con muchísimo encanto pero donde comer algo (los tés en cambio están a buen precio) sale carito.

En cualquier caso, el ambientillo y la atmósfera siempre son excelentes. Nos repusimos y nos recreamos en nuestro ejemplar de Jane Eyre de 1946, con ilustraciones copiadas de la película de 1944. Muy curioso.


viernes, 24 de septiembre de 2010

Marcapáginas: usos y costumbres

Me gustó la conversación que surgió sobre los marcapáginas en la entrada acerca de mis marcapáginas recién llegados así que hace unos días, cuando estaba por fin colocando en sus nuevos hogares a los libros traídos de Nueva York e incluso algunos adquiridos con anterioridad (sí, me lo he tomado con calma), no pude resistirme a hacer fotos de mis dos cajas de marcapáginas. Estas son las dos cajas "oficiales", puesto que prácticamente, mire donde mire, siempre surge un marcapáginas.

Las cajas oficiales contienen, por regla general, marcapáginas comprados (por mí o para mí) y muy poquitos de publicidad, sólo algunos especialmente bonitos. Soy una snob de los marcapáginas y tiendo a utilizar sólo los "de pago". Pero a los publicitarios no les hago ascos porque me sirven para marcar dónde me quedo en las antologías que no leo seguidas, para marcar las notas finales que llevan muchos libros y que hay que ir consultando a medida que se lee (aunque para esto suelo utilizar postales de esas de publicidad, más cómodas), para marcar puntos de referencia (aunque a medida que leo un libro las páginas en que aparecen textos que quiero conservar las marco con uno de los seis "marcapáginas" de papel que venían en el Book Lovers' Kit; es un ritual, eso de pasar de libro en libro que leo los seis marcapáginas), etc.

Para los marcapáginas "de pago" ya comenté que el ritual consiste en no usar el mismo dos veces seguidas y elegirlo según lo que me sugiriera la idea del libro que tenga antes de leerlo. Otro ritual es que el marcapáginas elegido sea más pequeño que el libro al que va a ir a parar. Salvo si estoy leyendo y lo pongo por las páginas de más adelante dejando que sobresalga por encima para localizarlo rápidamente, no aguanto que el marcapáginas sobresalga por encima del libro, más que nada porque eso da lugar a todo tipo de arrugas, dobleces y esquinas chafadas. Y de ahí que tenga dos cajas.

En la primera, que en realidad era de mi madre pero que en algún momento me apropié, guardo los marcapáginas grandes, que sólo suelen servir para libros de tapa dura o similares.



Y en la segunda caja, más grande porque tengo muchos más, están lo de tamaño adecuado para libros de bolsillo. Los uso más que los anteriores, porque leo más libros de bolsillo.



Un montoncito para que se aprecie bien el grosor del fajo de marcapáginas "pequeños".


En este montón faltan los nuevos, que entonces aún no había guardado, y unos marcapáginas preciosos que guardé tan bien, tan bien (esto le pasa mucho a mi madre) que ahora no sé dónde están. Eran unos marcapáginas comprados en la casa-museo de las Brontë, cada uno de una hermana, y que ya no venden. En la parte de arriba tenían una ilustración en blanco y negro, debajo un texto y debajo una cintita de raso, cada una de un color. Se guardaban en unos sobrecitos a medida. Ahora cada vez que leo un libro Brontë deseo usar uno de esos marcapáginas, pero ya he mirado en todos los sitios que se me ocurren que podría haberlos guardado y nunca doy con ellos. Espero que algún día vuelvan a aparecer.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Betty's

He had been trying to visit all of the Betty's Tea Rooms--Ilkley, Northallerton, two in Harrogate, two in York. A genteel itinerary that would have done a coachload of elderly ladies proud. Jackson was a big fan of Betty's. You could guarantee a decent cup of coffee and the respectable food and the fact that the waitresses all looked as if they were nice girls (and women) who had been parcelled up some time in the 1930s and freshly unwrapped this morning. It was the way that everything was exactly right and fitting. And clean. [...]
If Britain had been run by Betty's it would never have succumbed to economic Armaggedon. Over a pot of house blend and a plate of scrambled eggs and smoked salmon in the café in St Helen's Square in York, Jackson fantasised about being governed by Betty's oligarchy--Cabinet ministers in spotless aprons and cinnamon toast all round.

Había intentado visitar todos los salones de té Betty's: el de Ilkley, el de Northallerton, los dos de Harrogate, los dos de York. Un refinado itinerario que hubiera hecho las delicias de un autocar lleno de ancianitas. Jackson era un gran fan de Betty's. Te asegurabas una taza de café en condiciones, la comida decente y el hecho de que todas las camareras parecieran buenas chicas (y mujeres) a las que habían empaquetado allá por los años treinta y acababan de desenvolver esta misma mañana. Todo estaba en orden, todo encajaba. Y todo estaba limpio. [...]
Si Betty's hubiera estado en el gobierno, Gran Bretaña nunca habría sucumbido al Armagedón económico. Con una tetera de mezcla de la casa y un plato de huevos revueltos y salmón ahumado en el café de St Helen's Square en York, Jackson se imaginaba cómo sería una oligarquía gobernada por Betty's: su gabinete de ministros con delantales impolutos y tostadas de canela para todos.
(Traducción rápida y un poco libre mía)

Este fragmento de Started Early, Took My Dog, de Kate Atkinson, me hizo mucha gracia, sobre todo en lo que se refería a la atemporalidad (o viaje atrás en el tiempo) reinante en Betty's, porque es algo totalmente cierto. A mí no me importaría coleccionar visitas a los distintos salones de Betty's. ¿Tiene puntos extra el hecho de que el único en el que hemos estado sea justamente en el que se sienta Jackson Brodie en el fragmento anterior? St Helen's Square es una deliciosa plaza en York (iba a decir en el centro de York, pero en York es todo céntrico) que yo conocí por primera vez en 2001, aunque no entré, y a la que volví en 2007 con Manuel. Una tarde del mes de agosto por fin me saqué la espinita de tomar el té allí. Y es una experiencia tan deliciosa como la describe Jackson Brodie.

Las fotos son de 2007 y, por tanto, con la cámara vieja. (En la primera foto se puede ver Borders al fondo. No sé qué habrá allí ahora que ya no hay Borders en el Reino Unido. Pero ese fue el primer Borders que conocí, en 2001, y que me convirtió en fan y en el que pasé mucho, mucho tiempo metida en el mes que pasé en York).








miércoles, 22 de septiembre de 2010

59a Fira del Llibre d’ocasió, antic i modern

El lunes me pasé (y me paseé) por la Fira del Llibre d’ocasió, antic i modern de este año. Pensaba, como mucho, volver a casa con un libro, pero pasear entre libros antiguos (los de ocasión no me dicen gran cosa) siempre es un placer, aunque sólo sea para mirar los lomos, los diseños antiguos, hojear algunos particularmente llamativos, asustarme ante algunos precios, por altos, y sorprenderme ante algunos otros, por bajos.

Me gustan los de la colección de Aguilar de Premios Nobel, con sus lomos de franjas azules y amarillas. Hace tiempo que busco el de Selma Lagerlöf y aunque últimamente me he encontrado con él un par de veces y aunque no es especialmente caro, ahora no termino de decidirme. El otro día me topé con un ejemplar (justo en este grupo de la foto) pero olía muchísimo a humedad y me dio un poco de repelús, así que lo devolví a su sitio. He comprado libros con olor a humedad, pero ninguno había olido como este.



De puesto en puesto hojée periódicos antiquísimos y descubrí que los Don Mickey ya son madera de algunos puestos, aunque no me atreví a preguntar cuánto costaban. Además, al contrario del libro de Selma Lagerlöf que decía arriba, lo mejor de los Don Mickey en su día era el olor del papel recién impreso. Uno de estos me lo acerqué discretamente a la nariz (soy adicta a oler libros, y parece que se me va agudizando además) y ya sólo olían a papel viejo como era de esperar.

Me encontré un año más con una colección preciosa de libros de no sé qué años (nunca me he fijado, qué despiste) que me encantan por sus portadas y por los cantos decorados.No hay ninguno que me llame especialmente la atención (aunque hay uno de Tennyson, por ejemplo) y me resisto - por el momento - a comprar un libro (de unos 40 euros) sólo por su aspecto. Pero cuando me encuentro con ellos me encanta mirarlos y admirarlos. Ya no se hacen libros así.



Al final compré el libro que tenía previsto y que, a fin de cuentas, es de la categoría de "ocasión": Atlas ilustrado de carteles de la guerra civil española. Un buen complemento a mi libro de la WPA y una muestra más de mi creciente afición a este tipo de carteles. Ya lo llevaba viendo desde hace tiempo por ahí y como está muy bien de precio (15 euros), ya no quise dejarlo pasar una vez más, que ya se sabe cómo acaba siempre eso.

Y con la nueva adquisición y la feria recorrida de principio a fin, inauguré la vuelta al té en Starbucks (hasta el año que viene, frappuccino de vainilla) en la buena y alocada compañía de los pequeños Brontë en mi lectura actual.

martes, 21 de septiembre de 2010

In Their Own Words (BBC)

Es una curiosidad extraña eso de querer conocer las voces de los autores que lees. Lamento desde que los conocí el hecho de que nunca sabré cómo sonaban las voces de la familia Brontë: nunca sabré si es verdad eso de que cuando Charlotte llegó al segundo colegio al que fue y a pesar de haber nacido en Yorkshire hablaba con acento irlandés heredado de su padre, nunca sabré si se le quitó (o se lo quitó ella misma) con los años, nunca sabré si Emily era realmente capaz de alternar entre un inglés de Yorkshire profundo y uno un poco más refinado, nunca sabré cómo era la voz dulce de Anne, nunca sabré cómo hablaba y encandilaba Branwell, nunca sabré cómo sonaba la voz de Patick desde el púlpito de la antigua iglesia de Haworth. A los místicos les gusta decir que sus voces aún resuenan en la que fuera su casa durante tantos años. Todas las veces que yo he ido lo único que he escuchado es el silencio reinante puntuado por los comentarios de otros visitantes.

Curiosamente hasta ahora mismo nunca me había preguntado por la voz de Jane Austen o la voz de Thomas Hardy.

Creo que Virginia Woolf es la primera en el tiempo de mis autores preferidos en haber dejado un testimonio sonoro. Lo oí por aquellos tiempos lejanos a principios del siglo y del milenio cuando cargar un pequeño archivo sonoro en internet llevaba su tiempo. Acababa de descubrir a Virginia Woolf, estaba encantada con su prosa y escuchar su voz de clase no alta, altísima, para mí que estaba acostumbrada al inglés de a pie de calle y de los libros de texto fue un pequeño shock. Aun a día de hoy, cuando ese "clip" de voz está tan extendido y sin ser igual que la primera vez, la voz y el acento me siguen chocando y prefiero no escucharlo. Me aferro como a un clavo ardiendo al hecho de que su sobrino y biógrafo, Quentin Bell, dijera que esa voz no tenía nada que ver con la de su tía al natural. Me aferro como a un clavo ardiendo al mal sonido de la radio y las grabaciones de la época.

Así que los tres episodios del programa de la BBC In Their Own Words dedicado a rescatar archivos sonoros y, donde los hay, visuales de eminentes autores británicos me ha resultado curiosísimo, por aquello de poner voz a tantos textos. Y eso que autores que me gusten realmente no salían demasiados. Reconozco que en el gran orden de las cosas literarias impuesto, Barbara Pym o Elizabeth Taylor pueden tener poco peso (otra cosa sería el debate al estilo A Room of One's Own de por qué otros tienen más peso que ellas), pero sigo encontrando muy, muy injusto que se obviara a Muriel Spark, por ejemplo (y no será porque no hay grabaciones), o a Agatha Christie, que puede que no tuviera mucho que decir acerca de grandes acontecimientos, pero que es abanderada de la literatura británica. Me sorprendió gratamente ver y escuchar a Penelope Fitzgerald aunque fuera más en calidad de miembro del jurado del premio Booker que de escritora.

Entiendo que los frentes de la inmigración, la religión, los cambios sociales, etc. sean interesantes y su literatura deba repasarse, pero ¿por qué no abrir también un frente en las casas y el papel de la mujer que vaya un poco más allá de Margaret Drabble (de la que por otra parte no he leído nada, quizá debería subsanarlo, dicho sea de paso)? Y sí, para el común de los mortales puede resultar interesante conocer la vida de alguien que no tiene nada que ver contigo, pero para mí también tiene mérito e interés la vida de alguien que lleva una vida normal y corriente en la ficción. Esos pequeños cambios, modificaciones y costumbres que pueden parecer poco relevantes a simple vista son, al fin y al cabo, los que verdaderamente afectan a ese común de los mortales que luego busca evadirse. Es importante e interesante que queden documentados, pese a que claramente se valoren poco en general.

Pero no pretendo criticar el programa porque lo cierto es que, con pequeñas mejoras para mi gusto al margen, era muy interesante. Un recorrido por la literatura británica del siglo XX (en realidad a partir de los años treinta o por ahí) contado por sus protagonistas y los estudiosos de los protagonistas. Curioso cómo a medida que avanza el siglo el acento de clase alta de los autores se va diluyendo hasta llegar, más o menos, al de a pie al que me refería más arriba. Curioso también el marcadísimo acento irlandés de Iris Murdoch en la primera entrevista que ponen y que ya ha perdido en la siguiente entrevista seleccionada muchos años después. (¿Como Charlotte Brontë?)

Imponente y aterrador Evelyn Waugh. Curiosamente incomprensible (al menos de entrada, un shock casi como el de Virginia Woolf) Tolkien, de quien Manuel es fan, y sorpresa de pronunciación de su apellido. Toda la vida sin siquiera dudar ante la pronunciación de su apellido y ahora resulta que la "e" es muda y se dice "tolkin". A.S. Byatt, Elizabeth Bowen, E.M. Forster, P.G. Wodehouse, Angela Carter, Jean Rhys, etc., etc. Parte del archivo de voces de escritores de la BBC puede accederse aquí. Muchos salían en el programa, otros no y otros salían en el programa y aquí no. (No salen por supuesto las Mitford, ni siquiera Nancy, aunque si alguien tiene curiosidad, aquí a raíz de sus memorias (con las que estoy deseando hacerme cuando haga un pedido en octubre o así), se puede escuchar la voz actual de la última hermana viva, Deborah, dueña y señora del mítico Chatsworth).

En cualquier caso muy interesante, tanto por la mirada general al siglo XX literario en Gran Bretaña como por la curiosidad de poner movimiento y sonido a tantos nombres. Comentamos al final que obviamente los libros no tienen aquí el tirón que en Inglaterra pero que a veces (¿siempre?) RTVE podía aprender de la BBC. Me encanta oír la voz de Carmen Martín Gaite, me encantó poner voz a Carmen Laforet hace un tiempo y me encanta escuchar a Javier Marías (curiosamente tengo debilidad por oírle hablando en inglés) y no me importaría poner voz y/o movimiento a otros autores españoles, aunque no los haya leído o los haya leído obligada.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Tarta sedosa de chocolate

Si ya me cuesta poner título a las entradas del blog no quiero ni pensar lo que me costaría poner nombre a postres varios. Por suerte, como nos dedicamos a seguir recetas ajenas, no se nos plantea esa complicación creativa y puedo utilizar los nombres que dan otros. Hay nombres de postres que se limitan a describir lo que hay (si tuviera que dar un nombre a un postre estoy segura de que me inclinaría por esto, sólo hay que ver los títulos de mis entradas del blog), hay nombres que son muy poéticos y muy bonitos pero que no dicen nada en concreto acerca del postre en cuestión y hay nombres que se quedan a medio camino y que consiguen ese difícil equilibrio del punto medio. Este - tarta sedosa de chocolate - me parece uno de ellos. Cuando lo leí por primera vez pensé que tiraba hacia lo poético pero ahora, después de haber probado el resultado, compruebo que quien le dio nombre afinó bien.

El viernes, ahora que va pasando el calor (y esperemos que no vuelva), voy retomando el ritual de la búsqueda de repostería para el sábado. El viernes pasado, como siempre, le pedí a Manuel que por lo menos dijera el formato que prefería y eligió alguna tarta fría. Así que busqué y rebusqué y no conseguí dar con ninguna que me convenciera del todo, así que le encasqueté también el dar con una en concreto. Y dio con esta.

No es una tarta difícil en absoluto pero es de esas pesadas de hacer en las que siempre hay que dejar que todo se enfríe. Yo tengo poca paciencia para eso. Me gusta empezar y acabar las cosas y no pasarme la tarde y parte de la noche manchando un cacharro detrás de otro (es de esas recetas en las que no haces más que usar mil recipientes y utensilios) y la cocina una y otra vez. Me gusta poder ponerme a hacer otra cosa sin tener que estar pensando en que aún no he acabado otra.

Así que primero tuvimos que hacer la masa base. Hemos recorrido un largo camino (aunque no hemos hecho muchas más) desde la primera que hicimos y esta vez nos tomamos la justicia por la mano en dos cosas: 1) que la masa base que recomendaban no nos terminaba de convencer así que hicimos la masa base dulce y 2) que la receta decía que la base debía hacerse con sólo la mitad de ingredientes pero, visto lo que nos pasó la primera vez que fuimos tan justitos, opté por hacerla al completo. Y fue mucho mejor así. Así que, como mínimo, la masa base no fue un suplicio. Pero claro, hubo que refrigerarla un rato. Parón.

Lo malo de los parones que no dan para concentrarse en otra cosa es que no desconectas de la receta, así que ahí estaba yo pensando en que, como la tarta llevaba nata montada de adorno por encima, quizá era más cómodo acercarme al supermercado de enfrente y comprar nata montada de las de spray. Fui a por ella.

Podíamos haber ido haciendo el siguiente paso mientras se refrigeraba, pero decidimos ir haciéndolo cuando, al cabo de una media hora, había que poner la base en el molde y meterla al horno. Pasar la masa del plástico al molde tuvo su gracia (bueno, en realidad, gracia, lo que se dice gracia, tuvo poca) y, aunque al hacerla sin problemas me había reconciliado casi por completo con ella, aquí volví a odiarla un poco. Con mucho esfuerzo y cuidado conseguí que no se rompiera, y eso que hubo momentos en que pensaba que si no se rompía ella sola la iba a romper yo en mil pedazos de pura frustración.

Al horno, y mientras fuimos haciendo la mezcla de chocolate y demás. Mientras el chocolate fundido y la base horneada se enfriaban por separado, leímos la receta (por favor, tenemos que hacer un cursillo de comprensión lectora de recetas porque las leemos por encima y hasta que no estamos con las manos en la masa no procesamos la información punto por punto) y vimos que aparte de la nata montada de por encima también hay que poner nata montada en el chocolate una vez frío. Se produjo un momento de confusión porque la nata montada de la receta aparecía en mililitros y la nata montada que acababa de comprar aparecía en gramos. En cualquier caso, daba la impresión de que la nata montada era poca. Por si eso fuera poco empecé a pensar que la nata líquida que teníamos en el frigorífico no era nata para montar. Así que a diez minutos de que echaran el cierre en el supermercado me volví a acercar a por nata para montar. Por si acaso pagué en una caja diferente a la de antes.

Las cosas no se enfríaban así que cenamos, hablé con mi madre y por fin, un poco antes de las once de la noche, me puse a montar la nata. Mezclamos el chocolate con la nata y lo echamos todo sobre la base. La nata montada de adorno la dejamos para el día siguiente por la mañana. ¡Era la receta sin fin!

Ayer por la mañana, justo después de hacerme el té (las prioridades son las prioridades), me puse a montar nata de nuevo. La echamos sobre el chocolate y, de adorno, para seguir la receta hasta el final, un poquito de chocolate líquido. Mi adorno quedó un poco dudoso y Manuel me preguntó si es que era alguna fecha relacionada con Tàpies y le pensaba dedicar la tarta como homenaje. Motivos abstractos aparte: ¡por fin está lista la tarta más larga del mundo!

Fotos y a zampar. Resultó imposible que las porciones cortadas llegasen enteras del molde al plato (muy frustrante), así que no hice fotos de ellas. Curiosamente, a última hora de la tarde, cuando nos dimos el caprichito de merendar un poco de tarta, entonces las porciones salieron perfectas. No me pude resistir a hacer un par de fotos pese a que la luz natural ya era casi inexistente.

Pero lo que importa de verdad es lo deliciosa-deliciosa-deliciosa que está la tarta. Lo más llamativo de todo es lo ligerita que resulta. Se cumple lo que comentaba al principio: sedosa es la palabra que mejor la define. Para chuparse los dedos.

Y ahora que parece que ya se puede respirar mientras se plancha (sobre todo si no se tiene la calefacción puesta), hasta las películas se ven con otros ojos, y eso que incluso en pleno agosto eran un soplo de aire fresco. La de anoche era The More the Merrier (El amor llamó dos veces) (traducción absurda donde las haya), de 1943, en plena guerra, con ciertos toques patrióticos y con Jean Arthur como protagonista (le valió una nominación al Oscar). Qué alegría siempre cuando sale su nombre al empezar la película y eso que ayer Manuel me hizo saber que esta era probablemente la última película de Jean Arthur que encajaba con nuestro eterno y estupendo ciclo de comedias clásicas. ¿Es posible que hayamos visto todas todas las comedias de Jean Arthur? Eso parece.

EDITADO PARA AÑADIR LA RECETA:

Masa base - ingredientes:

- 140 grs de harina
- 115 grs de mantequilla fría
- 1/8 de cucharadita de sal
- 1 yema de huevo
- 55 grs de azúcar
- 2 cucharadas de agua fría


Masa base - preparación:

Mezclar la harina, la sal y el azúcar en un cuenco. Trocear la mantequilla y añadir a la mezcla de harina. Mezclar la mantequilla con la harina (con las manos) hasta que adquiera una consistencia de arena húmeda. (O migas de pan, como para los scones).

Batir la yema del huevo con el agua fría y verter lentamente sobre la mezcla de harina, removiendo únicamente hasta que la mezcla se haya humedecido. La pasta debería compactarse y poder adoptar la forma de una bola (si no lo hiciera, añadir un poco más de harina). Cubrir la bola con plástico (recomendable que el plástico esté espolvoreado con harina) y aplanar con un rodillo hasta formar un disco plano. Guardar en el frigorífico durante un tiempo mínimo de media hora. (Si se ha enfriado durante mucho tiempo es posible que haya que dejarla unos minutos a temperatura ambiente antes de utilizarla).

Extender la pasta sobre el molde. Si aparecen grietas, unirlas con los dedos.


Tarta sedosa de chocolate - ingredientes:

- Masa base
- 55 grs de mantequilla
- 115 gramos de chocolate
- 200 grs de azúcar
- 2 cucharadas de maizena
- 3 huevos
- 1 1/2 cucharadita de extracto de vainilla
- 475 ml de nata para montar
- Chocolate líquido


Tarta sedosa de chocolate - preparación:

Precalentar el horno a 220ºC. Pinchar la masa base (ya en su molde) con un tenedor y hornearla durante 20 minutos o hasta que esté dorada. Dejar que se enfríe.

Derretir el chocolate y la mantequilla o bien al baño maría o bien en el microondas a baja potencia. Mezclar el azúcar y la maizena y añadir a la mezcla (ya derretida) de chocolate y mantequilla. Remover hasta que quede homogéneo.

Con las varillas de la batidora eléctrica, batir los huevos hasta que blanqueen y espesen. Añadir los huevos a la mezcla de chocolate y ponerlo todo en un cazo a fuego medio. Dejar cocer 5 minutos, removiendo constantemente, hasta que la mezcla se espese y esté brillante. Añadir la vainilla. Retirar del fuego y dejar que se enfríe por completo.

Batir 235 ml de nata (con una pizca de azúcar) hasta que esté firme e incorporar a la mezcla fría de chocolate, mezclándola suavemente. Batir el resto de la nata (con una pizca de azúcar) hasta que esté montada.

Veter la mezcla de chocolate sobre la masa base y cubrir con la nata montada. Decorar con el chocolate líquido. Refrigerar la tarta un máximo de tres días.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Las series que vemos

Como el año pasado, hago un repaso de las series que hemos ido viendo. Aseguro que, salvo por las series que no se emiten aquí, intentamos seguirlas en televisión, pero con más de una hemos tenido que renunciar ante la imposibilidad de seguirla en sus paseos por la parrilla o las maratones de 3-4 episodios de una sentada. Ya lo comenté aquí una vez, pero veo que las cadenas desconocen el significado de "fidelización". Luego se quejan porque las series no funcionan o porque la gente se las descarga en lugar de verlas en televisión, pero es que ellos tampoco ponen de su parte: tan pronto una serie pasa de ser los viernes a las 22:30 a ser los viernes a las 23:30 a ser los domingos a las 21:30... y a eso hay que añadirle que, al intentar ir tan pegados al ritmo de emisión en Estados Unidos, les faltan capítulos y emiten repetidos sin avisar. Un caos al que no comprendo que esperen que nadie se enganche, la verdad.

Como siempre, sin spoilers.

La segunda temporada de The Mentalist (El mentalista) me ha parecido tan buena como la primera. Me cuesta ser objetiva en cuanto a las tramas que, supongo, son un tanto rocambolescas, me cuesta ser objetiva porque el mentalista, Patrick Jane, como personaje me fascina. Es sin duda uno de mis personajes de serie preferidos: tiene un trasfondo oscuro, una vida curiosa, una historia triste, un sentido del humor entre cruel y sorprendente que siempre me hace reír. Sus habilidades mentales (mi padre siempre pone como ejemplo de lo absurdo de la serie el hecho de que el señor Jane pudiera conducir con los ojos vendados basándose en las reacciones de su copiloto) me hacen gracia, aunque sean excesivas, y me recuerdan a las de las novelas policiacas clásicas, con esa capacidad de observación y deducción tan marcada. Y, desde luego, su pasión por el té (a veces en los momentos más extraños) contribuye también. Si la serie tiene una pega es que lo de John el Rojo sólo sale a relucir al final de la temporada para dejarte con la intriga, después de no haber dicho nada de él durante los 15 capítulos anteriores.

La sexta temporada de House (House) estuvo bien. Cuatro la sigue emitiendo sólo doblada, lo cual es una pena primero porque el doblaje, por bueno que sea, siempre es malo como ya he dicho alguna vez, porque me encanta el acento americano postizo de Hugh Laurie y porque las traducciones son bastante penosas a veces. En esta temporada nos hemos quedado ojipláticos y sin reaccionar durante algunos segundos después de varias expresiones utilizadas. La que más me marcó y que no se me olvida es "friki bolinga". Desconozco cuál sería el original en la serie, pero "friki bolinga" me parece ir demasiado lejos.

Por no hablar del día en que, cuando alguien (no recuerdo quién ni en qué contexto) se lamentaba de que al final se había echado para atrás a la hora de hacer algo, se decía, sin problemas y sin venir a cuento, que tenía los "pies fríos". Y no, no se trataba de un síntoma más para la pizarra de House, sino un expresión inglesa ya hecha, "cold feet", que aparte de pies fríos literalmente significa echarse para atrás o arrepentirse a última hora. Y sí, le concedo al traductor el hecho de que es dificilísima de traducir, pero eso no es excusa para colarla como quien no quiere la cosa.

El caso es que, aparte de eso, ya digo que la temporada estuvo bien. Genial el último capítulo grabado con cámara fotográfica réflex.

Con sus muchos cambios de canales, horarios y demás, creo que he seguido Cold Case (Caso abierto) desde el principio hasta el final. Con algún que otro altibajo y sin ser nada del otro mundo, sí que resulta una serie bastante original con esos flashbacks característicos. A veces las historias son improbables por haber sucedido hace muchísimo o por el hecho de que lo que no se resolvió en su momento, la detective Lily Rush lo resuelve en la actualidad en un santiamén, pero las historias están bien contadas, los personajes están bien delineados sin la necesidad de que sus vidas invadan la pantalla y nos dejen sin investigaciones (que es lo que me gusta) y, tras siete temporadas, ya era como una serie clásica en nuestra pantalla. Cuál fue nuestra sorpresa cuando al terminar de ver esta temporada nos encontramos con que después la serie se ha cancelado y no habrá octava temporada. Con cierto esfuerzo, pero entiendo que las series se cancelen, lo que no aguanto es que se cancelen de golpe y porrazo, que el último episodio sea uno más y que el espectador no se pueda despedir de los personajes como es debido y estos parezcan quedarse con la palabra en la boca. Suena exagerado, pero creo que aún no he terminado de asumir que no habrá más casos abiertos para Lily Rush. (Tampoco ayuda que en La Sexta repongan capítulos antiguos a ver si cuelan).

Desperate Housewives (Mujeres desesperadas) es un claro ejemplo de lo que comentaba al principio del maltrato a las series y el completo pasotismo ante los posibles seguidores. Empezó en Estados Unidos la sexta temporada y aquí ni La 2 (aunque la serie al principio se había emitido en La 1) que había sido la última en emitirla ni ninguna otra cadena parecían interesadas en ponerla. Dejamos pasar el tiempo por si acaso se trata de no encontrarle hueco, pero nada, así que a nosotros se nos abre un hueco en nuestras noches de sábado y la colamos... hasta que un mes o dos después La 2 empieza a emitirla a capítulo por día de lunes a viernes. Pronto nos alcanzan y nos reenganchamos a esta emisión, a pesar de tenernos que tragar el eterno sorteo de la lotería (o similar) entre medias. Señores programadores: les aseguro que en esta casa hacemos lo posible por mantenernos dentro de la legalidad, como pueden ver, pero realmente lo de la lotería y los retrasos a la hora de empezar la serie (incomprensibles en una cadena que no tiene publicidad ni apenas programas en directo) ponen las cosas difíciles.

Esta temporada estuvo bien. Confirmo mi favoritismo por Lynette. Adoro la brutalidad y el alegre prescindir de lo políticamente correcto de Gaby. Y Susan nos parece más tonta y metepatas por capítulo.

Lo que decía de Caso abierto antes es peor aun en el caso de Flashforward (Flashforward) que a pesar, creo, de saber que la iban a cancelar (tuvieron que hacer un parón en plena temporada para que los guionistas trataran de darle un empujón a una serie que había empezado con mucho éxito y se desinflaba por momentos) van y dejan el final abierto, como si fuera a continuar. No sé de quién será la artimaña, si de un guionista que se venga de los seguidores que no han servido para mantener la serie en el aire o de la cadena que deja abierta la puerta a una posible secuela en el futuro. Sea como sea, es un final que deja con la miel en los labios a un espectador que sí que sabe que ya no habrá más.

Y si soy sincera a mí me ha gustado. Quizá tenga demasiados trozos que no llevan a ningún lado (pero Lost (Perdidos) también), de hecho recuerdo los primeros capítulos después del parón: me quedé dormida y Manuel no me quiso poner al día porque según él habían pasado demasiadas cosas, pero me auguraba muchas horas de sueño porque ya no me iba a enterar de nada en los capítulos venideros. Debo decir que nunca me volví a dormir pero tampoco fui nunca consciente de ninguna laguna en mi seguimiento de la serie y, de hecho, después de ver el último capítulo, le recordé a Manuel sus apocalípticas palabras y nos reímos un buen rato. Pero bueno, la serie es amena y la idea no es mala. El final (el real, no la puerta abierta) me gustó.

Glee (Glee), que empezamos viendo por falta de hueco no por falta de ganas (nunca tuve dudas de lo mucho que me gustaba, pero aquella escena me conquistó definitivamente) muy de vez en cuando al final se hacía con un hueco en nuestra pantalla a la mínima hasta el punto de ver los dos últimos capítulos seguidos. Había leído por ahí que a medida que avanzaba la temporada se deshinchaba y se volvía repetitiva y no comparto esa opinión en absoluto, de hecho creo que a medida que ha ido avanzando me ha ido gustando cada vez más y eso que ya me gustaba mucho desde el principio. Me ha parecido genial eso de que desmonten tantos mitos de los institutos americanos, que además tenga cierto transfondo social y que sea tan, tan divertida con unos guiones estupendos en ese sentido. Cuánto nos habremos reído con los chistes de Sue Sylvester sobre el pelo de Will Schuester o con las muchas situaciones ridículas y parodias. Glee es de esas series/comedias que no se toman demasiado en serio a sí mismas y eso siempre se agradece. Y qué buena incorporación improvisada la de Chris Colfer como Kurt Hummel, con un personaje creado exclusivamente para él y definitivamente uno de mis personajes preferidos. Estoy deseando que empiece la segunda temporada, que además incoporará a un ídolo de infancia mío.

Y se nos acabó también, para siempre, Ashes to Ashes, con la tercera y última temporada. Creo que aún no he procesado del todo que no volveré a ver nada nuevo de Gene Hunt. La última temporada es muy buena, en la línea de Life on Mars y las dos temporadas anteriores de Ashes to Ashes, con el insoportable añadido de Jim Keats (el actor que lo interpreta era el periodista de Mr Nobody), qué hombre más pesado y agobiante. Pero Gene Hunt sigue brillante como siempre, incluso cuando está bajo presión. Keeley Hawes interpreta a Alex Drake y ahora estoy deseando verla en la nueva temporada de Arriba y abajo. El final de Ashes to Ashes, aunque se va intuyendo a medida que avanza la temporada, no deja de ser bastante sorprendente. Gran, gran serie.

Grey's Anatomy (Anatomía de Grey) la vemos un poco por inercia. Es una serie un poco irregular que no aguanto cuando los guionistas hacen que el hospital parezca únicamente una casa de citas y un sitio donde sólo va gente rarísima a curarse. Cuando empiezan con la gente rara no puedo evitar recordar el declive de Ally McBeal, que estaba bien hasta que tomó esa misma dirección.

Creo que en esta temporada se han moderado un poco con todo eso, han incluido a nuevos personajes que me han caído bien (aunque en general los nuevos residentes que introdujeron (al ver el capítulo final doble ya sabemos para qué) no me han dicho gran cosa), han conseguido que algunos de los que me resultaban pesados me caigan un poco mejor y, sobre todo, han eliminado a Izzie, que para mí era uno de los personajes más insoportables no sólo de esta serie sino de todas las series de la historia. Espero que no vuelva.

Mención especial al episodio final doble, que me pareció muy bueno (¡qué tensión!) incluso a pesar de que al final comentáramos que a los guionistas se les había ido un poco la mano.

Y por mi cuenta y riesgo voy viendo El internado (que ya acabará en breve) y disfruto de Arriba y abajo en DVD: ayer empecé ya la cuarta temporada. Qué maravilla de serie.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Started Early, Took My Dog, de Kate Atkinson

Me hace gracia la casualidad ("explicación en ciernes", según Kate Atkinson vuelve a decir en este libro) que ha hecho que las dos veces que hemos ido a Nueva York a la vuelta haya tenido un nuevo libro de Kate Atkinson de premio.

De mi adoración por ella y por su estilo ya hablé cuando comenté su libro anterior, When Will There Be Good News? así que esa parte me la salto y voy directa al comentario de este nuevo libro suyo, que es ya el cuarto de la serie del detective Jackson Brodie.

Me ha costado, pero por fin en este me he empezado a reconciliar con Jackson Brodie. No es que antes me cayera terriblemente mal, simplemente no le veía el atractivo que tantas reseñas ven en él. En este me ha caído un poco mejor, quizá porque es más introspectivo - o así me lo ha parecido a mí - que en los anteriores.

Dicho eso, este libro me ha parecido más flojo en general que el anterior, en el que me daba la impresión de que Kate Atkinson recuperaba un poco sus orígenes. Este, sin embargo, va en la línea de los dos primeros de la serie (Case Histories, One Good Turn). No son malos libros ni mucho menos y el estilo y sentido del humor propios de Kate Atkinson se reconocen sin problemas, pero están como diluidos en agua frente a la intensidad de sus libros anteriores (por los que yo la conocí). Eso no quita que me haya reído con este, con las situaciones que se crean, con los juegos de palabras, con los guiños, con el humor cruel y con la total libertad de expresión de Kate Atkinson. Hay comentarios acerca de marcas, personas, sitios y demás que mucha gente dudo que se atreviese a hacer en estos tiempos que corren y sin embargo ahí está Kate Atkinson, sin cortarse un pelo, escribiendo comentarios que no ves venir y que de puro rápidos casi pasas de largo sin procesar correctamente. Y cuando los procesas te provocan esa expresión que es marca registrada de Kate Atkinson: risa, asombro y culpa.

Pero bueno, diluida o no, sigue encantándome Kate Atkinson, pese a que abandonó su proyecto de libro relacionado con Jane Austen, no me puedo quejar porque en su lugar el libro está plagado de citas de Emily Dickinson (empezando por el título). Tratándose de Kate Atkinson, claro, las citas y los guiños no se quedan en Emily Dickinson, sino que abundan de todo tipo y, como siempre, estoy segura de que las hay que se me escapan. Kate Atkinson no tiene problemas de aparentar cultura (aunque sabe muchísimo), ella cita lo que le apetece y lo que viene al caso, desde cultura popular (Spice Girls) hasta mitos de la Antigüedad, tan típicos de Kate Atkinson, como también lo son las referencias a cuentos de hadas.

Además parte del libro sucede entre 1974 y 1975 en el mundillo de la policía de Leeds por lo que hay algunas referencias a Life on Mars y Ashes to Ashes.

Otra cosa que me ha gustado mucho de este libro es que tiene lugar en Yorkshire, zona que Kate Atkinson conoce bien y en la que se mueve y mueve al lector de maravilla (ya lo había hecho antes de la serie de Jackson Brodie). Kate Atkinson y Yorkshire, dos de mis cosas preferidas en un libro. Una delicia. Ya pondré alguna cita que me hizo gracia y que creo que se merece entrada propia.

Y aunque los marcapáginas queda claro que me encantan, algo que encuentro irresistible siempre es un libro con cinta. No sé qué tiene, pero cuando veo uno que la lleva el libro gana puntos en cuestión de segundos. Qué ilusión me hizo sacar este del sobre de The Book Depository y ver la cinta.

En fin, que Kate Atkinson, diluida o no, sigue siendo uno de esos privilegios lectores que pocas veces caen en manos de uno. Hay que saborearlos al máximo. Y antes de acabarlo ya estás preguntándote cuándo llegará el próximo. Y, ojalá, con un poco de suerte, el próximo fuera el de Jane Austen que no ha visto la luz esta vez. Pero da igual, yo me suscribiría con gusto a que me mandaran de forma automática las futuras publicaciones de Kate Atkinson. Es de esos autores que no pueden decepcionar nunca y tiene además la ventaja de poder decir - y de contados autores se puede decir con total convicción - que no hay nadie como ella.

Editado para añadir un par de cosas: siempre que he leído la serie de Jackson Brodie y especialmente con este último me he preguntado por qué nadie se animaba a adaptarlo. La historia se quedaría un poco en el esqueleto sin los comentarios de Kate Atkinson, pero son buenas historias de investigación y lo aguantarían bien. A través de la página oficial de Kate Atkinson descubro que en 2011 comenzará con Case Histories una adaptación de 6 capítulos de las primeras tres novelas de la serie de Jackson Brodie en la BBC. ¡Tengo muchísimas ganas de verla!

La segunda cosa es que Jackson Brodie tiene Twitter (oficial). Lo cual es curioso porque en este último libro, uno de los personajes critica un poco el concepto de Twitter.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Marcapáginas en el buzón


Hace unas semanas mis padres y mi tía fueron a ver la exposición de Turner del Museo del Prado que tanto nos gustó a nosotros y que, sin embargo, a ellos no les gustó nada-nada-nada. Para resarcirse se fueron a dar una vuelta por la colección permanente. Y mi tía salió de la tienda con estos tres marcapáginas que la semana pasada salieron como por arte de magia de mi buzón.

Me vienen de maravilla para mi siempre creciente colección, aunque en Nueva York no creció mucho. Sólo compré uno. La mayoría de los marcapáginas que encontré eran feos y baratos o muy bonitos y muy caros.

Uno de mis rituales de lectura es no cambiar de marcapáginas a mitad del libro (ni usar el mismo marcapáginas dos veces seguidas) así que aún están a la espera, pero estoy deseando estrenarlos uno por uno.

martes, 14 de septiembre de 2010

Repostería pendiente

Los dos sábados que pasaron mientras iba contando lo de Nueva York hicimos repostería.

El primer sábado, pese a haber comido también muchas cosas con arándanos azules en Nueva York, nos decantamos por repetir el delicioso helado de arándano azul. No sé si porque esta vez le puse un poco menos de nata de la que decía la receta (la otra vez me había sabido un poco demasiado a nata) o por algo de los arándanos quedó de este color espectacular y casi irreal parecido al de las patatas azules que en esta ocasión también tomamos una vez en Nueva York para recordar viejos tiempos.

Y estaba para chuparse los dedos.

Y el sábado anterior a este (de última noche de los Proms y scones, etc.) optamos por algo también muy británico: una tarta Victoria sándwich. Pese a tener varias recetas no sé de dónde me saqué que esta era la más tradicional y al final resultó ser la menos tradicional de todas, creo yo. El relleno es a base de mermelada de fresa o frambuesa (las mermeladas sólo las tolero en bizcochos). Nosotros pusimos de fresa para gastar la que nos había sobrado de, curiosamente, la tarta inglesa de almendras (la anglofilia se me está desbordando en un sólo párrafo como la mermelada en la Victoria sándwich) y el relleno en este caso es a base de buttercream (mantequilla con azúcar) y canela, cosa que hace que no se parezca a la típica imagen de la Victoria sándwich, que es el bizcocho (cuatro cuartos) relleno por dos capas, una blanca y otra roja. Pero bueno, pese a no estar nada convencida con el resultado visual inicial, el sabor me hizo reconciliarme con la receta rápidamente.

Investigando descubrí que en realidad la Victoria sándwich clásica es sólo con mermelada, aunque lo de añadir nata ahora quizá está más extendido que la tradición. Y lo del buttercream tampoco es extraño pero, efectivamente, menos tradicional.

Y para seguir con el batiburrillo de fechas: la película clásica de este domingo fue Roxie Hart (Roxie Hart), de 1942 con Ginger Rogers. Una de las muchas adaptaciones de la historia que ahora se conoce como Chicago. Muy curiosa.

domingo, 12 de septiembre de 2010

La última noche de los Proms hecha entrada de blog

(¡Qué extraño volver a subir fotos que no son de Nueva York!)

Anoche celebramos la última noche de los Proms como ya viene siendo tradición. Mientras la BBC nos amenizaba la velada, nosostros zampábamos scones (lamentable olvido: íbamos a hacer los scones con moras para celebrar el fin del verano, tan bien representado por las moras, pero... ¡nos olvidamos de incluirlas en las dos tandas de scones que hicimos! No tiene perdón), clotted cream, sándwiches de pepino (con moras, invento de Manuel: quién lo hubiera dicho pero los sabores combinaban sorprendentemente bien) y té Queen Anne de Fortnum & Mason.

Aunque en mi lectura actual (en realidad ya no lo es, la terminé ayer, ya hablaré de ella), Jackson Brodie califique la última noche de los Proms de "jingoísta", con el estómago lleno de comida británica (aunque las moras eran de Segovia), se canta Rule, Britannia! con mucho entusiasmo.





El puente entre la música no patriótica y la música patriótica lo tendió You'll Never Walk Alone, del musical Carousel de Rodgers & Hammerstein, famosa por ser el himno del Liverpoool.





Tras el Fisher's Hornpipe vino Rule, Britannia! Será todo lo jingoísta que Jackson Brodie quiera pero es difícil resistirse a esa música. Y buenísimo lo de Renée Fleming vestida de Britannia.





Jerusalem, otra joya.





La siempre emotiva también Land of Hope and Glory (que ayer descubrimos que es el himno de los tories).



El himno y el colofón final: Auld Lang Syne entonado por el público.