jueves, 5 de octubre de 2017

Emilia

En 1940, una chica de unos 27 años, embarazada, con otros tres niños de la mano y que acababa de quedarse viuda, fue a la casa de su padre en Barcelona. Este la recibió con una bofetada y le negó cualquier tipo de ayuda.

Los hechos son reales aunque la recreación un tanto peliculera es de mi cosecha. Sé que los hechos son reales porque aquella chica era mi abuela materna. La bofetada de mi bisabuelo la revivo todos los días últimamente porque la razón (si es que hay razones para las bofetadas) era que el marido de mi abuela, recientemente fallecido en un accidente de tráfico en Segovia, era madrileño. Mi bisabuelo siempre se opuso a ese matrimonio (que luego la historia complicó puesto que mi abuela se había casado con un divorciado durante la República y, cuando el franquismo anuló los divorcios, ella pasó de ser viuda a ser madre soltera) por el simple hecho de que él era madrileño y no catalán.

En 1948 mi abuela, que por necesidad había tenido que dejar a dos de sus hijos internos en la Casa de Caridad que ahora es el CCCB, cogió los bártulos y se trasladó, sola con sus hijos, a Madrid, donde la familia de su marido que ya no lo era, la ayudó de la forma en que su familia consanguínea no había sido capaz. Dejó de hablar a sus hijos en catalán, que reservaba únicamente para conversaciones telefónicas con la familia (no para cartas, puesto que ella nunca supo leer ni escribir en catalán al haber estado prohibida su enseñanza durante la dictadura de Primo de Rivera).

Con esto quiero decir algo que todos sabemos: que tontos a lo largo de la historia ha habido muchos y que yo llevo en la sangre la estupidez de uno de ellos, que antepuso una abstracción territorial a su propia hija. También, y de forma más metafórica, quiero decir que las cosas nunca se arreglan con bofetadas (o violencia de ningún tipo).

Tengo aparcadas unas investigaciones genealógicas de la familia de mi abuela. Lo dejé en 1600 y pico y nunca nadie nació fuera de Cataluña, todos los apellidos con los que me encontré eran catalanes de pura cepa. Mi abuela lo de los ocho apellidos catalanes lo superaba con creces.

En el año 2007, la nieta de esta señora, yo, vino a vivir a Cataluña. Pasear por ciertos sitios de Barcelona donde sabía que había estado mi abuela o sitios por los que no sabía que hubiera pasado pero que irremediablemente todos los residentes en Barcelona pisan me hacía casi verla.

Diez años después me entristece que las "altas esferas" sigan recreando, de forma mutua y de forma más o menos metafórica, aquella bofetada que mi bisabuelo le dio a mi abuela. Si bien seguirá habiendo gente en la calle como mi bisabuelo, lo cierto es que en los diez años que llevo viviendo aquí nunca, repito NUNCA, nadie me ha mirado mal por ser madrileña, por ser una vaga para hablar en catalán por más que lo entiendo a la perfección. Leo de vez en cuando historias para no dormir de gente que (atención: exagero, pero no tanto) que casi pierde una pierna o casi muere porque se negaron a atenderles en un hospital porque no hablaban catalán y me llevan los demonios porque sé que son inciertas. Lo sé porque, repito, en diez años, nunca, nunca, nunca nadie me ha mirado mal por hablar en castellano o por decir que soy madrileña.

He tenido conversaciones con gente cuyo idioma principal es el catalán (en el que se sienten más cómodos, igual que yo en castellano, para expresar ideas) en las que ellos hablaban en catalán y yo en castellano con toda la tranquilidad del mundo. Más aun, reconozco que me encantan esas conversaciones. ¿Por qué una de las partes debería lidiar con un idioma en que se siente menos cómoda? Si yo hiciera el esfuerzo podría hablar en catalán y si la otra persona hiciera un esfuerzo aun menor (porque el bilingüismo funciona) también podría. Pero, ¿por qué hacer el esfuerzo cuando la cosa fluye con naturalidad? Y si esto no se entiende o se ve un problema en esta situación es que uno es muy cateto, lo siento.

En casa hablamos en castellano pero mis hijos van a un colegio público donde el idioma principal es el catalán y me parece muy bien. Cuantos más idiomas se hablen, mejor. Me hace mucha gracia que mi hijo pequeño, que acaba de empezar el cole, me cuente cosas mezclando el castellano con las cosas nuevas que allí se ha encontrado en catalán. "Hemos jugado a las casetes". O que mi hijo mayor entienda cómo funcionan los idiomas, aunque a veces falle: "he retallado esto". Quizá para otros esto sería material de Intereconomía, para mí es una maravilla.

Llevo años viendo banderas catalanas y banderas catalanas esteladas en las ventanas. También las veo españolas. Y lo cierto es que me dan bastante igual, tanto unas como otras. He salido muy poco patriótica (lo siento, bisabuelo) y donde la gente ve motivos para enorgullecerse yo solo veo telas coloridas.

El otro día un señor que no pasa hambre precisamente dijo "así la gente ve lo que sufrimos en Cataluña" y me quedé a cuadros. No era consciente de haber estado sufriendo todo este tiempo. Veo en las noticias lugares donde la gente sufre, y mucho, y de verdad, y me parte el alma que haya quien no sea capaz de valorar lo bien que vive. Viví 26 años en Madrid y llevo diez años viviendo en Cataluña. He tenido la grandísima suerte de haber vivido bien en ambos sitios. Toda mi familia vive en Madrid y sé cómo se vive allí, aparte del hecho de que viajamos allí de vez en cuando, y veo que en general la vida es igual en un sitio que en otro. (Por no hablar de viajes al extranjero en lo que compruebo lo mismo). Y veo que este tipo de vida generalizada (sí, hay mucha gente que lo está pasando mal, pero no creo que eso radique en dónde vive) está bien. ¿Hay cosas mejorables? Desde luego que sí. Pero la pregunta es: ¿van a mejorar esas cosas según el tipo de tela colorida que ondee en tu ventana o el escudo que haya en tu pasaporte? Mi respuesta: no (y espera que si cambia el escudo de tu pasaporte, como algunos están obcecados en lograr, no sea que sí que cambie, pero a peor).

No sé muy bien qué pretendo decir con todo esto. Quizá es un recordatorio de ese gran refrán inglés de "if it ain't broke, don't fix it" (si no está roto, no lo arregles). O quizá es la necesidad de contar un poco de lo que me carcome por dentro estos días. En cualquier caso, gracias por leerlo.