sábado, 28 de julio de 2012

A Edimburgo...

Entrada programada.

Si ha habido suerte con el avión de horario intempestivo a estas horas ya estaremos merodeando por Edimburgo y supongo que esforzándonos por entender el marcado acento escocés.

Volvemos dentro de pocos días y trataré de transmitirle a Héctor la importancia de que me deje tiempo para escribir alguna crónica de nuestra visita a Edimburgo.

miércoles, 25 de julio de 2012

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Y así, como quien no quiere la cosa, Héctor cumplió su primer año a cientos de kilómetros de donde nació, cosa que sólo puede indicar lo viajero que es. El trayecto Barcelona - Madrid se lo conoce bien, ha estado en Londres y pronto pisará Edimburgo. Hay mucha gente que en mucho más tiempo no lleva tantos kilómetros recorridos a sus espaldas. Es bueno que haya salido cuadriculado-flexible, cuadriculado porque, quizá como todos los bebés, necesita una rutina que seguir, flexible porque lo sacas de contexto y lugar y el pobre se adapta bien. Quizá en Edimburgo me arrepienta de esas palabras, pero de momento, salvo por algún momento contado con los dedos de una mano, es un buen compañero de viaje.

Aún no camina, pero casi, y adora ponerse de pie a la primera de cambio. Gatea mucho y bien, eso sí. Y tener un niño que gatea por casa es como tener un perrillo: te pasas el día dando órdenes para que te siga o vaya a algún sitio y a veces incluso para que te devuelva un juguete que se ha ido lejos y lo puedas poner en marcha de nuevo.

Como todos los niños - y como su madre, yo, que ya dije que jugaba horas y horas con unas cuantas bolsas de plástico guardadas - juega de maravilla con sus muchos juguetes, se entretiene mucho él solo, pero hay mañanas en que ni los mira porque prefiere jugar con mis zapatillas de estar en casa o con el teléfono inalámbrico o con el móvil o con un paquete de galletas o con las sillas...

Pero si hay con algo con que se centra es con los cuentos. Puede sentarse él solo un buen rato y pasar las páginas (mejor aun si hay pestañitas que levantar) pero si le coges en brazos y se lo "lees", entonces ya se entretiene muchísimo más, claro. Su cuento preferido últimamente era uno regalado por una de mis primas, Peely Wally, hasta que - sí, lo confieso - se lo escondimos. Lo devolvimos a la estantería en parte porque podías verlo de principio a fin mil veces seguidas y no se cansaba, pero sobre todo porque berreaba en lo que tardabas en pasar desde la última a la primera página. Era agotador y muy estresante. Ahora se entretiene con otros más sosegadamente mientras yo debato internamente si me atreveré a comprarle la segunda parte en Edimburgo.

Es mimoso pero tiene muy mal genio. La gente que lo ve en su sillita por la calle piensa que es muy tranquilo sólo porque va quietecito mirándolo todo y diciéndoles adiós a los perros, pero en casa es un pequeño torbellino con especial debilidad por los cables y los enchufes. Como buena mejora de la especie, es más listo que nosotros: Manuel y yo tardamos un par de minutos en procesar cómo colocar el tope de seguridad en la puerta de la cocina, él tardó una milésima de segundo en entender cómo funcionaba y cómo seguir abriendo y cerrando la puerta a sus anchas. No hay nada que encuentre más irresistible que lo que encuentra por el suelo, ya sea una miguita de pan recién caída, un objeto no identificado o directamente una pelusa o un papelito: si lo que encuentra es media galleta desaparecida en combate (debajo del sofá) esa misma mañana la expedición debe de ser todo un éxito. Es fan total de la pantalla azul que sale en la televisión al cambiar de salida. Sigue adorando la Coca Cola (de vista) en todos sus formatos y no le hace ascos a nada de comer. Adora la crema pastelera y la sandía. Sabe muchas cosas, creo que más de las que imaginamos. Le encantan los globos. Es muy entusiasta. Muchas veces nos hace partirnos de risa.

Y ya tiene un año. Y sólo tiene un año.

jueves, 12 de julio de 2012

Semana de cumpleaños

Desde que dejé de contar sus visitas "oficiales", la única lectora nos visita con cierta frecuencia. Digo "nos" pero a ella lo que de verdad le interesa es ver a Héctor. Hace poco me dijo que se venía a pasar nada menos que cinco días de sus preciadas vacaciones con nosotros coincidiendo con la semana de mi cumpleaños.

Al poco de cruzar el umbral el pasado lunes ya estábamos casi todos (menos Manuel, pobre) abriendo regalos independientemente de las fechas: regalos de cumpleaños atrasados para la única lectora, regalo de cumpleaños ligeramente adelantado para mí (ver en la última foto de esta entrada: un ejemplar de El lamento de Caín, de Luis Montero, firmado por el autor) y regalo de cumpleaños un poco más adelantado para Héctor. Y todos un éxito.

La mente creativa de la única lectora siempre se ve obligada a trabajar por estos lares, así que con uno de sus regalos hizo unos cartelitos monísimos para la habitación de Héctor. Sin duda el gran esfuerzo del viaje fue un inolvidable transbordo en el metro de Urquinaona con el cochecito de Héctor escaleras arriba y abajo, pero hubo un trabajo mucho más placentero, que fue hacer scones. A la única lectora le encantó el proceso de elaboración y en menos de lo que dura una siesta de Héctor teníamos esto sobre la mesa:



Lo de hacer scones era para por fin probar el lemon curd que me había regalado - entre otras delicias de la hora del té - mi hermana por Reyes y que caducaba ya en agosto. Una excusa como otra cualquiera.



El lemon curd, nunca probado hasta ahora, como bien decía mi hermana cuando me lo dio, está delicioso. Con un puntito ácido de lo más equilibrado que combinaba a la perfección con los scones de arándanos azules.




Doce scones que dieron mucho de sí y que nos supieron a gloria.

Y como no podía ser de otra manera, el día de mi cumpleaños hubo tarta. Pizza también, como entraba en los planes, pero no helado, porque hay quien ya tiene una edad (yo por lo visto me conservo muy joven de espíritu) y opinó que pizza tarta y helado era demasiado, así que nos conformamos con pizza y tarta, que tampoco estuvo mal, sobre todo tratándose de una tarta tan rica como esta:




Y Manuel, que no es tan liberal con los regalos como la única lectora, se esperó a la mañana de mi cumpleaños para dármelos. Algunos eran sorpresa y otros eran directamente sacados de uan lista que yo misma le había hecho de la tienda de regalos de la exposición de Writing Britain en la British Library. Ya que no podemos ir, qué menos que visitar la tienda de regalos virtualmente, ¿no?




Así que ahora tengo a la espera del eterno proceso de poner en un marco, agujerear la pared, colgar, etc, estos dos fantásticos pósters: este mapa de Gran Bretaña a base de sus escritores más conocidos y este de fusión feliz de Tolkien y Emily Brontë (el lugar es Top Withins, donde se cuenta que se inspiró para situar Cumbres borrascosas en los páramos).

También una taza de las Brontë (también de la exposición), un estupendo libro de pingüinos al que no puedo dejar que Héctor se acerque pese a ser chulísimo y... una guía/mapa popout de Edimburgo para complementar el viaje que habíamos reservado tan sólo unos días antes: un viaje de cuatro diítas a Edimburgo a finales de este mes.

Curioso lo de Edimburgo, porque yo siempre quería ir y Manuel estaba reticente. Yo iría feliz de vacaciones a cualquier pueblo perdido británico y él es más selectivo y tiende a optar sólo por Londres y Haworth. Como solemos ir de vacaciones en agosto, Edimburgo quedó descartado cuando vimos que era el Fringe Festival: con Héctor no queríamos complicaciones adicionales. Yo propuse Bath o, en realidad, cualquier sitio en suelo británico y Manuel estaba poco convencido hasta el punto de proponer volver a Estocolmo, cosa que a mí tampoco me parecía mal. Pasaron siglos sin que moviéramos un dedo y lo siguiente que supe, en plena visita de la única lectora, era que Manuel había estado mirando fechas y demás para Edimburgo a finales de este mes. Me lo dio todo hecho y bien masticadito y yo encantada de la vida, deseando poner el pie allí pese a que los horarios de los vuelos son bastante incompatibles con un niño de un año. A ver qué tal.

Y como Héctor es un viajero y este mes de julio parece que nos hemos empeñado en dinamitarle sus rutinas, el sábado nos vamos a pasar unos diítas a Madrid, a celebrar su primer cumpleaños con la family. Un año ya... pero eso es material de entrada para la vuelta.

viernes, 6 de julio de 2012

31

Entrada programada.

Aunque el año pasado no lo pareciese, cumplir treinta era como meter la puntita del pie en la piscina y este año cumplir treinta y uno da la impresión de ser ya inmersión total en la nueva década.

No es que los cumpleaños de nadie sean siempre iguales, pero los míos son sorpresa, no sólo por los regalos, sino por la compañía. El año pasado lo celebraba con Manuel y mis padre esperando a Héctor. Este año lo celebro con Manuel, la única lectora, que está de visita, y Héctor esperando que pasen once días más para cumplir su primer año.

La tarta está encargada y a petición de la única lectora la celebración del cumpleaños será como en los viejos tiempos, a base de pizza y helado. Y como siempre no faltarán ni los regalos ni las llamadas telefónicas.

En fin, que sí, que es inmersión total, pero el empujoncito no está nada mal.