Han quitado la luz y me han dejado sin poder hacer nada en el ordenador. Peor aun: me han dejado sin excusas válidas para no limpiar los cristales. He salido a comprar algunas cosas para ver si a pesar de todo lo podía evitar, pero nada. Hasta que no he limpiado el último cristal no ha vuelto la luz. Creo que ha sido una especie de mandato divino.
En otro orden de cosas mucho más agradable, mañana nos vamos unos cuantos días a Madrid. Living in London, Pasajes y demás atracciones comerciales que no son grandes superficies estarán cerrados pero La Mallorquina y sus rosquillas de San Isidro adelantadas no (¡espero!).
Hasta la vuelta.
miércoles, 29 de abril de 2009
Barcelona-Madrid
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martes, 28 de abril de 2009
Fortnum & Mason: té Queen Anne
Ya conté que en nuestra visita a Fortnum & Mason me decidí, después de mucho pensarlo, por comprar el té Queen Anne. Ya había probado otros tés de esta marca (de hecho tengo algún que otro sobre de esos que son "el último" y me da pena terminar del todo) que me habían gustado. Lo que más me atraía, sin embargo, era comprarlo in situ (y no en el aeropuerto como siempre) y la institución británica que es Fortnum & Mason.
Las descripciones "técnicas" de tés (¿aún?) no me dicen mucho, así que al final me terminé guiando por las apariencias. La lata era bien mona, aunque todas eran iguales; me gustó mucho el nombre, aunque de la reina en sí no conozco gran cosa; me gustaron las letritas en rosa que sí que los distinguían, junto con el nombre por supuesto, de las demás latas, aunque el rosa no me suele gustar. En fin, que creo que fue pura casualidad.
Ahí lo dejé mientras terminaba el té de Navidad y otros y, lo reconozco, porque me daba miedo que las apariencias engañaran y el té, con todo, resultara no gustarme.
Por fin hace unos días aprovechando que había una luz bonita me decidí a probarlo con la excusa de una sesión fotográfica:
Y el té me supo tan bien como - creo yo - monas quedaron las fotos. Como ya he dicho que las descripciones técnicas de sabores de tés (o sabores en general, la verdad) no son lo mío, se da por hecho que soy incapaz también de explicar por qué me gustó. Pero fue una sorpresa de lo más agradable. Ahora el problema es otro: tomarlo con calma para que dure lo máximo posible pese a lo rico que está.
Mientras lo saboreaba leía su historia en la lata. Lo crearon mezclando tés Assam y Ceylon en 1907, año del bicentenario de Fortnum and Mason y le dieron el nombre de la reina que esos doscientos años antes les había visto nacer. Creo que en 2007 el tricentenario lo celebraron redecorando la tienda (que quedó tal y como la vimos nosotros) y, que yo haya podido averiguar, no crearon ninguna mezcla nueva.
Y porque me acaba de venir a la cabeza:
Perhaps there can be too much making of cups of tea, I thought, as I watched Miss Statham filling the heavy teapot. Did we really need a cup of tea? I even said as much to Miss Statham and she looked at me with a hurt, almost angry look, 'Do we need tea? she echoed. 'But Miss Lathbury...' She sounded puzzled and distressed and I began to realise that my question had struck at something deep and fundamental. It was the kind of question that starts a landslide in the mind. I mumbled something about making a joke and that of course one needed tea always, at every hour of the day or night.
Quizá sea posible hacer demasiado té, pensé, mientras miraba a la señorita Statham llenar la pesada tetera. ¿De verdad necesitábamos una taza de té? Llegué incluso a decírselo a la señorita Statham, que me dedicó una mirada herida, casi enfadada.
-¿Necesitamos el té?-repitió-. Pero señorita Lathbury...
Sonaba confusa y angustiada y comencé a entender que mi pregunta había chocado con algo profundo y fundamental. Era de esas preguntas que provocan un corrimiento de tierras en la mente. Murmuré algo sobre gastar una broma y que por supuesto que una necesitaba té siempre, a cualquier hora del día o de la noche.
Excellent Women (Mujeres excelentes), de Barbara Pym. (Traducción rapidísima y desastrosa mía).
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lunes, 27 de abril de 2009
London Belongs to Me, de Norman Collins
Ya he hablado un par de veces de London Belongs to Me, de Norman Collins, así que poca presentación necesita.
Es de esos libros que, por lo que sea, por el título, la portada, el resumen, crean una expectativas muy altas. Y también es de esos libros que, por altas que sean las expectativas, las sobrepasan con creces.
London Belongs to Me es una novela que no habla del Londres monumental ni del Londres más turístico. Habla del Londres en que vivía la gente normal y corriente entre los años 1938 y 1940. Para más señas, habla, sobre todo, del Londres de la orilla sur que tanto me gusta, aunque el ficticio número 10 de la ficticia Dulcimer Street está situado un poco más al sur de la zona que conocemos.
London Belongs to Me es una novela coral puesto que seguimos los pasos de todos los habitantes del número 10 de Dulcimer Street. Empezamos con los Josser, cuyo padre de familia abre la novela en su último día de trabajo, cuando le vemos volver a casa el 23 de diciembre de 1938 cargado hasta los dientes sobre todo por culpa del enorme reloj de mármol que le han regalado en su empresa de la City por sus muchísimos años de trabajo en ella. Cuando llega a casa conocemos a su mujer, la señora Josser y a su hija Doris. Al día siguiente nos enteramos de que, además, hay un hijo casado y con una niña pequeña.
Debajo de ellos vive la casera, la señora Vizzard, una viuda que vive en el sótano por ser el apartamento más barato y así poder seguir ganando el dinero del que tanto depende. Pronto acogerá al nuevo inquilino del número 10, el misterioso señor Squales que se aloja en el pequeño "sótano de atrás", donde ya sí que no entra nada de luz.
Arriba del todo vive el señor Puddy, un señor que sólo piensa en comer (y la mayor parte de las veces sus comidas preferidas reflejan la peor parte de la comida inglesa por excelencia) y que habla con una voz nasal muy característica.
Debajo del señor Puddy y encima de los Josser viven Connie, una vieja actriz venida a menos (si es que alguna vez fue más) que ahora trabaja en el guardarropa de uno o dos terribles locales, vive por su pajarillo Duke y que sabe echarle siempre mucha cara a todo (para bien y para mal), y, en la puerta de enfrente, la señora Boon y su hijo Percy, que ha visto demasiadas películas americanas y que, en su cabeza, vive en un mundo alternativo y es un optimista irredento.
Y mientras seguimos sus idas y venidas, así como las de algún otro de sus conocidos y un tal Otto Hapfel que trabaja para los Nazis y poco tiene que ver con Dulcimer Street, descubrimos que son reales como la vida misma y van pintando un cuadro muy fiel al Londres cotidiano y de clase media de la época. Con pequeñas - o no tan pequeñas - sutilezas van cayendo mejor o peor, van mostrando diferentes facetas de sus personalidades y se vuelven totalmente tridimensionales. Mis preferidos resultaron ser los Josser y Connie, aunque todos, incluso los que no caen tan bien, tienen su encanto.
Todo eso para describir casi mejor que ningún libro de historia cómo se vivía realmente en esos dos años. En 1938 la incertidumbre y los debates sobre si habrá una guerra o no no tienen fin. Cuando por fin se declara la guerra, no es una guerra de estrategias militares, sino de lo que más me gusta, un relato de cómo vivía la gente normal mientras sobre Londres caían bombas todas las noches. Todo puntuado por pequeños detalles que van desde el té - el muchísimo té - que se bebe hasta la decoración de la época pasando por cosas como el apagón durante la guerra o los viajes en tren y tranvía. Cuando el libro se termina al cabo de sus setecientas y pico páginas lo cierras como recién vuelto de un viaje a Londres, no a este Londres al que llegamos en un par de horas de vuelo, sino del Londres de finales de los años 30.
Lo que da pena es que el libro, publicado en 1945, acabe en 1940 y nos deje con las ganas de saber cómo llegaron - o si llegaron - los habitantes del número 10 de Dulcimer Street al final de la guerra. Los pobres se quedan allí, con cinco años más de guerra por delante. Y son tan reales que cuesta pensar que no tienen un final fijo sino que te puedes imaginar el final que quieras para ellos. Quieres saber la verdad.
Curioseando en internet sobre Kennington, que es el barrio de verdad donde está la ficticia Dulcimer Street, me encontré con una tragedia que ocurrió durante precisamente la Segunda Guerra Mundial. Todo el trasfondo de la novela es histórico así que al ver, cuando ya me quedaban pocas páginas, que el 15 de octubre de 1940 cayó una bomba sobre el refugio situado en el parque* y mató a, no se sabe con exactitud, unas 100 personas, creí haberme enterado del final de libro sin querer y ya me temía lo peor. Para bien o para mal no fue así.
Este es el primer ejemplar del nuevo look de Penguin Classics que compro. La portada con la foto aun más grande me gusta, lo que no me hace tanta gracia es que el nuevo look - por razones ecológicas o monetarias - ha perdido el plastiquillo que antes recubría las tapas de "cartulina". Ahora la cartulina queda al aire y es todo más endeble y el tacto menos agradable. Pero en este caso no hay pega que valga gracias al excelente contenido.
Y lo que tampoco he terminado de entender es lo de contratar a un señor - Ed Glinert - para que escriba la introducción de un libro que no parece haberle dicho gran cosa, al menos esa es la impresión que me deja a mí la introducción que, como siempre, leí al terminar el libro. Él se esfuerza en que parezca que sí, pero cuando no hace más que repetir que comparado con Grahame Green o Evelyn Waugh, Norman Collins y su libro no son nada ni nadie pues da que pensar. Si a eso se le añade que también repite hasta la saciedad que London Belongs to Me es más bien hueco y que sólo pretende entretener al lector puesto que no hay discursos políticos ni sociales pues hace que sea una introducción más bien prescindible. Porque la gracia, creo yo, de London Belongs to Me y la maestría de Norman Collins residen precisamente en eso, que no los hay, aunque eso no signifique que no existan ni sean la intención principal del autor. Los puntos de vista y las vidas de todos los personajes son, en ocasiones, radicalmente diferentes. Norman Collins no entra en si el mensaje de este que arremete contra Chamberlain o de este otro que no tiene ni qué comer son más o menos válidos frente a los demás, sino que deja que el lector que, ya digo, se integra en la novela como si los setenta años que han pasado desde entonces no hubieran transcurrido, saque sus propias conclusiones. Y yo se lo agradezco y lo prefiero, pero por lo visto al señor Glinert le gusta que le den las cosas bien mascaditas y con un barniz más "culto" (y que conste que no tengo nada en contra de Grahame Green ni Evelyn Waugh).
Por cierto que hay una película de 1948 basada en el libro. Tarde o temprano creo que aparecerá en alguna futura Noche de viernes, aunque ya me voy mentalizando de que es imposible que todo el libro haya cabido en ella. También hay una miniserie de finales de los 70 que ya imagino, visto lo visto del estilo de la época, que lo meterá todo con puntos y comas pero aparte de que creo que es inencontrable es que no sé si quiero verla realmente precisamente por eso.
Y para acabar dejo tres de las portadas que ha tenido este libro (quizá haya más). De la de la primera edición me encanta el detalle de la pequeña tetera ya que el té, junto con Londres y como en tantas novelas inglesas, es un personaje más.
* Lo curioso es que muchas casas de la zona que tuvieron que reconstruirse usaron, para sus verjas, nada menos que camillas recicladas (foto). No lo había oído nunca y me pareció muy, muy curioso.
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domingo, 26 de abril de 2009
Madalenas de canela
Después del gran reto que fue la repostería del sábado pasado, ayer optamos por lo más sencillo posible: unas madalenas de canela de Duncan Hines. Añadir a los contenidos un huevo y leche, repartir en los moldes y listo.
Llevan un curioso topping de canela que hace que verlas crecer - y crecen mucho - mientras se hacen en el horno sea de lo más entretenido, más que nada porque van perdiendo el topping y les van saliendo calvas. Imposible predecir cuál perdería antes el toppping mientras, además, debatíamos sobre si crecerían hasta tocar el techo del horno.
Y como salieron 12 hermosos ejemplares que, sin llenar excesivamente, sí que hacen difícil comer más de una madalena, a estas horas aún queda la mitad, sin contar la que tengo entre manos mientras tecleo esto, claro.
Imposible poner más de una foto hoy porque las tradicionales fotos del desayuno han sido imposibles debido a lo negro que estaba y el diluvio que caía fuera. Así que he aquí la de ayer, con las madalenas recién salidas del horno y oliendo de maravilla con la rosa de Sant Jordi, que aún dura, de fondo.
Y la película dominical de hoy era lo que debería ser un clásico que sin embargo ha quedado injustamente olvidado: You Can't Take It With You (Vive como quieras). Tiene ingredientes básicos que ya de por sí deberían ganarle el título de clásico entre los clásicos: dirección de Frank Capra, basado en una obra de teatro que ganó un Pulitzer, actores como Jean Arthur, James Stewart, Lionel Barrymore y dos Oscars (a mejor director y mejor película). Pero es que además tiene un argumento impresionante, delirante, divertidísimo y, al igual que Mr Deeds Goes to Town (El secreto de vivir), que vimos hace unas semanas, un estupendo mensaje que parece escrito por el mismísimo Roosevelt (la película es de 1938). Y, argumento aparte, una película en la que se usan gatitos (¡vivos!) como pisapapeles, hay alguien que baila constantemente, hay alguien que posa para un cuadro vestido de romano y que tiene un gran final feliz no puede estar mal. Ay, me ha encantado.
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viernes, 24 de abril de 2009
Sant Jordi
Aquí está la foto resumen del día de ayer. Salvo que en ella no se aprecia ni lo mucho que anduve ni el calor que pasé, que yo creía que era sin precedentes pero resulta que - ventajas y desventajas del blog - el año pasado dije lo mismo y ni me acordaba. Así que es probable que el año que viene pase lo mismo. Eso sí, creo que, por mucho que me cueste admitirlo, prefiero que haga calor a que llueva.
Una mirada rápida a los libros. Empezando por arriba, los dos primeros son regalo de Manuel:
- How to Avoid Huge Ships: And Other Implausibly Titled Books. El título lo dice todo. Una recopilación de treinta libros con títulos (y también contenidos rarísimos). Nos reímos un montón hojeándolo y todavía no me puedo creer que, entre otros, exista un libro sobre cómo tejer con el pelo de tu perro ("mejor el pelo de un perro que conoces que la lana de una oveja que no conoces").
- No One Belongs Here More Than You, de Miranda July. Antes de saber qué libro era ya me gustó porque todas las tapas son amarillas. Miranda July dirigió Me and You and Everyone We Know (Tú, yo y todos los demás), que es una película un tanto rara pero también muy curiosa. Supongo que estas historias cortas serán del estilo, pero ya veré.
Y estos dos son adquisiciones propias conseguidas ayer con el sudor de mi frente, porque no hace falta que cuente cómo de lleno estaba cualquier recinto que vendiera un sólo libro:
- There Were No Windows, de Norah Hoult. Lo primero que hice ayer fue pasarme por Hibernian Books y, después de estar un buen rato curioseando, me decanté por este. Era una apuesta arriesgada, comprar un libro sólo por su editorial (¡Persephone!), pero el argumento no tenía mala pinta y estaba TAN bien de precio que me lo llevé. Y ahora he visto que tiene muy buenas críticas en internet.
- An Unsuitable Attachment, de Barbara Pym. En La Central. Me sorprendió mucho encontrarme con algunos Pym (los otros ya los tenía) así que no dejé pasar la ocasión.
Y para terminar una cuantas imágenes del día:
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jueves, 23 de abril de 2009
Día del libro (y la rosa)
Reciclo la foto del año pasado con la recreación casera de la leyenda de San Jorge y el dragón. Qué mejor día del año para echarle imaginación a la cosa y ver a San Jorge en lugar de a un vikingo y al temible dragón en lugar de un muñequito de Nessie con gorrito escocés y todo.
Y todo para desearos un feliz día del libro, feliç Sant Jordi o happy Saint George (esto último creo que nadie lo dice, pero bueno).
Hoy toca pulular por las calles y ver cómo apenas nadie va sin una rosa. Además este año, en principio, no tengo ninguna misión de caza de autógrafos así que pulularé con toda la calma que se puede pulular entre las hordas de gente hasta que llegue la hora de encontrarme con Manuel y nos dediquemos a pulular un poco más.
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miércoles, 22 de abril de 2009
Lilas
Manuel cada sábado trae más flores y casi siempre llega alguna nueva. Este sábado trajo un par de rosas - que ya le dije que no le libraban de la de mañana - y también un grupito de lilas. Es una pena, porque duran poquísimo y al día siguiente ya estaban muy mustias, pero mientras duran el olor es glorioso.
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martes, 21 de abril de 2009
Todavía: Londres, 2ª parte
Esta entrada se llama así porque es la continuación lógica de esta otra de hace unas semanas.
Me reservé el Té de Londres para cuando estuviera leyendo London Belongs to Me, de Norman Collins, acompañados por la taza de Starbucks de Londres que normalmente tiene turno de mañana pero que el otro día hizo una excepción para posar en la foto por la tarde.
El experimento dio los resultados esperados:
- El té no es gran cosa pero se deja beber.
- El libro es mucho mejor que el té, pero de momento no quiero hablar mucho él. Me quedan ya pocas páginas y baste decir, además, que no quiero que llegue el final. Setecientas y pico páginas y aún quiero más... Aquí dejo el principio del prefacio y su traducción rápida correspondiente. Hubiera citado con gusto el resto del prefacio, que es una verdadera carta de amor a Londres, pero pronto me di cuenta de que, si me ponía a citar todos aquellos trozos que me parecían igual de evocadores, terminaría citando el libro entero.
There may be other cities that are older. But not many. And there may be one across the Atlantic that is larger. But not much.
In fact, no matter how you look at it, London comes pretty high in the respectable upper order of things. It's got a past as well as a present; and it knows it. And this is odd. Because considering its age it's had a remarkably quiet history, London. Nothing very spectacular. Nothing exceptionally heroic. Not until 1940, that is. Except for the Great Fire and the Black Death and the execution of a King not very much has ever happened there. It has just gone on prosperously and independently through the centuries--wattle one century, timber the next, then brick, then stone, then brick again, then concrete. Building new foundations on old ruins. And sprawling out across the fields when there haven't been enough ruins to go round.
Puede que haya ciudades más antiguas, pero no muchas. Y puede que haya una al otro lado del Atlántico que sea más grande, pero no mucho.
De hecho, lo mires como lo mires, Londres se sitúa en las primeras posiciones del respetable orden superior de las cosas. Tiene un pasado y también un presente... y lo sabe. Y resulta extraño porque teniendo en cuenta su edad Londres ha tenido una historia notablemente apacible. Nada demasiado espectacular, nada extraordinariamente heroico. No hasta 1940, quiero decir. Con la excepción del Gran Incendio y la Peste negra y la ejecución de un rey no ha sucedido gran cosa. Ha ido discurriendo, próspera e independiente, por los siglos: adobe un siglo, madera el siguiente, después ladrillo, después piedra, después ladrillo de nuevo, después cemento. Construyendo nuevos cimientos sobre antiguas ruinas. Y extendiéndose por los campos cuando no había ruinas suficientes.
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lunes, 20 de abril de 2009
Sweeney Todd
En Londres se nos escaparon las entradas de algún que otro musical de Sondheim y aunque paliamos el mono con alguna escucha casera de vez en cuando, eran ya muchos meses sin ver un Sondheim en vivo y en directo. Así que el viernes, con las entradas esperando desde hacía meses, por fin llegamos al teatro Apolo a ver Sweeney Todd (que estuvo en Madrid meses antes en el Teatro Español).
Y no podía ser de otra forma: no nos defraudó. El montaje, la iluminación y la puesta en escena son espectaculares y desde luego han recreado esos oscuros tramos de Londres a la perfección. Lo que más me impresiona del teatro siempre - aparte de la memoria de los actores - es la imaginación de los que montan el escenario. Hacen que todos los cambios de escena y todos los múltiples usos parezcan lo más sencillo y evidente del mundo.
Y en este caso los actores también estaban muy bien. Como decíamos de camino al teatro, Joan Crosas no se parece en nada a Johnny Depp ni Vicky Peña a Helena Bonham-Carter pero seguramente van más encaminados a la realidad, la dudosa realidad de Sweeney Todd. Estábamos en la tercera fila así que no sólo temíamos que algún chorro de sangre se nos viniera encima sino que veíamos bien de cerca las caras pálidas tanto de estos dos actores como del resto del reparto. Impresionante cuando, con la mirada fija, se plantaban al borde del escenario sobre las luces que venían desde abajo que les daban un toque de lo más tétrico.
Aquí hay una especie de presentación del musical de cuando estuvo en Madrid, pero yo dejo aquí el vídeo de cómo empieza. Seguro que deja ganas de más...
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domingo, 19 de abril de 2009
Battenberg cake para Charlotte Brontë
Hay veces que una vez que una cosa se nos pasa por la cabeza ya no hay forma de "des-pensarla". y eso es lo que me pasó hace unas semanas con la tarta Battenberg (usamos esta receta): se me metió entre ceja y ceja y, además, con una fecha concreta: ayer sábado de repostería por varios motivos. A Manuel, cuando se lo comuniqué, no le hizo muy feliz: primero porque, una vez que has leído algún libro - o todos, en nuestro caso - de Jasper Fforde las asociaciones de la Battenberg Cake son muchas y no del todo buenas (aunque sí muy divertidas) y segundo porque el recubrimiento está hecho de mazapán. Acabé con lo segundo diciendo que, como aquí no venden ya el mazapán listo para pasarle el rodillo, nos lo ahorraríamos. Cosa que más tarde vi que era impracticable porque, junto con la mermelada de albaricoque, es lo que sujeta toda la estructura de la tarta (sí, es una tarta con estructura) y como me enteré de que el mazapán era muy fácil de hacer, decidí que bueno, nuestra tarta Battenberg sería una tarta Battenberg al completo. Y mazapán siempre se puede apartar, ¿no?
Conseguido el colorante alimentario rojo y todo, sólo quedaba ponernos manos a la obra. Y creo que puedo decir que es lo más complicado que hemos hecho hasta el momento y que es probable que hagamos en la vida*. Descubrimos en el proceso algo que quedaba implícito y que no captábamos al leer los libros: la madre de Thursday Next - la protagonista de la mayoría de los libros de Jasper Fforde - tenía mucho (MUCHO) tiempo libre, aunque las recetas se empeñen en decir que el tiempo de elaboración es de una hora (¡ja!).
La única diferencia entre los dos bizcochos es que uno lleva colorante y el otro no: el sabor es idéntico. Se hacen, se recortan, se pegan con la mermelada de albaricoque y se envuelven en el mazapán. Dicho así no suena como la inmensa obra de ingenería y arquitectura que realmente es. Vamos, que la Torre Eiffel ahora nos parece un juego de niños y que creo que después de haber hecho una tarta Battenberg deberían darte automáticamente los títulos de arquitecto e ingeniero como mínimo. Porque los bizcochos están en constante peligro de desmoronarse, de romperse, de hacerse migas, de partirse. Por no hablar del mazapán, que se pega a la superficie de trabajo como superglue; cosa que no hace la mermelada de albaricoque que pega como... como pegamento de barra Pritt, que sí, pega un poco, pero también se deja despegar fácilmente. Y con todos esos factores de riesgo hay que contar a la hora de envolver la tarta en el mazapán. Qué tensión.
Baste decir que el enrollado acabó en la tabla grande de cortar y ahí se quedó la tarta. No es una presentación muy atractiva pero no queríamos ni contemplar la idea de otro traslado.
Mientras se desarrollaba todo esto y esquivábamos una y otra vez las grandes catástrofes que nos asaltaban por todos los lados yo no podía evitar pensar en los motivos que me había llevado a elegir la tarta. El primero, sin duda, la curiosidad anglofílica. El segundo, que el jueves que viene, sí, es Sant Jordi pero también Saint George, patrón de Inglaterra. Había que hacer algo muy patrio. Y finalmente y quizás el motivo más poderoso es que el martes, día 21, es el cumpleaños de Charlotte Brontë y yo quería dedicarle una buena tarta de su tierra. Pero mientras la hacíamos y no terminaba de encajar con la imagen mental yo no hacía más que repetirme que más que una tarta en honor de mi escritora favorita parecía que me había empeñado en hacerle una tarta a mi peor enemigo. Por suerte, y lejos de la perfección, de eso no hay duda, el resultado fue, como mínimo, digno. Y creo que Charlotte Brontë no puede ponerle muchas pegas. La intención es lo que cuenta, ¿no?
Y de sabor, que es lo realmente importante está muy rica. Y es que aparte de los riesgos de elaboración también estaban los del paladar. Manuel sin entusiasmo (por ponerlo suavemente) por el mazapán y yo sin ser una gran fan de la mermelada. Pero, como los riesgos de elaboración, estos también los esquivamos. Manuel aparta el mazapán (yo soy incapaz de comer más que el mío porque eso llena como comer tres elefantes de una sentada) y se entretiene haciendo figuritas, como este hombrecillo que, ya que hablamos de Charlotte Brontë, bien podría ser Edward Rochester, y que a estas horas ya no existe más que en foto. Y la mermelada de albaricoque apenas se nota más que en un leve saborcillo que queda muy bien. Así que, aunque es enorme y aún queda muchísima, la comemos con mucho gusto. A la salud de Charlotte Brontë, de San Jorge y de todos los ingleses de la pequeña gran isla.
Pero todo eso no quita que ayer decidimos que el sábado que viene la repostería será de las muy, muy fáciles.
Y ya pasando a hoy la película dominical de esta mañana era una bien conocida (aunque yo sólo recordaba trozos sueltos): Bringing Up Baby (La fiera de mi niña). ¡Qué carcajadas! Y me sigue fascinando/intrigando la forma de hablar de Katharine Hepburn. Por cierto que del leopardo y qué fue de él en la vida real poco hemos podido averiguar pero nos ha hecho gracia enterarnos de que el perro, George, se llamaba Skippy en la vida real y que ya lo habíamos visto en una película anterior, The Awful Truth (La pícara puritana), de las muchas que hizo. Era una auténtica estrella de Hollywood y cobraba nada menos que 250 dólares semanales.
* A eso hay que sumarle los contratiempos ajenos a la propia tarta, como que cuando estaba pesando la harina al abrir un armario hubiera un alud y una de las cosas aterrizara directamente en la bandejita llena de harina de la balanza creando una impresionante nube de harina que invadió toda la cocina o que yo, después de repetirlo constantemente, comenzara a echar la masa en el molde antes de haberlo untado de mantequilla y hubiera que retroceder.
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viernes, 17 de abril de 2009
Ashes to Ashes
Oooooohhh... qué triste el sábado cuando se nos terminó la primera temporada de Ashes to Ashes, que es la "continuación" de Life on Mars* y cuyo título, igual que Life on Mars, viene de otra canción de David Bowie (y resulta imposible entre la serie y la canción no acabar con el "I'm happy, hope you're happy too" incrustado en la cabeza) y de cuyo vídeo sale el terrible "payaso" que releva a la terrible niña de la carta de ajuste de la serie anterior.
Al principio echábamos un poco de menos a los personajes que no pasaron de los setenta a los ochenta, Sam Tyler (aunque se le menciona brevemente) y Annie Cartwright pero enseguida nos engancharon los ochenta con toda su parafernalia hortera. Y es que la recreación es impresionante tanto en decorados, vestuario, etc. como en el look ochentero de la propia serie (véase la foto de aquí al lado sin ir más lejos, parece salida directamente de un archivo) con la presentación y la música y todo.
En Life on Mars Sam Tyler aterrizaba en 1973 cuando le atropellaba un coche. En Ashes to Ashes Alex Drake (cara conocida para aquellos que vieran la adaptación de Wives and Daughters (Hijas y esposas) de la BBC de hace unos años donde hacía de Cynthia) recibe un disparo y cae vestida en todo el esplendor hortera del momento en pleno 1981 (¡mi año!) y se incorpora al equipo de Gene Hunt, que ahora ha dejado Manchester (que no el acento) por Londres. Chris y Ray (que ahora es Raymondo para los amigos) y, una nueva, Shaz, siguen tan graciosos y tan pánfilos como en Life on Mars. Y Gene Hunt sigue tan machista, tan divertido y tan irresistible - o más - como en Life on Mars. Pierdo cuenta del número de frases políticamente incorrectas que salen de sus labios, que te dejan boquiabierto durante una milésima de segundo y que luego te hacen reír a carcajadas. Y tiene coche nuevo.
No había por qué temer: los guionistas se han portado de maravilla y han conservado la serie - salvo por los cambios obvios - intacta.
Alex Drake, una chica, no lo tiene fácil para enfrentarse a Gene Hunt en la oficina pero poco a poco se van entendiendo. Y eso a pesar de que Alex Drake - para la que la psicología es importantísima (en contraste con los métodos más rudos del resto) - que conoce bien el caso anterior de Sam Tyler no hace más que llamar a sus compañeros de trabajo "productos de mi imaginación"... ¡en sus caras!
Entre investigación e investigación, Alex piensa que está allí para salvar a sus padres, que murieron ese año en un coche bomba. Lo que lleva a un capítulo de final de temporada IMPRESIONANTE.
La segunda temporada - que tiene lugar en 1982 durante la guerra de las Malvinas - empieza el lunes que viene, aunque de momento nosotros nos tomamos un pequeño "descanso" para cambiar de serie. También se nos terminó la quinta temporada de Cold Case (Caso abierto) (que ahora van a poner los viernes por la noche en La Sexta, por cierto) así que nuestros sábados de series están totalmente renovados. Ahora vemos: Mad Men (Mad Men) (llevamos sólo dos pero muy, muy bien) y, a partir de mañana, la nueva temporada de Lost (Perdidos).
Así que aunque el descanso vaya a ser muy ameno yo estoy deseando que veamos ya la segunda temporada. De momento me conformo con el trailer que acaba con la fantástica frase de "los ochenta han vuelto y son criminales". Me encanta.
* Por cierto que hace poco me enteré de que en la futura adaptación de la serie para Antena 3, que se llamará La chica de ayer, no han terminado de entender el concepto canción del momento-título de la serie. Porque resulta que la serie tendrá lugar en 1978 y la canción de Nacha Pop es de 1980. Empezamos mal.
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jueves, 16 de abril de 2009
Noche de viernes: The Great Gatsby (El gran Gatsby) (1974)
Hoy ya me pongo al día con las películas de Noche de viernes pendientes de comentar.
No soy la única que convierte las Noches de viernes en "noche de viernes para ver las películas/series basadas en los libros que acabo de leer". Y para muestra un botón: Manuel se acababa de (¿re?)leer The Great Gatsby (El gran Gatsby), de Francis Scott Fitzgerald en Rufinito y, aunque tarde o temprano quiere ver alguna de las otras versiones cinematográficas, optó por revisitar la adaptación clásica, la de 1974 con Robert Redford y Mia Farrow: The Great Gatsby (El gran Gatsby). Lo de Mia Farrow ya tuvo su gracia porque yo toooooda la película estuve preguntando "¿pero quién es esa actriz que me suena tanto?" Y Manuel, dando por hecho que todo el mundo identifica fácilmente a Mia Farrow, pensaba que me refería a Karen Black, menos conocida. Pero a mí ese nombre no me sonaba de nada y sin embargo su cara sí. Así que no fue hasta los créditos finales cuando me enteré de que Daisy era Mia Farrow: "¡no es Karen Black, es Mia Farrow!" La cara de Manuel fue un poema ante tal incultura. No identificar a Mia Farrow...
No fue la única incultura que se respiró durante la noche y es que... yo.... no tenía ni idea de qué iba la historia. Conocía el título, el autor, el país del autor y hasta alguna otra obra del autor (con la misma profundidad que esta) pero si hubiera tenido que entrar más en detalles me habría visto en apuros. Nunca me ha llamado la atención así que nunca me he interesado por ello. Mal hecho, pero así es.
Así que fue como ver una película normal y corriente, porque no tenía ningún tipo de ideas preconcebidas. Y estuvo bien así en cualquier caso porque tanto la historia como la película me gustaron. Muy triste, eso sí.
Lo que menos me gustó fue esa bestia negra nuestra que es la voz en off (aunque reconozco que cuando no se conoce la historia es más llevadera que cuando se conoce bien, pero aun así) y el... la... es que no sé cómo se llama (¡hoy me estoy dejando por los suelos!) ¿iluminación? ¿fotografía? ¿cosa que hace que todo se vea como si el objetivo de la cámara estuviera demasiado abierto y todo tenga una especie de halo blanco místico? Eso, justo eso. No me gusta.
Pero fue una sorpresa, aunque no tenía nada en contra más que el desconocimiento. Al final va a resultar que me gustan más las noches de viernes preseleccionadas por Manuel (excepto si la elección es Jane Eyre 1973, claro) que las escogidas por mí.
Acabo de ver que he empezado a escribir esta entrada justo a la misma hora que empecé la de ayer. Ahora resulta que voy a ser de esa gente que sirve para poner los relojes en hora.
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miércoles, 15 de abril de 2009
Noche de viernes: Hurlevent (1985)
Tengo dos películas de Noche de viernes pendientes de comentar. Hoy me remonto a la que vimos hace más tiempo.
Después de las cinco semanas que duró la (me duele decirlo, pero es así) soporífera adaptación de Testament of Youth, Manuel juró venganza. No sé en cuántas películas/series consiste exactamente, pero la primera de ellas era una que teníamos pendiente desde hace muchísimo: una adaptación de Jacques Rivette de Cumbres borrascosas, Hurlevent, de 1985. La adaptación, de hecho, es sólo de "los primeros capítulos de la novela de Emily Brontë" o d'après les premiers chapitres de Wuthering Heights d'Emily Brontë, que ponía en el idioma original*, es decir, la primera generación.
Manuel lo consideraba una venganza, y yo lo temía mucho, porque según él Rivette es un director rarito (bueno, Manuel no lo definió con esa palabra exactamente, pero fuera el que fuese el adjetivo que empleó mi mente lo tradujo automáticamente por "rarito").
Primera sorpresa de la noche: Rivette, al más puro estilo Buñuel en Abismos de pasión, ha sacado a los personajes de su Yorkshire y su siglo XVIII-XIX natal, ha cambiado a algunos de nombre (Heathcliff ahora es Roch o Hindley es Guillaume) y se los ha llevado a la campiña francesa de 1930. Y, como con Buñuel, resulta funcionar mejor que cualquier adaptación "fiel" a la novela. Es extraño, pero es así y no sé por qué, no sé de dónde viene el cambio. ¿Viene de que el director se quita un peso de encima y siente que se puede tomar más libertades que lo único que hacen es acercarle más a la propia novela en lugar de sentirse atado por seguir las cosas al pie de la letra sin éxito? ¿O es el espectador el que, con los nuevos nombres y paisajes, se abre de miras y acepta cosas que no hubiera aceptado en los páramos de Yorkshire y que, de nuevo, no hacen más que acercarle al original en lugar de alejarle? Sea como sea el resultado es mejor, mucho más satisfactorio. (Con la excepción de aquel bodrio italiano que ni siquiera se sabía dónde sucedía, sólo en un sitio con mucha, mucha nieve).
Segunda sorpresa de la noche: y no sé quién fue el más sorprendido, Manuel o yo misma por el hecho de que no sólo no fuera una venganza sino que me estuviera gustando de verdad la película. Según Manuel esta no es tan rarita (de nuevo mi interpretación de sus palabras) como otras de Rivette, pero aun así. ¡Y es de 1985! Nadie lo diría, se podía haber rodado el año pasado y no notarse ninguna diferencia.
Vaya, que quedé encantada con Cumbres borrascosas d'après Monsieur Rivette. Si alguien tiene curiosidad aquí dejo un trailer en versión original con subtítulos en espagnol.
* Lo que me recuerda que hace unos meses Manuel llegó partido de risa con Fotogramas en la mano enseñándome un cartel de otra película de Jacques Rivette, un cartel que luego vi por todas partes y que, por lo visto a nadie de las muchas manos por las que supongo que pasaría antes de llegar a aparecer en carteles de la calle y demás, le sorprendió que pusiera "La duquesa de Langeais. Después de Honoré de Balzac" (Ne touchez pas la hache. D'après Honoré de Balzac, en el original). No sé quién fue la mente prodigiosa que se las dio de saber mucho francés pero me quedo con las ganas de preguntarle qué fue lo que, según él, pasó después de Balzac. Más que nada porque el francés d'après (que no après a secas, que sí que significa después) significa según: La duquesa de Langeais, según Honoré de Balzac. Qué paciencia.
(Me pregunto si en este pequeño apartado de quejas lingüísticas y sin venir en absoluto a cuento también puedo protestar por la periodista del Telediario de La uno que el otro día dijo "el margen del río". Muchacha, si no sabes usar una palabra tan "complicada" que varía de significado según el género, no te compliques más la vida y di "orilla" simple y llanamente, porque lo del río se llama "LA margen".)
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lunes, 13 de abril de 2009
Anne of Green Gables: A New Beginning
Doy gracias a quien corresponda por hacer que TV3 no tenga demasiados anuncios. Las tres horas de sofá viendo la cuarta entrega (se supone) de Ana de las Tejas Verdes, Anne of Green Gables: A New Beginning, podían haberse convertido en cinco en otra cadena.
Acaba de terminar y aprovecho que puedo escribir con ella bien reciente.
Mi gran problema surge cuando no sé cómo considerarla:
Si la considero una "secuela" de Ana de las Tejas Verdes la tengo que poner por los suelos tal y como anticipaba porque cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. De hecho, el señor Sullivan ha optado sólo por ser fiel a sí mismo y a su adaptación libre anterior (la tercera), lo cual dice muchísimo de su enfoque en plan soy-la-reencarnación-de-Lucy-Maud-Montgomery (no lo digo tan en broma). Y, como decía LittleEmily, queda claro que este hombre le tiene manía a Gilbert: en esta por fin se lo ha quitado de encima de una vez por todas, sin importarle mucho el Gilbert original, su edad y demás. Le parecerá bonito.
Según Kevin Sullivan, entonces, la Anne que conocemos era más bien tontita y no hacía más que vivir las mismas situaciones una y otra vez. Como eso no es cierto - es inaceptable, de hecho - me quedo con la hipótesis mucho más creíble de que el señor Sullivan tiene más bien, cómo decirlo, poca imaginación y además está en un quiero-no-puedo de abandonar las raíces. Con lo cual sale un refrito extraño de escenas anteriores que según el señor Sullivan serán posteriores y repetidas: poemas recitados a la deriva, carreras con animales, bosques que dan miedo...
Y no sólo copia a la historia original sino también a otras historias. Quizá yo tengo muy agudizado el sentido Brontë de las cosas pero las escenas de la casa de caridad me han parecido una copia pobre de las escenas de Lowood en Jane Eyre, desde el momento de "no habléis con esta niña a la que voy a castigar a estar de pie en esta silla" hasta el momento de "ese pelo aunque sea natural hay que cortarlo" (en el caso de Jane Eyre el pelo pertenecía a una alumna de pelo rizado y en este caso es el pelo rojo de la propia Anne) pasando por la amistad con la persona que se muere (y el pésimo diálogo sobre "lo siento, señor, pero el diccionario ya está inventado" "oh, no conozco esa palabra" que no sabía si tenía que hacer gracia, dar pena o, como se aproxima más a la realidad, rechinar mucho).
Y luego el constante cambio de decorados y casas y gente. Al final todo se calma un poco, menos mal, aunque sigue siendo una historia difícil de resumir más que nada, creo, porque el guión no es gran cosa y parece que por estar siempre en movimiento esté más relleno de lo que verdaderamente está.
Eso por un lado. Si se la considera como una serie de época como cualquier otra de la que no sabemos nada más que lo que una señora de mediana edad pelirroja va recordando de su infancia mientras escribe una obra de teatro no está tan mal. Sigue teniendo sus grandes fallos y momentos terribles pero al menos una no se enfada tanto y se deja ver.
La nueva Anne pequeña me da un poco de pena. La niña no lo hace mal pero le han pasado tantos vídeos de Megan Follows interpretando a la verdadera, en mi opinión, Anne Shirley, y la intenta imitar tanto que pierde bastante gracia. Por no hablar de lo pasado de rosca que está todo lo que hace y dice. Una cosa es que la niña que interpretaba Megan Follows tuviera una imaginación desbordante y hablase con palabras rocambolescas e hiciera mucha gracia. Otra es que a esta niña a veces quieras cerrarle la boca con cinta aislante. No es culpa de la pobre niña, lo sé.
Y mirando el reparto me ha hecho gracia encontrar que ella y la niña que hace de Violetta son hermanas en la vida real, aunque no se parecen en nada.
Sigo pensando que el papel de Anne Shirley de mediana edad se lo deberían haber dado a Megan Follows. Pero si se lo ofrecieron entiendo que ella dijera que no al leer el guión. La que lo hace no está mal, al menos no ha tenido sesiones de visionado de Megan Follows en vena, pero no es Anne Shirley.
Y Shirley Temple está ahí, poniendo el nombre famoso, supongo. No lo hace mal pero su historia es un poco aburrida y recuerda, de nuevo, a la de la tía Josephine Barry en la primera serie.
De los actores originales sólo vemos, que yo sepa, a alguno que ha cedido los derechos de imagen para que le saquen momentáneamente como Marilla (el resto siempre sale de espaldas) en imágenes "de archivo", a Diana Barry (aunque no me ha dado tiempo a fijarme si era ella en realidad o sólo alguien que se le parecía) en una foto en color (no tenía pinta de coloreada) de antes de 1945, lo cual es toda una proeza, y Rachel Lynde en persona, que lleva camino de convertirse en la Matusalén de Avonlea.
En fin, que no ha habido sorpresas.
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Lleida
La misteriosa "otra capital catalana" era Lleida. Girona ya lo conocemos así que en nuestro libro de visitas particular ya sólo nos queda Tarragona.
Desde días antes las predicciones auguraban lluvia y más lluvia, pero por más que lo repetían no terminábamos de asumirlo. Aun así, y por una especie de inspiración divina, decidí llevarme el famoso gorro rojo que en Londres usé más por cabezonería - nunca mejor dicho - que por necesidad. ¿Y quién me iba a decir que en realidad el gorro estaba predestinado, no para Londres, sino para otra ciudad cuyo nombre empieza por L? En Lleida apenas me lo quité.
En el tren, atravesando la tierra roja y a medida que nos acercábamos, había más y más niebla. El hotel no requería salir de la estación de tren (comodísimo) y nos tocó, por suerte, una habitación con vistas.
El primer día diluvió sin tregua. Descubrimos que, o nosotros somos muy señoritos, o hacer turismo bajo la lluvia es imposible.
Salimos del hotel rumbo al centro y, al cabo de cinco minutos, estábamos tan cansados de la lluvia y se apareció ante nosotros una pastelería con sitio para sentarse tan encantadora que no lo dudamos: adentro. Y el aspecto no engañaba. Desayunamos de maravilla y retomamos fuerzas para salir de nuevo.
Nos pusimos en camino hacia la Seu Vella que veíamos tan cerca desde la ventana del hotel y llegamos hasta un Palacio de Justicia que nos cerraba el paso y, aparentemente, no nos dejaba ninguna alternativa. Lo rodeamos un poco por cada lado, nos aventuramos un poco más allá, metimos los pies en charcos hasta que los pies y los charcos eran uno. Y nada, la Seu Vella seguía cerca, arriba. Inalcanzable.
Yo no lo aguantaba más, odio tener los pies mojados. Decidimos volver al hotel haciendo unas paradas por el camino. Entrando en todas y cada una de las muchas zapaterías que había en nuestro camino suplicando unas botas de lluvia o algo que no calase. En todas me miraban como si no tuvieran idea de la que estaba cayendo fuera y yo fuese una turista excéntrica que quiere unas botas árticas en pleno agosto. Por fin llegamos a una tienda de chinos en cuyo escaparate se veían las deportivas más feas y plasticosas del mundo que seguro que no dejaban pasar el agua. Vistas - sin mirarlas con demasiado detenimiento - y compradas. La otra parada fue en un horno que habíamos fichado para comprar las típicas "coques de recapte". Enormes y ricas: un picnic en la habitación del hotel. Además en Lleida el rato entre las 13:30 y las 17:00 es un rato muerto porque la mayoría de las tiendas e incluso algunos restaurantes (!!) cierran.
Por la tarde me puse mis zapatillas horteras (una pena que al día siguiente, ya despidiéndonos de la ciudad sin lluvia encontráramos, también cerca del hotel, una zapatería con todo tipo de botas de lluvia) y nos aventuramos de nuevo a conquistar la Seu Vella.
Esta vez anduvimos incluso más allá y por fin avistamos una calle y unas escaleras que subían a la colina. Comprobamos algo que sería siempre habitual en Lleida: a) que los mapas para los turistas son muy monos y muy coloridos pero, por lo menos para estos turistas, totalmente indescifrables y b) que los carteles informativos se encuentran cuando ya has llegado al sitio en cuestión. En la puerta te dicen lo que es, antes no te lo indican nunca.
Pero conquistamos la Seu Vella bajo la lluvia, que al menos ya no era tan intensa y, lo mejor de todo, la tuvimos para nosotros solos.
Esta catedral tiene una historia un tanto curiosa. De construcción entre románica y gótica pronto fue utilizada por su situación privilegiada como fortaleza y castillo militar (hasta 1948) con su puente levadizo y todo. Y desde luego, como más tarde comprobaríamos de nuevo, los leridanos tienen bien metido en sus genes esto de evitar las conquistas, sobre todo si se trata de turistas-conquistadores.
Las vistas desde allá arriba son impresionantes incluso en un día de visibilidad muy reducida.
La conquista fue un auténtico éxito porque además de no haber ni un alma resultó ser el día de visita gratuita. Lo tuvimos todo para nosotros y pudimos campar por el claustro de vistas imponentes a nuestras anchas. Un claustro, además, fuera de lo común por estar colocado en un lateral, y no en el centro, del recinto. Un claustro con mucho encanto.
Nos dejaron vía libre para subir al campanario a conocer a Mónica y Silvestra - las campanas - pero la verdad es que el día no invitaba demasiado a subir casi 300 escalones y, desde donde estábamos, las vistas ya estaban bien.
Curioseamos por dentro de la catedral, que apenas conserva ya ningún "accesorio" original. Dentro hacía bastante frío, como en todas las iglesias, pero al menos estábamos resguardados de la lluvia, así que nos lo tomamos con calma.
Al salir nos pusimos rumbo al centro de nuevo. Esta vez descubrimos que hay un ascensor que por veinte céntimos te deja delante del famoso Palacio de Justicia. Efectivamente, en una esquinita del palacio y con un pequeño cartel informativo justo delante, es donde se abren las puertas.
Y de catedral en catedral, porque acabamos en la plaza de la Catedral Nueva (nueva quiere decir del siglo XVIII, que nadie se imagine algo ultramoderno). Allí de nuevo comenzó el diluvio y no nos hicimos de rogar para entrar en la cafetería en la que probé el té americano.
Y ese día dio poco de más. Nos hicimos con unas cuantas cosas de picar y nos volvimos al hotel. A las siete estábamos atrincherados en la habitación oyendo llover y confiando en que eso de que al día siguiente llovería menos se cumpliera con la misma precisión que el diluvio constante de ese día.
Y así fue. El día siguiente amaneció con nubes y claros y pudimos ir con los paraguas a cuestas sin abrirlos ni una sola vez.
Decidimos hacer una ruta combinada Castillo de Gardeny (de los templarios) y modernismo leridano hasta que llegase la hora de coger el tren.
Nos encaminamos, entre edificio modernista y edificio modernista, e interior de la Catedral Nueva e interior del Antiguo Hospital de Santa María, al famoso castillo - de nuevo en una colina - y lo intentamos tomar por un lateral. Fracaso de nuevo. Decidimos probar con la estrategia Seu Vella: ir a comer y volver de nuevo al ataque con el estómago lleno.
Volvemos con el estómago lleno y, ahora, un sol de justicia. Intentamos el acceso por el otro lado. Subimos por una cuesta en la que, llegados a un punto, se nos informa por un cartel de esos que no pueden poner antes de llegar, que los peatones tienen prohibido el paso. Retrocedemos, rodeamos un poco más y no encontramos la forma de llegar al castillo. Después de mirar por todas partes nos damos por vencidos y admitimos que los leridanos, en eso de ser no dejarse conquistar, son muy suyos.
Supongo que el castillo, en la entrada, tendrá un pequeño cartel que diga que por ahí se entra.
Mientras nos alejamos del castillo, me planteo seriamente volver a La Paeria (el Ayuntamiento de Lleida) y dejarles como sugerencia un poco más de colaboración con los pobres turistas.
Volvemos a nuestra particular ruta del Modernismo, que es mucho más agradecida:
Pero bueno, que todas las quejas son un poco en broma y que Lleida nos gustó mucho, con sus edificios antiquísimos con los que te encuentras donde menos te lo esperas. Y, sobre todo, con sus muchos, muchísimos, árboles y parquecillos. Sin duda, para mí, lo mejor de esta pequeña capital de provincia catalana que tiene río (el Segre), mucho comercio propio, sobre todo unas pastelerías espectaculares, y hasta unos Campos Elíseos, que es donde pasamos el último rato comiendo buñuelos.
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