jueves, 25 de octubre de 2012

The Casual Vacancy, de J.K. Rowling

The Casual Vacancy de J.K. Rowling es de esos libros que generan ríos de tinta antes ya de su publicación. La expectación en este caso era inevitable. Ya se sabía de sobra que nada tendría que ver con Harry Potter y la expectación yo creo que venía dada en gran medida por eso, por saber qué tal se desenvolvía J. K. Rowling en el mundo de los muggles.

Yo tenía muchas ganas de leerla, aparte de por las mismas razones que el 95% de los lectores que la compraron en la fecha de lanzamiento, porque el tema era acorde con mis gustos: el típico pueblecito inglés que, de repente, se ve sacudido por una noticia y ve tambalearse sus cimientos mientras el lector atisba la verdadera situación no tan apacible del pueblo por entre las piedras que se van derrumbando.

Así que nada más llegar lo empecé con muchas ganas. Quizá no ayudó que tuviera poco tiempo y mucho sueño a la hora de establecer la lectura, pero lo cierto es que al principio me costó mucho. J.K. Rowling reconoce como fuentes de inspiración a Elizabeth Gaskell y a George Eliot, así que quizá con esta novela puramente contemporánea pasa lo que yo encuentro que ocurre con muchas novelas decimonónicas: el reto de las 100 primeras páginas. La novela tarda en arrancar, sucede poco y/o muy lentamente, la verborrea aparentemente inútil del autor (que luego no lo es, que conste, que yo ya se sabe que adoro la novela inglesa del siglo XIX) no parece llevar a ningún lado, etc. Pero alrededor de la página 100 todo empieza a cobrar sentido: uno comienza a valorar la ya no verborrea, sino magnífico dominio de la prosa del autor, empiezan a ocurrir cosas, los personajes se van "encasillando", etc. Vaya, que, sin darse cuenta, uno se ha sumergido en la historia de repente y entonces, entonces te engancha y no te suelta.

Y sin embargo en The Casual Vacancy pasé la página 100, la página 150 y aquello seguía aburriéndome bastante. Es una novela coral como no podía ser de otra forma con esa premisa, es un pueblecito inglés en el que resulta divertido ver cómo la autora ha  ido creando las complicadísimas relaciones sociales de los personajes, el verdadero tejido de la historia, pero quizá se le va un poco de las manos el meterse en el pueblo y resulta todo muy lento. Podía haber contado lo mismo en muchas menos páginas y, diría yo, algo mejor porque el lector no habría perdido el hilo tantas veces (o quizá eso sólo fue cosa mía, que no sería extraño). Los personajes, pese a estar tan perfilados como en Harry Potter (o intentarlo al menos) los encuentro un tanto planos o quizá será que no he encontrado uno solo que me haya caído ya no bien sino al menos no fatal en toda la novela. Todos y cada uno de ellos me han resultado odiosos, cosa que, habiendo tantos, me hace preguntarme un poco cómo es posible que suceda.

J.K. Rowling dijo que es una novela que necesitaba escribir y aunque he visto algunas críticas que cuestionan  esas necesidad, yo sí que le veo sentido. Como ya conté cuando visitamos The Elephant House en Edimburgo, J.K. Rowling fue durante algún tiempo ese personaje a los que los ingleses tienen tirria y defienden a partes iguales: una madre soltera que vive (o malvive, no lo sé) de la ayuda que le da el Estado. Es decir, que no es una novela social escrita por una señora que nunca ha tenido contacto alguno con esa realidad ni mucho menos. Puede que ahora viva en un palacete y se gaste una pasta en los juegos de jardín de sus hijos (al fin y al cabo es su dinero y se lo ha ganado a pulso) (y por si alguien tiene curiosidad por ver la casa donde se escribieron algunas novelas de Harry Potter, aquí está y a la venta por el módico precio de 2,25 millones de libras) pero hay cosas que, creo yo, no se olvidan fácilmente. Así que entiendo que en esta novela y en estos tiempos reivindique las ayudas públicas, la educación, la sanidad, etc. Y que conste que pese a que yo lo destaco aquí no es una novela panfleto ni mucho menos, sino que es un tema muy bien integrado en la historia.

Ahora bien, tengo la sensación de que lo que no dice es que también sentía la necesidad de demostrar al mundo que ella también sabe escribir para adultos y para ello no vio otra opción que incluir todo tipo de problemas sociales en la novela, como si tuviera al lado una lista de "temas chungos" que fuera tachando a medida que los iba incluyendo a veces un tanto aleatoriamente: drogas, abusos, problemas familiares, infidelidades, obesidad, abandono infantil, adolescencia problemática, ayudas estatales, inmigración, clases, problemas económicos, acentos chungos y muchos tacos y situaciones extremas. Como el chiste aquel del niño que presume de montar en bici sin manos y sin pies y termina por caerse, pues igual: ¡mirad, sé decir tacos y escribir novelas en las que no hay unicornios! Pero lo que parece habérsele olvidado es que en Harry Potter trató muchos de esos temas (obviamente no todos) de forma mucho más sutil pero no por ello menos reivindicativa (por llamarlo de alguna forma). Harry, quién no lo recuerda, era un huérfano infeliz al que sus tíos obligaban a dormir en un armario debajo de la escalera. Ya nos dimos cuenta de que pese a ser novelas infantiles y de magia, ella era consciente de que no todo eran unicornios y butterbeer junto a la chimenea.

Al final la influencia decimonónica cuajó del todo y acabé enganchada hasta altas horas de la madrugada (como en los mejores tiempos de Harry Potter) hasta que lo terminé. Pero aun así reconozco que no me ha entusiasmado. No es malísimo pero me queda la duda de cómo funcionaría y qué diría la gente si lo firmase K.L. Smith. Y ojo que eso es aplicable tanto para lo bueno como para lo malo, no algo necesariamente malo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Adquisiciones recientes y álbumes completos

Con la excusa del lanzamiento del nuevo disco de Richie Sambora (que en honor a la verdad no es gran cosa), me lancé a Play.com a comprar algún que otro libro de segunda mano, cosa que siempre tiene el aliciente de que, pese a no ser un catálogo tan enorme como el de Abebooks, es sin gastos de envío. Y además descubrí que el nuevo libro de J.K. Rowling estaba unos centimillos más baratos que en el Book Depository, así que a la cesta que fue también.

Lo habré comentado una y mil veces pero hay pocas cosas que me gusten tanto que eso de que los libros que has pedido de golpe vayan llegando como con cuentagotas (que no equivale a que tarden una eternidad en llegar: eso es desesperante). La ilusión de mirar el buzón, de pensar si llegará algo, de hacer cuentas imposibles sobre si esto llegó ayer, cuánto tardará esto otro, no puede tardar mucho ya, etc. Lo malo es que a nuestra magnífica cartera la han cambiado de ruta. A veces me la cruzo por la calle y la saludo y envidio a todos los que viven en su nueva ruta. Mi nuevo cartero no es de los malos tampoco, es sólo que no nos conocemos, y de hecho un día me reconoció y me paró por la calle para darme un libro para el que, de no habernos visto, me habría dejado aviso de recogida. Así que no debería quejarme pero me quejo.

Con lo fácil, lo cómodo y lo asequible que es comprar por internet, por no mencionar también que últimamente voy a tiro hecho sin tiempo de explorar demasiado, hacía siglos que no compraba un libro físicamente. Hace unos días quedé con LittleEmily para dar una vuelta por la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión y qué chasco nos llevamos. Ella al menos hizo una buena compra, pero en general nos pareció que era de tamaño reducido y con poca oferta. Para resarcirnos y para que LittleEmily se hiciera con Call the Midwife en español, traducido como ¡Llama a la comadrona! (atención a la impagable anécdota de la compra), nos acercamos a la Casa del Libro donde un rinconcito dedicado a Esther Tusquets me resultó irresistible.



De Esther Tusquets me traje a casa la continuación de Habíamos ganado la guerra, Confesiones de una vieja dama indigna, y otro libro suyo que me llamaba la atención desde hace tiempo: Confesiones de una editora poco mentirosa. Tengo curiosidad por saber qué dice de Carmen Martín Gaite, pero aún no he indagado.

Iba a escribir que Angelica Garnett (hija de Vanessa Bell, sobrina de Virginia Woolf, niña del grupo de Bloomsbury) había muerto hace poco pero menos mal que no me he fiado de mi percepción del tiempo, porque resulta que murió en mayo, o sea, no hace muchísimo pero tampoco tan poco. El caso es que desde antes de su muerte ya me interesaba su autobiografía, Deceived with Kindness, pero su muerte - por triste que suene decirlo así - le hizo escalar posiciones en la wishlist. En Play.com lo encontré de segunda mano por 6 euros y no me lo pensé más.

Una de las búsquedas habituales en librerías de segunda mano siempre es Helene Hanff. Su 84 Charing Cross Road está por supuesto por todas partes, pero el resto son más difíciles de encontrar (que no imposibles, podría comprarlos por internet de una sentada, pero perdería cierta gracia y, sobre todo, sentaría un precedente muy peligroso). Vi Underfoot in Show Business por - de nuevo - 6 euros y no me lo pensé más tampoco.

No sé si llegué a contar aquí lo que me pasó hace tiempo en Play.com con A House of Air, la recopilación de ensayos y demás de Penelope Fitzgerald. Es un libro dificilillo de encontrar, sobre todo a un precio aceptable siendo de segunda mano, pero una vez lo encontré allí por, creo recordar, unos 10 euros. Me lancé a comprarlo y me dio error varias veces hasta que comprobé que había desaparecido. Imagino que alguien al acecho se me adelantó. Me dio mucha rabia y me dejó la espinita clavada. Esta vez me di mucha prisa después de verlo por 15 euros.

Y por último uno de los grandes lanzamientos de la temporada, quizá el más esperado: la novela para adultos de J.K. Rowling. Estuve esperándola como agua de mayo, tardaba, así que me puse a leer The Marriage Plot de Jeffrey Eugenides. Un día y veinte páginas después The Casual Vacancy llamaba al buzón (con ayuda del cartero) y me ponía en un dilema lector de los grandes. Finalmente me pudieron las ansias y dejé aparcado a Jeffrey Eugenides. Como castigo resulta que, de momento al menos, The Casual Vacancy me está aburriendo bastante, pero no quiero adelantar acontecimientos.

El caso es que, volviendo a Penelope Fitzgerald, A House of Air completó el álbum de cromos de esta autora. Eso sí, en estos tiempos modernos no lo parece puesto que uno de sus libros, Offshore, no sale en la foto porque lo tengo en formato digital. Yo soy defensora total de los Rufinitos del mundo pero debo confesar que tarde o temprano, cuando un ejemplar barato pase por mis manos, Offshore ocupará su hueco en la estantería también. En mi orden cronológico de lectura la próxima suya que lea será At Freddie's.


Y ya que estoy hablando de álbumes de cromos completados, comento por fin los otros dos que mencioné - creo - hace tiempo. Los relatos cortos de Elizabeth Taylor - la novelista - completaron su bibliografía. Teniendo en cuenta que con algunas excepciones intermedias (Mrs Palfrey at the Claremont, Angel) mi orden cronológico aún va por Palladian (que Ático de los Libros publica como La señorita Dashwood) me queda mucha escalada para completar el álbum lector. Pero esto, por paradójico que resulte esto me agobia menos que conseguir los libros en sí. Quiero tenerlos todos pero luego me da muchísima pena que se me acabe el material nuevo de un autor que me gusta. Sé que existen las relecturas, pero mientras me quedan libros nuevos por leer es como si el autor siguiera con vida.

El caso es que es un buen homenaje para celebrar su centenario esto de tener todos sus libros.



Y por último, el álbum completo de Barbara Pym. En los tres casos, pero quizá en este es en el que más me gusta, me doy cuenta de que nunca podría tener una estantería de esas llenas de libros comprados por metros e iguales. Me gusta el contraste de colores, de tamaños, de años de publicación y reedición, que unos estén nuevecitos recién salidos de la imprenta y otros tengan una historia añadida a la original.



En resumen: que pocas cosas más emocionantes e incluso emotivas que completar la bibliografía de un autor predilecto. Dan ganas de quedarse delante de la estantería, orgulloso de una obra cuyo mérito, en realidad, es todo del autor y apenas tuyo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Resumen repostero

La buena noticia es que - a ver cuánto dura - hemos retomado la repostería, sin la regularidad de todos los sábados (o necesariamente los sábados), sustituyendo casi siempre a Manuel, que mientras se dedica a otros menesteres, con Héctor, que - no lo puedo negar - colabora mucho menos, no es el instrumento de precisión que es Manuel a la hora de medir y pesar, distrae, a veces se enfurruña un poco y tiene cierta tendencia a afferarse a mis pantalones/piernas y dejarme clavada en el sitio.

La mala noticia es que, por sorprendente que pueda parecer, la repostería va mucho más rápido que mi capacidad de escribir sobre ella en el blog. Con la regularidad de los sábados reposteros parecer que se fue toda la regularidad que la seguía al traste. Pero qué le vamos a hacer.

Una regularidad que no falla es la Last Night of the Proms (allá por principios de septiembre), con el tradicional acompañamientos británico, tanto en música como en comida. Este año prescindimos de los sándwiches de pepino y mantequilla (ooooh) y de nuevo, pese a que para mí septiembre es el mes de las mroas por excelencia, no encontré moras en la frutería y me tuve que "conformar" con unos deliciosos arándanos azules. Ojalá todos los sacrificios fueran así.

Lo pasamos en grande y Héctor, a la mañana siguiente, probó su primer scone (sin clotted cream). Ni bien ni mal, ni frío ni caliente. Hay que seguir trabajando esa anglofilia.




No hay duda de que la necesidad de hacer repostería viene dada principalmente por nuestros estómagos que rugen, pero también por mantener esta "sección" del blog, porque es un entretenimiento que me gusta mucho y, un añadido de ahora, porque la madre de uno de los coleguitas de Héctor y yo hacemos un contrabando de productos reposteros que haría las delicias de cualquiera. Un buen día ella me trae pan de chocolate o palitos de brioche y otro día soy yo la que le acerca estas deliciosas madalenas de canela y limón de Xavier Barriga.

Y aparte de deliciosas geniales de hacer. Me pareció, esta vez sí, no como la primera vez que hicimos una receta de este hombre, fascinante eso de poder dejar la masa reposando en el frigorífico toda la noche. Fascinante porque - oh, cómo no lo habíamos descubierto antes - eso significa que puedes tener madalenas recién hechas para desayunar sin necesidad de andar midiendo y pesando y mezclando aún con una parte de las neuronas dormidas. Las neuronas madrugadoras - pocas en mi caso - dan de sobra para repartir la masa en los moldes y meter al horno.

Eso sí, me hizo gracia que un hombre que da la cantidad de huevo según el peso y no las unidades, no precise más a la hora de decir cuánta canela y cuánta ralladura de limón poner. Pero bueno, a ojo, y con miedo a pasarme con la canela, el resultado fue bueno y seis personas se chuparon, literal o figuradamente, según de quién se hable, los dedos. A Héctor le gustaron, pero a él lo que de verdad le gusta de las madalenas son los moldes.




Y por último, cuando el otro día le comenté a Manuel que iba a hacer algo de repostería fácil pero no sabía qué, me recordó que teníamos un estupendo preparado para hacer cupcakes de red velvet. ¿Fácil y red velvet en la misma frase? Hecho. Y así de fácil que fue realmente.

Venía hasta con ayuda para la cubierta de Philadelphia, que desde luego quedó riquísima.

Como bien dijo Manuel cuando esa misma noche hincamos el diente a la primera, las cupcakes de red velvet nos trasladan automáticamente a Nueva York (que últimamente echamos mucho de menos, sobre todo desde que la única lectora nos dijo que se va a pasar allí unos días en plena Navidad, ¿quien podría no envidiar eso?). Mejores, mucho mejores, que las madalenas de Proust.




Y esas son nuestras andanzas recientes en el maravilloso mundo de la repostería.