jueves, 27 de octubre de 2011

Estrenos



La vida con Héctor está llena de estrenos. Cuando no es un pijama o un body nuevo, son unos pantalones, una camiseta o una chaqueta y también sus primeras zapatillas (que estrenó con el sudor de mi frente: hay que ver cómo se me resistió algo tan absurdo como poner unos cordones), luciendo peana. Pero también otras cosas, como cada día una nueva proeza (y por proeza no me refiero al hecho de que antes durmiera de maravilla por las noches y ahora parezca querer comprobar cuántas veces es capaz de despertarse - y despertarnos - a lo largo de la noche y, es más, cuánto tiempo aguanta - aguantamos - despiertos de madrugada: él mucho, yo muy poco): hace unos días, así de repente y sin avisar, aunque yo llevaba tiempo insistiéndole para que lo hiciera, haciendo yo cualquier tontería, se empezó a reír a carcajadas. Justo en ese momento entraba Manuel por la puerta, así que los tres nos partimos de risa un buen rato a la vez juntos.

Como está tan grande, Manuel y mi madre me insistían para que lo pasara del capazo a la sillita de paseo de mayor, pero yo tenía mis reticencias. El domingo nos aventuramos a experimentar y tengo que darles la razón: me doy cuenta ahora de que el pobre se aburría en el capazo y compruebo que mi temor a que no fuera capaz de dormirse así era infundado. De hecho el día del estreno durmió una de las siestas más largas que recordamos e incluso se pasó hora y pico de su hora de comer: verdadera prueba del éxito del experimento. Así que el capazo ya ha quedado desfasado y Héctor va por la calle viendo todo, sonriendo a conocidos y desconocidos.


Tengo pendientes de comentar libros, películas, etc. y sin embargo me siento al ordenador con un rato para dedicarle al blog y se me van los dedos a escribir este tipo de entradas.

Pero lo otro llegará, lo aseguro.

lunes, 17 de octubre de 2011

Tres



Héctor cumple hoy tres meses, cosa que me parece bastante sorprendente. De pronto el tiempo vuela y cada día cuando se despierta por la mañana (si se despierta de madrugada no cuenta: a esas horas estoy en modo groggy y - lamentablemente no siempre - modo piloto automático) lo veo más grande y a medida que avanza el día me impresiona a la velocidad de vértigo que aprende las cosas, aparentemente de la nada y de repente. Cada día hace que me ría más con él, incluso cuando hace pucheros y pone cara de pena resulta inevitable reírse, aunque no sea ese el efecto que él espera, pero resulta muy cómico.

Celebramos el cumplemes por todo lo alto: yo con catarrazo encima (tanto querer que llegara el fresco para esto, para coger frío en la primera madrugada que no se suda la gota gorda) que seguramente le pasaré si no se lo he pasado ya a Héctor de regalo, pero también con cosas buenas como una visita a nuestra pastelería preferida y su foto de cumplemes, ya que todos los 17 de cada mes le hago - a ver hasta cuándo duro - una foto con ropa similar, sentado en el mismo sitio y con un osito que sirve para ver cómo crece en comparación.

Y así van pasando los días, de locos a veces, largos y cortos a la vez, sin tiempo para hacer montones de cosas que acumulan polvo en las listas de cosas pendientes, pero siempre con tiempo para ver a Héctor reírse y conocer el mundo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Sitges 2011

Siempre he ido al Festival de Sitges con muchas, en parte porque Manuel siempre ha elegido las películas con cierta consideración (excepto cuando hemos ido a algún maratón de películas, pues son sorpresa) pero sobre todo porque me encanta Sitges y pasear por sus callejuelas de casas en las que es muy fácil imaginarse viviendo. Ver el mar desde sus miradores de cañones, caminar por el paseo marítimo y recoger conchas en la playa son también cosas que no pueden faltar en ninguna visita.

Pero como decía, las películas siempre eran elegidas por Manuel con mis gustos en mente y siempre desconocidas para mí. Conociendo mi suerte era previsible que este año una de las películas - aunque fuera de consurso - la conozco bien y me hubiera encantado verla a lo grande (ya la he visto por otros medios no tan deseables; debería comentarla aquí, ¿verdad? Será cuestión de ponerse): la nueva versión de Jane Eyre, con la espléndida banda sonora de Dario Marianelli de la que ya hablé. Manuel, eso sí,no se la perdió y yo me tuve que conformar con esta foto y con su comentario, tanto de cómo era verla en pantalla grande y del tipo de público (en principio no parece una película muy tipo Sitges, la han colado por los pequeños toques fantásticos de la historia) y sus reacciones.



Así que mientras Manuel veía Jane Eyre en el Auditori y yo me preguntaba si el pase contaría o no con la presencia del director, Cary Fukunaga, que estaba en Sitges para presentarla (no estuvo en ese pase), Héctor y yo nos dedicamos a pasear y pasear, por suerte no una mala alternativa gracias a que Sitges es mucho Sitges. Eso sí, a Héctor hay que hacerlo un "Sitges baby" desde ya, así que dejamos claro que, aunque sin poder entrar a ver ninguna película, estábamos en Sitges por el festival:


Aunque los bodies de merchandising oficial para los "Sitges babies" a 15 euros me parecieron excesivos, así que nos conformamos con el programa en el cochecito y una buena ojeada a los puestos de objetos ad hoc.

El día era espléndido, al sol se estaba de maravilla y Héctor lucía por primera vez sus pantalones de mayor, regalo de la única lectora y camiseta "I love my city", regalo de mis padres con sus calcetines rojos.



En casa, una de las cosas que más le calman cuando está un poco rebelde es el grifo del cuarto de baño así que fue divertido comprobar que las olas del mar ejercían de grifo gigante y una vez que se quedó dormido ya no consiguió despertarse en un buen rato.

Así que yo aproveché la coyuntura para seguir montándome mi Festival de Sitges particular y entré, por fin, en el cementerio, que siempre me provocaba curiosidad pero al que nunca conseguía entrar con Manuel. Y como Héctor el pobre aún no tiene ni voz ni voto pues le tocó acompañarme ante la mirada extrañada del vigilante. Gustar no sería una palabra aplicable a un cementerio, pero la visita mereció la pena.

Al salir, Manuel me puso al día de las reacciones del público viendo la película y fue curioso.

Como todos los años vemos la película homenajeada por el festival este año no iba a ser menos, si bien en el entorno mas recogidito del cuarto de estar de casa, aunque bien mirado la sala de proyecciones de El Retiro siempre la he percibido como una gran sala de estar gracias al ambientillo reinante en ella. Así que acabamos de ver A.I. y me ha gustado (quizá he encontrado el final algo azucarado); muy triste, eso sí.

Hasta el año que viene, Sitges. O antes de eso, si surge.


miércoles, 5 de octubre de 2011

¡¿Ya es octubre?!



Aparte de porque nació Héctor, recordaré el verano de 2011 como el más caluroso de mi vida, independientemente de lo que digan las estadísticas meteorológicas al respecto. Lo digo desde ya porque dudo que ninguno de los veranos que están por venir se me pueda hacer más insoportable.

Durante los meses de verano me harté de oír a la gente de la calle y a las estadísticas meteorológicas que este julio había sido más fresco que otros años. Me harté por lo mucho que lo repetían, pero sobre todo por lo poco reflejada que veía mi percepción del mes en esas palabras.

Nuestra casa es calurosísima (y el superlativo se me queda corto), como pueden dar fe mis padres y su casi mes pasado en ella. Yo me pasé más de la mitad del mes siendo una incubadora humana, así que fresco pasé poco. Sólo quería beber, tomar helado y tomar fruta con mucho líquido y muy muy fresquita. Por suerte coincidió con una buena cosecha de brevas y de peritas en la casita de verano. Manuel, mi madre y yo nos pusimos las botas con ambos... menudos platos de postre dejábamos hechos una montaña de mondas y pieles rebañadas hasta el final.

Después nació Héctor y aunque dejé de ser una incubadora humana no dejé de pasar calor, más que nada porque con tenerlo en brazos, etc, el calor se intensificaba, la humedad infernal se acumulaba entre nuestras cuatro paredes y todos - Héctor incluído, aunque no lo pudiera verbalizar - pasábamos el día soñando con una ducha (baño, en el caso de Héctor). A eso hay que sumarle la muchísima sed que tenía (y tengo) constantemente (por aquello de dar el pecho, supongo).

El caso es que los días se hacían infernalmente eternos en ese aspecto y cuando fuimos a Madrid y pillamos unos días un poco más frescos nos llevamos una gran alegría y un gran respiro. De vuelta en casa pasamos otra vez mucho calor pero ya con la vista puesta en el otoño y el principio del fresquito que siempre llega, tarde o temprano, con la preciosa luz suave y amarillenta de septiembre.

Y así fue. Yo sigo teniendo más calor que la media, estoy segura, pero ahora con el fresquito y a pesar de los días del veranillo de San Miguel, lo voy notando un poco menos.

Me encanta el otoño siempre, pero creo que nunca antes lo había esperado con tanta impaciencia ni recibido con tanta alegría. Es como volver a respirar. Lo que me sorprende por partida doble es que ya sea octubre y que el tiempo haya pasado tan rápido. ¡Pero si hace nada (de verdad, hace nada) estábamos en pleno mes de julio saliendo con Héctor del hospital! Con lo largos que parecían algunos días infernales y al final resultó que se pasaron volando (eso lo digo ahora, claro). Se me hace muy raro que vaya anocheciendo tan pronto, creo que parte de mi mente se ha quedado anclada en un mes de agosto calurosísimo permanentemente.

Y una de las mejores cosas es también ver a Héctor en pijama por la noche. Está bien mono.

lunes, 3 de octubre de 2011

The House in Paris, de Elizabeth Bowen

Bueno, creo que ya es hora de hablar de The House in Paris, de Elizabeth Bowen, que ya hace yo creo que cerca de dos meses que lo acabé y con la mala memoria que tengo yo para los libros empiezo a notar cómo se me escapan las ideas al respecto.

Llevaba mucho tiempo queriendo leer a Elizabeth Bowen. Tiene varios libros conocidos entre su obra y uno de ellos es este, que yo creo que me llamó la atención desde el principio por el hecho de que el resumen apuntaba a algún que otro secreto familiar en la historia. Y eso, ya se sabe, para mí es magnético.

Comprado en el Strand de Nueva York, por fin me decidí a sacarlo de nuevo de la estantería cuando Héctor era aun más pequeñito, con la idea de irlo leyendo en los huecos que hubiera y demás y creo que ese fue el gran error. El libro y la prosa de Elizabeth Bowen no están hechos para ese tipo de lectura. Quizá a otra gente no le pase así, pero yo siempre encuentro que cada libro marca su propio ritmo: los hay cortos que se leen durante más días que muchos libros gordos. En el caso de The House in Paris, el ritmo que yo creo que marca el libro es reposado y atento, no casual, caótico y a saltos, como me vi obligada a leerlo yo. De modo que, mientras que reconozco que la prosa de Elizabeth Bowen es una maravilla, el libro se me hizo bastante pesado, muy lento y sin ese factor de "enganche" que invita a retomar la lectura. Ya digo que, hasta que quizá una relectura o un mayor conocimiento de la obra de Elizabeth Bowen (a pesar de todo me quedan ganas de leer algún otro libro suyo) me demuestren lo contrario, yo por el momento asumo que la no tan buena impresión es cosa mía y de mi circunstancia.

Y la no tan buena impresión se debe, ya digo, más al contenido que al continente, por lo que quizá otra historia contada por esta autora me enganche más (y mejor).

Una niña inglesa de unos 10 años llega a una casa parisina donde tiene que pasar el día antes de coger de nuevo un tren que la lleve al sur de Francia para pasar un tiempo con su abuela. En la casa parisina del título coincide con un niño que espera esa misma tarde poder conocer por fin a su madre. El encuentro da pie a la sección central del libro, centrada en el pasado y donde se pone al lector en antecendentes de cómo ha llegado ese niño hasta allí.

Mientras lo leía, eso sí, algo del libro (no sabría de cir qué, un poco el estilo, un poco la historia, supongo), me recordaba a Rose Macaulay (de quien sólo he leido The World My Wilderness) por lo que me resultó muy curioso enterarme de que ambas escritoras eran grandes amigas. Algo se pegaron mutuamente, eso queda claro.

Si alguien se anima a leerlo en condiciones más normales (o como mínimo más reposadas y un poco más constantes) que las mías, que me diga qué tal se deja leer de esa forma.