Adoro a Margaret Forster, así de simple. Da igual que no pudiera con uno de sus libros, el resto todos me parecen impresionantes. La conocí por casualidad con The Memory Box y desde entonces voy rellenando huecos de su bibliografía, que es enorme, pero que ya voy teniendo bastante completita. De hecho, antes de elegir este libro (el antepenúltimo que ha escrito), me planteé, como el año pasado, volver a sus inicios, pero al final me decanté por seguir hacia delante. Y tocaba este, Keeping the World Away, publicado en 2006 y de nuevo con una de esas portadas tipo collage que tanto me gustan.
Da idea de la confianza que tengo en Margaret Forster que cuando lo saqué de la estantería no sabía muy bien de qué iba ni me molesté mucho en indagar demasiado. Las probabilidades con Margaret Forster son altísimas, así que simplemente empecé a leerlo. Y cuando ayer pasé la última página concluí que definitivamente este estará el la lista de los mejores de 2010 y que - y esto es mucho decir - se convertía automáticamente en uno de mis libros preferidos de Margaret Forster.
Margaret Forster domina las sagas familiares, las historias de una vida, las narraciones sobre mujeres que han vivido en distintas épocas (todas medianamente modernas) y cómo sus vidas tienen, o no, que ver unas con otras. Lo que yo nunca esperaba es que, incluso con lo buena que es, fuera a ser capaz de unir todo eso en un libro.
El libro empieza con una base real: la vida de la pintora Gwen John (hermana del pintor Augustus John (uno de los bohemios del año pasado), pero ahora considerada mucho mejor que él y, por lo que he visto por ahí, considerada también una de las mejores pintoras del siglo XX), que empieza en Gales y continúa en París, donde conoce a Rodin y se convierte - una más - en su amante. Había cosas que yo pensaba que eran de la cosecha de Margaret Forster, pero por lo que he podido ir averiguando, todo parece ser cierto. Gwen John era una mujer apasionada, con cierta tendencia al caos tanto exterior como interior en la que Rodin intentó poner un orden un poco zen (esta forma de decirlo, en cambio, es de mi cosecha). Gwen John, que escribió el texto de donde procede el título del libro en 1912 (Rules to keep the world away, o reglas para mantener al mundo alejado), lo intentó y en pleno proceso pintó este cuadro de la derecha sin ella misma conseguir decidir si lo que se ve en él es ella realmente, ella como aspira a ser, ella como la ve Rodin o ella como a Rodin le gustaría verla. Ella, que no es la habitación, pero cuya habitación está inevitablemente impregnada de su personalidad (explicar esto se le da mucho mejor a Margaret Forster). No será la primera ni la última vez que pinta la habitación de un modo otro, como puede verse en el pequeño collage de más abajo con tres cuadros que he encontrado mientras iba leyendo el libro; puede que salga en más.
A partir de este cuadro, cuya historia de idas y venidas sí que es ficticia, Margaret Forster hace maravillas. Todo comienza cuando Gwen John se lo regala a una amiga, que lo pierde en un viaje y que no es más que el comienzo del periplo de un cuadro que pasará por diferentes vidas en diferentes lugares y momentos, uniendo, sin que lo sepan, a sus propietarias (sólo hay un propietario) más de lo que ya lo están.
A partir del cuadro, es decir, desde principios del siglo XX, Margaret Forster repasa las vidas de las mujeres, sus situaciones sociales, sus actitudes, sus formas de entender la vida y el arte, todo en general y todo, también, en referencia a este pequeño cuadro, que a cada una, según su tiempo, según sus circunstancias, le sugiere una cosa. Para unas el cuadro es un remanso de paz, para otras es claustrofóbico, para otras es triste y fruto de un corazón roto, para otras es la independencia, etc. El cuadro nunca cambia y, sin embargo, siempre expresa algo diferente.
Y todo recuerda mucho a Virginia Woolf y su habitación propia. Es como si Margaret Forster aplicara la base del ensayo de Virginia Woolf a modo de plantilla a diferentes momentos y mujeres del siglo XX (y principios del XXI, el libro termina en 2006) y sacase conclusiones acerca de si tienen una habitación propia, cómo la usan, cómo la pagan, qué cambiarían/añadirían/quitarían; hay quienes no tienen el ansiado cuarto propio y entonces lo que se mira es cómo les gustaría que fuese, qué es lo que tienen en su lugar, etc. De nuevo, el cuarto no exactamente como la mujer, pero sí como un espacio que la representa a ella y a su estilo de vida.
De hecho, en su mayoría, los hombres que van pasando por las historias y que ven el cuadro nunca consiguen "entenderlo", es decir, no ven en él más que una simple habitación de un ático parisino, no les dice más, no se vuelve de vital importancia para ellos, como sí que lo hace para las mujeres por cuyas vidas pasa, por unas u otras razones.
Todo esto, no hace falta decirlo, contado de forma muy, muy amena, a través de la ficción y de la cadena de propietarias y sus vidas; nada académico, ningún sermón. Un vistazo a vidas que transcurren con más o menos calma, pero sin grandes aspavientos tampoco. Historias cotidianas contadas como sólo Margaret Forster sabe contarlas.
Y a lo largo de todo el libro, también, el Arte cuestionado: ¿qué supone ser un artista? ¿lo es cualquiera que coge un pincel entre los dedos? ¿lo es cualquiera que sabe pintar? ¿cómo se plasma un ambiente, un sentimiento, una sensación en pintura? ¿qué es lo que importa: lo que quería expresar el artista o lo que ve quien mira el cuadro? ¿qué es lo que constituye una obra maestra? ¿importa la vida de la persona que lo pintó? etc.
Y el "Rincón de la habitación de la artista en París" siempre, siempre presente. Por suerte aparecía en la contraportada de mi edición, con lo cual era muy fácil perderse en él de vez en cuando, comprobar las observaciones minuciosas que hacía Margaret Forster a través de sus personajes, intentar adivinar por qué a esta le sugería una cosa y a aquella otra, constatar efectivamente la fuerza que tiene un cuadro aparentemente sencillo (no lo es en absoluto), aparentemente apacible (¿lo es de verdad?), aparentemente alegre (¿lo es de verdad? Los colores parecen indicarlo pero...), etc.
Y para acabar, y aunque probablemente he dado muchas pistas, si es que en esto puede haber pistas, como la gran mayoría de personas que leen y comentan en este blog son mujeres, un pequeño experimento, igual que en aquella ocasión del azul cuando cada una escogía una foto preferida: ¿qué os sugiere el cuadro? ¿qué os dice? ¿es alegre, triste, melancólico, esperanzador, potente, simple, apasionado, frío, tranquilo, amable, arisco, acogedor, silencioso, agobiante, envidiable, espantoso, repelente, solitario, hipnótico, misterioso, etc., etc., etc.? Venga, venga, quiero muchas opiniones, no las hay ni correctas ni incorrectas, no os cortéis.
Y para acabar un pequeño repaso por los otros dos libros de Margaret Forster que he comentado en el blog (de los muchos que he leído):
- Georgy Girl, con una foto de mi colección de libros de esta autora.
- Is There Anything You Want?
- Y por supuesto el recién salido del horno Isa & May, que aún no tengo y que se publicó el mes pasado, del que Margaret Forster habla - en inglés, claro - en esta entrevista, donde se ven un montón de fotos recientes suyas que me impresionaron por lo mayor que está. (Hay que tener en cuenta que esta mujer ha escrito muchas cosas autobiográficas y, aun siendo consciente de su edad, para mí, en mi cabeza, siempre era mucho más joven).