martes, 31 de mayo de 2011

Carles Cases

El viernes volvimos a la sala pequeña del Auditorio para ver a Carles Cases. Yo debo reconocer que no sabía muy bien quién era y menos mal que Manuel me pasó un programa de radio con el que documentarme. Carles Cases es un compositor con muchas contribuciones a bandas sonoras, cosa que por cierto el señor que le presentaba en el concierto se empeñó en distinguir bien, dejando claro que para él (para el presentador) la música de cine es como un arte menor y se empeñó una y otra vez en que Carles Cases era sobre todo un compositor que tenía la suerte (o casi daba a entender que la desgracia) de haber contribuido a muchas bandas sonoras.

Gracias al programa de radio yo ya sabía que el concierto me gustaría, pero lo cierto es que me gustó más aun de lo que esperaba. Ahí estaba Carles Cases, sentado al piano, con una pequeña orquesta que de vez en cuando se levantaba a dirigir. Un músico de esos entusiastas y que se nota que viven lo que tocan. Hubo un momento de un solo de violín y un dueto de dos violines (pido disculpas si estos no son los términos adecuados: mis conocimientos de vocabulario musical son limitadísimos; anoche veíamos un documental grabado sobre Montserrat Caballé en que ella era capaz de pronunciar un par de frases seguidas de las que literalmente no entendí ni una sola palabra) en el que confirmamos que Mister X sigue teniendo debilidad (u horror, claro, pero mejor interpretarlo de forma positiva) por el violín. Digo comprobamos porque incluso a media luz Manuel pudo ver la agitación desbordada en mi barriga hasta tal punto que casi le dio un ataque de risa (unos días antes, por cierto, en el metro, una señora sentada enfrente de mí me dijo, con un tono un poco alucinado: "¡cómo se mueve!" y eso sin violín ni nada). Volviendo al concierto propiamente dicho, estuvo muy bien salvo por el final del bis abrupto ya que en una pequeña pausa de la pieza alguien decidió que había terminado y se puso a aplaudir y Carles Cases le tomó la palabra y dijo que se había acabado el concierto.

Y aquí dejo el enlace al programa de radio con el que me "culturicé". Diría yo que su composición más conocida es la que suena a partir del minuto 11:50 más o menos.

lunes, 30 de mayo de 2011

(Socorrido) flan

Parece ser que siempre que no podemos hacer repostería "en condiciones" (ni siquiera el preparado que nos trajimos de Madrid) acabo "improvisando" un flan. Y lo cierto es que a pesar de ser sólo "en caso de emergencia" en esta época un flan sienta de maravilla, tan fresquito. Y como apunte nutricional tiene mucho calcio.

Así que pese a ser improvisado ayer desayunamos (y en mi caso merendé también) de maravilla. Porque apetecía, porque me lo pareció a mí o porque estas cosas son así, este - hecho como siempre - había quedado especialmente rico. Y lo mejor de todo es que aún queda.

Aún tengo pendiente hablar de la lectura de Margaret Forster, que ya me terminé hace unos días, pero el flan ya lo acompañé con la nueva lectura: South Riding, de Winifred Holtby. Y con la columna de Javier Marías quejándose sobre el ruido. Normalmente cuando se pone quejicoso me produce más risa que seriedad pero ayer estaba en total sintonía con él porque aunque falta un mes entero, parece ser que los petardos de Sant Joan ya han llegado a nuestras vidas y la tarde del sábado fue una pesadez y me temo que sólo la primera de muchas. Y a eso hay que sumarles la trompetas que sonaban de vez en cuando y luego, después del partido, los coches que pitaban. Pero de eso, aunque molesto, tampoco me quejo demasiado y además es puntual. Ahora, de los petardos, los niños que los tiran, los padres que les dan dinero a los niños para que los compren, los puestos que venden petardos y los fabricantes de petardos y todo el resto de la cadena de producción de los petardos podría quejarme ad infinitum.

Y con el calorcillo (el diminutivo no viene nada al caso, de hecho yo diría "calorazo") la plancha también es una juerga (aunque plancharía durante días si con eso consiguiera que desaparecieran los petardos) y esta semana no será sólo dominical porque ayer me estuve dedicando a lavar cosas de Mr X (y aún me quedan una o dos lavadoras más) que luego hay que planchar, claro.

Ya veré de qué acompaño esas futuras planchas: de momento la de ayer estuvo acompañada por la segunda película de nuestro ciclo Claudette Colbert: Young Man of Manhattan (Jóvenes de Nueva York), de 1930. Sin saberlo antes de comenzar a verla, resulta que presenciamos el debut en la gran pantalla y en largometraje de una jovencísima (18-19 años) Ginger Rogers. Muy curioso.

viernes, 27 de mayo de 2011

Aventuras y desventuras

He aquí la adquisición más reciente de Mister X (bueno, la bolsa y una mosquitera, pero digamos que la mosquitera resulta tanto poco interesante como poco fotogénica). Como dije en alguna entrada anterior, la bolsa también es un regalo pero, para que fuera a mi gusto, me dejaron comprarlo a mí. Así que fiché una bolsa, la gafé y desapareció de todas las tiendas. El otro día, comprando la mosquitera y charlando con el chico de la tienda, estuvimos hablando de bolsas y demás y me enseñó esta que tampoco estaba nada mal y, siendo de la misma marca que la otra que me gustaba, es idéntica por dentro, que es lo que cuenta. Resultó que era la última que les quedaba y yo, conociendo mi gafe y temiendo que no sólo la otra no llegara sino que además me quedara también sin esta, decidí que lo mejor era adelantarme al gafe y comprarla ipso facto. Fue una buena decisión, cada vez estoy más convencida de ello.

La semana que viene, ya no lo puedo dejar más, lavaré toda la ropita y demás y empezaré a llenar la nueva bolsa con lo necesario. La semana que viene también llegará otro regalo más: el cochecito. Ya pondré fotos cuando llegue.

Y ya que estamos con el tema hoy quiero hablar de dos cosas más.

La primera es una que siempre me hace gracia a posteriori pero que en el momento me deja primero cara de confusión y después cara un poco de "qué expresión más fea". Concluyo que en catalán la expresión para preguntarle a alguien si es niño o niña es "què portes?", pero en castellano, al menos el que me sale a mí, para preguntarlo diría "¿es niño o niña?" o similares. Pero aquí se traduce del catalán y, como el verbo significa indistintamente traer o llevar, pues me veo sumida en la confusión de las preguntas "¿qué llevas?" y "¿qué traes?" Y por más que me lo preguntan, por más que me río después, no me acostumbro y, siempre, siempre, siempre, tengo como un pequeño reflejo de una milésima de segundo en que hago amago de mirarme las manos a ver qué llevo/traigo. Hace unos días me lo preguntaron volviendo de la frutería y me faltó poquísimo para responder cándidamente que un melón. Por suerte reaccióné a tiempo o el momento podía haberse vuelto muy surrealista.

La segunda es que yo entiendo que hace unas semanas a la gente le cupieran dudas y, por miedo a meter la pata (pongamos eso como excusa) no me dejaran sentar en el transporte público no fuera a ser que yo simplemente tuviera barriga cervecera o algo. Como se vio en la foto del otro día, ahora la teoría de la barriga cervecera queda descartada y si no me dejan sentarme es porque no les da la gana. Hace unas semanas me indignaba más por la falta de civismo que por otra cosa, pero de un tiempo a esta parte, a medida que mis pies y su nueva forma de globo hacen suya la expresión de "más que ayer pero menos que mañana", me molesta tanto por la falta de civismo como porque realmente agradecería mucho poder sentarme. Últimamente no se me había dado muy mal: o siempre había algún asiento libre o siempre alguien (a veces después de "exhibirme" un poco, como dice Manuel, porque yo entiendo que no todo el mundo mira a ver quién entra; yo tampoco lo hago, pero sí levantas la vista tarde o temprano y ves que hay una señora mayor o una embarazada o una madre con un niño a cuestas y reaccionas... o deberías reaccionar) me cedía el asiento (cosa que, por cierto y en contra de lo que pueda parecer, me apura un poco, sobre todo si la persona se queda cerca y tarda más en bajarse que yo). El caso es que el otro día la cosa estaba a rebosar, así que me subí, me "exhibí" (ahora ya no es tanto cuestión de exhibirse como imposibilidad de no hacerlo) y todo el resultado que obtuve fue que un señor mayor con bastón y todo se ofreció a dejarme su asiento. Obviamente me negué y más viendo que las tres personas (jóvenes, sanas) que le rodeaban habían levantado la vista de sus móviles, libros, pies y se habían enterado. Pues bien, ninguna de ellas - que, repito, se habían enterado - hizo amago de nada. Me faltó muy poco para señalar a los iconitos que dicen que tengo prioridad, etc., pero pese al enfado yo soy poco de montar numeritos. Ahora, como me vuelva a pasar no sé si acabaré montándolo, porque realmente me fastidia mucho.

Al cabo de varias paradas una chica que iba con otra y que se iba a bajar vino a buscarme para cederme su asiento que se quedaba libre. No fue mal gesto, pero podía habérmelo dejado desde el principio, pero en fin, a caballo regalado, etc.

Ya digo, aventuras y desventuras.

jueves, 26 de mayo de 2011

The Suspicions of Mr Whicher (2011)

Por casualidad y no recuerdo muy bien cómo, me enteré de que hace poco la ITV había emitido una adaptación de The Suspicions of Mr Whicher: or the Murder at Road Hill House (El asesinato de Road Hill), de Kate Summerscale. Le pregunté a Manuel si le interesaba verla y como respondió que estaba un poco saturado de grabaciones propias, me hice un pase privado el lunes mientras comía. La intención era dividirla en al menos dos partes para amenizarme dos comidas (por razones que no vienen al caso últimamente como siempre pasadas las cuatro y esa hora es un desierto televisivo, por más zapping que hago nunca encuentro nada que ver) pero me enganché y alargué la comida a sobremesa de sofá y pies en alto y tan ricamente.

Como ya hace casi tres años que leí el libro, mis recuerdos de detalles y hasta escenas clave empiezan a esfumarse, así que realmente no pudo comparar mucho con el libro y la historia original y verídica. Recuerdo lo básico y en eso, como era de esperar, la serie está bien. Y en lo no tan básico y que no recuerdo tanto no hubo nada que me chocara y de hecho la adaptación me resultó muy amena y muy bien contada, de ahí que me enganchara (la pereza ante el teletrabajo contribuyó un poco también si tengo que ser del todo sincera). Hay cosas no tan básicas que sí recuerdo y que en la adaptación se pasan un poco por alto o bien se mencionan muy de pasada, pero, si no se ha leído el libro, tampoco se van a echar de menos, creo yo.

Obviamente destacan los dos actores principales: el que interpreta a Mr Whicher y la chica que interpreta a Constance Kent, cuya actuación me pareció impresionante, no puede ser un papel sencillo de interpretar.

Y, aunque Mr Whicher fue un detective de carne y hueso, esta adaptación me recordó que está en marcha una adaptación de varias novelas de la serie de Jackson Brodie de Kate Atkinson y que supuestamente la BBC emitirá este verano en seis partes. ¡Qué ganas de verla! Supongo que se perderá bastante, pero si está bien seguro que no podemos quejarnos demasiado tampoco.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El subconsciente, etc.



Hoy es el cumpleaños de una de mis escritoras preferidas, Margaret Forster. Cuando lo vi me decidí a leer un libro suyo para celebrarlo (oh, qué esfuerzo...) y cuando el otro día hice esta foto pensé que ya tenía complemento para escribir una entrada más o menos apañada el respecto. Con lo que yo no contaba era con la contribución de mi subconsciente.

Ayer volví a soñar con Margaret Forster (y ya van tres veces, que recuerde). Con las Brontë, un sueño raro, sólo he soñado (de nuevo, que yo recuerde) una vez en la vida y ni siquiera salían ellas, sólo una casa que en mi sueño era la suya pero que no tenía nada que ver con la de verdad. Y que yo sepa no he soñado con ningún autor más, así que, ¿por qué Margaret Forster ya lleva tres en el marcador? Misterios.

Fue un sueño raro (como todos: odio recordar lo que sueño, ya lo he dicho antes) en el que técnicamente ella no salía pero yo tenía entre manos un ejemplar del libro que estoy leyendo y otro que era una especie de galeradas encuadernadas, con sus correcciones en boli rojo (me pregunto si su letra en mi sueño se parecerá a su letra en la realidad), montones de ellas, algunas rellenando espacios en blanco que quedaban en las galeradas. El sueño, tonto como pueda parecer, consistía en que yo me devanaba los sesos tratando de decidir con cuál de los dos me quedaba. Obviamente, en estado consciente, me decanto sin duda por las galeradas, no parece una decisión tan complicada, pero en el sueño era una decisión complicadísima, supongo que en parte entraban las ganas de leer el libro en condiciones, no sé. El caso es que me desperté totalmente desesperada por tomar una decisión que luego resultó no existir. Al lado, en la mesilla, sólo estaba el ejemplar publicado, claro.

Y nada, ese es mi extraño homenaje a Margaret Forster el día de su cumpleaños. Los habrá tenido mejores seguro, pero más raros lo dudo.

Por último, cambiando radicalemente de tema, no puedo resistirme a poner la verdadera perspectiva de la foto de arriba, sin arquearme. Es curioso que la camiseta de estar en casa haya salido sin ningún manchurrón ni nada, por más veces que me ponga una limpia, enseguida voy condecorada con alguna mancha que hace diana.



Buena merienda: bizcocho de arándanos y limón, un redescubierto y muy apreciado DanUp (se supone que de fresa y nata, sabor del verano 2011, pero a mí me sabe al DanUp de fresa de toda la vida) y Margaret Forster. Y Mr X haciendo su aportación con sus patadas: a veces parece que va a salir abriéndose camino así y otras me sorprende que mi riñón izquierdo parezca ser el balón de fútbol ideal. Y aquí creo que no fue el caso, pero después de ciertas comidas, lo más divertido es también aporrear el estómago lleno. No se aburre.

lunes, 23 de mayo de 2011

Bizcocho de arándanos y limón

Este delicioso bizcocho que ya hicimos el año pasado sirve para celebrar dos cosas hoy: 1) que es el cumpleaños de mi padre, aunque no estoy del todo segura de que sea su tipo de dulce y 2) que, según me dice Blogger, esta es la entrada número 1.000 del blog. Si alguien me preguntara de qué he escrito aquí a lo largo de los años y las 1.000 entradas creo que sería capaz de citar poquísimas entradas como ejemplo (la mala memoria, ya se sabe) y no necesariamente las últimas. Pero en fin, Blogger, como el algodón, supongo que no engaña, así que si dice que he escrito 1.000 entradas habrá que creerlo. Y como últimamente vuelvo a estar muy enganchada a las canciones de Wicked, el musical, no puedo evitar celebrarlo "the Glinda way" (al estilo de Glinda), con Thank Goodness:


Además últimamente tengo a Kristin Chenoweth hasta en la sopa: cada vez que me pongo Wicked, cada vez que vemos un episodio de Pushing Daisies (Criando malvas), en algunos capítulos de Glee... Y, con tal inmersión, cada vez me da más rabia no haber podido verla en Broadway, ni en Wicked, ya que había dejado ya el espectáculo, ni en Promises, Promises, ya que justo ese día no actuaba.

En fin, volviendo al bizcocho (dentro de un rato volveré a él literalmente: zampando un trocito (moderación, moderación)), fue una decisión totalmente improvisada (oh, qué maravilla elegir la repostería del sábado así). Teníamos pensado hacer el preparado que nos trajimos de Madrid, pero al ir a comprar a la frutería encontramos que los arándanos no sólo eran nacionales sino que estaban de oferta y con una pinta deliciosa: ¿quién iba a resistirse? Bueno, Manuel intentó resistirse un poco, pero pronto se dio por vencido y los arándanos se vinieron con nosotros. Curiosamente, para haber sido una decisión improvisada, teníamos todos los ingredientes de la receta, cosa que no siempre pasa siquiera con las premeditadas por más que yo me mire las listas de ingredientes.

Lo que no me queda muy claro es por qué el año pasado, usando la misma receta y las mismas cantidades, tuvimos que separar un poco de masa para madalenas por miedo a derrame del molde y este año no tuvimos ese problema cuando, además, pusimos más arándanos. En fin, los típicos misterios de la repostería y las medidas. Insondables.

Y como este bizcocho improvisado tenía la suerte de su lado (rima) hasta apartó nuestro gafe y se dejó hacer en condiciones: yo ahora ya saco las cosas del horno convencida de que serán mazacotes o estarán crudas, pero todo el gafe que le llegó a este pobre fue pegarse un poco al molde, aunque al final lo fuimos separando con paciencia y maña (frente a la propuesta de Manuel, que era aporrear el molde hasta que cayera el bizcocho: más vale maña que fuerza, ya se sabe) y no hubo que lamentar que se quedara ningún trocito pegado al molde, salió completo.

Pero la pinta y la integridad son secundarias si el sabor no está a la altura y con este bizcocho me reitero en decir que está delicioso y resulta bien fresquito para estos días de calor (todo lo fresquito que puede resultar un bizcocho, se entiende).

Y la película que tocaba ayer para acompañar a la plancha era de 1950, con un grande: James Stewart. Harvey (El invisible Harvey) que trata el tema de la locura (¿o no?) en clave de humo y aunque incluye un momento de esos de "en realidad estamos todos para quedarnos en el manicomio" me gustó mucho.

Editado para añadir la receta:

Ingredientes:

- 225 grs de mantequilla blanda
- 225 grs de azúcar
- 4 huevos batidos
- 250 grs de harina leudante (Bizcochona) tamizada
- Ralladura y zumo de 1 limón
- 25 grs de almendras molidas
- 200 grs de arándanos frescos


Preparación:

Batir la mantequilla y el azúcar en un bol hasta que tenga una consistencia ligera y esponjosa. Añadir los huevos poco a poco y agregar un poco de harina hacia el final para evitar que se corten. Añadir la ralladura de limón y, a continuación, el resto de la harina, las almendras y la cantidad suficiente de zumo para que la masa no quede demasiado espesa.

Incorporar 3/4 partes de los arándanos y pasar la masa a un molde previamente engrasado. Alisar la superficie y esparcir el resto de arándanos por encima.

Meter en el horno precalentado a 180ºC durante una hora o hasta que al pincharlo con una aguja esta salga limpia.

viernes, 20 de mayo de 2011

Ositos

Como dije hace unos días, aparte de ropita, Mister X ya va teniendo mobiliario propio, aunque seguimos sin haber vaciado la habitación que será suya y donde habrá que poner dicho mobiliario.

El miércoles volvimos a verlo en "telehorno" (nunca pensé que la metáfora resultara tan adecuada: Manuel, que es el ser más caluroso del mundo, ahora se asombra del calor que yo paso constantemente; mientras que él se despierta por la noche para echarse la colcha por encima, yo me despierto muerta de calor tapada sólo con la sábana. El otro día entramos en algún sitio que tenía aire acondicionado y yo suspiré con alivio y dije que por fin llegábamos a un sitio donde se podía respirar, Manuel me dijo que en la calle se estaba bien, no hacía calor, y así un largo etcétera) y ahí estaba Mister X con los ojos abiertos (!) supongo que examinando y valorando todas las adquisiciones recientes. Si la vez anterior se confirmó que era niño como yo pensaba, esta vez se confirmó de nuevo algo que yo pensaba: la comadrona siempre me decía que ella creía que iba a ser un niño tirando a pequeñito, cosa que a mí no me convencía, pero tampoco tenía experiencia con la que comparar. Incluso me llegó a decir que quizá me tuvieran que mandar reposo y cosas así. Pues bien, a siete semanas de nacer, la criatura pesa aproximadamente (no es una medida exacta) 2,270 kg lo que según ellos se traduce en unos 3,5 kg al nacer. No será una mole, pero de "tirando a pequeñito" nada.

Hace unos días recogimos la minicuna (en la foto de arriba, imagen de catálogo, ya que la nuestra no está montada). Creo que es de los pocos niños de la familia que no duerme en el tradicional moisés que ha ido pasando de niño en niño, pero traer ese desde Madrid era complicadísimo, así que desde el principio dimos por hecho lo de la minicuna. Y luego yo di con esta y no hubo más que hablar. No sé qué me llamó más la atención, si la vestidura con el osito o la cabecera de la cuna con la silueta del osito troquelada. A mí que me den algo con ositos y ya no hace falta pensar más, como pudo comprobar en vivo y en directo el chico de la tienda cuando la elegí allá por marzo. Además luego resultó que mis padres decidieron que nos la regalaban, así que no podemos quejarnos en absoluto, menos aun cuando el cambiador a juego (también monísimo, aunque no he encontrado ninguna foto en condiciones) nos lo regaló también una de mis primas.

La misma prima que nos dio libertad total para elegir la trona que quisiéramos. Nos decantamos por esta que, oh sorpresa, lleva un osito. También la hay con un perrito, pero era bastante fácil suponer que íbamos a pasar del pobre perro. Lo curioso del caso es que cuando fuimos a ver la trona al natural, antes de pedir que nos la trajeran a casa directamente, fue que la tenían puesta con otras tronas. No quiero decir marcas, pero había una que no paro de ver anunciada, destacada y que cuesta, si no un ojo de la cara, si algún otro órgano interno menos valioso como, yo qué sé, el bazo, o un trocito de hígado, que estaba ahí, desvencijada y sin dar ninguna sensación de seguridad. Si alguien la compra a pesar de verla allí es que los ojos ya los perdió pagando otras cosas. Yo estoy encantada con la nuestra, que aún no hemos montado ni nada ya que hasta los seis meses o así no se empieza a usar.

El coche llegará (espero que llegue) también en forma de regalo, como lo harán también la hamaquita y la bolsa para llevar los pañales, etc. En esta última, como me encargo yo de comprarla, he sacado a relucir todo mi gafe. La dejé pasar en su momento cuando la vi por primera vez (nunca, nunca se debe hacer eso, ya se sabe) y ahora que la quiero, resulta que está agotadísima, tanto que la chica de la marca con la que hablé se rió un poco de mí y luego me dijo que ni siquiera me preguntaba desde dónde la llamaba porque, viviera donde viviera, no había ninguna tienda donde pudiera encontrarla. Eso es mi gafe en todo su esplendor, no hay duda. Me dijo que esperan distribuirla otra vez a primeros de junio, así que cruzo los dedos para que así sea y no tenga que buscarme otra bolsa, ya que las demás que he visto no me convencen en absoluto.

Y hoy nos vamos de compras de pañales y algún que otro producto de higiene más que nos falta.

Y en algún momento yo tendré que remangarme (es un decir, hace ya mucho que las mangas de la ropa no me pasan del codo) y ponerme a lavar todo.

jueves, 19 de mayo de 2011

High Wages, de Dorothy Whipple

¡Por fin! Por fin he leído mi primer libro de Dorothy Whipple, que es la escritora reeditada por Persephone de la que más libros venden y, diría yo, de la que más libros han reeditado también. Cuando me terminé Oscar y Lucinda ya dije que tenía ganas de algún Persephone y al mismo tiempo decidí que ya era hora de conocer a Dorothy Whipple. En la estantería tenía Someone at a Distance y este, High Wages, y al final me decidí, cómo no, por el que estaba escrito antes. High Wages es el segundo libro de la autora, publicado allá por 1930, aunque situado a principios del siglo XX, pasando por la Primera Guerra Mundial, etc.

Cuenta la historia de Jane, una huérfana que, harta de vivir con su madrastra y sus hermanastros, decide independizarse y empezar a trabajar para la mercería más próspera del pequeño, y ficticio, diría yo, pueblo de Tidsley, al norte de Inglaterra. Allí demuestra tener dotes innatas para el comercio, cosa que el dueño de la mercería, en lugar de saber apreciar y valorar, aprecia sólo para sus adentros (y en lo que concierne a sus arcas) pero no de cara a ella. De modo que cuando, tras seis años trabajando allí, le surge la oportunidad de ser su propia jefa y regentar su propia tienda de ropa no se lo piensa dos veces y se entrega a ello de pleno.

Esta es la parte realmente interesante de la historia, ver a Jane abrirse camino con sus propios recursos y demás, pero aparte de eso, Dorothy Whipple incluyó un triángulo (o incluso cuadrado) amoroso que, sin estar mal, sí que me parece lo más prescindible de todo, sobre todo a medida que se acerca el final que, pese a no poder de ser de otra forma una vez metidos ya en esa senda, no me convenció nada.

Pero vamos, que la historia, con todo, está muy bien narrada, y se deja leer de maravilla, así que pese a haber criticado mentalmente algunos giros, estoy bastante convencida de que no será mi último Dorothy Whipple.

Por alguna extraña razón que no he sabido determinar, esta Jane me recordaba un poco (tampoco demasiado) a Violet Wither, la protagonista de Nightingale Wood, de Stella Gibbons (por cierto que Virago reedita un montón de libros de Stella Gibbons este verano), quizá porque las dos pertenecen a la clase social de los comerciantes, clase que siempre da tanto juego en la novela inglesa.

Destaco de la novela, eso sí, a la adorable Mrs Briggs. Me encantan las novelas que tienen ese tipo de secundarios que no te perdonarías olvidarte de mencionar cuando hablas del libro en cuestión en el blog. Esta mujer es de esas.

Y como se puede ver en la foto, High Wages, pese a estar reeditado por Persephone, llegó a mis manos en la edición clásica de Penguin, publicada en 1946 y que yo compré en Hibernian. Mientras lo leía no podía dejar de preguntarme por la vida que había llevado este ejemplar antes de llegar a mis manos. De 1946 a 2010 hay muchísimos años, que comenzaron con alguien que compró el libro, supuestamente en Inglaterra, quizá lo leyó en el transporte público a finales de los años 40 o principios de los 50, quizá lo leyó tranquilamente en una típica casita inglesa, siempre o casi siempre acompañándolo con una deliciosa tacita de té. Y así fueron pasando los años hasta que, contra todo pronóstico, acabó vendiéndose de segunda mano en Barcelona y terminé comprándolo yo, alojándolo en la estantería de casa y, finalmente, leyéndolo tanto en el transporte público de Barcelona como en el sofá acompañado, en mi caso, por un zumito de frutas.

lunes, 16 de mayo de 2011

San Isidro por correo

Con un poco de suerte hoy conseguiré publicar esta entrada que Blogger y otras circunstancias se empeñan en boicotearme.

El miércoles por la mañana llamaron al telefonillo diciendo que tenían un paquete para mí. Y aunque desde el timo de Telefónica (que sigue terminando en interrogante: no estamos del todo seguros de que se haya resuelto definitivamente) soy un poco escéptica con estas cosas, coincidió que estamos esperando que nos llegue una trona (ya escribiré una entrada sobre el mobiliario y demás que desde hace unos días nos va invadiendo) y abrí. Al ver el paquete de lejos supe que no era la trona; por suerte al verlo más de cerca vi que venía de mis padres. Pero eso no disminuyó en nada la intriga. Yo diría que la aumentó.

Aquello parecía el juego ese de las mil cajas: un envoltorio siempre contenía otro envoltorio más. Abrí la caja de Correos y apareció algo envuelto en plástico de burbujas. Quité el plástico de burbujas y apareció esto, sólo que mucho mejor envuelto que en mi recreación posterior:



El papel me encantó (y de hecho lo guardé) pero no ayudó nada a deducir el contenido, como tampoco ayudaban el peso ni la forma. A agitarlo no me atreví. Quité el papel:



Al final no tengo claro si en Barcelona vuelve a haber alguna tienda de La Cure Gourmande, pero en Madrid sé que sí. Lo que me extrañaba era que mis padres me mandaran algo de La Cure Gourmande por correo. Eso sí, la caja era monísima. Abrí la tapa y me encontré un papelillo de esos que se ponen para que los dulces no se peguen a nada por arriba, lo aparté y me encontré otro y, por fin, ¡por fin! llegué al quid de la cuestión:



¡¡Rosquillas de San Isidro!! Listas, tontas, de Santa Clara y de París, compradas, como siempre, en La Mallorquina. Y yo que hacía sólo unos días le había comentado a Manuel la pena que era este año quedarnos sin probar las rosquillas de San Isidro; comentario que no había llegado a decirles a mis padres, lo suyo fue iniciativa propia.



Me contuve lo justo para llamarles y hacer las fotos, pero en cuanto pude me lancé a por una rosquilla lista (las de limón). Hmmmm...

Como me dijo mi padre por teléfono, lo que seguro no pueden enviarme es la Feria del Libro de Madrid.

Así que zampando rosquillas desde el miércoles, decidimos moderarnos con la repostería y no hacer. Eso sí, como las rosquillas se acabaron el sábado en el desayuno, y para que nadie nos acuse de excesivamente moderados (¿existe eso o es un poco contradictorio?) dejo constancia de que ayer desayunamos tortitas con nata. Y luego película: nuevo ciclo cdominical para alternar con las comedias de los cincuenta: después de Carole Lombard le toca el turno a Claudette Colbert. Ayer empezamos con The Big Pond (El gran charco), de 1930.

jueves, 12 de mayo de 2011

Oscar and Lucinda (Oscar y Lucinda), de Peter Carey

Oscar and Lucinda (Oscar y Lucinda), de Peter Carey, fue uno de mis dos libros de Sant Jordi y, como siempre, se puso en cabeza de lista de lectura. Manuel conocía el libro por la adaptación cinematográfica (que ahora yo estoy deseando poder ver) y a mí el título me sonaba de oídas, pero tan vagamente que no tenía ni la menor idea de acerca de qué iría.

Así que empecé a leerlo y me encontré en Australia en pleno siglo XIX, un territorio totalmente nuevo tanto en el propio libro como para mí como lectora. Me hizo gracia que la lectura se solapara con Meek's Cutoff que, sin tener nada que ver en realidad, sí que ambos tratan de nuevos territorios y gente que trata de recrear la civilización en un nuevo lugar. No es el caso de ninguna de las dos historias, pero algo que siempre me impresiona, cada vez que me acuerdo (y es de esas cosas que recuerdas a veces sin venir a cuento), es pensar en que los puritanos del Mayflower, cuando llegaron a tierra después de una larguísima y durísima travesía no se encontraron a nadie que los recibiera, sino que tuvieron que bajarse del barco y ponerse manos a la obra a construir donde dormir y vivir, a conseguir comida en un lugar del que lo desconocían todo (incluidos sus habitantes) y eso, de forma más diluída, como es en el caso de ambas historias (mitad del siglo XIX) aún se notaba. Con las estructuras básicas construidas, eran una sociedad que aún estaba en pañales.

La historia de Oscar y Lucinda la conocemos a través de una descendiente. Oscar nace en un pueblecito del condado de Devon y crece junto a su padre, que es un "dissenter" de los que tanto abundaban en la época, uno de aquellos que por lo que fuera, no comulgaba (literal y figuradamente) con la Iglesia de Inglaterra. Pero al parecer Oscar siente la llamada de la Iglesia de Inglaterra, se convierte en el protegido del cura del pueblo y llega a Oxford, donde también recibe la llamada - así es como el lo ve - de las apuestas, que le sirven para financiar el viaje a Australia.

Lucinda es nativa del lugar, aunque su madre vino de codearse con los literati ingleses y de hecho aún mantiene una correspondencia (ficticia, claro está) con Marian Evans/George Eliot. Su madre era una mujer idealista a la que la vida real se le cruzó en el camino, cosa que dio que pie a que las ideas se quedaran en eso. Por circunstancias de la vida, Lucinda hereda una fortuna a la muerte de su madre y se le antoja comprar una fábrica de cristal, fascinada por las Prince Rupert's Drops o lágrimas batávicas*, pero encuentra que una mujer que lleva las riendas de una fábrica no es siempre algo bien visto. Con una fortuna que le parece inagotable decide refugiarse en el juego.

Y será el juego y el evitarlo o dejarse caer en sus redes, lo que unirá los destinos de Oscar y Lucinda. Dos personajes nada convencionales que resultan totalmente chocantes a sus contemporáneos.

En fin, una historia muy curiosa y escrita de maravilla, casi como si hubiera salido realmente del siglo XIX, sin miedo a extenderse y extendiéndose siempre de forma que lleve a algo (las extensiones que no llevan a nada tampoco me van). La única pega que le pongo es el final, que me parece un poco fuera de lugar. Pero no es nada que no se le pueda perdonar.

Así que un año más, Manuel ha innovado en Sant Jordi y la lectura novedosa ha sido un éxito. Tiene ojo.

* Cosa que no me extraña, porque yo las descubrí por el libro y me parecieron fascinantes. Son gotas de cristal que se enfrían muy rápidamente de modo que quedan con forma de gota/lágrima. Se dice que son las precursoras de los vidrios de coches y demás porque la parte gruesa de la gota es irrompible incluso a martillazos. Y, sin embargo, si se rompe la parte finita la gota completa explota. He aquí un vídeo de YouTube donde se puede ver:

miércoles, 11 de mayo de 2011

Alice Ashley y yo


Hace un par de días abrí el buzón y encontré el inconfundible - aunque aparentemente normal y corriente - sobre de Persephone con el nuevo Biannually y el nuevo punto de lectura (me ha tocado este tan bonito de Miss Buncle Married). Fue curioso porque hacía sólo unos instantes que había terminado Oscar and Lucinda (Oscar y Lucinda), de Peter Carey (mañana más sobre este libro) y justo acababa de decidir que después de la intensidad de Javier Marías y Peter Carey lo que necesitaba era un libro Persephone un poco más relajadito. Abrir el buzón fue como una entusiasta palmadita en la espalda del destino.

Y lo mejor es que el Biannually, que normalmente siempre llega en época de mucho trabajo y esta vez no ha sido una excepción, me dio la excusa perfecta para sentarme un rato, coger un zumito fresquito y, casi lo mejor de todo, poner los pies en alto, ya que últimamente se me hinchan con sólo mirarlos.

Antes de empezar a leer me estuve recreando en el cuadro de la portada y comparando los que nos rodeaba a mí y a la mujer de la portada, una tal Alice Ashley. Ella estaba sentada en su balancín de jardín (se nota que por entonces, Inglaterra en 1937, los mosquitos tigre aún vivían sólo en Asia; yo este año aún no he visto ninguno, pero sé que ya rondan por ahí y, como siempre, me dan pánico), con los pies en el suelo, quizá para impulsarse y balancearse de vez en cuando, las piernas elegantemente cruzadas. Yo estaba sentada en el sofá con los pies en alto, a salvo de los mosquitos tigre y, cuando tengo los pies en el suelo, no puedo cruzar las piernas porque parece que a Mr X le molesta de alguna forma la postura y se pone a dar patadas como loco (más de lo normal, que ya es decir), así que, si alguna vez la tuve, he perdido toda elegancia al estar sentada. Ella hacía punto, parece que siguiendo un patrón que tenía sobre las piernas; yo, por más que lo he intentado, no sé ni tejer un punto, soy negada. Menos mal que mi madre sí que tiene eso en común con Alice Ashley y se aseguró de que Mr X tenga unos cuantos jerseicitos y botitas hechos a mano. En vez de haciendo punto, yo me entretenía con la revista de Persephone donde salía ella. Ella tiene un par de libros al lado, lo cual quiere decir que o lleva ahí sentada bastante rato o piensa estarlo, se ha llevado más provisiones de ocio aparte del punto; yo hacía un rato que había terminado Oscar and Lucinda, que seguía allí, y le había puesto encima la nueva lectura de Persephone. No estaba mal, pero he de reconocer que su libro con los bordes de las hojas en rojo m intrigaba y daba envidia a partes iguales. En la mesita, con la bandeja de plata que demuestra que ella tenía servicio y yo no, había dejado una carta abierta, que habría leído en algún momento de estar allí sentada, por la actitud relajada no parece que contuviera malas noticias. Yo también había dejado en la mesa el sobre abierto del que acababa de sacar la revista Persephone. Ella tenía su zumo de limón a medio beber, cosa que me daba muchísima envidia. Yo también bebería zumo de limón si no fuera por el miedo a que el ácido me dé ardor de estómago. Pero algún día tendré que hacerlo, probarlo y salir de dudas. Yo tenía también mi zumo a medio beber, uno de esos de varias frutas y un poco de leche (curiosamente a Manuel, que no le hace ascos a ningún zumo, este le revuelve el estómago y curiosamente este es el único que yo puedo tomar comprado y no casero (la otra excepción sería el zumo de tomate)). Mi zumo estaba en una de las muchas cosas que cupieron en la maleta a la vuelta de Madrid: un estupendo vaso con la frase de Keep Calm and Carry On (no sé si dije que después de tener ese cuadrito pequeñito en el pasillo, luego, en un viaje a Londres, nos agenciamos uno más grande que ahora sustituye al pequeño en el pasillo, recordándonos una filosofía de vida esencial a mayor tamaño). El vaso también tiene una tapita de silicona, al modo de las tapas de los vasos de Starbucks, para bebidas calientes.

En fin, que ahí estábamos Alice Ashley, fuera quien fuera, y yo, en 1937 y 2011, y, en apariencia, al menos, no nos diferenciabamos tanto.

Luego ya abrí la revista y me perdí entre las páginas, queriendo, como siempre, leer tropecientes libros de Persephone a la vez. Menos mal que con el que tenía al lado ya tenía por donde empezar.

martes, 10 de mayo de 2011

Meek's Cutoff

Como ya dije una vez, Manuel es un verdadero fan de las películas del oeste. Si ponen alguna en televisión con algún mínimo grado de interés (para él), la graba y - meses después, porque el disco duro del DVD siempre hace horas extra- acaba viéndola. Y a fuerza de tenerlas de fondo y hasta engancharme a alguna pues las voy entendiendo más. Antes eran "películas del oeste" en general, todas en el mismo saco, y ahora como mínimo veo que hay un poco de variedad. Saquitos dentro del saco.

El caso es que hace un tiempo Manuel me dijo que había sacado entradas para ver Meek's Cutoff (nombre que por más que Manuel me repetía no se me quedaba hasta que no lo vi al empezar la película) como parte del Festival de cine de autor de Barcelona el viernes pasado. Una película del oeste moderna y dirigida por una mujer, Kelly Reichardt (y de ahí que para quienes se la perdieran el otro día y dado que parece que no se va a estrenar en salas comerciales, recomiende que, quien pueda, la vea el 27 de mayo a las 22.00 como parte del Festival de cine de mujeres de Barcelona), basada remotamente en una "historia" más o menos real. Yo iba sin expectativas ni para bien ni para mal, cosa que, aunque suene pasota, no lo es.

El caso es que la película resultó un peliculón. Es de esas películas que no se pueden resumir porque el resumen (un grupo de tres caravanas que, en 1845, guiadas por un supuesto guía, se encuentran perdidas en mitad de la nada. Necesitan agua y temen la presencia de los indios) se queda corto. Lo que importa de la película es cómo está rodada, cómo se les ve caminar y caminar y caminar, cómo afrontan los pequeños y grandes retos que les salen al paso y cómo estos afectan a la dinámica del grupo. Las caravanas están formadas por tres matrimonios, uno de ellos con un hijo, una de las mujeres embarazada, que desean llegar a Oregon y la historia hace bastante hincapié en el papel de las mujeres de cada caravana, cómo a pesar de estar totalmente fuera de contexto, a pesar de haber andado kilómetros bajo el sol durante el día, a pesar de haber cruzado ríos cuyo cauce les llega hasta la cintura vestidas como si tal cosa, continúan con sus tareas domésticas: lavan, friegan, tienden la ropa, hacen pan, cocinan, recogen leña, pero también de vez en cuando se salen de sus papeles como cuando una fantástica Michelle Williams coge una escopeta y la dispara varias veces, no con un sencillo apretar el gatillo y ya está, sino con todo el ir y venir de echar la pólvora, etc.

Y es que Michelle Williams (de cuyo nombre no me acordé hasta bien entrada la película, ¡qué molesto eso de ¿cómo se llama esta chica?!) está imponente de verdad en el papel que hace. Me quedé impresionada por la interpretación.

Todo, al final, para seguir encontrando eso de "todo tiempo pasado fue mejor" cada vez más falso. Cada vez me irrita más la gente que ve el pasado - el presente de mujeres como las tres de la película - como una arcadia donde, sí, la gente se horneaba su propio pan y, sí, tendrían sus remedios naturales para lavar la ropa, pero donde ninguna de las dos cosas era una elección, sino una imposición (porque no había alternativa; hoy en día puedes elegir hornear el pan en casa, pero sabes que lo puedes comprar si al final no te da tiempo a hacerlo), pero también era un mundo en que la gente se perdía en el desierto con lo poco que tenía a cuestas y donde un barril con poca agua derramado era una cosa terrible. Y hablo en pasado de lo que en tantos sitios sigue siendo presente. Y, por eso, reivindicar ese tipo de vida como ejemplar, modélica, perfecta, me parece como reírse de todas las mujeres que pasaron por ello y, quizá más grave aun, reírse de todas las que están pasando por ello hoy.

Al final de la película salí encantada, tanto que le di la máxima puntuación en la papeleta para el premio del público. Manuel se fio de mí y me dijo que le pusiera lo mismo a la suya, para luego llevarse las manos a la cabeza cuando se enteró de que había optado por las cinco estrellas y no por las cuatro, puntuación más moderada. Y de algo sirvió mi voto, porque me acabo de enterar de que Meek's Cutoff ha resultado ganadora del premio del público. Se merece eso y más (para empezar se merece el estreno que no va a tener).

Dejo el trailer porque, aunque en inglés, hablan poquito y todo lo que importa es comprensible en cualquier idioma.

lunes, 9 de mayo de 2011

Bizcocho de calabacín y chocolate

Con lo que nos gustó la primera vez que hicimos el bizcocho de calabacín y chocolate es raro que hasta este sábado no lo hubiéramos repetido. Así que cuando la semana pasada me acordé de este bizcocho ya no hubo más que pensar para la repostería del sábado. También influía el hecho de comprobar si el gafe repostero que tenemos encima últimamente se mantenía incluso con una receta ya probada.

Rallar el calabacín después de la lima de la semana pasada fue coser y cantar: ah, con la manía que tengo a rallar las cosas si todo se rallase con tan poco esfuerzo como el calabacín no me resultaría tan odioso. Eso sí, volvió a ser odioso por doble motivo cuando tuve que rallar la piel de una naranja: 1) porque sin ser como la lima no es tan blandita como el calabacín y, mucho más importante, 2) por la manía total que les he cogido a las naranjas. Pero era rallar u ocuparme de las mediciones y los pesos, que es la tarea de Manuel y que, en mis manos y con el gafe repostero reinante, podría contribuir mucho al caos. Así que mejor que me dedique a rallar.

Esta es una de esas recetas de esas que, sin llegar al nivel de pringue de las torrijas, son de manchar un montón de cacharros, cosa que siempre da rabia (con vistas a luego fregarlos, aunque eso también es tarea de Manuel mientras yo me quedo hipnotizada con telehorno).

Y telehorno, como ya recordaba de la otra vez, con este bizcocho resulta muy amena porque es de esos que suben muchísimo. De hecho creo que es el único que he visto sobresalir - por suerte ya pasada la fase de posible derrame - por encima del borde de ese molde. Y además huele de maravilla, así que mientras Manuel aspira el aroma del lavavajillas yo me deleito con el olor que sale del horno. Todo me sigue oliendo mucho, pero creo que he dejado atrás esa fase en la que incluso los buenos olores, de puro intensos, eran demasiado.

Y así pasaron los cincuenta, en realidad 54, minutos (de nuevo me olvidé de que había algo en el horno, ejem) que pasó el bizcocho en el horno, el tramo final tapado por papel de plata para evitar que se requemara. Salió con buena pinta, habiendo evitado cualquier catástrofe. Lo dejamos reposar un poco en el molde y fue entonces cuando surgió el toque gafe que, dentro de lo que cabe, fue, salvo por el aspecto visual, bastante ligero: ¡no había forma de desmoldarlo! Lo de engrasar el molde a fondo es también tarea de Manuel (parece que yo no hago nada...), porque lo hace a conciencia y, sobre todo, porque no le da el asco que a mí lo de pringarse de mantequilla. Las veces que me ha tocado engrasar a mí algún molde no veo el momento de acabar la tarea para poderme lavar las manos a fondo. Así que doy fe de que el otro día no era problema del engrasado sino del gafe. De ahí que el bizcocho quedara un poco maltrecho visualmente hablando.

Pero de sabor, cuando lo probamos por la noche, no podemos quejarnos, lo cierto es que pese a los cuatro minutos extra, el bizcocho estaba en su punto y tan delicioso como lo recordábamos, con esa consistencia ligera pese a la apariencia y a los ingredientes que lleva.

Así que ayer pudimos desayunar en condiciones, cosa que ya nunca doy por hecho. Este bizcocho es enorme, así que tenemos desayuno (y merienda) para varios días. Y sí, ya sé que tengo que comer con moderación, pero mientras no me junten en la misma frase las palabras "prohibido" y "dulces" y "terminantemente", creo que seguiremos dándonos el capricho de la repostería.

Además la plancha de después seguro que quema muchas calorías (¡¿no?!) y con lo que nos reímos con las películas que la amenizan también. Ayer tocaba otra película escolar de los años 50: The Happy Years, con un jovencísimo Dean Stockwell de protagonista.

viernes, 6 de mayo de 2011

Sano, sanísimo



El teletrabajo esta semana ha sido intenso (más o menos, porque cada dos por tres tengo que hacer descansos para evitar que se me ponga dolor de espalda; suena a excusa pero es así), pero en las escapadas a la calle, cada vez que pasaba por delante de una frutería, me quedaba mirando el género expuesto como Audrey Hepburn el escaparate de la joyería Tiffany's en Desayuno con diamantes. Mucho menos glamour, eso sí. Y todo con la intención de encontrar una fruta, cualquier fruta, que se saliera de la secuencia sota-caballo-rey de todo el invierno. Lo bueno de, hasta este invierno, haberle hecho relativamente poco caso a la fruta, es que nunca, cuando me apetecía, le hacía ascos a una manzana o a una naranja o a una mandarina. Lo malo de este invierno es que me pregunto si algún otro invierno seré capaz de comer alguna de esas frutas, porque no las puedo ver ni en pintura, sobre todo las naranjas, que realmente, inocentes como parecen a simple vista, me revuelven el estómago. Así que cuando vi una frutería que tenía albaricoques (de Murcia, no de los traídos en avión a precios casi de Tiffany's), obviando mi gafe para la localización y adquisición de cosas, me dirigí a "nuestra" frutería (el gafe, pese a ser inevitable, lucha contra todo con la esperanza de que se mantenga el negocio) a por ellos... para encontrar que sólo había de los que viajan en avión. En otras condiciones creo que me hubiera esperado a que los trajeran ellos, total, sería cosa de un par de días. En estas condiciones, retrocedí sobre mis pasos y fui infiel a nuestra frutería.

Al final los pobres melocotones, saboreados fríamente, eran bastante insípidos pero a mí, para qué negarlo, me supieron a gloria. Y más acompañados de mi otro salvavidas, el melón Galia y este de la foto resultó particularmente delicioso.

Ayer, de nuevo paseando, de nuevo mirando las fruterías como si me fuera la vida en ello (necesito variedad o aborreceré los albaricoques y los melones), me encontré con que nuestra frutería no sólo tenía ya albaricoques nacionales y de mucha mejor pinta, sino que además tenían... ¡cerezas! Eso sí que fue una sorpresa. Así que compré más albaricoques (pese que los insípidos no se habían acabado todavía) y cerezas y afronté el teletrabajo con este cuenco delante.

martes, 3 de mayo de 2011

Los enamoramientos, de Javier Marías

Acabé Los enamoramientos, de Javier Marías, hace ya días pero hasta hoy no había encontrado el hueco para comentarlo. Y "comentarlo" es decir demasiado porque este - como tantos de Javier Marías y de otros - es de esos libros de los que me resulta difícil decir algo más aparte de que me ha gustado mucho, cosa que se queda bastante corta para lo que es el libro.

Parecía que después de las mil y pico páginas de Tu rostro mañana leer una nueva novela de Javier Marías sería complicado, porque él mismo había reconocido que, de momento, no se veía escribiendo más ficción, pero al final hasta él se sorprendió de estar escribiendo una nueva novela relativamente poco tiempo después de aquella en tres partes. Y Los enamoramientos demuestra que no es una novela escrita a la fuerza por un compromiso no mencionado. No, no, la calidad de Los enamoramientos demuestra que es una novela escrita, como todas las buenas, porque sí, porque salió así.

No es que a medida que avanza la novela vaya de capa caída, pero sí que es verdad que las páginas iniciales, cuando la narradora-protagonista femenina (la primera vez que Javier Marías recurre a un narrador no masculino) describe sus encuentros - que sólo lo son de vista - con un matrimonio con el que coincide - o hace por coincidir - en una cafetería durante el desayuno, son, yo creo, de lo mejor que ha escrito Javier Marías, y eso que yo tendría serias dificultades en encontrar algo malo de Javier Marías, al menos de lo que he leído hasta ahora y que no es todo (en ello estoy, aunque en su caso el orden cronológico es bastante aleatorio, o sea, nada cronológico).

Y es que, por mucho que me gusta leer su columna de los domingos, es un estilo totalmente diferente. Allí, a veces, Javier María se enfada y dice las cosas claras: a veces estoy de acuerdo y asiento mientras leo; otras no y me exaspera hasta el punto de hacer una lectura en diagonal. Pero en su prosa literaria es capaz de canalizar todos esos malos humos de modo que su opinión - o la del narrador, a veces coinciden y a veces supongo que no, siga presente pero de una forma mucho más sutil.

En fin, ahora lo que me queda es leer las tropecientas críticas de la novela - por lo visto en general muy buenas - que han salido desde que se publicó a principios de abril y que, fiel a mi costumbre, he estado evitando. Me queda eso y recomendar la novela, claro, que quizá es un gran punto de acceso a la obra del señor Marías (aunque mi primera novela suya fue Corazón tan blanco y aunque Mañana en la batalla piensa en mí es de esas novelas que, incluso años después de leerlas, te vienen de vez en cuando a la cabeza para que les des vueltas de nuevo, es decir, muy recomendable también).

lunes, 2 de mayo de 2011

Bizcocho de lima y pistachos

El viernes no estaba nada inspirada para elegir la repostería, así que una vez más le encasqueté la tarea a Manuel, que como siempre se decantó por algo un poco exótico en una de esas páginas de los libros de repostería que paso casi por inercia: bizcocho de lima y pistachos. Ni él ni yo éramos conscientes de haber probado la lima antes (salvo en sabores artificiales de "lima-limón", pero no creo que cuente), así que era un bizcocho novedoso en ese aspecto.

El sábado, ya con las manos en la masa, comprobamos que la lima, pese a ser un cítrico se diferencia de las naranjas y los limones en que tiene una piel durísima de rallar (qué bien, con lo divertido que resulta siempre (¡nunca!) rallar...) y que por dentro también es más dura y no tan fácil de exprimir. Pero olía bien.

A todo esto el sábado la repostería estrenaba la bombilla de horno, que se nos había fundido el día anterior, así que teníamos un poco de miedo a que, por alguna extraña razón un poco gafe, el bizcocho terminase siendo de lima, pistachos y cristalitos. ¿Pero cómo íbamos a prescindir de la bombilla y, por tanto, de telehorno? Sin telehorno todo pierde interés.

Al final no hubo que lamentar catástrofes en ese aspecto, pero o el horno ha cambiado o seguimos sin recobrar el don del todo o un poco de todo. Este bizcocho también llevaba Bizcochona pero, aunque Manuel estaba empeñado en utilizar la caducada (que creo que contribuyó a ese fracaso), yo me negué. El caso es que la receta decía que el bizcocho tenía que hornearse durante 50 minutos y hubo la suerte de que sólo me despisté y me pasé tres minutos porque... ¡me había olvidado por completo de que había que sacarlo! Me había olvidado por completo de que había nada en el horno, de hecho, y eso que la bombilla daba luz.

No sé si por la Bizcochona al día o qué, pero esta vez al llegar el momento de encontrar la superficie demasiado tostada y abrir el horno para poner papel de plata no bajó, así que no hubo tampoco ese tipo de lamentaciones, aunque yo estaba intrigada por si habría quedado poco hecho o muy hecho o qué.

A todo esto este bizocho tenía también el factor de riesgo que es que llevaba almíbar o glaseado, la receta daba las dos opciones. El caso es que nos hicimos (¿me hice yo sola?) un poco de lío y confundimos la textura del glaseado - que era lo que queríamos hacer - con la del almíbar, por lo que el glaseado quedó un poco más líquido de lo que debería, como si hubiera sido almíbar. Así que al echarlo parecía que nos habíamos cargado el bizcocho, cosa que Manuel intentó reparar poniendo unos pistachos por encima y dándole aspecto, por el color y la posición, de bizcocho-reptil. Pero, como comprobé mientras hacía las fotos, al final - creo yo - el bizocho, con todo, quedó extrañamente fotogénico.

Ya sólo quedaba probarlo. El sábado por la noche yo me conformé con un mordisquito de prueba que, sin estar mal, no me convenció del todo, pero Manuel estaba encantado con el sabor que, no hay duda, era diferente al de cualquier otro bizcocho hecho hasta ahora. Ayer domingo por la mañana me reconcilié un poco más y ayer por la tarde, tomando un trocito para merendar, la reconciliación ya fue total: estaba mucho más rico, es de esos bizcochos en los que los sabores se van amoldando con el tiempo. Mientras que al principio la lima era prácticamente el único sabor, ayer por la tarde la combinación de lima y pistacho era muy curiosa y muy rica. Así que resultó una buena elección que, además, y sin que sirva de precedente, había quedado en su punto.

El caso es que menos mal (o no, no sé) que queda poco y ya había decidido dejarlo para menrendar con Manuel esta tarde y optar por un desayuno algo más sano, porque vengo ahora de una revisión en la que, sin echarme la bronca (dado que me habían dicho que comiera más) sí que se ha notado que todos los dulces han pasado factura. Ya lo dije yo, que al final me iba a llevar bronca por no haber engordado y, después, por haber engordado demasiado. ¿Quién quiere conformarse sólo con una? Pero claro, si una tiene poca hambre y, a veces, tiene que comer un poco a la fuerza, ¿qué es lo más fácil: optar por un dulce que nunca amarga u optar por algo quizá más sano pero que apetece todavía menos? Y es que este año, con eso de tener que comer fruta, me da la impresión de que la fruta nueva no llega nunca (creo que nunca había pensado tanto en cuándo llegarán los melocotones y los albaricoques y las cerezas a la frutería, cada vez que entro los busco desesperadamente) y a las naranjas ya no las puedo ni ver. De momento me he aficionado a los melones Galia: veremos cuánto tardo en aborrecerlos.

En fin, volviendo a ayer domingo, no me olvido de dejar constancia de que la película que vimos con la plancha fue ya la última que nos quedaba por ver de Carole Lombard, en esta ocasión con James Stewart, de 1939 (las que hizo después ya las hemos visto): Made for Each Other (El lazo sagrado) una tragicomedia, como la definía Manuel porque, efectivamente, tenía trozos divertidísimos pero también de repente se convertía en un auténtico dramón. Y por cierto que la semana pasada no mencioné nuestra incursión cincuentera en una divertidísima comedia inglesa: The Happiest Days of Your Life.

Pero hablando de la plancha no puedo concluir sin mencionar un descubrimiento reciente y que, según la Wikipedia citando al periódico inglés Guardian, "mantiene la tradición de la excentricidad británica": ¡planchado extremo (extreme ironing en inglés)! deporte (?) inventado en 1997 por alguien que seguramente no se amenizaba el rato de plancha con comedias clásicas.



EDITADO PARA AÑADIR LA RECETA:

Ingredientes para el bizcocho:

- 170 grs de mantequilla a temperatura ambiente
- 140 grs de azúcar blanquilla
- 3 huevos
- 140 grs de harina con levadura (Bizcochona)
- Ralladura y zumo de una lima
- 60 grs de pistachos picados


Preparación:

Precalentar el horno a 180º, engrasar un molde de pan de 22 x 12 cm y forrar la base con papel de hornear.

Batir la mantequilla y el azúcar hasta que la mezcla blanquee y esté cremosa y, a continuación., añadir los huevos uno a uno sin dejar de batir. Tamizar la harina por encima y remover hasta que esté todo bien mezclado. Añadir, sin dejar de remover, la ralladura, el zumo de las limas y los pistachos picados.

Verter la mezcla en el molde preparado y extenderla uniformemente.

Hornear unos 50 minutos o hasta que un pincho insertado en el centro salga limpio. Dejar enfriar el bizochco 5 minutos dentro del molde y, a continuación, desmoldar sobre una rejilla hasta que esté completamente frío.


Opcional: ingredientes para el almíbar:

- Ralladura y zumo de dos limas
- 40 grs de pistachos picados
- 60 grs de azúcar blanquilla


Preparación:

Poner la ralladura y el zumo de las dos limas en un cazo con el azúcar y calentar a fuego lento hasta que el azúcar se haya disuelto por completo. Llevar a ebullición y dejar hervir durante un minuto. Retirar del fuego y dejar enfríar ligeramente hasta que el almíbar comience a espesarse. Añadir los pistachos picados, verter sobre el bizcocho y dejar reposar al menos 30 minutos antes de servirlo.

Opcional: ingredientes para el glaseado:

- Ralladura y zumo de una lima
- 100 grs de azúcar glas


Preparación:

Mezclar la ralladura y el zumo de una lima con 100 grs de azúcar glas tamizado hasta que resulte una mezcla cremosa y homogénea. Verter sobre el pastel.