lunes, 31 de enero de 2011

Gugelhupf marmoleado (otra vez)

Como la semana pasada yo quería haber hecho algo con chocolate pero no pudo ser, el viernes, a la hora de elegir nueva repostería, yo seguía con la espinita clavada así que le volví a sugerir a Manuel retomar el bizcocho marmoleado/amarmolado que ya habíamos hecho antes (no le propuse el bizcocho cebra porque es un poco más pesado de hacer). Y, aunque le dio el visto bueno, esa es la principal pega que le puso: que ya lo habíamos hecho antes. Manuel en la repostería se rige, sobre todo, por la novedad, y a mí de vez en cuando me gusta repetir los viejos y deliciosos conocidos.

El caso es que me salí con la mía y al día siguiente estábamos inmersos en la cocina entre dos masas de dos colores. Por un momento barajé la posibilidad de, para variar, poner la masa en moldes de madalena y hacer madalenas amarmoladas, pero al final opté por lo mismo de la otra vez y volví a sacar el molde Bundt.

Esta semana, y para darnos un respiro de la semana pasada, telehorno fue muy plácida. El bizcocho subió como debía, pero no hubo sobresaltos sobre si se desparramaría por todo el horno. Olía de maravilla, con el toquecito de cacao.

No era el sofá, pero pude sentarme un rato en la cocina a leer Bill Bryson y su libro At Home (literalmente "en casa"; sin traducir de momento que yo sepa) en ese ambiente tan hogareño que da un bizcocho haciéndose en el horno. Una pena que Bill Bryson se empeñase en estropear el momento hablando de la no siempre agradable (por no decir nunca) historia de la humanidad hasta llegar a nuestros días en cuanto a cañerías y desagües. Pero también es verdad que con Bill Bryson casi siempre hay risas aseguradas, así que no me quejaré demasiado.

El caso es que por fin sacamos el bizcochito del horno, lo dejamos enfriar, le pusimos azúcar glas, le hice unas fotitos (ya tengo despejado mi sitio de fotos de repostería recién horneada desde hace días, pero ahora me he aficionado a este otro; algún día volveré al otro, digo yo) y nos dejamos tentar - cómo resistirse - para probar un poco. Hmmmm... delicioso. Qué pena tener que esperar al desayuno del día siguiente para seguir zampando.

Por fin llegó el desayuno y tuvimos que hacer mucho por moderarnos: este bizcocho es de esos con los que cuesta mucho parar, quizá porque no parece excesivamente contundente.

Y luego, para bajar los posibles excesos, un poco de plancha y una especie de nuevo ciclo dominical. Hasta ahora hemos ido viendo comedias clásicas, casi desde donde se las puede empezar a llamar tal cosa (empezamos en los años treinta y ya estamos casi en los cincuenta), pero ahora Manuel quiere rellenar huecos, así que hemos empezado un ciclo dedicado a los actores más conocidos con los que nos hemos ido topando a lo largo del ciclo. Ayer comenzó el ciclo Carole Lombard con una película suya - casi de las primeras con sonido (las mudas quedan descartadas por ser, obviamente, incompatibles con la plancha) que hizo, y sin ser protagonista ni mucho menos - de 1930: Safety in Numbers (Cuidado con las mujeres). En los años treinta el sonido era una novedad todavía y eso era bueno (por razones obvias) y regular (había supuesto un retroceso en muchas cosas con las que se había progresado mucho en el cine mudo; y también ahora que tenían sonido cantaban muchísimo, cosa que no es mala necesariamente, pero sí curiosa). Así que no sabíamos qué esperarnos. Por suerte la película resultó bastante amena aunque tuvimos graves dificultades para distinguir a Carole Lombard, que llevaba el mismo peinado y pose que otra chica (Virginia Bruce, que cuatro años después sería una Jane Eyre espantosa y cómica) con la que solía compartir la pantalla. Por otra parte, ya digo que se cantaba mucho y, cuando vimos cantar al protagonista y a dos chicas y vimos que le iba a tocar el turno a Carole Lombard Manuel se empezó a reír porque por lo visto el fuerte de Carole Lombard no era la canción y esta película era aún muy temprana como para que le hubieran doblado la voz. Efectivamente, cantar no era lo suyo y el director tuvo que hacerle medio cantar (poco y mal) y medio recitar con soniquete (divertidísimo). En fin, que nos lo pasamos bien. Eso sí, para que el ciclo de películas rescatadas del olvido no se nos haga pesado (por no saber nunca qué nos vamos a encontrar) hemos decidido ir alternándolo con la continuación de la comedia clásica (entraremos en los años cincuenta). Nada, que no tenemos nada que envidiar a los ciclos de la filmoteca.

domingo, 30 de enero de 2011

Fe de erratas

No le estoy sacando al sofá y a la manta todo el provecho que cabría esperar (no me puedo quejar tampoco, y aún queda mucha tarde por delante) pero no podía dejar de comentar las carcajadas que me ha producido esta mañana (sí, lo reconozco, en un rato de sofá y manta) un artículo sobre la cabeza recién reatribuida del rey francés Enrique IV en El País Semanal. El artículo me estaba pareciendo curiosísimo y las risas en sí no han tenido nada que ver con la cabeza perdida, encontrada y reasignada del pobre rey, sino con un lapsus de la periodista, Ana Teruel.

De repente me he encontrado con lo siguiente. Primero lo he leído con extrañeza, luego ha sido cuando me he partido de risa:


Obviamente (digo yo que obviamente) la periodista más que "episcopales" quería decir "epistolares".

Y qué buen complemento después leer la columna de Javier Marías sobre los (absurdos, innecesarios) cambios ortográficos de la RAE.

Y ahora, con permiso, creo que oigo que el sofá y la manta me llaman.

viernes, 28 de enero de 2011

Fin de semana



Siempre que tengo que estar pegada al ordenador me dejan cosas de lo más tentadoras en el buzón. Así que ayer, fecha de entrega de lo que me ha tenido atada al ordenador desde el martes (¡sólo han sido tres días! Quién lo diría), me encontré con esto en el buzón: lo saqué del envoltorio (que es de plástico transparente, así que no hubo sorpresas) y lo dejé encima de la cómoda, sin apenas poderlo hojear. Manuel llegó pasadas varias horas y en sólo cinco minutos de hojear ambas cosas ya había visto más cosas que yo, con ello al alcance de la mano durante horas, no había podido ni mirar.

Así que aunque aún tengo teletrabajo acumulado - pero más moderado y relajado - y aunque el fin de semana hay tareas de la casa ineludibles (¡y la repostería, claro!), me propongo emplear los minutos que me queden libres de cualquier cosa en estar en el sofá, debajo de la manta, con mis cosas Brontë y un poco de Bill Bryson (abandonado estos días, el pobre) alrededor. Suena bien.

miércoles, 26 de enero de 2011

Sopa de letras

Ayer pasé el día entre letras casi de principio a fin y en su mayoría no fueron de las del tipo de sofá y manta, sino de las de teclado y pantalla de ordenador. El día, eso sí, empezó con una revelación: sentada delante del ordenador cuando aún había apenas luz en la calle comprobé lo hipnótico y reconfortante del humo que sale de una taza de té. Y luego lo reconfortante y lo bien que sienta la taza en sí, claro, pero eso ya lo tengo comprobado desde hace mucho.

Con el frío que hacía, qué mejor cena que una buena sopita, aún hija del caldo del día de Navidad. Y a pesar del día entre letras, qué curioso echar un puñado de letras en el caldo. ¿Venganza o agradecimiento?



Cuando pensé en hacer fotos de la sopa de letras me imaginaba unas fotos un pelín más artísticas o alguna palabra completa en el borde del plato. Pero, lo siento, la sopa bien calentita y humeante era, por una vez, mucho más tentadora que la cámara de fotos. Y me sentó igual de bien que el té de por la mañana. Un día de letras y entre letras con principio y final casi simétricos.

lunes, 24 de enero de 2011

Bizcocho de guindas

El viernes, a la hora de elegir la repostería para el sábado, decidí buscar algo de chocolate para hacer. El primer inconveniente fue que a veces los ingredientes son difíciles de encontrar o, directamente, hasta donde yo sé, inencontrables. Así que me decidí por uno pero Manuel no parecía muy convencido. Como por falta de libros no será, seguí pasando páginas y vi un bizcocho que llevaba justo la cantidad de almendras molidas que nos habían sobrado del pastel Madeira de la semana anterior y que estaban a punto de caducar. Curioso porque el elemento clave del bizcocho es uno que normalmente veto y quito de todo lo que lo lleva: guindas. Mira que me gustan las cerezas, pero no puedo con las guindas: las quito de los roscones y de cualquier otra cosa que las lleve. Pero ¿cómo resistirse a la cantidad exacta de almendras? Y además a Manuel siempre le gusta la repostería que lleva cosas que normalmente no me gustan.

Otra cosa que me convenció fue que la autora - de nuevo Trish Deseine - lo presentaba como otro clásico de la hora del té inglesa. Así que me tomé eso y lo de las almendras como una señal y ya veríamos qué pasaba con las guindas.

El sábado nos pusimos manos a la obra: mientras yo me ocupaba de seguir las instrucciones acerca de las guindas: partirlas en cuatro, lavarlas y secarlas bien, Manuel se ocupaba de todo lo demás. Así llegamos al problema de la levadura. La receta pedía "un sobre de levadura" pero mirando por internet el día anterior (¡a veces nos preparamos las recetas y todo!) descubrimos que eso era una medida más bien inexacta, puesto que cada marca y cada marca en cada país (la autora del libro es inglesa pero vive en Francia) pone en los sobres de levadura la cantidad que le apetece. Por no mencionar el hecho de que, hace un tiempo, y harta de que la medida de la levadura siempre viniera en cucharaditas, decidí abandonar los sobres (que en realidad creo que nos duraron hasta la semana pasada) y compré un botecito de levadura Royal de donde es más fácil sacar cucharadas. Pues bien, típico: la semana en que por fin abrimos el bote es la semana en que la receta que hacemos da la medida de la levadura en sobre. Total, que el viernes calculamos el contenido medio de un sobre de levadura internacional y, para bien o para mal, nos salió que sería de 20 gramos. Así que Manuel añadió 20 gramitos de levadura a la harina antes de tamizarla. Hasta ahí bien.

En esto yo acabé de procesar las guindas, pringada de almíbar por todas partes. Y aunque ese proceso, según la autora, era el truco para que no se quedaran en el fondo, a mí me quedaba la duda de si rebozarlas o no en harina, como sí sé que hay que hacer para que los tropezones no se hundan en los bizcochos. Pero bueno, supuse que la autora sabría de lo que hablaba.

Lo mezclamos todo y al horno que fue. No habían pasado ni cinco minutos a una temperatura bajita (160ºC) cuando el bizcocho empezó a subir más rápido y como nunca había visto subir a ningún bizcocho. Diría que fue como telehorno en sus mejores tiempos pero mentiría: era telehorno como yo nunca lo había visto. Y de nuevo la duda de si se saldría del molde, de si deberíamos poner algo debajo por si acaso, de si las leyes de la física realmente impedirían el desparrame, de si nos compensaba abrir el horno en estos minutos clave sólo para asegurarnos de que el horno no se convertía en zona catastrófica. Al final dejamos a la física hacer y, efectivamente, pese a que rebasó el borde del molde por lo menos dos centímetros, el bizcocho no se desparramó. Respiramos con alivio, pero sólo brevemente, ya que al haber subido tantísimo, se acercaba más a la parte de arriba del horno que ningún otro pastel, así que de nuevo batiendo récords, empezó a dorarse por la parte de arriba. Cuando adquirió el color que yo consideré ya límite y aún en el tiempo no reglamentario de abrir la puerta, tuve que decidirme a taparlo con papel de plata para evitar que se quemara. Al miedo a abrir el horno y que el pastel se me desinflara también estaba el miedo a lo que ya me pasó una vez: que el papel de plata se pegara a la parte de arriba del bizcocho, así que en el abrir y cerrar de ojos en que abrí el horno tuve que tratar de colocar el papel de plata de forma que tapara bien pero no tocara el bizcocho. Ingeniería pura.

Con el papel de plata se acabó telehorno, pero después de esos momentos tan animados y estresantes casi lo agradecí. En teoría el bizcocho tenía que hornearse durante hora y media, pero como yo ya sabía que al autora decía que cada horno es un mundo y que la semana anterior nuestro horno había demostrado ser más rápido que el suyo, no me fiaba yo del todo. Y al final hice bien en no fiarme: al cabo de 55 minutos saqué el bizcocho del horno en su punto. Por cierto que luego, cuando lo probamos, Manuel dijo que sí, que estaba justo en su punto, menos mal que no pasado porque, si tiene que elegir, prefiere el bizcocho un poco húmedo a un poco seco. ¡¿Qué?! Eso no era lo que yo tenía entendido. Ya le dije que en el blog había puesto una y mil veces lo contrario, pero nada, ahora resulta que, sin gustarle, prefiere los bizcochos húmedos a secos. Pfff.

Y el bizcocho resultó (y sigue resultando, que aún queda más de la mitad) un éxito, salvo por el hecho de que, con la excepción de alguna guinda perdida, en general se quedaron en la parte de abajo. No me importa demasiado porque así afronto la zona guindas (a veces me la como con un poco de repelús y a veces se las paso a Manuel) de una sentada y no hay sorpresas en mitad del bizcocho que, como dijo Manuel, pese a no tener gran cosa, quedó muy bueno. Y no le falta razón, está delicioso.

Yo lo saboreé el domingo para desayunar acompañado de mi té y comprobé que los ingleses tontos no son: mi hora del té particular resultó, efectivamente, de lo más agradable con esa combinación.

Y al ratito, para bajarlo todo, a planchar. De nuevo nos acompañaba Cary Grant esta semana: Every Girl Should Be Married (En busca de marido), de 1948, con Betsy Drake, que trataba de cazarlo en la película y parece que también detrás de las cámaras puesto que se casaron al año siguiente. Por lo visto fue el matrimonio de Cary Grant que más duró. La película, como era de esperar, estaba muy bien.

jueves, 20 de enero de 2011

Colección de sellos

El otro día entré en una tienda de filatelia y para no parecer demasiado loca (o para parecerlo más, no sé) acabé dando como explicación a lo que había pedido (era un señor muy amable, comerciante de los de toda la vida con los que da gusto hablar porque sí y por lo bien que conocen su negocio*) el hecho de que coleccionaba sellos literarios. Pensé que había mentido como un bellaco pero luego, reflexionando, me di cuenta de que no tanto. ¿Acaso no voy coleccionado los sellos que salen de los escritores que me gustan? Sí, ¿no? Pues entonces soy una coleccionista (o seleccionista que diría Manuel de existir la palabra por ese entendimiento suyo de que coleccionar significa tener que tenerlo todo de lo que sea que se coleccione) de sellos literarios. Moderadamente seleccionados, sí, pero sellos literarios al fin y al cabo: Carmen Martín Gaite, Mercè Rodoreda...

Y estos que son los que compré el otro día y que no son los primeros Brontë que llegan a la colección, aunque sí los primeros belgas.



Es una serie de 2010 que conmemora los escritores extranjeros que visitaron Bélgica (en el siglo XIX todos, creo), entre ellos Charlotte y Emily Brontë. Un poco más de parafernalia (aunque por suerte pequeñita y fácil de guardar) para nuestra colección (aquí no digo selección, creo que en este aspecto Manuel colecciona y no selecciona) Brontë.

* Sin tener nada que ver con el negocio en concreto - y casi peor aun - poco después de salir de la tienda de filatelia entré en otra donde estaban tomando los datos de unos turistas ingleses. Mientras uno de la tienda daba conversación al señor, por detrás una chica (joven) copiaba los datos necesarios y, con el pasaporte del señor en la mano, le preguntaba a su compañera: "Londres... Estados Unidos, ¿no?"

miércoles, 19 de enero de 2011

Less than Angels, de Barbara Pym

Ya me ha pasado alguna otra vez: parece que me autoboicoteo al colocar los libros en la estantería. Sigo leyendo la obra de Barbara Pym - poco a poco - por orden cronológico y, durante unos minutos, gracias a los libros mal ordenados en la estantería, estuve convencida - llegué a elegir señal para él, etc - de que me tocaba leer A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet). No recuerdo cómo me di cuenta del error, pero el caso es que al poco tiempo tenía el problema subsanado y Less than Angels entre manos. Ya ha quedado patente en muchas ocasiones que los números no son lo mío pero cuando una ve que más de una vez el orden cronológico en la estantería se le resiste la cosa empieza a alcanzar límites insospechados.

Y, efectivamente, no hubiera sido tan grave equivocarme de libro (ya me ha pasado más veces con otros autores; luego me da un poco de rabia, pero si he disfrutado del libro me da un poco igual) pero a medida que voy leyendo más de Barbara Pym me doy cuenta de que probablemente habría sido de las autoras con las que supondría una metedura de pata mayor. Barbara Pym no se quedaba encasillada en un mismo tema (prueba de ello es este libro, sobre esto más abajo) pero sí que voy notando que, libro tras libro, va construyendo y sentando las bases de su mundo en miniatura. En miniatura porque es creación suya y en miniatura porque todo es cotidiano en general. De modo que si en otros libros no era raro encontrarse con un cameo de la propia autora entre las páginas, en este me sorprendió y no me sorprendió toparme con un par de breves menciones a Mildred Lathbury (y, digamos, su entorno, que no quiero destripar nada), la protagonista del estupendo Excellent Women (Mujeres excelentes). Me sorprendió como encontrarme con alguien que hace tiempo que no ves por la calle, pero no el hecho de que estuviera allí. Y esto, aparte de agradable, es muy gratificante para el lector (sobre todo para el lector que, como yo, se autoimpone el orden cronológico) y un bonito detalle de parte de la autora.

Como decía, Barbara Pym diseñó un mundo en miniatura pero no por ello poco variado. Es cierto que nos toparemos con pocas eminencias o con poca gente pobre, pero ella y sus protagonistas se mueven en la clase media entre la que se movían y probablemente se mueven aún sus lectores. De modo que para el lector común el mundo creado por Barbara Pym es bastante similar al mundo que conoce y en el que se maneja, si bien los personajes que lo pueblan no siempre son del tipo que nos rodean, mucho menos cuando uno no reside en Inglaterra. Pero como dice Salley Vickers en la introducción de mi edición, lo que hace que las historias de Barbara Pym sean universales y, a pesar de sus años de olvido, hoy puedan leerse sin problemas (como las historias de Jane Austen, con quien tanto se la compara) es que, para bien o para mal (en este caso para bien), Barbara Pym hacía caso omiso de las modas (tanto en cuestiones prácticas como teóricas) y de ese modo conseguía unas historias universales que, cincuenta y pico años después (Less than Angels se publicó por primera vez en 1955 y fue uno de sus libros de mayor éxito), siguen teniendo todo el sentido que tenían por aquel entonces.

En Less than Angels, Barbara Pym nos lleva a un mundo que conocía bien ya que durante muchos años fue editora de una revista del sector: el mundo de la antropología o, mejor dicho, el mundo de los antropólogos, que, con algunas excepciones, es idéntico al mundo de cualquier gremio formado por personas: hay amores y desamores, hay dilemas morales, hay arribistas, hay caraduras, hay gente buena, hay cotillas, hay interesados, hay ricos, hay gente que no sabe muy bien lo que quiere, etc.

Así que Less than Angels cuenta la historia de un grupo de jóvenes antropólogos en diferentes situaciones, los "superiores" que los rodean y que dan idea del mundillo en que se mueven y se moverán, las familias y amigos de algunos de ellos y, en medio de todo esto, Catherine Oliphant, que no es antropóloga, sino escritora de artículos y relatos para revistas de mujeres (y me pregunto si inspirada por la auténtica Margaret Oliphant, de quien no he leído ni conozco apenas nada así que no puedo salir de dudas). Catherine Oliphant que, podría decirse, es la antropóloga de los antropólogos, la que observa su comportamiento y decide cómo actuar con ellos. Catherine Oliphant que, en común con tantas otras heroínas de Barbara Pym, es al mismo tiempo un poco dispersa y en cuya cabeza bullen todo tipo de citas literarias (en general de poetas del siglo XIX) y a la que le gusta pensar en sí misma como una especie de Jane Eyre (y se pregunta si los hombres también se comparan a sí mismos con Rochester o Heathcliff). Catherine Oliphant, ayudada por los excelentes personajes secundarios que la rodean (Mark y Digby en especial), se ha convertido en uno de mis personajes Pym preferidos hasta el momento (después de Mildred Lathbury, eso sí). No me atrevo a decir que siempre será así ya que la propia Pym decía que Catherine había sido una de sus preferidas pero que por entonces (esto lo decía en 1964 en una carta a Philip Larkin) prefería a Wilmet (de A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet)) y a Prudence (de Jane and Prudence).

Por cierto que, por casualidades de la vida (o porque voy leyendo la estupenda poesía de Philip Larkin muy poquito a poco), estos días en que he estado leyendo a Barbara Pym, ambos han vuelto a coincidir sobre mi mesilla (da igual que una tenga poca - por no decir ninguna - tendencia al insomnio, mis libros duermen en la mesilla de noche por si las moscas). Aún no he explorado demasiado su amistad ni su correspondencia (incluida en A Private Eye, meta de mis lecturas Pym) pero me basta con saber que eran buenos amigos y que fue Philip Larkin (y también Lord David Cecil) quien a finales de la década de los setenta contribuyó a sacarla del olvido en que había caído injustamente. De las combinaciones literarias que se han visto sobre mi mesilla creo que esta tiene que haber sido de las más agradecidas.

Ya para concluir no puedo dejar de decir que Less than Angels no sería un auténtico Pym - que lo es - si no destacara del él las risas, las pequeñas grandes frases de la señorita Pym, el omnipresente té y lo puramente inglés del entorno. Una joya más de Barbara Pym que, aunque (¿aún?) sin traducir, recomiendo a quien pueda encarecidamente.

Mis lecturas anteriores de Barbara Pym:

- Excellent Women (Mujeres excelentes)
- Jane & Prudence
- Some Tame Gazelle

lunes, 17 de enero de 2011

Pastel Madeira

¡Ha vuelto la repostería! Después del parón navideño y aunque aún nos quedan algunos restos dulces navideños, este fin de semana no pudimos resistirnos a empezar a estrenar nuestros nuevos libros de recetas.

Como estábamos un poco desentrenados y con los dulces navideños ingeridos aún muy presentes, optamos por algo sencillito: Pastel Madeira, llamado así no porque lleve vino de Madeira ni porque provenga de esa isla (aunque el pastel también es típico en Portugal y conocido allí como pastel inglés) sino porque solía acompañarse en la merienda inglesa de ese vino.

En casa no teníamos vino de Madeira para hacer el experimento de complementarlo pero doy fe de que, no sé si porque realmente está así de rico o porque hacía mucho que no tomábamos repostería casera, el caso es que el trocito que no pudimos resitirnos a compartir por la noche del sábado me supo a gloria y Manuel es testigo de que si dije una vez lo delicioso que estaba lo dije mil. ¡Qué bueno!

Y eso que en realidad es un bizcocho normal y corriente: un cuatro cuartos un poco modificado al que se le pone la ralladura de un limón. Nada más. Eso sí, menos mal que en la introducción del libro de recetas (Dulces y pasteles, de Trish Deseine) sobre los utensilios y demás, ya advierte de que cada horno es un mundo y que lo mejor es conocer tu horno más que fiarte a ciegas del tiempo de horneado marcado en la receta. En este caso el tiempo de horneado recomendado era de una hora, cosa que de entrada a mí ya me pareció excesiva a la vista de la cantidad y la consistencia de la masa. Y efectivamente se confirma que tengo buen ojo para los tiempos (la prueba de ello es que Manuel sigue sin fiarse del todo cada vez que elijo un molde o sugiero algo - normal por otra parte - pero con los tiempos se fía totalmente) porque a los 40 minutos yo decreté que aquello ya estaba y así era, hasta el punto de que para felicidad de Manuel y sin llegar a estar tampoco seco, al bizcocho no le queda ni rastro de humedad.

Tuve que cambiar de lugar de sesión de fotos porque la cómoda donde normalmente hago las fotos del dulce recién hecho está medio invadida (en proceso de dejar de estarlo) por mi ordenador antiguo, que va migrando partes aquí y allá). Y como le dije a Manuel me estoy planteando cambiar el sitio de forma permanente, porque la luz con la que quedaron las fotos que hice el sábado por la noche me gusta mucho.

También ayuda que por una vez y sin que sirva de precedente me acordase de espolvorear un poco de azúcar glas por la superficie. Manuel siempre me lo recuerda y piensa que no lo pongo porque no quiero, pero lo cierto es que simplemente me olvido, aparte del hecho de que para poder espolvorear el bizcocho tiene que estar totalmente frío, como era el caso el otro día, porque si no lo absorbe todo.

El domingo por la mañana desayunamos ya sendos trozos en condiciones y me siguió sabiendo a gloria este bizcocho. Y después película: me temo que sin querer he dejado indocumentadas las películas clásicas que hemos visto a lo largo de la Navidad (al contrario que la repostería, no ha habido parón en cuanto a la plancha por fiestas), pero diré que ninguna nos ha decepcionado y nos hemos reído mucho con todas. Ayer yo empecé a reírme incluso antes de que comenzara la película: un accidente tan tonto como un poco de agua derramada sobre la mesa, un pequeño río incontrolable que acechaba al ordenador que tenía allí Manuel y yo cinco minutos fuera de combate llorando de la risa. Cosas absurdas de las que se ríe una.

El caso es que la película de ayer era Mr Blandings Builds His Dream House (Los Blandings ya tienen casa), de 1948 con Myrna Loy y Cary Grant, divertidísima pero también muy agobiante el ver cómo al pobre señor Blanding se le va de las manos la construcción de su nueva casa. Pero estuvo bien y resulta que una de mis películas favoritas de infancia (y no le haría ascos a verla ahora), The Money Pit (Esta casa es una ruina) es un remake (un poco diferente, eso sí) de esa película. De pequeña debí de ver como mil veces Esta casa es una ruina, grabada en VHS, hay escenas que recuerdo perfectamente, como si la cinta de vídeo me pasara por la cabeza, de lo mucho que me hacían reir. Era una de mis películas de ver mil veces. En casa de mi tía - donde pasábamos las tardes - mi madre y mi tía ponían The Sound of Music (Sonrisas y Lágrimas) por lo menos (¡por lo menos!) un par de veces a la semana (de ahí que me sepa las letras tan de memoria como las de Los Miserables; ahora me doy cuenta de que éramos (¿seguimos siendo? Mi madre es adicta a la miniserie de Orgullo y prejuicio ahora) un pelín obsesiva) y en los huecos que dejaban y en los que yo no estaba jugando con mis bolsas en el pasillo veía Esta casa es una ruina. Así que ver la primera adaptación de lo que por lo visto surgió como una novela ayer y con esos actores me gustó mucho.

viernes, 14 de enero de 2011

Amarillo - naranja - anaranjado

Hay veces en que las coincidencias casuales de colores me llaman mucho la atención, cuando los colores combinan o se complementan o se relacionan entre sí de alguna forma inesperada que probablemente resulta más llamativa que cualquier combinación que pudiera hacerse intencionadamente. Ya hablé un poco de esto una vez.

La otra tarde me disponía a ponerme la medallita de dieta saludable tomando un zumo de naranja que pensaba complementar con un rato de Barbara Pym cuando de repente me topé con esta inesperada combinación de colores. Fue ver el panorama e ir a por la cámara. ¡Aquello era irresistible!




Y para qué engañarnos, el rato no documentado, en compañía de Barbara Pym y con el zumito de naranja (casero, con un poquito de agua y un poquito de azúcar), estuvo también a la altura de las circunstancias.

jueves, 13 de enero de 2011

Nada y Graciela: miniciclo Carmen Laforet

El 11 de noviembre de 1947 se estrenó la adaptación de la novela, filmada con una gran rapidez. En Barcelona, y sobre todo entre la gente de Destino, había una gran expectación y se hizo la publicidad acostumbrada, del estreno, en el cine Astoria. Se conserva alguna fotografía del rodaje en la que puede verse a la escritora, con su sonrisa afable, junto a Edgar Neville y Conchita Montes. Sin embargo, no fue una buena experiencia. Hay dudas de si Laforet asistió al estreno, pero en repetidas ocasiones mostraría su disconformidad con la película. Razones no le faltaban porque la versión de Neville muestra poco talento a la hora de transformar en imágenes una novela que poseía una gran plasticidad. Se diría que el director se centra exclusivamente en este aspecto, en la importancia del encuadre. Pero los personajes se mueven como movidos por un resorte, brusca e inesperadamente, sin profundidad. Ninguno de ellos está descrito de acuerdo con el tempo dramático de la novela: las reacciones preceden a las situaciones y al quedar aquellas suspendidas en el vacío de la historia pierde su dimensión existencialista para quedarse en una representación de cartón piedra. Toda la emoción se carga en los gritos desaforados o en los sombríos contrastes de luces, pero la frialdad se apodera de Nada desde la primera y equivocada escena, cuando suena una sardana completamente inapropiada como fondo musical (parece una concesión a los tópicos--la película transcurre en Barcelona, ergo debe sonar una sardana--que no pasaría desapercibida en el medio catalán), mientras una voz estridente y vacua para nada sugiere la mirada interiorizada y reflexiva de la protagonista de la novela. (Carmen Laforet. Una mujer en fuga, de Anna Caballé e Israel Rolón)

Qué bien me han venido las banderitas que puse por toda la biografía de Carmen Laforet a falta de índice (me he vuelto a indignar por esta razón al sacar el libro de la estantería y también me he indignado al copiar la parte en la que se menciona la fotografía del rodaje que obviamente la biografía no se molesta en incluir) para localizar lo que quería.

El caso es que en algún momento de la Navidad o quizá un poco antes, no lo tengo muy claro, y aprovechando que la habían pasado por algún canal de la TDT y la habíamos grabado, nos pusimos a ver la adaptación de Edgar Neville de Nada. Estoy y no estoy de acuerdo con la opinión de los biógrafos de Laforet. Es cierto que no es ni una gran adaptación ni, diría yo, una gran película. Y no sé si porque recordaba perfectamente la descripción del principio con la sardana y la voz "estridente" y no hubo factor sorpresa o porque realmente es una crítica un poco exagerada, no me chocó demasiado ni lo uno ni lo otro. Lo de la voz estridente no es más que culpa de esa manía de doblarlo todo, hasta las películas rodadas aquí. El doblaje me parece espantoso en todos los casos y el hecho de que hasta hace relativamente poco el cine español no grabara el sonido en directo sino que doblara de nuevo las voces en un estudio me parece terrible. Así que, sí, el sonido de la película es malo, pero no sé si peor que el de otras películas contemporáneas y similares.

Es cierto también que la película no dice gran cosa y que todo es un poco estático, por no hablar de ciertos arreglos que se harían de entrada, supongo, para pasar la censura. En fin, que se dejaba ver, pero que entiendo que Laforet no quedara del todo satisfecha. De todos modos creo que se alegraría de ver que su libro nunca ha estado descatalogado y sin embargo conseguir ver la película no es una tarea muy sencilla. El tiempo pone a todos en su lugar. (Días después, por cierto, veríamos otra película de Edgar Neville, Mi calle (de 1960 y sin faltarle por supuesto las reverencias al régimen), que resultó mucho más amena y agradable de ver que Nada).

Y ahora viene lo que ilustra perfectamente alguna de las pegas que le puse a la biografía en su día. El hecho de que se obvie - supongo que por desconocimiento o falta de investigación (que no exigía demasiado: Manuel dio con ella rápidamente). Dudo que de haber sabido de su existencia no le hubieran dedicado ni una mención de pasada - que la adaptación de Edgar Neville no fue la única de la novela, sino que en Argentina, en 1956, Leopoldo Torre Nilsson dirigió Graciela, que, con el nombre de la película y de la protagonista cambiados (aunque la mayoría de los demás se conservaron, hasta Pons, que suena tan catalán) cuenta la misma historia (de una chica huérfana que cambia a los parientes del pueblo por los parientes de la ciudad, Buenos Aires en este caso, para ir a la universidad), mucho mejor, con la plasticidad de la novela que se mencionaba más arriba y sin censura que superar. La historia está muy bien contada, los actores resultan mucho más creíbles y, en general, está a años luz de la de Neville, pese a sólo llevarse nueve años con ella.

No sólo eso, sino que además el director o el guionista no dejó que lo dramático engullera toda la historia. Hay pequeños toques de humor que siempre encuentro que son lo que les falla a los guionistas que adaptan textos dramáticos. Es como Cumbres borrascosas: en la mayoría de las adaptaciones todo es gente con el ceño fruncido y demás y no es así, el libro va más allá y quedarse en el ceño fruncido es no haber entendido el texto o, como mínimo, no tener ni idea de adaptarlo en condiciones, quedarse flotando en la superficie.

Así que Graciela nos gustó mucho más y como adaptación de Nada debería ser más conocida que la de Neville.

¿Sabía Carmen Laforet de esta adaptación? Si la conocía, ¿qué pensaba de ella? ¿le pareció mejor que la de Neville? Los lectores de a pie no lo sabemos porque sus biógrafos no se han molestado en investigarlo.

Y este fue nuestro miniciclo informal de Carmen Laforet.

miércoles, 12 de enero de 2011

Family Album, de Penelope Lively

Aunque haya estado en la estantería desde que llegó alrededor de un año, lo cierto es que después de lo mucho que me gustó Consequences, la forma en que me hizo reconciliarme con Penelope Lively (tampoco nunca había sido un gran enfado, sólo un libro) y el hecho de que, como el propio título indica, fuera una historia familiar, hacían que tuviera muchas ganas de leerlo. Después de Auntie Mame y como libro para cambio de año no lo pude resistir más, más que nada, porque aparte de todo lo anterior, la portada y también la contraportada (por no hablar de la cubierta marrón de debajo con las letras en azul metálico) me parecían irresistibles. Después de haber leído el libro, las fotos de la portada y la contraportada me parecen no sólo preciosas sino también acertadísimas.

Family Album es la historia de los actuales propietarios/habitantes de la casa eduardiana de Allersmead, un edificio imponente con mucho jardín y no tanto espacio como el que cabría imaginar, dado que en ella viven Alison y Charles con sus seis hijos más Ingrid, la au pair escandinava que llegó y nunca se fue.

El resumen fácil del libro sería que cuenta la historia de la familia a través de pequeños momentos pasados de la infancia y la adolescencia, entrelazados con la actualidad (en la que los hijos ya son adultos de treintaypico). Una familia que abarca desde la segunda mitad de la década de los setenta hasta la actualidad. Y si bien esto es muy atractivo ya de por sí, el libro es mucho más que eso. Penelope Lively les da voz a casi todos los habitantes de la casa, utiliza su gran percepción para entablar discretamente con el lector el famoso debate de si la personalidad nace o se hace (en inglés suena mejor: nature vs. nurture), tantea la poca fiabilidad de la memoria y los recuerdos y, sobre todo, demuestra cómo un mismo hecho puede vivirse, recordarse, interpretarse y asimilarse de distintas formas. Los miembros de una familia con vivencias comunes que, sin embargo, son totalmente diferentes entre sí y en su forma de ver el mundo y por tanto de interpretar dichas vivencias.

Todo esto, como a mí me gusta, dejado en manos del lector, que es el que interpreta, ata cabos y saca conclusiones. Penelope Lively sólo - y ya me parece muchísimo - ejerce de guía, creando todos estos personajes, sus motivos y su forma de ver la vida de un modo totalmente creíble y convincente en general. Seres totalmente tridimensionales (con, quizá, una excepción, pero no lo tengo claro), de esos que se salen de las páginas del libro, de esos que te hacen tomar posiciones (probablemente en base a tu propia personalidad y afinidades, no por influencia de la autora), de esos que no son perfectos ni mucho menos pero de quienes te gustaría saber más, pasar más páginas con ellos. Quieres quedarte en Allersmead y entre sus habitantes (aunque muchos ya no vivan allí) más tiempo, guiado por la maestral voz de Penelope Lively.

Acaba de empezar el año y ya sé de un libro que estará entre los preferidos que selecciones a finales de 2011. Y no sólo porque la portada vaya a quedar preciosa en el pequeño mosaico.

martes, 11 de enero de 2011

11-1-11

Hace alrededor de un año hablé del corazón de Thomas Hardy y comenté lo curioso que me parecía que él y Barbara Pym compartieran fecha de cumpleaños y de fallecimiento (en distintos años, eso sí). De modo que hoy, 11 de enero, hace 83 años de la muerte de Thomas Hardy y 31 de la de Barbara Pym (la fecha de nacimiento que comparten es el 2 de junio).

Siguiendo con el cúmulo de casualidades - aunque en menor escala - antes de ir a Madrid y con mi lectura anterior recién terminada (hablaré mañana de ella) me apeteció llevarme a Barbara Pym como acompañante de viaje con su Less than Angels. El hecho de que al final apenas leyese ni a la ida ni a la vuelta es más culpa del sueño y de la eternidad que se me hace al viajar en el AVE (¡por fin lo estrenamos! Y ahora puedo decir con conocimiento de causa que en general prefiero el avión, principalmente porque, salvo retrasos larguísimos, se tarda lo mismo pero en el avión entre andar por el aeropuerto pasar el control, embarcar, etc. la cosa se me hace mucho más amena). Entré en un horrible bucle de leer dos líneas sin procesarlas, tener sueño, intentar dormir, no conseguirlo, mirar a las musarañas, retomar el libro, leer dos líneas sin procesarlas, tener sueño, intentar dormir, no conseguirlo... ad infinitum.

La culpa no fue de Barbara Pym. Ya en casa compruebo que el libro es estupendo, me río con sus observaciones agudas y, en algunos casos, también punzantes y la frescura que caracteriza a Barbara Pym, que consigue sin esfuerzo aparente que un libro publicado en la década de los cincuenta suene totalmente actual. Hoy me reafirmo en que no hay mejor homenaje para un autor que recordarle leyendo sus palabras, aunque la coincidencia de fechas en este caso haya sido totalmente casual.

Con Barbara Pym, como con otros autores, voy por orden cronológico, así que aún me queda mucho recorrido. Lo mejor de todo es que, con la excepción de uno, tengo toda su bibliografía (creo) al alcance de la mano para cuando quiera.

lunes, 10 de enero de 2011

Reyes 2011

Ya volvimos hace un par de días pero entre quitar parte de la Navidad (¡aún queda el árbol!), ponerse al día con las cosas de la casa y, sobre todo, poner a punto y babear ante mi nuevo ordenador de sobremesa (ante el que me encuentro en estos momentos), regalo de Reyes cortesía de Manuel, no he tenido tiempo hasta ahora de pasarme por aquí.

Y no me puedo quejar porque el ordenador venía ya puesto a punto casi en su totalidad: todos los programas que utilizo cargados y esperando a ser utilizados y todas las funciones dadas el visto bueno. Lo único que yo tuve que hacer fue copiar mi otro disco duro (directamente, sin dramas de DVDs ni nada) a este nuevo y juguetear con las bondades de Windows 7 (que de momento me gustan mucho y eso que yo era una fan declarada de Windows XP; sí, fan de Windows y sí, he trabajado con Mac* (y me encanta mi iPod) y sí, prefiero Windows). Todo sobre ruedas.

La foto del roscón ilustra los días en Madrid (y eso que a mí el que me gusta es el Roscón a secas, sin nata ni nada), de los que aparte de roscón, chocolate, nubes caseras deliciosas y demás comidas excelentes y abundantes (como siempre) nos trajimos un montón de regalitos, entre ellos libros, libros de repostería (dentro de poco cuando tenga que elegir la repostería casera voy a necesitar una grúa para trasladar los libros de su sitio al sofá/mesa y vuelta), teteras, DVDs, y demás que se pueden ver en la foto. Y Manuel, aparte del ordenador y el consabido calendario de Mafalda, me regaló un cuadernito londinense y una estupenda radio para la ducha que se puede mojar sin problemas.

Así que la conclusión que sacamos de todo esto es que hemos debido de ser buenos.



Ahora toca vuelta a la normalidad, amenizada al principio por terminar de quitar la Navidad y terminar de ubicar los regalitos.

* Si alguien vio el estupendo documental de anoche en La 2, Comprar, tirar, comprar (muy en la línea de La historia de las cosas, minidocumental que nunca me cansaré de recomendar) ya vería algunas de las cosas no-tan-buenas de Apple. (Además yo siempre digo que Bill Gates ha donado siempre un dineral a buenas obras, ¿pero alguien sabe algo de la faceta filantrópica de Steve Jobs? Yo no.)

martes, 4 de enero de 2011

Adorando



Mañana nos vamos a esperar a los Reyes (y comer roscón) a Madrid, así que aunque aún no lo parezca hoy toca el típico día de locos anterior a un viaje.

La foto es de la adquisición de este año de los Reyes adorando para el Nacimiento. Aunque lo suyo sería ponerlos delante del portal justo el día 6, creo que para asegurarnos de que nuestros Reyes llegan a la meta y a la vuelta nos esperan regalos en casa los dejaremos adorando desde mañana hasta que volvamos.

Espero que los Reyes se porten de maravilla con todos los que leéis este blog. Si me cruzo con algún paje pienso decir que todos habéis sido buenos. De momento me despido hasta la vuelta el fin de semana. ¡Felices Reyes!

Auntie Mame (La tía Mame), de Patrick Dennis

No sé qué le parecería a Auntie Mame (La tía Mame) el hecho de que haya dejado la reseña de su libro pendiente tantos días, pero yo creo que me lo perdonaría ya que, como mínimo, su libro tiene el honor de haber sido el que cerró el año 2010. Y además la tía Mame, aunque al principio impone y sorprende un poco luego demuestra tener un grandísimo corazón, si bien un poco excéntrico.

Debo reconocer que hasta que Maelström celebró la publicación de la traducción yo no conocía de nada este libro (o al menos no lo sabía). Pero fue leer el resumen y conquistarme. Y fue también de esos libros que te salen al paso en las librerías. Creo que fue la compra de un libro - los comprados por internet aparte - menos traumática de todo el año (y quizá más tiempo incluso). Todo eran empujones para leerlo.

Así que ahí estaba hace unas semanas, viendo cómo Patrick Dennis (sí, el protagonista del libro se llama aparentemente como el autor, pero es que el autor en realidad se llamaba Edward Everett Tanner III, aunque utilizó más nombres ficticios a lo largo de su vida) llegaba a Nueva York con 11 años para vivir con su Tía Mame, sin saber qué esperar de ello.

El tiempo va pasando a través de pequeñas anécdotas que, aparte de contarnos la vida de Patrick, nos cuentan sobre todo qué fue de Auntie Mame y cómo sobrevivió a la crisis de 1929, unas vacaciones en la América sureña profunda, la Segunda Guerra Mundial, etc. Todo de forma única, siempre estando a la altura de las circunstancias, sabiendo reciclarse (a veces quizá en exceso) y, sobre todo, con mucho glamour, mucha elegancia, mucha personalidad y nunca olvidándose de su sobrino Patrick.

Un libro de esos a los que cualquier resumen no le puede hacer justicia. Decir que durante la Segunda Guerra Mundial la tía Mame acoge a unos refugiados ingleses (una de mis partes preferidas del libro, junto con el "golden summer") no es decir gran cosa. Ahora bien, leer la experiencia es tremendo, tanto por lo divertido, lo terrible, lo agobiante y lo bochornoso que resulta, a partes iguales y muchas veces a la vez.

Mientras lo leía las casualidades alrededor de este libro seguían produciéndose. El disco navideño de Glee me hizo enterarme de que la conocida canción de Navidad We Need a Little Christmas salía de un musical de La tía Mame y luego me enteré de que había adaptaciones para el cine también (todo ello demuestra que el exitazo del libro en su momento y en años posteriores). Manuel, que conocía a la tía Mame desde esos ángulos, ya tiene preparado un miniciclo, veremos cuándo le encontramos hueco.

De mi edición (en inglés) debo resaltar el epílogo de Matteo Codignola, traducido por Anne Milano Appel. Cuando lo compré me pregunté por qué un italiano se encargaba de tal cosa y, viendo la longitud, me imaginé que además sería un epílogo al estilo latino, es deir, académico, pesado y lleno de referencias que sólo le dicen algo - si llega - a quien lo ha escrito. Pero no, me llevé una grata sorpresa al descubrir un epílogo muy ameno y muy didáctico (en el mejor sentido de la palabra) en que se pone al lector en antecedentes acerca de la vida, también excéntrica al máximo, de Patrick Dennis.

La "secuela", Around the World with Auntie Mame, ya está en la wishlist (palabra que la RAE aún no ha admitido, pero que seguro que, de hacerlo, nos instan a escribir como "güislis" sin "sh" ni "t" final, ajenas ambas a la pronunciación española, como la "g" final perdida (aparte de la dignidad de la propia palabra) en pirsin (por piercing), esa sí que admitida, aunque suene igual de imposible. Plural oficial: pírsines, así que a mi no-tan-imaginaria "güislis" le auguro un plural como "güislises", sin duda más impronunciable para cualquiera que el original inglés).

domingo, 2 de enero de 2011

2011

Iba a poner algunas fotos de las comilonas (un poco más moderadas que las de Nochebuena-Navidad-San Esteban) de estos días, pero entre que a estas alturas todos estamos ya un poco empachados y que me doy cuenta de que las que hice este año con la cámara nueva (a punto de cumplir un año ya) son - en mejor calidad - prácticamente idénticas a las del año pasado (es lo que tiene, por ejemplo, siempre hacer cordero el día de Año Nuevo), pues he cambiado de planes.

La Nochevieja de este año fue memorable por dos razones: 1) me encargué yo de poner las 12 uvas en cuencos y como quien parte y reparte se queda con la mejor parte, me reservé las más pequeñitas. No soy una gran entusiasta de las uvas, pero es que las de Nochevieja me parecen repugnantes siempre: soy incapaz de acabarlas tanto por tamaño como por sabor y empiezo siempre el año asqueada. Este año con mi apaño (rima) pude tomarlas todas y encima no me supieron a nada (y eso que por lo visto estaban tan malas como siempre). Y 2) porque unos días antes nos había autorregalado un Monopoly y lo estrenamos. El Monopoly es un juego que me gusta mucho pero que siempre se me ha dado fatal. Para mi asombro, le di una buena paliza a Manuel, aunque aclaro que más que por mi pericia capitalista, gané por la mala suerte de Manuel. Los dados le llevaban ipso facto allá donde yo estrenaba casa mientras que a mí los dados me llevaban de propiedad en propiedad, esquivando todas las suyas salvo las que tenía sin construir. Quizá la victoria fuera ya el efecto inmediato de la buena suerte que toca en gracia a quien se toma todas las uvas...

Después de mi victoria nos pusimos la película de Hair. Con la excepción del rato que me quedé traspuesta (eran ya más de las tres) y, aunque no está mal, debo reconocer que la historia del musical me gusta más que la versión contada en la película (y que tampoco gustó a los creadores del musical).

Y ayer por la mañana más tradiciones: actualización y renovación de calendarios (dos de ellos de Nueva York) con el concierto de Año Nuevo de fondo, preparación del cordero y, sobre todo, mucho vagueo, mucha lectura.

Y hoy más de lo mismo: ha tocado un poco de teletrabajo, un poco de envolver regalos (odiosa tarea), luego tocará un poco de plancha, pero pienso encontrar huecos para vagueo y lectura (estoy enganchada) como el que he encontrado esta mañana para leer El País Semanal. Hoy traía más Javier Marías del habitual: se anunciaba que saca nueva novela en primavera (con narradora) y, entre otros escritores, explicaba por qué escribe. Entre otras cosas da como razón:

Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real".

Que es lo que yo defiendo a capa y espada siempre que sale alguno de esos que presumen (si es que se puede presumir de eso) de no leer ficción y que ya he comentado alguna vez en este blog (como con Little Boy Lost o The Betrayal) que es algo que me da mucha rabia.

En resumen, que 2011 ha empezado con muy buen pie y yo he empezado el año bloguero con una entrada de lo más dispersa.