La foto es un poco aleatoria, pero como la he hecho hoy me ha apetecido ponerla. Ahora hay que hacer las fotos prontito, que enseguida se va la luz. Y eso que a mí lo de que se haga antes de noche no me importa demasiado, salvo por el hecho de que parece que se hace tarde antes. En verano a las nueve de la noche parece que queda todo el día por delante y en invierno a las siete de la tarde ya da pereza todo. Pero bueno, eso es todo.
El día del cambio de hora - como el jetlag - no me suele descolocar demasiado. Me gusta lo de dormir una hora más o despertarte a la hora de siempre y encontrarte una hora de regalo. Pero hoy casi me vuelvo loca. Manuel había salido - dejando todos los relojes de la casa cambiados - y yo tenía que salir al cabo de un rato. De pronto me encuentro que según mi reloj es una hora y según otro es una hora antes. Y de repente me he hecho un lío y no sabía si es que yo no había cambiado mi reloj o Manuel había cambiado demasiado el otro. Ni idea de qué hora era y qué pereza poner la televisión sólo para salir de dudas o contrastar opiniones con otro reloj (no quería desperdiciar minutos de sofá). Al final me desencajé de entre el sofá y la manta según la aguja de los minutos y comprobé que era la hora que mi reloj decía y Manuel había retrasado el otro reloj dos horas en lugar de una.
Ese rato de incertidumbre ha sido rarísimo (sobre todo para alguien de "horas programadas" como yo): podía ser cualquier hora. O ninguna.
domingo, 31 de octubre de 2010
Cambio de hora
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viernes, 29 de octubre de 2010
Hannah Waddingham
Ayer volvimos a la sala pequeña del Auditorio a un concierto organizado por todoMUSICALES similar al de Julie Atherton en abril. Similar por la organización del concierto, no porque el concierto en sí tuviera nada que ver. Imposible comparar ambos. Los dos magníficos, no sabría con cuál quedarme.
Si en el de Julie Atherton la decoración primaveral del escenario venía de los claveles repartidos por el suelo, en este de ayer la decoración otoñal la ponían las manzanas. Muy curioso. Daban ganas de llevarse alguna para seguir horneando deliciosas madalenas de canela y manzana.
La diva de ayer era también una chica joven, Hannah Waddingham, y también ya con mucho recorrido y con muchos éxitos a sus espaldas. Me pareció que, como Julie Atherton, si algún día decide dejar de cantar (que ojalá no), se le daría bien montar un club de la comedia. Y si se juntan las dos, la cosa ya puede ser impresionante, tanto en música como en club de la comedia. Y es que Hannah Waddingham también era una juerga, nos reímos muchísimo con sus comentarios y sus gestos.
Y sobre todo nos quedamos maravillados por la voz que tiene. Su repertorio fue algo más serio que el de Julie Atherton, pero no por ello más aburrido ni mucho menos. Es increíble cómo una chica con sólo un micrófono y un pianista es capaz de llenar un escenario de tal forma. Impresionante.
La segunda canción que cantó fue There Are Worse Things I Could Do, de Grease, así que ya empezamos de maravilla porque yo desde bien pequeña soy una fan incondicional de Grease. Me dejó boquiabierta ya desde ese momento.
La primera parte fue muy variada pero con especial atención a la música de Andrew Lloyd Webber, a quien ella dice que le debe mucho y con quien dijo que tenía entre manos un futuro proyecto del que no podía desvelar nada.
Como Julie Atherton, Hannah Waddingham también tenía invitados: Moné, a quien habíamos visto en Into the Woods interpretando a la bruja (que es por lo visto lo mismo que ha hecho Hannah Waddingham este verano) y que congenió de maravilla en el duo con Hannah Waddingham. Joan Vázquez, al que veremos cuando estrenen Hair en Barcelona (ya tenemos las entradas) que también tiene una voz espectacular. Y, por fin, a mi "amigo" Sergi Albert (amigo entre comillas porque una vez me dejó un comentario en el blog) y al que no pude resistirme a fotografiar cuando en el entreacto se puso a charlar con un señor pocos metros delante de mí. Su actuación - aunque no hubo ninguno de sus ya míticos "¿ah, sí?" - fue espectacular como era de esperar. Fue muy gracioso ver a Hannah Waddingham presentarle diciendo que ahora estaba rodando... ¿qué era? Y él respondió "La trinca" y ella comentó "ah, sí, eso". Ella volvió a recapitular y dijo "está rodando... eso" y comentó que por lo visto su memoria no daba para recordar esas palabritas.
Juntos cantaron - ¡yo predije que la cantarían! - The Song That Goes Like This de Spamalot (en el enlace se puede ver en la versión de Londres, con Hannah Waddingham de diva) (en la adaptación española, cantada por Sergi Albert, es La canción que hace así). Fue divertidísima, sobre todo teniendo en cuenta el poquísimo tiempo que debían de haber tenido para ensayarla.
Luego Sergi Albert cantó Stars de Los Miserables (que está en Madrid, a ver si viene a Barcelona porque es un musical del que me sé todas las letras (mi hermana tuvo una fase intensa de pasión por Los Miserables y de rebote yo me aprendí las letras y me enganché al musical) pero que NUNCA he visto en un escenario). Al volver al escenario después, Hannah Waddingham comentó que se merecía ser un cantante reconocido internacionalmente. Con toda la razón.
Hannah W. (es un apellido muy largo de teclear cada vez) cantó también Diva's Lament, de Spamalot (también divertidísima; en español es El lamento de la diva).
Para acabar su pequeño homenaje a Andrew Lloyd Webber cantó por supuesto la famosa Memory (en el enlace cantada por Barbra Streisand). A mí el musical de Cats no me llama nada la atención, quizá porque en muchos de estos eventos se meten siempre un poco con él (ayer, sin ir más lejos, en un momento en que había muy poca luz en el escenario Hannah W. bromeó diciendo que aquello parecía Cats), pero es innegable que esa canción es preciosa.
Habló también de Sondheim puesto que este verano como ya he dicho ha participado en Into the Woods (impresionante cuando cantó Children Will Listen, en el enlace cantada por Bernadette Peters) y también ha interpretado a Desirée en A Little Night Music en Londres (sí, uno de los musicales que nosotros vimos en Nueva York, con Bernadette Peters como Desirée) así que no podía faltar uno de los momentos álgidos - o directamente EL momento álgido - de la noche: Send in the Clowns. Si ya es una canción impresionante, oírla en directo pone los pelos de punta. En Nueva York, Bernadette Peters se lo tomó con calma y, aunque es inevitable que emocione, se notaba que cantarla noche tras noche la había vuelto un poco inmune (todo esto dicho por mí que estaba atrapada por la somnolencia aquella noche) pero anoche Hannah W. que también la ha cantado noche tras noche nos puso los pelos de punta de verdad. Y no todos los días se ve a una cantante que acaba de cantar llorando (y diría yo que no era por motivos de guión, sino espontáneo). Voy a gastar el adjetivo de tanto usarlo pero es que fue impresionante y único. Como le dije a Manuel, después de la actuación de Judi Dench en los Proms esta ha sido la vez que Send in the Clowns más me ha gustado.
Para no dejarnos así de decaídos en la última canción, el espectáculo acabó con Don't Rain on My Parade (de nuevo en el enlace interpretada por Barbra Streisand). Y todos tan felices de vuelta a casa, aunque nos podíamos haber quedado allí, escuchando canción tras canción, mucho más rato.
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miércoles, 27 de octubre de 2010
Distracciones
Esta semana tiene extra de teletrabajo así que de vez en cuando se agradece una alegría en forma de judiíta Jelly Belly, venida de Nueva York y de sabor vainilla francesa. Compré pocas y las raciono menos de lo que podría parecer así que, aunque el momento del síndrome del último se aproxima (y eso que el otro día me dijeron que en Madrid se podían comprar separadas de vainilla, sin rebuscar en la parte del popurrí de sabores como, ejem, a veces hago), mientras llega me divierto pensando en que estoy obrando una especie de milagro del pan y los peces, sólo que con algo mucho más rico (también más superficial, todo sea dicho). Ojalá en las fotos pudiera inmortalizarse también el sabor. A ver cuándo inventan una cámara de fotos para sabores. En fin, si desvarío un poco es producto de un cerebro aprisionado por el teletrabajo.
El caso es que el otro día, estando yo concentrada en mis cosas, de repente oí de fondo una melodía que primero parecía salida del recuerdo, una especie de alucinación auditiva. Pero no, por el momento no sufro de eso - que yo sepa - y resultó ser la realidad. En la calle había unas niñas, todas de origen musulmán, saltando a la comba cantando "Al cocherito leré" y canciones similares (esa es la que más recuerdo porque fue la primera que oí). Me quedé impresionada mirándolas. Me hizo mucha gracia porque durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra (yo todo lo llevo a ese campo, por lo visto) cuando encontraban a alguien sospechoso de ser espía alemán por la calle, lo primero que hacían no era fijarse en su acento (que solía lógicamente ser inpecable) ni similares, la prueba de fuego era pedirle que recitase una rima infantil (algo con lo que todo el mundo crece pero que pocos aprenden de mayores, salvo las más típicas). Me pareció curioso ahora que tanto se debate sobre la multiculturalidad.
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lunes, 25 de octubre de 2010
Madalenas de manzana y canela
Pues sí, este fin de semana el horno no ha parado de emitir olores celestiales. Claro que creo que nunca he olido ningún olor malo saliendo del horno.
Con la excusa del otoño en el ambiente, la manta, los tés de la tarde, etc., ya no pude resistirlo más y me decanté por unos ingredientes puramente otoñales: manzana, que pensaba que sorprendería a Manuel por ser una fruta y con la que, en versión asada dentro de la repostería (asada a secas sigue sin llamarme nada la atención), me reconcilié con el streusel de hace unos meses, y canela, olor otoñal/invernal donde los haya y reconfortante al mismo tiempo. Además estoy en una fase de veneración a la canela como se verá más abajo.
El resultado fue que Manuel no sólo no se sorprendió demasiado ante mi entusiasmo por mi decisión propia de poner fruta (que suele ser su eterna sugerencia) sino que además le puso cara a lo de la canela, que ya comenté alguna vez que odia sobre el papel pero a la que luego claramente no hace ascos sobre el plato. Y por más que le recuerdo la cantidad de dulces con canela que le han gustado, la palabra sigue obteniendo la misma reacción. Voy a tener que buscarle un nombre alternativo sólo asociado al sabor real y no a los prejuicios al más puro estilo de Virginia Woolf en aquella grabación de la BBC (que era de lo que trataba, de todos los significados y connotaciones adicionales que llevan las palabras).
Puede que en el poco entusiasmo mostrado influyera el hecho de que Manuel hubiera dejado caer que buscara una receta con los caquis que nos invaden el frigorífico por momentos a más velocidad de la que él puede engullirlos. A mí no me gustan así que a) no contribuyo en lo más mínimo a disminuir la cantidad y b) no puse tampoco mucho entusiasmo en la búsqueda de recetas con caquis.
La receta de estas madalenas de manzana y canela está sacada del libro de Delicias al horno (el segundo, qué confuso eso de que haya dos con el mismo nombre) y es un poco como alguien que te da una receta un poco a ojo. Además la receta era sólo para seis míseras madalenas y, digo yo, si vas a ponerte a pringar cacharros y demás, qué menos que al menos salga el molde completo y se hagan 12, ¿no? Me costó un poco convencer a Manuel de esto y duplicamos los ingredientes no muy definidos. La receta para seis madalenas decía 2 manzanas ácidas pequeñas, así que yo supuse que eso sería 3 ó 4 para 12. Pelé tres y al final utilizamos sólo dos (qué lío de números) porque o nuestras manzanas no eran tan pequeñas como la receta recomendaba o quien hizo la receta prefiere la manzana con un poco de bizcocho más que el bizcocho con un poco de manzana. La harina además era mitad integral y mitad normal y en casa no teníamos integral (en nuestro pequeño supermercado tampoco hay ese tipo de rareza y nos dio pereza ir a otro más grande sólo por menos de 100 gramos de harina necesarios) así que convencí a Manuel de que pusiéramos sólo harina normal buscando recetas de madalenas de canela y manzana por internet que usaban sólo harina normal. El caso es que puse un poco más de la harina recomendada porque a mí me seguía pareciendo que había mucha manzana con mucho líquido y muy poco de lo demás para absorberlo.
Al final salieron 15 madalenitas. Las tres que pusimos directamente en el molde de moldes (el resto iban dentro del molde de moldes también pero en sus moldecitos individuales, tres de ellas las pusimos en sus moldes individuales directamente en el horno para dejar sitio a las que se habían quedado sin molde individual) y que no aparecen en fotos no se puede llamar madalenitas. Su función era gastar la masa y digamos que fueron madalenazas como aumentativo mínimo.
Telehorno fue apasionante, sobre todo por esas tres moles descomunales que crecían sin desparramarse. Hacía tiempo que no se veía algo así en telehorno y eso, acompañado del olor, hizo que mis 25 minutos junto al horno mientras se horneaban fueran inmejorables.
Por la noche probamos una mitad cada uno de una de las madalenas-mole y estaba rica. Me sigue sorprendiendo cómo no me desagrada la manzana asada en este formato y creo que puedo decir que Manuel se sigue sorprendiendo de cómo no le desagrada la canela. Fueron unas madalenas muy equitativas, con una pequeña afronta personal a cada uno de nuestros prejuicios. Qué más se le puede pedir a una simple madalena.
Volviendo a la canela. En Nueva York, para mantenerme despierta en los musicales, me compré chicles (obviamente no hice globos ni ruido durante los espectáculos). Unos de ellos eran sabor chicle, un sabor completamente definido para mí pero que cuando intento que la gente comprenda me hace recibir miradas de "¿de qué me está hablando?" Sabor chicle, está claro. En el aeropuerto me compré unos para traerme y los fui tomando poco a poco hasta que llegué al último y me paré los pies (mi síndrome, ya se sabe). Lo dejé y lo dejé hasta que un día me dije a mí misma que me iba a dar el capricho de tomarlo. El chicle, yo qué sé por qué, se había puesto malo y había perdido toda la consistencia de goma y se me deshizo en la boca de una forma asquerosa. Debería haber aprendido esa lección, pero mi síndrome es más fuerte que los hechos. Aun así es algo que tengo en cuenta.
El otro sabor es el de canela. Si te duermes con un chicle de canela en la boca es que tienes mucho, mucho, mucho sueño o insensibilidad bucal, porque arden. Estos los tomé con más alegría una vez aquí porque sabía que en la Delishop los tenían. (Luego resultó que no los encontré en la de la calle Mallorca, y qué susto me di, pero sí los tenían en la de L'illa). También el fin de semana en Madrid los encontré en el Vips el sábado por la mañana y me dediqué durante todo el día a promocionarlos como si fuera el representate de la marca. Me faltó ofrecerlos a a gente al azar por la calle, pero a todos los familiares y amigos que se cruzaban en mi camino se los ofrecía (y me acordaba de aquella broma que tenía de pequeña que era un paquete de mentira de chicles de la marca Wrigley's, como estos, en que sobresalía un chicle de mentira y, cuando la persona aceptaba la oferta, un muelle tipo trampa para ratones salía por debajo y le daba un latigazo en el dedo). El caso es que había quienes los conocían y aceptaban encantados y había quien los aceptaba con reticencia y luego los disfrutaba. Están ricos. Manuel no los ha probado, claro.
Y en fin, ya para acabar, que me estoy extendiendo muchísimo, mención a la película de plancha de anoche (y luego de premio una madalenita): Together Again (Otra vez juntos), de 1944, con Irene Dunne y el mítico Charles Boyer. Muy divertida.
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domingo, 24 de octubre de 2010
Batatas y castañas
Siguiendo con el tema del otoño del otro día: el viernes empezamos la temporada comprando unas cuantas batatas y unas cuantas castañas. Las castañas aún no las hemos probado, pero hoy ya he metido al horno las batatas y no me he podido resistir a una para comer. Riquísima y humeante, recién sacada del horno.
Mientras se hacían olía, claro, de maravilla. Y ayer cuando retomamos la repostería después de dos sábados sin ella tampoco olía nada mal. Pero eso es cosa de mañana.
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viernes, 22 de octubre de 2010
El retronauta y la retrografía
Supongo que sería carísimo pero si pudiera compraría un billete de viaje en el tiempo sin dudarlo, siempre que fuera de ida y vuelta garantizada y, sobre todo, por tiempo limitado y programado. Nada parecido a lo que le ocurría a Melanie en The Victorian Chaise-longue.
Yendo por la calle o visitando algún sitio me gusta imaginar los pasos sobre los que piso, las otras vidas que han pasado por allí, vestidas de manera no muy diferente o totalmente distinta, siempre con estilos de vida que no son el mío. Me gusta imaginar las calles desde el punto de vista de otras épocas aunque es dificilísimo ver algo de forma diferente a como lo estás viendo en ese momento.
El caso es que mientras inventan y, sobre todo, perfeccionan eso de viajar en el tiempo he encontrado el sucedáneo perfecto. Lo encontré hace meses, de hecho, y desde entonces, diariamente (que es cuando lo actualizan), paseo por otro lugar y otro momento: How to be a retronaut es una página web fascinante en la que, cuando eres recién llegado, puedes pasar horas y horas hasta ponerte al día, siempre con cuidado de no colarte por algún recoveco temporal.
Cuando leía The Hand That First Held Mine, de Maggie O'Farrell me encantó cómo sobreponía dos imágenes el tiempo: el mismo lugar visto/descrito al mismo tiempo en la época actual y en los sesenta, dos personas separadas sólo por el tiempo, pero no por el espacio y que es más o menos lo que decía al principio que me gusta tanto imaginar.
Resulta que eso tiene un estupendo equivalente visual llamado retrografía que me ha conquistado. Consiste en sobreponer una foto de otro tiempo con una actual y el resultado es, al menos a mí me lo parece, fascinante.
Buckingham Palace durante el famoso Blitz de la Segunda Guerra Mundial y en la actualidad:
Una calle de Londres, también en la Segunda Guerra Mundial:
Bristol durante la guerra:
El parlamento alemán (creo) durante la guerra también:
Cherburgo (Francia) en plena guerra:
La liberación de Praga:
Las fotos están sacadas - y hay muchas más, me ha costado muchísimo elegir sólo estas - de aquí, aquí, aquí y aquí. Y, como hoy es viernes, se me ocurren pocos pasatiempos mejores para el fin de semana que pasar un buen rato en How to be a retronaut. (Y si alguien necesita otro empujoncito para empezar a curiosear... ¿qué tal esto?)
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miércoles, 20 de octubre de 2010
Otoñal
Hace días, quizá semanas, estrené el té de tarde, abandonado durante el verano. Fue un poco de prueba (hasta ayer no retomé la costumbre con voluntad de continuidad), era un día que hacía menos calor, que el otoño se notaba en el ambiente y en que echaba de menos el delicioso té blanco de vainilla. Fue un día, además, en que la cámara y el libro, el té y la luz conspiraron para que fuera irresistible una pequeña sesión de fotos.
Igual que echaba de menos el té, echaba de menos las cartas de Charlotte Brontë. Me doy cuenta que de vez en cuando necesito como mínimo leer algunas líneas de una. Y eso se traduce en que tenemos los tres volúmenes de correspondencia completa, más otro volumen de correspondencia seleccionada más, ahora también, este pequeño volumen de correspondencia seleccionada (la misma en ambos casos, la única diferencia es una nueva introducción) que llegó a la vez que la edición de los juvenilia. Manuel y yo no nos ponemos de acuerdo: a mí la portada florida me parece una preciosidad y a él no le gusta nada. ¿Alguien se anima a desempatar?
El viernes antes de ir a Madrid yo iba por la vida y por la casa de entretiempo tirando al verano. El lunes al volver de Madrid el otoño parecía haberse colado por debajo de la puerta mientras no estábamos y desde entonces me paso el día con frío, como ya es tradición los primeros días que refresca con esta humedad. Se me mete en los huesos y hasta pasados unos días no hay forma de entrar en calor. Así que ya estamos en modo otoñal: puse la funda nórdica en la cama (la nota cómica - siempre hay alguna - viene por el hecho de que con lo pesado que es poner el relleno, me equivoqué y puse uno súpergordo que debe de estar fabricado para pasar noches al raso en el Polo Norte y esta noche casi morimos deshidratados, así que esta mañana me ha tocado repetir el proceso con el relleno adecuado), saqué el pijama de invierno, la bata, la ropa de la calle y de estar en casa de invierno, guardé el calzado de verano y saqué el de invierno y - lo mejor de todo - saqué la mantita y ahora ya no sé sentarme (¿reclinarme? ¿tumbarme?) en el sofá sin ella. Ahhhh...
Pronto habrá que cambiar la hora y llegará esa época en que las sesiones de fotos de té y libro no tendrán esa luz y serán menos apetecibles (sólo en cuestión de fotos; lo que pierden en fotogenia lo ganan en apetecibles). Pero, sinceramente, lo prefiero así. Me gusta el otoño/invierno, qué le voy a hacer.
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martes, 19 de octubre de 2010
The Victorian Chaise-longue, de Marghanita Laski
Por lo visto no sólo de dulces vive el hombre, también hay que alimentar la mente. Para el viaje relámpago a Madrid quería algo finito y que se leyera con facilidad. Siempre me cuesta mucho elegir qué lectura llevar para los viajes porque el libro que elijas será el libro al que estés encadenado y como no te guste a ver qué haces. Así que me dejé guiar por esa especie de garantía de la editorial Persephone de que sus libros siempre son buenas lecturas. Es una garantía que podrían poner en papel y tendría más sentido que otras garantías sí escritas (como por ejemplo la hora de salida de los aviones).
Así que me decanté por un Persephone finito que calculaba que más o menos me duraría el viaje de ida y el de vuelta (en Madrid apenas habría tiempo de leer): The Victorian Chaise-longue, de Marghanita Laski (autora de Little Boy Lost (El niño perdido)). Y elegí bien, más o menos, porque para ayer sólo me quedaban las páginas finales (que habría leído el domingo por la noche de no haber tenido sueño de ese que te hace entrar en modo bucle con una frase que lees y relees y nunca terminas de procesar) y la introducción de P.D. James.
The Victorian Chaise-longue, publicada por primera vez en 1953, cuenta una historia bastante angustiosa y menos ligera (aunque esto queda en manos del lector y la lectura que quiera darle al libro en cuestión) de lo que el aspecto finito del libro anuncia.
Melanie Langdon se recupera en su casa londinense de una tuberculosis y del nacimiento de su hijo. El médico le da la buena noticia de que, como muestra de los claros signos de mejora, va a poder dejar la cama y la habitación en las que ha pasado meses y meses (y este comienzo recuerda mucho a The Yellow Wallpaper) y va a poder cambiar de aires si encuentran un sitio en otra habitación de la casa donde pueda estar cómoda. Se les ocurre que la chaise-longue victoriana que Melanie compró hace meses cuando buscaba una cuna en un anticuario y que nadie ha usado todavía (y a los que todos se refieren como una monstruosidad) es el sitio perfecto y allí la depositan. Contemplando las nuevas vistas desde esta ventana, Melanie se queda dormida... y cuando se despierta se encuentra con que no está en su casa, sino - según va comprendiendo - en 1864, rodeada de gente desconocida que, sin embargo, sí la conoce a ella . En esa realidad alternativa o sueño o ella no sabe bien qué, se llama Milly, está en cama y muy enferma de tuberculosis.
A medida que Melanie va - con mucha angustia, como el lector - atando cabos de quién es quién y por qué la tratan como la tratan, la historia ve mostrando similitudes y diferencias en las vidas de Milly y Melanie. Sin ser un panfleto feminista - Marghanita Laski es demasiado sutil para eso - se muestra, con la enferma siempre reclinada, la vida de una mujer victoriana y lo mucho que para 1953 habían cambiado las cosas.
Es un libro que deja mucho en manos del lector y, como decía más arriba, será el lector el que le dé el peso ligero o más pesado, según lo lea como una mera historia de terror muy conseguida o como una historia de terror con un trasfondo más social también muy conseguida. La moraleja que seguro que todo el mundo sacará de él será no comprar nunca, nunca, nunca una chaise-longue victoriana.
Fantástica Marghanita Laski. Ya tenía ganas de leer The Village, publicado también por Persephone, ahora queda hacerse con él, que cuando pasamos por la tienda de Persephone en abril lo tenían agotado y no lo pude comprar. Su otro libro editado por Persephone, To Bed with Grand Music, no me llama tanto, pero viendo lo bien que puede contar esta mujer cualquier historia (y todas tan diferentes unas de otras) creo que tarde o temprano ese caerá también.
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lunes, 18 de octubre de 2010
Dulce
Empiezo a darme cuenta de que las entradas al volver de Madrid siempre suelen tratar de lo mismo: de comida en general y de dulces en particular. Y eso que no hay constancia en imágenes - supongo que sí en la báscula - de los desayunos de los dos días: el sábado un megadesayuno del Vips con la única lectora y ayer un desayuno descomunal de chocolate, churros, porras y picatostes en casa de mis padres. Digamos que ambas mañanas después de desayunar tuvimos movilidad reducida.
Con esos antecedentes, lo chocante es lo que vino después. El sábado, celebración de cumpleaños y he aquí una de las tartas. Tiene buena pinta y doy fe de que el sabor era aun mejor.
Y ayer mi padre nos hizo el favor de acercarse a La Mallorquina a comprar un dulce de temporada un poco adelantado pero irresistible. Además, cualquier cosa que venga en un embalaje así promete ser deliciosa:
¡Buñuelos! De los de verdad de Todos los santos, porque como no me canso de repetir, los buñuelos de cuaresma de aquí son rosquillas. En cualquier caso, los "buñuelos" de aquí (que no están malos) nada tienen que ver con estas delicias que milagrosamente soportaron el viaje desde Madrid sin problemas. Ayer por la noche ya probamos algunos y hmmmmm... qué maravilla.
Y de acompañamiento unos pocos huesos de santo también adelantados y también bien ricos. Además exclusivos para mí porque a Manuel no le gustan.
Y fuera de la foto los pequeños caprichitos exóticos que siempre caen en el Vips: nubes americanas, alguna que otra chocolatina Hershey's (y yo sigo sin haber empezado la de Cookies'n'Creme que compré en Nueva York. Empieza a ser preocupante), los ya clásicos Toffifee, etc.
Un viaje relámpago delicioso.
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viernes, 15 de octubre de 2010
Cien y dos
¡Por fin me he acordado! Siempre que vamos a ir a Madrid pienso que pondré esta foto en la entrada correspondiente y siempre me olvido. Menos hoy, que por fin me he acordado y que además aún llego a tiempo para celebrar con ella los 100 años que la Gran Vía cumple este año. Es una foto de Català Roca que me hace mucha gracia.
Hoy nos vamos de visita relámpago a Madrid, a celebrar el cumpleaños de alguien que acaba de cumplir unos pocos años menos que la Gran Vía: ha cumplido dos años para ser exactos.
Así que hasta el lunes.
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jueves, 14 de octubre de 2010
The Ballad of Peckham Rye, de Muriel Spark
El siguiente paso en mi trayectoria de Muriel Spark era The Ballad of Peckham Rye, de 1960, que me ha hecho preguntarme si con una autora TAN prolífica como Muriel Spark realmente debo ir libro a libro o si no sería más recomendable leer los libros más importantes/conocidos por orden cronológico si quiero y después dedicarme a los menos conocidos. El objetivo sería poder leer su biografía, ya que por lo visto desvela cosas de los argumentos y demás. Tengo que meditarlo.
La reflexión no surge porque The Ballad of Peckham Rye no me haya gustado sino porque me ha parecido que no está a la altura de otros, que merece más la pena leerlo como una curiosidad. Muriel Spark dejó bien claro que su intención con este libro era contar una historia ligera, similar a un poema. Para mí más que ligera ha resultado extraña.
Estos días decía que aún no sabía si el libro estaba poblado por locos o por cuerdos y ayer cuando pasé la última página - especialmente después de pasar la última página - seguía teniendo la duda. Es lo que comentábamos el otro día acerca de la delgadísima línea que separa ambos estados.
El libro empieza con una boda en la que el novio dice que no, que "francamente" no se casa. Y después se nos pone en antecedentes de lo que ha podido llevar a esa decisión. Y es ahí cuando conocemos al protagonista, un tal Dougal Douglas, hombre de letras que llega contratado por una fábrica para tratar de estudiar a la plantilla y poner remedio al absentismo laboral, del mismo modo que un experto de Cambridge hace tiempo había instruido a los trabajadores en los movimientos más eficientes a la hora de ensamblar. Dougal Douglas comunica a sus superiores que sí, que se pondrá a ello pero que para eso necesita libertad de movimientos y horarios para llevar a cabo su "investigación humana". Le echa cara, entabla cierta amistad con los trabajadores que resulta bastante negativa para ellos en general (véase lo de la boda, pero hay coss aun peores) y se dedica a recomendarles que se tomen los lunes libres, con lo cual el absentismo laboral en lugar de menguar aumenta pero como dice uno de los jefes, un converso de los poderes de Dougal, todo empeora antes de mejorar.
Y así, Dougal sigue echándole cara a la vida y vamos descubriendo que juega con la gente como quiere. Esto es lo mejor del libro, las maquinaciones y el dominio (creo) de las situaciones, lo que no queda claro es si luego se le van de las manos o su intención - al fin y al cabo dice que nació con dos cuernecitos que le quitaron con cirugía - era esa desde el principio.
Es un libro divertido, lleno de curiosidades (por lo visto uno de los sitios que reclaman para sí el hecho de que la famosa reina Boadicea se suicidara (y esté allí enterrada) es el deprimido barrio londinense de Peckham, donde tiene lugar la novela) y muy, muy bien narrada como no podía ser de otra forma con Muriel Spark.
El problema viene cuando llega el final y se te queda la cara de interrogación.
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miércoles, 13 de octubre de 2010
Sitges 2010
Lo que peor llevamos de no hacer repostería es lo de los desayunos sosos. Desayunar lo mismo que entre semana un día festivo es un rollo. Así que ayer, después de tres días de desayunos un poco insulsos y con ayuda la noche anterior de la asesora culinaria, decidí hacer tostadas francesas (?) para desayunar. Lo mejor de todo fue que pringaron mucho menos de lo que imaginaba y no tardaron mucho en hacerse así que en poco rato teníamos un rico desayuno fuera de lo habitual. Para mí una excusa para sacar el sirope de arce y para Manuel una excusa para gastar lo que aún queda de chocolate líquido y nata montada. Y los dos tan contentos.
Quedaron muy ricas y nos pusieron en marcha para el último día de Sitges de este año.
Ayer comentaba que estos días el tema de la locura me perseguía. Wish Her Safe at Home lo inició todo y cuando lo acabé el viernes por la tarde y me acerqué a la estantería a ver qué lectura llevar de acompañamiento a Sitges todos mis libros parecían tener una vena loca muy marcada. Supongo que era la percepción del momento, pero me costó decantarme por el de Muriel Spark que tengo entre manos a punto de terminar y que aún no estoy segura de si es de locos o de cuerdos.
Con el libro elegido, iniciamos la Noche de viernes. Ya hablaré más del ciclo de estos viernes, pero es - un poco monotemática la cosa - de adaptaciones de Muriel Spark. El viernes por la noche tocaba The Driver's Seat (Identikit), de la que ya hablaré más cuando repase el ciclo pero digamos que la protagonista es una mujer loca interpretada por Elizabeth Taylor. Monotema.
El sábado a las nueve y pico hacíamos cola en Sitges para ver The Shining (El resplandor) que es la película que homenajea el festival este año por su 30 aniversario. Vinieron a presentarla el director del festival, Ángel Salas, y el productor, Jan Harlan. El productor preguntó si había alguien en la sala que no hubiera visto la película: se alzaron algunas manos... la mía tímidamente. Efectivamente, no había visto nunca El resplandor. La versión que nos pusieron por lo visto es la americana, que tiene más minutos que la que hasta ahora se había visto en Europa, así que supongo que eso y verla en pantalla grande era un aliciente para los que sí la habían visto.
Sin entrar en teorías ni en interpretaciones a simple vista puede decirse que El resplandor va de un loco, así que más para la colección de locos del puente. El caso es que me gustó más de lo que me imaginaba aunque, lo quisiera o no, y sin haberla visto, había cosas que por aquello de la cultura popular que decía el otro día, ya sabía. De todas las que hemos visto estos días es probablemente la que más me gustó.
El domingo la película era a las dos: la nueva de John Carpenter: The Ward. Igual que no había visto El resplandor tampoco he visto ninguna otra película de John Carpenter, sacrílego como puede sonar eso. Soy una advenediza en asuntos del Festival de cine de Sitges pero el estado mental de tabula rasa a veces tiene la ventaja de ir con una mente más abierta, menos ideas preconcebidas. The Ward significa "el pabellón" y el pabellón es una zona de - cómo no - un psiquiátrico. Ni hecho a propósito me habría salido tan bien este estudio mío de la locura y su tratamiento en la ficción de estos días. Esta es la película que más me gustó después de El resplandor, de hecho ahora me doy cuenta de que el orden es idéntico al orden en que las vimos. Estaba bien. Atmosférica, con sustos y con un final bien resuelto.
El domingo por la noche tocaba planchar y ver la comedia clásica de siempre. Por una equivocación, Manuel se saltó algunas de la cronología (habrá que retroceder) y saltó a 1945, a She Wouldn't Say Yes (La dama no se rinde). Casualidad o no, el caso es que Rosalind Russell en esa película interpreta a una psiquiatra y de hecho la película empieza en un pabellón psiquiátrico. Ya digo que ni hecho a propósito, menos mal que luego la película se desvía del tema un poco. Y creo que con esa conseguí por fin desprenderme del tema.
El lunes tocaba ir por el Auditorio, aunque como entramos en la sala rápido nos quedamos sin ver los objetos de El resplandor que tenían expuestos. La película elegida era Vanishing on 7th Street, de Brad Anderson (de este hombre sí que he visto otra, también en Sitges, The Machinist (El maquinista)). El señor Anderson estaba allí para presentar la película. La película la encontré un poco insulsa, estás siempre esperando que ocurra algo y al final no pasa gran cosa y encima al final te cuelan un mensaje que Manuel y yo calificamos de "ecocristianismo" que, bah, se podían haber ahorrado y eso que el mensaje ecologista se ve venir desde el principio. No tengo nada en contra de los mensajes ecologistas pero sí en contra de las historias con moraleja fácil. Una moraleja servida en bandeja me molesta porque me hace pensar que el director/escritor en cuestión me toma poco en serio. Estuvo bien para pasar el rato, pero no creo que sea memorable.
Y por último ayer tocaba Invisible Eyes, presentada también por el director, Olivier Cohen, y la actriz principal, Pia Mechler. También muy atmosférica aunque al final se hace un poco pesada porque es de esas películas a las que les cuesta acabar. ¿Que aquí todo lo que va pasando hacia el final es necesario? Puede, pero eso no quita que creas que se va a acabar y no, siga. Lo peor de esta película no tuvo que ver con la película en sí, sino con la pedorra que había por detrás y que es de esa gente que cree que debe comunicar a toda la sala lo inteligentísima que es y lo mucho que sabe y lo muy por encima de las circunstacias que está ella: con frecuencia nos obsequiaba con una risita ridícula y artificial que se esmeraba en que fuera lo suficientemente alta como para que la mayor parte de la sala se enterase. Me hizo pasar verdadera vergüenza ajena, tanto por la muestra abierta de estupidez como por la falta de respeto hacia el director de la película que podía estar presente (supongo que se habría ido en algún momento, pero después de la presentación hizo amago de sentarse a ver la proyección). Sin yo haber salido muy feliz con la película tampoco (fue la que menos me gustó de todas las que vimos), creo que esa mujer no se estaba enterando de nada (aunque ella pensase o hiciera ver que sí, que se enteraba de todo y que todo quedaba muy por debajo de ella). Qué rabia me da esa gente, son como la personificación de la moraleja servida en bandeja que decía antes. Si no te gusta una película te levantas y te vas, pero no hace falta que nos impongas tu "opinión" a base de un "jijiji" constante e insoportable.
Y así se acabó Sitges. Hasta la próxima.
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martes, 12 de octubre de 2010
Wish Her Safe at Home, de Stephen Benatar
De los Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez me impactaron especialmente dos historias. Una ahora no viene al caso, la otra era la de una mujer a la que se le estropea el coche en la carretera y necesita avisar a una grúa. Por la carretera pasa un autocar camino del manicomio y el conductor se ofrece a acercarla hasta allí para que pueda llamar. Al llegar al conductor se le olvida aclarar que esa mujer no va con el resto del pasaje y la pobre, de pronto inmersa en el grupo, no puede más que repetir "yo sólo vine a hablar por teléfono". La repetición, la insistencia la hacen pasar por loca cuando no lo está, cuando lo que dice es completamente cuerdo. Allí se queda porque así de fina es la línea que separa - si es que las separa - la cordura de la locura. ¿Quién le dice a uno que si aleatoriamente le diagnosticaran no le saldría que de alguna forma está loco? ¿Quién le dice a uno que si se acerca a un manicomio le van a dejar irse?
Así que con esta paranoia, leer Wish Her Safe at Home, de Stephen Benatar ha sido todo un reto porque cuenta la historia de Rachel Waring. Una mujer en la cuarentena que en los años ochenta y con más de un trauma de infancia y juventud, se lleva la sorpresa de que una tía-abuela a la que no ve desde que era niña y a la que daba por muerta desde hace años, le ha dejado en herencia una casa de estilo georgiano en Bristol. Ella se vuelca en la casa: deja su trabajo, su vida en Londres, su apartamento compartido con su amiga Sylvia y se entrega de lleno a la casa un tanto dilapidada y a su restauración. Se lo toma todo como un nuevo comienzo, una página en blanco.
El problema viene cuando, al perder contacto con una realidad en la que nunca estuvo del todo asentada, se le empieza a ir la cabeza. El "problema" para el lector surge porque el libro está narrado en primera persona. De modo que Rachel no es sólo el mítico narrador del que uno no se puede fiar, sino que además lo que narra ha pasado previamente por el filtro de su cabeza y el lector tiene que tratar de reconfigurarlo.
Como me impresionaba que Dorothy Parker consiguiera que el lector atara cabos contrarios a lo que repetían los monólogos de sus personajes, lo que aquí me impresiona son dos cosas: 1) que Stephen Benatar logre que a pesar del filtro el lector consiga reconfigurar las situaciones - en la medida de lo posible - y vea a Rachel desde fuera con un recorrido tercera persona - mente de Rachel - lector y 2) que Stephen Benatar, narrando en primera persona y habiendo puesto al lector sutilmente en ciertos antecedentes básicos, consiga que el lector se meta, hasta cierto punto, en el personaje y que cuando Rachel entiende mal lo que está sucediendo y así lo filtra, el lector sea capaz de desdoblarse, ver la situación desde fuera y al mismo tiempo apiadarse y sentir vergüenza ajena (una vergüenza ajena real como la que se siente en situaciones reales) de la pobre Rachel, de pensar ¿pero qué está haciendo/diciendo esta mujer? por no mencionar lo paranoico que consigue volver al lector que desconfía de algunas situaciones que no quedan del todo claras al pasar por el filtro de Rachel: qué raro, ¿esta gente va con buenas intenciones? ¿cuáles son sus verdaderos motivos para hacer eso? etc. Todo lo anterior, que creo que he explicado fatal y de forma muy enrevesada, me impresiona como técnica narrativa. Que alguien sea capaz de contar así las cosas, de conseguir que el lector siga dos vías mientras sólo lee una, me parece toda una proeza.
Y de ahí lo incomprensible: que a Stephen Benatar le publicasen el libro en 1982 pero que en el año 2007 cuando intentó que alguna editorial se lo publicase de nuevo, se topara con 37 negativas de 37 editoriales diferentes. Lo único que pudo hacer fue autopublicarlo y, por suerte, una de los ejemplares de la tirada limitada llegó a manos de algún editor de The New York Review of Books, que son quienes lo han reeditado ahora con mucha más visión que cualquiera de los otros 37.
Tenía echado el ojo a este libro desde antes de ir a Nueva York, pero me hacía gracia el recorrido y final del libro y decidí reservarlo para comprarlo allí mismo (en Borders). Y eso que la portada no me decía gran cosa, pero qué bien iba con el marcapáginas que elegí. Creo que me paseé por medio Borders con el libro a cuestas sin darme cuenta de la pegatina que indicaba que era una copia firmada por el autor, que siempre hace ilusión.
Cuando lo acabé y buscaba nuevo libro para leer, todos mis libros me parecían de locos y yo quería algo muy cuerdo, algo con los pies bien plantados en el suelo. Con mi lectura actual aún no me queda claro si lo conseguí, de momento me inclino por pensar que no (y además una de las canciones que Rachel tararea aparece también aquí: me impresionan estas conexiones entre dos libros aparentemente inconexos). Pero cuando hable de Sitges y las películas que hemos visto ya contaré cómo el tema de la locura me persigue - en la ficción sólo, creo - estos días.
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lunes, 11 de octubre de 2010
En Sitges
Podría decirse que nos hemos ido de puente a medias. Todos los días desde el sábado y hasta el martes pasamos un ratito por Sitges, con la excusa del festival de cine. Antes de ir a la cola de la película que sea - y ayer también después - respiramos el ambientillo de Sitges que tanto me gusta.
Aunque este año había pasado menos tiempo del habitual desde la última visita (normalmente vamos por el festival) ya que cuando en julio vino la única lectora pasamos un día allí, volver a Sitges siempre me parece una delicia y siempre, aunque aparentemente pasemos por calles ya conocidas, se descubre algo nuevo que había pasado misteriosamente desapercibido hasta entonces.
El ambientillo del festival también es curioso y digno de ver y todo sucede con el cartel del festival de fondo. Este año inspirado por las gemelas de The Shining (El resplandor).
El sábado - a pesar de las predicciones - hizo un día estupendo: la gente iba a la playa como si fuera agosto. Ayer un poco peor y aun así la gente se bañaba; veremos qué nos espera hoy cuando vayamos.
De las películas que hemos visto y veremos ya hablaré. De momento dejo aquí algunas imágenes de estos días de puente en los que no ha habido tiempo para repostería, pero que, para compensar, sí que hemos visitado alguna de las pastelerías de Sitges.
El sábado teníamos que estar en Sitges antes de las 10 de la mañana, lo que implicaba salir de casa a horas intempestivas (para ser sábado). Por fin estrené mi nuevo termo de Starbucks, que esperaba turno desde mi cumpleaños (el anterior que tanto había usado se había caído y roto unos días antes). Nueva lectura también, puesto el viernes había terminado el libro que estaba leyendo (y del que ya hablaré).
Ayer, haciendo cola antes del entrar el cine, vi este patio azul que me encantó al otro lado de la calle .
Ayer al salir de casa llovía (no tanto como la noche anterior) así que, aun sabiendo que son el mejor método de hacer que la lluvia cese, me puse mis botas de lluvia. Llovió un poco y luego paró y, como suele ser habitual, acabé yendo con botas de lluvia secas. Nos metimos en el cine y al salir vimos que mientras estábamos dentro había estado lloviendo pero ya había parado. Mis botas tienen poderes.
Como el día estaba variable y revuelto, el mar también lo estaba y me sorprendió que a pesar de todo - el fresquito, la falta de sol, el mar revuelto - hubiera gente en el agua. Manuel se fue a ver las exposiciones y demás y yo me quedé haciendo fotos y viendo chocar las olas con fuerza, una de mis "visiones" favoritas.
A ver qué nos espera hoy en Sitges, aparte de cine. Tal y como está hoy el día creo que dejaré las botas de lluvia en casa. Lo cual indica que hay un alto riesgo de fuertes lluvias (y los consecuentes y odiosos pies mojados).
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viernes, 8 de octubre de 2010
What Do You Got?
Tu valor
Tu ánimo
Tu resolución
Nos darán
la victoria
Escribía Vere Hodgson:
Wednesday, 16th [May 1945] [...] I was very amused at the rescinding of the bill against Gloom and Despondency. Now it is not against the law to be gloomy or despondent. So great was our danger in certain years that we were forbidden to look miserable. Now we can be as unhappy as we please! Freedom is returning.
Miércoles 16 [de mayo de 1945] [...] Me hizo mucha gracia la derogación de la ley contra la tristeza y el abatimiento. Ahora sentirse triste o abatido ya no va contra la ley. Tal fue el peligro durante algunos años que se nos prohibió mostrarnos afligidos. ¡Ahora podemos ser tan infelices como queramos! Vuelve la libertad. (Traducción rápida mía)
En Inglaterra los años después de la Segunda Guerra Mundial (esos años de los que tanto oímos hablar ahora en relación con la crisis actual) fueron para mucha gente peores que los de la guerra. Peores porque ya no había causa común y la calidad de vida, en lugar de mejorar, daba la impresión de ir a peor. El racionamiento de comida, por ejemplo y a diferencia de la ley de la que habla Vere Hodgson, se mantuvo hasta 1953, catorce años después del comienzo de la guerra.
Durante la guerra no sé si por ley, por carteles como el de arriba o por voluntad propia, la gente del frente doméstico intentaba mantener el buen humor y tener en mente que se podía estar mucho peor.
El otro día, después de ver en las noticias cómo otra organización había sacado la bola de cristal y había hecho conjeturas acerca de la duración y evolución de la crisis (casi cada día hay una nueva y me gustaría ver cuántas se han equivocado ya) y de cómo la confianza había descendido, bla bla bla, le comenté a Manuel que es difícil que la confianza suba justo por eso. No estoy abogando por el manejo ni la filtración de información - que además es imposible en estos tiempos - pero si en las noticias bombardeas a la gente con los datos del paro, los augurios de tal organización, el descenso de la confianza, la situación de las cajas de ahorros y la palabra crisis por todas partes, no puedes esperar que un ciudadano de a pie se lance a invertir, a comprar, a gastar y demás (lo que ayudaría a que el volumen de negocio de un empresario aumentara y tuviera que contratar personal, etc). Churchill no era tonto y sabía lo que hacía cuando aprobó la ley "contra la tristeza y el abatimiento", con todo lo que eso implicaba.
Y efectivamente, como dice Vere Hodgson, la libertad vuelve cuando el Estado deja de imponerle a uno el estado de ánimo. No hace falta legislar sobre el estado de ánimo, ni ocultar información como se hacía entonces, simplemente hay que tratar de compensar un poco la balanza y lanzar, también, mensajes de esperanza.
Todo esto para llegar a una conclusión un tanto inesperada: Bon Jovi tienen nuevo single (de cara a sus grandes éxitos, a la venta en noviembre) y, como ya llevan haciendo desde hace tiempo, en lugar de regodearse en lo malo, deciden tratar de animar a la gente con un mensaje positivo (que por otra parte me recuerda un poco a esa lectura de tantas bodas "si no tengo amor, etc."), de esos que mucha gente necesita oír. ¿Idealista? ¿Irreal? ¿Dirigido a la gente que no lo está pasando verdaderamente mal? Puede, pero no creo que nada de eso sea la intención, como tampoco lo era con carteles como el de arriba.
Everybody wants something, just a little more
We're makin' a livin', and what we're livin' for
A rich man or a poor man, a pawn or a king
You can live on the street, you can rule the whole world
But it don't mean one damn thing
[Chorus:]
What do you got, if you ain't got love
Whatever you got, it just ain't enough
You're walkin' the road, but you're goin' nowhere
You're tryin' to find your way home, but there's no one there
Who do you hold in the dark of night
You wanna give up, but it's worth the fight
You have all the things that you've been dreamin' of
If you ain't got someone, you're afraid to lose
Everybody needs just one, someone... to tell them the truth
Maybe I'm a dreamer, but I still believe
I believe in hope, I believe that change can get us up off our knees
[Chorus]
If you ain't got love, it's all just keeping score
If you ain't got love, what the hell we're doin' it for
I don't wanna have to talk about it
How many songs you gotta sing about it
How long you gonna live without it
Why does someone somewhere have to doubt it
Someday you'll figure it out
[Chorus]
If you ain't got love, it's all just keeping score
If you ain't got love, what the hell we doin' it for
Woahhh, I ain't got, if you ain't got
What do you got if you ain't got love
What do you got if you ain't got love
Este mensaje sobre un libro, la Segunda Guerra Mundial, la crisis y Bon Jovi está claramente patrocinado por la cultura popular.
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miércoles, 6 de octubre de 2010
Tales of Glass Town, Angria, and Gondal, de los Brontë
He pasado unas semanas leyendo Tales of Glass Town, Angria, and Gondal: Selected Writings, acompañada por los pequeños Brontë y sus alocadas aventuras. Creo que la otra vez que hablé de sus juvenilia ya comenté que el único adjetivo que se me ocurría para describir su imaginación era desbordante: lo sigue siendo. Esos niños respiraban Glass Town, Angria y Gondal - los lugares imaginarios en que sucedían sus historias - hasta tal extremo que a veces la realidad y la imaginación se mezclan sin separación ni barrera alguna.
Pero no es imaginación sin orden ni concierto: todo lo tienen de lo más organizado (que no siempre quiere decir que sea organizado como la realidad): hay elecciones, hay complots políticos, hay pasados oscuros, segundas intenciones, venganzas, hay gente que vuelve a la vida (algo muy significativo teniendo en cuenta que en pocos años estos niños había perdido a su madre y a sus dos hermanas mayores), hay periódicos, hay historias de amor legítimas e ilegítimas, hay sangre y crueldad. Hay de todo hasta el punto de que la expresión mundo en miniatura es perfecta. Y, con contadas excepciones, hay que acatar lo que otros escriben y aportan a la historia y, si no gusta, ingeniárselas para hacer que el río vuelva a su cauce pero siempre teniendo en cuenta lo ya escrito.
El manejo de las tramas y los recursos es sorprendente y muy superior a lo que muchos escritores actuales son capaces de tener entre manos. Los pequeños Brontë dejan al lector sin palabras. Con menos de 20 años (aunque siguieron, en mayor o menor medida, inmersos en esos mundos pasada esa edad) dominan una historia enrevesadísima y, más o menos, saben a dónde quieren llevarla y la llevan con maestría hasta el final. A mí me asombra.
Mi idea era leer los escritos de Glass Town y Angria de Charlotte y Branwell pero al final acabé enganchada a los poemas de Emily. Del mundo de Emily y Anne, Gondal, se sabe muy poco y lo que se sabe es principalmente a través de la poesía que escribieron al respecto y que es lo único que se conserva (con algunas menciones de los acontecimientos aquí y allá en otros papeles). Nadie sabe qué fue de la prosa de Gondal, si la destruyeron Emily y Anne conjuntamente, sólo Emily, sólo Anne o Charlotte cuando estas ya habían muerto. El caso es que es una gran pérdida y de la trama de Gondal prácticamente sólo hay conjeturas.
La poesía de Emily - de Gondal y no-Gondal - la conozco bien, me reconcilió en su día con la poesía en general. Así que aunque no estaba planeado me enganché una vez más a los poemas de Emily y después a los de Anne, cómo le iba a hacer el feo. Y me siguen pareciendo tan estupendos como siempre.
En fin, parecía imposible - por estar ya al máximo - pero cerré este libro con admiración y adoración renovada hacia la familia Brontë.
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martes, 5 de octubre de 2010
Sota terra
Hace unos días Manuel dejó caer como quien no quiere la cosa que no había escrito acerca de Sota Terra (bajo tierra) en el blog. Al no poder - ni querer tampoco - negar la evidencia no pude hacer ningún tipo de comentario al respecto así que Manuel siguió diciendo que el programa se lo merecía. Y no le faltaba razón. Así que aquí está la merecida entrada.
Los lunes por la noche del verano resultaron de lo más amenos gracias a este programa de TV3. Desde que lo vi anunciado, días antes del primer programa, me llamó la atención. Vimos el primero, nos gustó y los vimos todos.
La arqueología siempre me ha llamado mucho la atención. Levantar un trozo de suelo o un montón de arena y que salga un objeto de hace cientos de años me parece fascinante. Pero si encontrarte una moneda de curso legal en unos pantalones que hace siglos que no te pones es emocionante, cómo debe de ser encontrar una moneda que utilizaban los romanos.
El programa consistía en un equipo de arqueólogos - a cargo de Eudald Carbonell - tenía tres días en el sitio X (los sitios estaban distribuidos por toda Cataluña; uno por programa) para cumplir unos objetivos fijados con anterioridad (comprobar si una fortaleza era más extensa de lo que se pensaba, confirmar si una casa se construyó antes o después de tal suceso, etc.). El equipo se dividía en pequeños grupos que trataban de confirmar teorías y demás. Al cabo de los tres días recogían el campamento y repasaban los logros (o la falta de logros). En fin, muy curioso, tanto por lo que se aprende como, sobre todo, por ver a un equipo de arqueología en acción.
Hubo algunos programas un poco flojos: normalmente si tenían recreación histórica indicaba que no había gran cosa que encontrar y contar, pero esos fueron los menos.
Mención especial al señor Carbonell que, aunque me costaba horrores entenderlo (las palabras se le quedan enganchadas en ese bigote que lleva), y ataviado con un traje de explorador/arqueólogo que cuesta creer que sea de verdad y no el producto del encargado de vestuario de una serie de ficción sobre arqueólogos, no por nada es uno de los cerebros detrás de los hallazgos de Atapuerca. Nos dejaba impresionados con sus destrezas prehistóricas. Este hombre hacía herramientas paleolíticas en un abrir y cerrar de ojos y demostraba que funcionaban a la perfección para cortar carne cruda, encendía un fuego desde cero en un momentito y, una vez afianzado, hacía el caldito preferido de cualquier cavernícola. Realmente sus conocimientos prácticos nos deslumbraron aun más que los teóricos (que en general iban seguidos de un "¡¿qué?!" mío, y ojo que la barrera no era el catalán, sino el bigote).
Curioso también el pequeño añadido final culinario de la época en que se había movido el programa del día. Platos romanos, platos de la edad media, etc. con ingredientes, por regla general, bastante poco comunes (al menos para nosotros).
No sé si volverán con nuevas excavaciones el verano que viene, pero desde luego no me importaría ver más.
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lunes, 4 de octubre de 2010
Brownies de doble chocolate con pistachos
Muchas de las recetas que estoy deseando hacer/repetir son tirando a otoñales/invernales y aún parece un poco pronto para ponerse con ellas.
Hasta ahora era consciente de odiar el entretiempo en cuestiones de ropa: te pongas lo que te pongas te equivocas (al menos yo me equivoco) y está también el hecho de que sales de casa, piensas que hace fresco y para cuando vuelves estás cocida. Pero bueno, la transición hacia el frío la llevo mucho mejor que la transición hacia el calor. Ahora los días que paso calor sé que tiene los días contados y que la temporada de manta y té está a la vuelta de la esquina (al menos eso espero).
Lo que yo no sabía es que en cuestiones gastronómicas el entretiempo también es odioso: ya no puedes vivir a base de ensaladas y cremas frías pero tampoco puedes entregarte de lleno a las comidas bien calientes (sopas y comidas horneadas). Con lo cual mi repertorio gastronómico serio se vuelve muy limitado y hacer los menús semanales es más quebradero de cabeza que nunca.
Con la repostería pasa lo mismo. Hay un montón de cosas con canela y gengibre y demás sabores otoñales que estoy deseando hacer, pero aún no parece ser el momento. Lo bueno (una cosa más de tantas) del chocolate es que es atemporal, así que unos brownies siempre están de moda.
El otro día pensé que podíamos hacer la misma receta de la otra vez pero con pistachos en lugar de nueces, como sugirió Ángeles por entonces (Ángeles que, por cierto, estrena blog: Milerenda. ¡Visitadla!). Tenía en otro libro una receta específica de brownies con pistachos, pero los de nueces habían quedado tan ricos que prefería sólo cambiar nueces por pistachos y listos.
Así que el sábado después de comer me dejé los dedos pelando los dichosos pistachos y dejándolos a punto para luego incorporarlos a la mezcla que es facilísima de hacer. Al poco de meter el molde en el horno la cocina y, a pesar de la puerta cerrada, la casa comenzaron a oler de maravilla. Lo digo con muchos olores (limón, fresas, naranja) pero, oh, el olor a chocolate es celestial.
Y últimamente no sé por qué no había tenido ocasión de sentarme a mirar telehorno como a mí me gusta. Cierto que los brownies al no llevar levadura no son demasiado emocionantes, pero telehorno siempre tiene sus alicientes, en este caso ver formarse la costrita característica de los brownies y meditar acerca de las preguntas sin respuesta de la química (al menos para mí, puramente de letras) de por qué los brownies hacen esta costrita y otros dulces no. Misterios de la ciencia.
Lo suyo habría sido acompañar los brownies con una bolita de helado, pero también habría sido excesivo así que nos conformamos sólo ("sólo", ¡ja!) con los brownies, que el sábado por la noche no pudimos resistirnos a probar cuando aún estaban un poquito calientes. Hmmmm.
Estaban bien ricos, aunque nuestros pistachos, que no eran ni de Irán ni de Brontë (deberíamos haber buscado pistachos de Bronte, claro), eran normalitos. Con unos pistachos mejores y con más sabor, el contraste de sabores habría sido más llamativo. En nuestros brownies pasan un poco desapercibidos, pero el resultado es rico igualmente, aunque el chocolate canibalice el sabor. Pero, en mi opinión, el chocolate es libre de canibalizar lo que quiera.
Luego por la noche vimos una película del magnífico director - y guionista - Preston Sturges (muy conocido por Sullivan's Travels (Los viajes de Sullivan)): The Miracle of Morgan's Creek (El milagro de Morgan's Creek), rodada en 1942 pero sin estrenar hasta 1944. Nos sorprendió tanto por lo divertidísima que es (hubo un momento en que tuve que soltar la plancha y simplemente dedicarme a reír) como por lo políticamente incorrecta que puede llegar a ser para su época, tanto que alguna crítica de la época decía que el censor (o quien fuera que velase por el cumplimiento del código Hays) se debía de haber quedado dormido mientras la veía y había dado el visto bueno sin más. Pero bueno, una maravilla de película que, además, te tiene en vilo de principio a fin con la intriga de cuál será el milagro.
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domingo, 3 de octubre de 2010
Flores de domingo
Manuel sigue trayendo flores los domingos (también higos, peras, manzanas y uvas). A lo largo del año, más grandes o más pequeñas, en mayor o en menor cantidad, más o menos vistosas, creo que ha habido pocos días que haya venido con las manos vacías. Este otoño-invierno en los que nos adentramos tienen pinta de ir por el mismo camino.
Esta flor, que no tengo muy claro - oh, sorpresa - cómo se llama, me encanta por su colorido, por su forma y por su tamaño. Pedía a gritos una sesión de fotos.
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viernes, 1 de octubre de 2010
Noche de viernes: ciclo George Eliot
Pues sí, ahora nos hemos cuadriculado aun más y lo que antes era una decisión más o menos improvisada para cada viernes, ahora se decide con anterioridad y Manuel organiza un ciclo del autor en concreto. Cuando acabamos el ciclo de E.M. Forster, Manuel preguntó qué autor quería conocer a través de sus adaptaciones y como George Eliot es esa gran desconocida para mí, dije su nombre y Manuel se puso manos a la obra, de modo que en estas últimas semanas (unas cuantas, todo el verano) su obra nos ha ido acompañando.
El hecho de que con Manuel haya que decir "selección de cosas" en lugar de "colección de cosas" tiene aquí su perfecto ejemplo práctico. A Manuel le dices ciclo de George Eliot y lo exprime hasta el insospechado extremo de dar con una película muda - Romola, basada en la novela del mismo nombre - de 1924 para abrir el ciclo. Manuel me decía que salían las hermanas Gish y yo ni idea de quiénes eran, claro (a él sí que le gusta el cine mudo). También salía un jovencito William Powell. Tardamos un poco en reconocerlo (luego lo confirmamos gracias a internet), con la melenita y demás, pero era él, quien luego interpretaría a Nick Charles en la saga del Thin Man. El caso es que yo lo intenté, de verdad. Me había ido mentalizando toda la semana e intenté resistir todo lo que pude... pero es que si los viernes me cuesta seguir las películas que me gustan con sonido, en silencio ya fue imposible. Llegó un punto en el que me empezó a costar más y más leer los cartelitos narrativos y al final caí. Manuel se "indignó", claro, dormirme con una película de las hermanas Gish, dónde se ha visto eso.
Con Silas Marner - de nuevo basada en la novela del mismo nombre - dimos un enorme salto en el tiempo (hasta 1985) y volvimos al maravilloso mundo del sonido. Comprobamos que hay actores que se encasillan con ciertos autores. Helena Bonham Carter lo estuvo brevemente con E.M. Forster y esta era la primera de Patsy Kensitt en una adaptación de George Eliot. Digamos que Patsy Kensitt no es una gran actriz, o como mínimo muy natural no es. La película estaba bien y tenía un buen reparto y puede que sea que ha pasado mucho tiempo desde que la vimos pero por lo poco que recuerdo creo que también me debí de dormir. Qué difícil es hablar de una adaptación literaria que ves por ser una adaptación literaria pero cuyo libro no has leído y en la que encima te quedaste frita.
Adam Bede constituye mi único y frustrado intento de leer a George Eliot. Allá por aquellos tiempos en que la literatura inglesa del siglo XIX se extendía ante mis ojos, yo iba probando de aquí y allá sin hacer grandes distinciones. Siempre obsesionada con el orden cronológico, compré Adam Bede porque era una de las primeras novelas de George Eliot y cuyo argumento no tenía mala pinta. Varios días lo llevé a cuestas e intenté leerlo pero estaba - así lo recuerdo al menos - todo escrito en dialecto (muchísimo más que en Cumbres borrascosas, que ya había leído por entonces), con lo cual, si las novelas del XIX hasta la página 100 ó así, son un pequeño reto (siempre cuesta adentrarse en la historia, con contadas excepciones), aquí lo era aun mayor, puesto que había que andar descifrando lo que decían los personajes. Abandoné y decidí que George Eliot no era lo mío. Quizá fuera injusta pero es que era muy cansado. Así que ver la adaptación - de nuevo con Patsy Kensitt - como mínimo me sacó la espinita de enterarme de qué iba la historia. Y aunque estuvo bien lo siento pero no estoy nada dispuesta a retomar el libro.
Y eso que, al lado de Adam Bede, en la estantería también tengo Middlemarch, eternamente pendiente de ser leído. Pero entre que, desde lo intenté con Adam Bede, George Eliot ya no me tienta igual, y que Middlemarch es un libro imponente, lo voy dejando siempre para más adelante. Más de una vez lo he tenido entre manos cuando buscaba un nuevo libro para empezar a leer y al final nunca me he decidido. Al menos por fin he visto la famosa adaptación de Middlemarch de la BBC, una de esas adaptaciones que tuvieron - y siguen teniendo - mucho éxito en su día. Es de la época de la mítica adaptación de Pride & Prejudice (Orgullo y Prejuicio) con Colin Firth y se nota. Aquí el actor equivalente a Colin Firth es un jovencísimo Rufus Sewell al que me hizo mucha gracia ver. La historia está muy bien contada, es interesante y me gustan las historias corales. Pero George Eliot por escrito me sigue imponiendo y dudo que el haber visto la serie me anime, al menos a corto plazo, a leer la novela. ¡Pero ahora al menos ya sé de qué va!
Curiosamente esta adaptación libre de Silas Marner (ver arriba), A Simple Twist of Fate (Un golpe del destino), con Steve Martin como protagonista fue una de las que más me gustó del ciclo. Se puede decir sin problemas que es mejor adaptación que la que lleva el nombre de la novela. Es, como digo, libre, llevada a los años ochenta y noventa en Estados Unidos, pero en el eterno debate de la letra de la novela versus el espíritu de la novela sigue siendo preferible quedarse con el espíritu que no con la letra. Sin haber leído Silas Marner es difícil comentar eso con profundidad respecto a esta adaptación, pero creo que todos los elementos de la historia: el huraño que adora su colección de monedas de oro que un buen día se encuentra con una niña pequeña abandonada y decide hacerse cargo de ella y al que se le abre un mundo nuevo están ahí. Por supuesto hay elementos puramente americanos, pero no se dan de tortas con el resto. E incluye algo que muchas veces se les olvida en las adaptaciones: el sentido del humor. Desconozco si las novelas de George Eliot son dadas a ello - siendo inglesa diría que al menos alguna ironía debe de haber incluido en ellas - pero sé por experiencia con Jane Eyre, por ejemplo, que en el afán de que todo quepa se les suele olvidar lo que le da otro tono de vez en cuando a la historia.
The Mill on the Floss (El molino del Floss) tenía muchas ganas de verla, aunque una vez que has leído la serie de libros de Thursday Next de Jasper Fforde(¡en febrero sale la nueva entrega: One of Our Thursdays is Missing!) es difícil ver el nombre sin recordar al cronista oficial de Thursday, Millon de Floss.
Pero obviando eso, también tenía ganas, por fin, de ver (aunque lo suyo sería leer) en acción a una de las heroínas más famosas de la literatura inglesa: Maggie Tulliver. Reconozco que conocía vagamente el argumento de la historia, pero poco más. Emily Watson en el papel también estaba muy bien y lo cierto es que la historia me gustó mucho. Fue divertido porque por fin pude demostrarle a Manuel que a veces cierro los ojos pero sigo escuchando. Cuando pensó que me había quedado dormida y que la película no se lo merecía, me "despertó" y me interrogó acerca de lo que había ocurrido. Me complace decir que supe responder a todo correctamente y que ahora puedo recomendar esta adaptación libremente sin problemas de conciencia por haberme perdido trozos (al menos de sonido).
Daniel Deronda, según Manuel, es prácticamente la mejor adaptación de todas las anteriores. Y lo cierto es que es una gran, gran adaptación (no sé qué pensará de esto la gente que haya leído el libro). La historia está muy bien y demuestra que George Eliot, que ya lo tenía todo perdido en cuestión de reputación, podía moverse en terrenos vedados a otros escritores victorianos. Aquí trata - la novela es de 1876, de modo que bastante adelantada a su tiempo - el tema del antisemitismo sin morderse la lengua y, al menos en la adaptación, supongo que el libro tendrá un poco más de sermón, sin grandes parrafadas moralistas, contando una historia y dejando las conclusiones a cargo del espectador (en este caso). Con menos personajes que Middlemarch, también es una historia coral, y una de las protagonistas, Gwendolen, con una historia fascinante y muy, muy bien contada, está interpretada por Romola Garai (Romola, curiosamente, como la novela de George Eliot), a la que ya descarto ver en una película que no sea la adaptación de una novela (repasemos: Angel, Atonement, Emma, I Capture the Castle...) pero que suele siempre hacerlo muy bien (un poco menos bien cuando se pone a gesticular como loca, como hacía en Emma). Sin querer destripar ninguna de estas adaptaciones diré, eso sí, que George Eliot tenía verdadera fijación con morir ahogado.
Y como broche final, un poco acerca de la propia autora con George Eliot: A Scandalous Life (una vida escandalosa). Cuando acabó comentamos que nos había gustado y había sido interesante, pero Manuel apuntó que probablemente era una visión tirando a sensacionalista de su vida y qué me parecería que hubieran hecho algo similar con la vida de las Brontë. Y no le falta razón, una visión así de sesgada me habría indignado. La única diferencia es que conozco menos acerca de la vida de George Eliot, cuyo nombre real, por cierto, era Mary Ann Evans.
El documental está rodado como ficción y George Eliot está interpretada por Harriet Walker (que hacía de Fanny en Sentido y Sensibilidad 1996). Ella va contando su vida (los trozos escandalosos de su vida): su decisión de jovencita de dejar de ir a la iglesia (terrible para los victorianos de una forma que no podemos entender ya), de traducir libros de tendencias ateas, de irse a vivir con un hombre casado, algo también horrible a ojos victorianos. Y, sin embargo, su periodo de mayor felicidad y de mayor éxito literario, fue ese matrimonio sin papeles que duró más de veinte años, hasta la muerte de George Henry Lewes. Ella murió unos pocos años después, tras siete meses de matrimonio (con papeles) con un hombre más joven que había sido amigo suyo y de Lewes durante muchos años y no sin haber vivido - al menos según este documental - un episodio real (no ella misma) de casi muerte por ahogamiento. Paradojas.
Esta noche comenzamos nuevo ciclo.
Publicado por Cristina en 8:40 12 comentarios
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