viernes, 30 de julio de 2010

De vuelta

Ya estamos de vuelta y ayer la llegada no pudo ser más apocalíptica: un incendio que veíamos a la perfección aterrizando (y, por si eso no fuera suficiente aviso, luego vimos a un incauto quemando rastrojos en un vendaval), un cielo gris oscuro que prometía el diluvio universal, un accidente de coche en la carretera... Ni hecho a propósito.

Afortunadamente nosotros llegamos a casa sanos y salvos con la maleta bien llena: había engordado nada menos que cinco kilitos en Madrid.

Parte del botín eran regalos de cumpleaños:


(En la foto falta un estupendo utensilio para cortar la zanahoria en juliana para la ensalada y así ahorrarme el sudoroso momento de tener que rallar.)

Un librito de Carmen Laforet escrito por su hijo, el tercer volumen de las Obras completas de Carmen Martín Gaite (con muy buena pinta; tengo aún que hojearlo más a fondo), cosas siempre irresistibles de papelería (más si son amarillas) y más DVDs de Arriba y abajo (ya sólo me faltan la segunda temporada y una franja horaria en la que verlos) y una pulsera bien mona. Los dos DVDs restantes no venían en la maleta ya que los trajo la única lectora de regalo y los he colado aquí por temática: Bringing Up Baby (La fiera de mi niña) (que vimos de nuevo con la única lectora in situ) y The Philadelphia Story (Historias de Filadelfia).

No salen en la foto unos cuantos DVDs que nos trajimos de la colección de DVDs de mis padres adquirida a través de periódicos varios: algunas de Hitchcock, un par de Federico Fellini y dos de Woody Allen.

Tenemos nuevos DVDs para dar y tomar, eso seguro.


Y también hubo adquisiciones propias.

Cerca de casa de mis padres cierran una tienda mítica (yo entré y compré mucho en ella durante un tiempo, luego la tuve un poco abandonada pero siempre me paraba a curiosear el escaparate) y Manuel y yo entramos para hacer una ronda de reconocimiento de despedida (más yo que Manuel, que la debía de haber pisado sólo una vez antescomo mucho). Al señalarle a Manuel un libro de Hitchcock en lo alto de una balda me encontré con esta joya: Posters for the People, una recopilación de los famosos e inimitables carteles de la WPA. Aun con el 30% de descuento no fue ninguna ganga, pero mereció muchísimo la pena y fue una gran despedida de la tienda.

Y también - ¡por fin! - Historias de Nueva York, de Enric González (cómo son en RBA Libros con los errores tipográficos. En la sinopsis que han puesto del libro en la web pone una vez "Nueva Cork") que por supuesto caerá antes de nuestro viaje en una ronda de lecturas temáticas que espero que me dé tiempo a completar.

Los tres restantes no venían en la maleta sino que fueron llegando al buzón durante los días en que la única lectora anduvo por aquí. Con la excusa de comprar una cosa para el cumpleaños de Manuel di con estos de segunda mano, tirados de precio y sin gastos de envío y me resultaron irresistibles pese a las muchas adquisiciones recientes anteriores.

Son: The World My Wilderness, de Rose Macaulay, al que tenía echado el ojo desde hace mucho; Human Voices, de Penelope Fitzgerald, necesario para poder seguir progresando en su bibliografía de forma cronológica; y The Ballad of Peckham Rye, de Muriel Spark por lo mismo que el anterior.

A eso hay que sumarle las ya habituales compras del Vips (donde encontramos una cinta adhesiva magnética de lo más práctica), algún souvenir de una de las dos exposiciones que visitamos y de las que ya hablaré, la inevitable clotted cream, etc.

En fin, que entre unas cosas y otras nos hemos juntado con una buena acumulación de "novedades".

Y el resto del viaje que no consistió en comprar o en abrir regalos tan bien como siempre, claro, pero eso ya va implícito.

domingo, 25 de julio de 2010

Hola y adiós


Tal y como preveía hoy tengo el tiempo justo para decir hola y adiós y no para explayarme sobre las múltiples idas y venidas de estos días.

Es el resultado de la suma de cosas pendientes de estos días + cosas pendientes de preparar para mañana (que nos vamos a Madrid, por si alguien no sabe de qué hablo).

A lo que no me he podido resistir es a poner una de las fotos de estos días (un pelín torcida).

¡Hasta la vuelta!

miércoles, 21 de julio de 2010

La visitante

Dentro de un rato me voy a organizar el comité de bienvenida a la única lectora, que viene unos días de visita. A Manuel y a mí no deja de sorprendernos el hecho de que, aunque en Madrid no haga frío precisamente, alguien se aventure a estas tierras - y a esta casa - donde la humedad y el calor juntos causan estragos. La única lectora es una intrépida, y eso que esta vez no va a tener que dormir en una cama hinchable pinchada.

Y luego, cuando ella se vaya el sábado, nosotros casi, casi nos tenemos que poner a hacer la maleta para seguirle los pasos, ya que el lunes viajamos también a Madrid. El domingo preveo que será un día de locos con muchas cosas que hacer, pero intentaré pasarme por aquí, aunque sólo sea para decir hola y adiós.

Así que hasta entonces.

Greenery Street, de Denis Mackail

Desde que descubrí la existencia de Greenery Street, de Denis Mackail, sabía que me gustaría, lo que podía variar era el grado de gusto y al final, como buen Persephone, el grado ha sido muy elevado.

Describen este libro como una rareza, puesto que habla de los primeros meses de casados de un matrimonio feliz y bien avenido, cosa muy poco frecuente en la literatura.

Greenery Street cuenta desde parte del noviazgo de Ian y Felicity hasta unos seis meses de casados todo ello ambientado en Londres en los años veinte. Greenery Street está basada en la calle londinense de Walpole Street, una callecita cercana a la ahora muy pija zona de Sloane Square llena de típicas casitas victoriana que en esa época eran la primera casa ideal de cualquier matrimonio de clase media-alta. Como se comenta mucho en el libro, la calle solía estar siempre, con pocas excepciones, llena de matrimonios jóvenes y recién estrenados que al cabo del tiempo, cuando tenían uno o dos hijos, siempre tenían que mudarse porque la casa se les quedaba pequeña. Es curioso porque, como comenta Rebecca Cohen en la introducción, ahora a nadie se le ocurriría pensar que una casa de cinco plantas pudiera quedarse pequeña y, de hecho, ahora muchas de esas casas se han reconvertido en pequeños apartamentos.

Denis Mackail sabía de lo que hablaba - y el libro es algo autobiográfico - porque él y su mujer Diana fueron uno de esos recién estrenados matrimonios de Walpole Street (en la misma casa en la que, curiosamente, había vivido PG Wodehouse tiempo atrás) que tuvieron que mudarse con el nacimiento de su segunda hija (dejando paso al matrimonio de los Maxtone-Grahames, formado por la que años después sería la autora de Mrs Miniver, Jan Struther, y su marido Tony, con lo que es una casa totalmente literaria). Denis había sido tan feliz que no pudo evitar escribir este libro desde su nueva casa para así intentar captar la atmósfera que habían dejado atrás.

El libro está contado con un humor suave que nunca se ríe de sus protagonistas y de lo que les va ocurriendo (los temidos problemas de la época con los criados, los ajustes a la nueva vida, etc.) sino que los trata con mucho mimo. A veces, que era lo que yo me temía, el tono es ligera y brevemente empalagoso, pero como no son demasiadas veces y como Ian y Felicity son tan adorables se perdona cualquier cosa. En realidad, pasa poca cosa, no es un libro de "acción", no hay grandes dramas ni tragedias, es un libro apacible que cuenta un día a día totalmente novedoso para sus protagonistas en el que - parafraseando un poco a Denis Mackail - hasta la compra de un cubo de basura galvanizado es digna de admiración y exclamaciones varias. Leerlo más de 75 años de su publicación es como abrir una pequeña ventana al pasado, aparentemente muy remoto en algunos aspectos, y sin embargo sorprendentemente cercano en muchos otros.

En su día el libro recibió buenísimas críticas, incluidas las alabanzas de, por ejemplo, PG Wodehouse. Y la portada de la primera edición, esta de aquí al lado, era una ilustración de E.H. Shepard, el dibujante de Winnie the Pooh.

Y hablando de portadas, las de Persephone siempre son iguales (pero tan bonitas que nunca se cansa uno de verlas), pero sus guardas son siempre diferentes. Me gustó leer que el motivo elegido para Greenery Street (al comienzo de esta entrada) fue una tela de la época que Felicity hubiera podido comprar y poner en el sofá de su casita de Greenery Street. Cuando leía el libro me encantaba pasar al principio o al final, mirar la tela y perderme en el interior de esa casa.

El libro tuvo éxito y de hecho hubo dos secuelas que me encantaría leer: Tales from Greenery Street (historias cortas que cuentan las aventuras de otras parejas de Greenery Street) e Ian and Felicity, una secuela en toda regla que cuenta la vida de Ian y Felicity años después de Greenery Street. Descatalogados ambos y aún con derechos, con lo cual tampoco disponibles en intenert (aunque en el archive sí que hay algunas de las primeras novelas de las muchas que escribió Denis Mackail, hasta que dejó de escribir a raíz de la muerte de su mujer).

En fin, un éxito más de Persephone y ya van...

martes, 20 de julio de 2010

Debout les morts (Que se levanten los muertos), de Fred Vargas

Después del año pasado engancharme a mi primer libro de Fred Vargas, la segunda novela policiaca suya que leo, Debout les morts (Que se levanten los muertos), ha resultado igual de adictiva que la primera, y eso que en esta, sin saber muy bien por qué, me olía yo quién estaría detrás de todo el asunto.

Lo que más me ha gustado de la novela, sin duda, son los tres protagonistas: Mathias, historiador de la prehistoria (si se puede decir así), Marc, historiador medievalista y, por último, Lucien, historiador de la Primera Guerra Mundial, que por esto último es el que más mofas se lleva de los otros dos. De modo que desde el principio, cuando se instalan en la "barraca podrida" y conocen a su nueva vecina Sophia Siméonidis, cantante de ópera, todo este trasfondo suyo se refleja ya en sus respectivas formas de pensar y actuar.

Así, cuando Sophia desaparece al poco tiempo de que una haya aparezca misteriosamente plantada en su jardín, cada uno aplicará a esa nueva forma de investigación no-histórica sus métodos de investigación histórica e interpretación de los hechos, ayudados por el padrino y tío de Marc y cuarto habitante de la barraca, el viejo comisario de policía caído en desgracia Vandoosler.

En resumen, que cada vez que me sentaba a leer y abría el libro era como una brisa de aire fresco, y no sólo porque invariablemente tuviera el ventilador cerca.

Definitivamente sigo viendo más Fred Vargas en mi futuro, sobre todo teniendo en cuenta que hay otros dos libros con los - así llamados por el viejo Vandoosler - "tres evangelistas" que tan bien me han caído.

lunes, 19 de julio de 2010

Tarta de queso al estilo de Nueva York

Tarta de queso al estilo de Nueva York es como llama el segundo libro de Delicias al horno a esta tarta, que a pesar de tener el mismo nombre en diferente idioma no se parece a la New York cheesecake que sirven en el Vips. Como nunca he tomado tarta de queso en Nueva York (subsanable en agosto, veremos si lo consigo o le doy prioridad a otra de las muchas cosas comestibles tentadoras) no puedo decir cuál de las dos se parece más a la auténtica, si es que alguno se parece. En cualquier caso, y aunque hace siglos que no como la del Vips, las dos están ricas. Quizá a la "nuestra" le encuentre más puntos a favor porque las cosas hechas por uno mismo tienden a gustar más. Por eso y porque está para chuparse los dedos. Un gran punto en contra, como la mayoría de las tartas de queso, es lo contundente que es. Contundente quizá se queda corto: es como plomo - plomo de sabor delicioso y suavísimo - directo al estómago.

A pesar del nombre no escogimos la receta por lo de Nueva York, aunque no habría sido raro. Por lo que veo Manuel está más enganchado a esto de la repostería que yo e, incluso con el calor que hace, no se muestra del todo reacio a encender el horno, al menos no si va a obtener un resultado así de rico. Así que la semana pasada me enteré un poco incrédula, de que el sábado contaba con hacer repostería. Yo sugerí que fuera algo fresco y después de hojear varios libros y seleccionar varias recetas a cuál más rápida y de menos horno, le presenté los candidatos a Manuel, que se decantó por esta.

Fueron varios pasos sencillo: primero, la nata agria casera (aunque creo que la venden, pero no en nuestro supermercado y me daba pereza ir a buscarla a otro*). Después la base de galletas: galletas digestivas y mantequilla, fácil. Después la mezcla de queso Philadelphia, vainilla, azúcar, huevos (y creo que nada más, estoy escribiendo esto de memoria y ya he dicho varias veces que casi necesito receta para freír un filete; si alguien quiere la receta "de verdad" que me la pida). Base y mezcla de queso se van al horno veinte minutos. Al cabo de ese tiempo se saca, se añade por encima la nata agria mezclada con azúcar y vainilla y se vuelve a meter 10 minutos más y listo. Se deja enfriar y, ya frío, se mete un mínimo de ocho horas al frigorífico, lo que supuso que no la pudiéramos probar la noche del sábado.

Luego viene la capa de arándanos, que se extiende cuando ya la tarta ha pasado las horas necesarias en frío. Segunda semana consecutiva que compramos arándanos y los ponemos a hacerse en un cazo. Fue curioso porque la semana pasada eran los arándanos más el azúcar. Y esta semana eran los arándanos más el azúcar más agua y maizena. Al final el resultado fue el mismo, uno tal cual y otro con líquido y espesante, pero idéntico resultado final.

Conclusión: facilísima de hacer. Y hemos quedado encantados con el resultado. Manuel está admirado de lo bien que se nos ha dado y lo bien que ha quedado de aspecto y de sabor, pero yo no hago más que recordarle que en realidad el mérito es más de la receta por ser así de sencilla que nuestro por haberla hecho bien.

El delicioso libro de Persephone (ya me lo estoy acabando y aún no he hablado aquí siquiera de la lectura anterior de Fred Vargas) que acompaña la foto es optativo pero muy recomendable, sobre todo para entretenerse el rato en que uno piensa que no será capaz de moverse nunca más en la vida.

Por cierto que como se puede ver en las fotos saqué la vajilla nueva para comer la tarta pero me olvidé de poner la tarta en la fuente correspondiente. La costumbre. Y sí, fui incapaz de desmoldarla del todo y eso que puse papel de hornear debajo. Pero siempre me da pánico que se me desmorone todo. Mejor dejarla en la base del molde que recogerla del suelo.

Hablando de moldes, el otro día descubrimos el "nuevo espacio" del Happy Books de Portal de l'Àngel, donde tenían cosas muy chulas. Especialmente tentadores - aunque conseguimos salir con las manos vacías - fueron los moldes del mítico fabricante de moldes Nordic Ware. Si no me llevé ninguno fue en parte por el precio (unos 40 euros cada molde) y en parte porque no habría sabido por cuál decantarme: ¿el de trenes? ¿el de casitas de cuento? ¿el de pequeños pastelitos a cuál más mono? Imposible elegir uno.

Y ayer menos mal que después de la plancha teníamos tarta bien fresquita de premio que supo a gloria, como la película, una nueva entrega de la saga de Thin Man que tanto me gusta: Shadow of the Thin Man (La sombra de los acusados), de 1941.

* Total, no la habría encontrado hubiera ido donde hubiera ido... Sigo siendo gafe y se va agravando. ¿Cuántas tiendas de chinos cierran? Prácticamente ninguna. Pues bien, el otro día le "recomendé" a Manuel una (buscaba una cosa por la que no merecía la pena ir a ninguna otra tienda) en la que yo ni siquiera había comprado nunca y cuando llegamos había un cartel de "se alquila". Manuel se quedó admirado de mis poderes, cada día más potentes.

domingo, 18 de julio de 2010

"Súperbonito"

Las paredes rojas me gustan, pero me costó muchísimo decidirme por ellas para esta habitación (libros, etc.) más que nada porque la madera de las puertas y de las estanterías es oscura y, aunque la habitación tiene bastante luz, me daba miedo que quedara todo demasiado tirando a oscuro. Estaba claro que los colores se entendían, no hay más que ver cualquier cuadro de una habitación victoriana (qué cuadro tan alegre (¡no!) he ido a escoger), pero al no tratarse esta de una habitación de dimensiones victorianas, el efecto no sería el mismo.

A eso había que añadirle el hecho de que sobre la pintura clarita se puede repintar si no convence y sobre la pintura roja no es tan sencillo. Así que era, digamos, una decisión sin vuelta atrás.

Y, sin embargo, era el color que más me gustaba. A Manuel también le gustaba, pero él no se adentraba en los detalles de ¿pegará esto con aquello? Así que tuve que cambiar de cargo a la asesora culinaria (mi madre, vaya) y momentáneamente convertirla en asesora de decoración para terminar de tomar la decisión. Concluimos que con la luz de la habitación era difícil que quedase mal.

Así que compramos la pintura y estuvimos intrigadísimos hasta que Manuel pasó el rodillo por primera vez al cabo de un par de días. Yo no escondía mi temor de que aquello al final fuera un fiasco, aunque tenía evidentemente la esperanza de que quedara bien. En ese estado de incertidumbre, el resultado final terminó por gustarme mucho más de lo que había imaginado. Una verdadera sorpresa que no me canso de mirar y admirar, jaleada por Manuel (que al fin y al cabo ha pintado la habitación entera él solito en unos días de calor infernal y de hecho aún está dando los brochazos finales) que no se queda contento del todo hasta que mi escalada nada forzada de adjetivos llega a "súperbonito".

Un par de fotos de muestra: la de la izquierda con el megacuadro de Ikea que queda mejor imposible (creo yo) y la de la derecha con la estantería y un cuadrito Brontë (que ya estaba cuando las paredes eran blancas).

viernes, 16 de julio de 2010

Adquisiciones recientes

Los últimos días he tenido a mi pobre cartera explotada. Empezó el viernes llamando para darme Brontë Studies en mano (y eso que cabe perfectamente en el buzón, pero ya se ha dado cuenta de que espero cualquier cosa fuera de lo habitual como agua de mayo) y continuó lunes, martes y miércoles siempre con algún que otro paquete: libros, libros y más libros. Y ella, a pesar del calorazo, siempre con una sonrisa y de lo más amable. Acostumbrada al cartero birrioso que teníamos antes, esta mujer me tiene fascinada por su amabilidad y su buen hacer.


El único libro con el que no tuvo que cargar la pobre fue con el de Bill Bryson (y tuvo suerte, porque es un buen ladrillo), claro que tampoco cargué yo con él puesto que lo encargué en La Central y Manuel me lo recogió y entregó a domicilio. Desde que me enteré de que salía lo encontré irresistible y cualquier fugaz pensamiento sobre esperar a que saliera en edición de bolsillo se fue al traste cuando vi en la página de La Central que lo habían traído. At Home: A Short History of Private Life, por lo que he visto por ahí y hojeado en el propio libro (aún sin leer), es Bill Bryson en estado puro, sólo que esta vez no se va a recorrer mundo ni se pierde en una biblioteca para escribir sobre Shakespeare, el inglés o la ciencia. No, esta vez se dedica a husmear por su casita inglesa y a preguntarse cómo hemos llegado a vivir en las casas en las que vivimos, con sus comodidades y demás cosas que damos por hecho sin una pizca de intriga acerca de sus orígenes. Promete.

Con At home recién adquirido, pensaba que escribiría esta entrada hace semanas (allá por primeros de junio) ya que por esas fechas también cogí al vuelo (como Maelström) la oferta de Persephone por la que comprabas un libro suyo y te regalaban el Persephone Classic que eligieras de entre los muchos que les habían llegado devueltos de librerías y demás y que, de no haber sido por la oferta, habrían acabado siendo pulpa de papel. Era una oferta que no se podía dejar pasar y, como siempre con Persephone, me costó mucho decidirme (¡tanto donde elegir!). Al final me decanté por The Carlyles at Home, de Thea Holme, que quería desde hace siglos y, de regalo, escogí también por fin Someone at a Distance, de Dorothy Whipple (la autora Persephone que más vende).

Los días pasaban, las semanas también y no había ni rastro de los libros de Persephone. Al final me decidí a escribirles y me dijeron que si dentro de una semana no me llegaban se lo dijera y me los mandarían de nuevo, cosa que a mí me daba mucho reparo. No es lo mismo reclamar libros a Amazon que reclamar libros a una editorial pequeña que además te está regalando uno de ellos. Dejé pasar dos semanas. Y como seguían sin aparecer, consulté a mi súper-cartera que, muy atenta, se interesó mucho por el tema y me dejó claro que era imposible que tardaran tanto, así que escribí de nuevo. Al final, después de una pequeña confusión con mi pedido resultó que justo ese día les habían llegado devueltos, sin decir por qué. Los reenviaron y esta vez sí llegaron rapidísimo con una nota que decía que la primera vez se habían equivocado con la dirección. Después de tal periplo recibí los libros con los brazos abiertos (y la cartera llamando y, recordando perfectamente nuestra conversación, diciendo: "¿es esto lo que esperabas?") y los olisqueé a mis anchas (los Persephone huelen de maravilla). Someone at a Distance, supuestamente manoseado en alguna librería, venía prácticamente como nuevo. He comprado libros en la Fnac (no por gusto) mucho más maltrechos.

Los tres restantes - junto con el pedido por adelantado del nuevo libro de Kate Atkinson que sale en agosto - forman parte de mi autorregalo de cumpleaños. The Soul of Kindness, de Elizabeth Taylor, reeditado recientemente e imposible de dejar pasar por miedo a que lo descataloguen. Y los dos elegidos del Bloomsbury Group de este año: Henrietta Sees It Through, de Joyce Dennys (secuela de Henrietta's War) y Mrs Harris Goes to Paris/Mrs Harris Goes to New York, de Paul Gallico. Mrs Harris Goes to Paris es el título americano (aunque Bloomsbury es una editorial británica) de Flowers for Mrs Harris, que precisamente me traje de París el año pasado. El verdadero interés de este libro para mí reside en la segunda historia: Mrs Harris Goes to New York. Con lo mucho que me gustó Flowers for Mrs Harris y lo mucho que me gusta Nueva York, el libro ya me llamaba de por sí la atención, pero con nuestro viaje a Nueva York a la vista ya se me hace la boca agua sólo de verlo.

Me encanta cómo las portadas de estos dos del Bloomsbury Group se complementan a la perfección (aparte de lo bonitas que son ya de por sí).


Como el Book Depository manda los libros de uno en uno, sus libros, junto con los de Persephone, fueron llegando como un delicioso goteo. Cuando el miércoles la cartera apareció con el último que esperaba y le dije que por fin lo tenía todo e iba a dejar de darle la plasta, ella comentó que entonces se quedaba tranquila si ya me había llegado todo. Una joya.

jueves, 15 de julio de 2010

Provisiones


Provisiones para una tarde de mucho ruido, mucho calor y pocas ganas de hacer cualquier otra cosa que no sea vegetar.

Fuera de la imagen: Coca Cola bien fresquita y ventilador.

miércoles, 14 de julio de 2010

Gene Hunt también baila

El sábado pasado me partí de risa con el fragmento de Ashes to Ashes que pongo a continuación. Fue instantáneo pensar en que lo tenía que poner aquí, pero recordando que el momento Glee que tanto me gustó fue difícil de encontrar y que cuando lo encontré era de tan mala calidad, pensé que con la BBC pasaría lo mismo. Pero no, por suerte la BBC entiende el concepto de buen márketing (para esto al menos) y lo subió ella solita a su canal de YouTube en forma de vídeo promocional y supongo que también lo emitiría por televisión.

Quien sepa de qué va la serie seguro que se parte de risa teniendo en cuenta cómo se las gasta Gene Hunt. Quien no conozca la serie creo que se reirá igual porque es un numerito único.




Cómo me gustaría ver vídeos del rodaje de esta escena.

Lo malo es que es la última temporada de Ashes to Ashes. Ay, que se nos acaba Gene Hunt...

martes, 13 de julio de 2010

The British Museum is Falling Down (La caída del Museo Británico), de David Lodge

The British Museum is Falling Down (La caída del Museo Británico), de David Lodge es sólo el segundo libro de David Lodge que leo. El primero, Nice Work (¡Buen trabajo!), lo leí por recomendación puesto que en él mencionaba a las Brontë y a Elizabeth Gaskell, por ejemplo. A pesar de la recomendación y a pesar de las menciones debo reconocer que me dejó bastante fría y no tuve más curiosidad por David Lodge, y eso que David Lodge es uno de los habituales de cualquier pequeña sección de libros en inglés de cualquier librería. Con lo cual lo de no hacerle más caso tiene cierto mérito.

Hace unos meses, curioseando por los títulos reeditados por Penguin como parte de su colección Penguin Decades con unos pocos libros significativos de cada década (los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta), me hizo gracia el título de este a pesar de ser de David Lodge y el argumento me pareció divertido. La portada un tanto psicodélica de Allen Jones que tan bien capta la atmósfera sesentera (el libro se publicó en 1965) también contribuyó a hacerlo irresistible, más aun por 10 eurillos.

Así que aunque durante años haya pasado de David Lodge, el otro día cuando saqué este libro de la estantería y lo empecé a leer a las pocas líneas ya me estaba riendo a carcajadas y sabiendo que nos íbamos a entender de maravilla. Y así ha sido: me he reído muchísimo pero, como ya hemos dicho por aquí alguna vez, que un libro provoque risa no quiere decir que esté vacío de contenido serio.

Adam Appleby (atención al nombre) es un joven católico de 25 años casado y, como tal, con ya tres hijos a su cargo y la posibilidad de otro más. Esto último hace que el día en que sucede la novela (y no es este el único guiño a Mrs Dalloway de Virginia Woolf o a Ulysses de James Joyce ni tampoco son estos los únicos guiños literarios del libro, que está repleto de ellos) empiece ya con mal pie y que, por esto o porque sí, el día parezca ir de mal en peor hasta extremos insospechados.

Como Mrs Dalloway (que es la que conozco, no así Ulysses con su Dublín) es un gran homenaje a Londres. Adam no para de ir de acá para allá aunque, de haber sucedido todo con normalidad, debería haberse limitado a un recorrido Battersea (donde vive) - sala de lectura del Museo Británico (donde trabaja en su tesis sobre las "frases largas de la literatura inglesa", lo que da pie al estupendo epílogo del libro) - Bloomsbury (para reunirse con su director de tesis). Al final vemos mucho más Londres que sólo eso, incluido un estupendo recorrido por la famosa sala de lectura del Museo Británico y aspectos de ella desconocidos para Adam incluso después de llevar años estudiando allí.

Un día de locos en que la actitud constante de Adam choca con todo lo que creemos y pensamos de los años sesenta ingleses, con los Beatles por bandera. Curiosamente yo seleccioné uno de mis marcapáginas de los Beatles para el libro por la época pero sin esperar referencias a ellos. Cuál fue mi sorpresa cuando me topé con un par de menciones.

El título del libro también tiene su conexión musical aparte de ser una referencia a la canción infantil The London Bridge is Falling Down. El título original del libro era The British Museum Has Lost Its Charm, sacado de la letra de la canción A Foggy Day (in London Town) de George e Ira Gershwin. Pero resultó que los encargados de gestionar los derechos de las canciones de Gershwin no concedieron el permiso y hubo que cambiarlo al actual algo que, obviamente, no le hizo ninguna gracia a David Lodge en su día. Si a eso se le añade el hecho de que al publicarse tuviera un poco de gafe (los ejemplares para los periódicos y demás no llegaron y las reseñas del libro no aparecieron hasta bastante después de que se publicase), es bastante irónico que 45 años después se considere un libro clave de su época. Desde luego se lo merece, eso sí.

En resumen, una agradable sorpresa la que me he llevado con este libro, incluso a pesar de tener grandes esperanzas para él. Creo que ahora mi primera lectura de Lodge se compensará con la segunda y, como mínimo, dejaré de saltarme su trocito de estantería en las librerías de forma automática.

lunes, 12 de julio de 2010

Sin repostería pero con mucho calor

Lo siento por los optimistas que hoy esperáseis encontrar aquí la habitual entrada sobre la repostería del sábado, pero con este calorazo el sábado fuimos incapaces de pensar siquiera en encender el horno, ni siquiera con la excusa del desayuno rico de los domingos.

No obstante, como somos unos golosos con heladera no pudimos resistirnos a hacer un heladito. Ya hemos hecho varios este año, pero no los comento aquí en general porque más o menos siempre hacemos los mismos y porque - descubro - la fotografía de helados se me da fatal (véase esta foto de aquí al lado, la mejor de todas las que hice ayer). Por no hablar del hecho de que me gusta hacer las fotos con calma y, las leyes de la física siendo lo que son, el calor y el helado no son una combinación que invite a la tranquilidad a la hora de fotografiar.

El caso es que haciendo la compra el viernes pensamos en que podíamos hacer helado de arándano azul, probado hace años por tierras suecas y saboreado con muchísimo gusto. Nos hicimos con una bandejita de arándanos de León (¿o eran de Huelva al final? Bueno, de producción nacional al fin y al cabo) y busqué una receta. Al final me quedé con esta y, pese a las reticencias iniciales sobre cómo podía ser que los arándanos y el azúcar hirvieran sin líquido añadido, fue todo un éxito (y resultó que los arándanos explotan y se licuan y hierven). Quedó riquísimo (aún hay, de hecho) y, si algo cambiaría, sería poner un poco menos de nata, pero vamos, que tal y como está está delicioso. Muy suavecito, muy refrescante ("claro, es helado", que diría - y de hecho, dijo - Manuel, pero yo me entiendo).

De todos modos lo de no acercarnos al horno era la idea pero el calor lo pasamos igual. Ya he comentado aquí alguna vez que Manuel odia hacer agujeros (y a mí con un taladro en las manos es algo que nadie quiere ni imaginar) así que más mérito tuvo aun su regalo del megacuadro de Ikea. Manuel decidió inocentemente colgarlo el sábado, pensando que, sí, pasaría calor un ratillo y ya, pero al final resultó ser una gesta épica en la que utilizamos como mil tacos (de los de pared; Manuel puede que alguno de los otros, yo ninguno porque soy de esa gente a la que, para bien o para mal, no le salen con espontaneidad), hicimos (bueno, hizo Manuel) 12 agujeros (en teoría sólo eran necesarios 2), encontramos una viga (de ahí los 12 agujeros), creímos dar por colgado una vez el cuadro hasta que se cayó (con tacos y todo) y así ad nauseam y ad infinitum. Al final sorteamos la viga y lo colgamos. Lo de los agujeros fue terrible pero no demasiado preocupante ya que entre las tareas veraniegas estaba pintar esa habitación (de modo que los agueros se pueden rellenar y tapar). Pero al final el cuadro quedó en su sitio y tan mono que estaba.

Ayer Manuel comenzó a pintar (¡de rojo!* Color de habitación victoriana por excelencia, no hay duda) y está quedando de maravilla (cuando se seca queda un poco más apagado que el de la foto, recién pintado) y eso que hasta última hora tuve enormes dudas. Implicará, eso sí, mover estanterías (a rebosar de libros), etc., etc. Mientras pintaba, Manuel me preguntó por qué él pintaba y yo miraba (cuando haya que mover cosas ya ayudaré, ayer por suerte no había que mover nada) y yo dije que una vez ya había intentado ayudarle y había sido él el que me había echado. Y, además, cuando se pinta con estos calores siempre es bueno que haya alguien ligeramente más fresco que de vez en cuando exclame lo bien que está quedando, ya que el que pinta probablemente está harto. Y yo me encuentro muy bien en ese papel, para qué negarlo.

Todo esto para decir que quizá haber encendido el horno habría sido mucho más fresco que las actividades alternativas, pero bueno, mejor no darle vueltas. Ni pensar mucho en el rato de la plancha que estuvo amenizada por el partido y después, aparte de por las trompetas y los coches que pitaban y demás, por Here Comes Mr Jordan (El difunto protesta), la película original de 1941 en que luego se basó Heaven Can Wait (El cielo puede esperar), hecho que dio pie a esta confusa conversación:

Manuel: luego hubo un remake con Warren Beatty, a lo mejor la has visto.
Cristina: hmmm... no sé, creo que no he visto ninguna película de Warren Beatty.
(10 minutos después, cuando la historia de la película se va desarrollando)
Cristina: ¡ah, pero esta película es como El cielo puede esperar!
Manuel: eeeeh... sí, con Warren Beatty.
Cristina: Pues entonces sí que he visto alguna película de Warren Beatty.

Y Manuel (está quedando hiperactivo en esta entrada) también trajo brevas (la segunda tanda ya) de la casita de verano. Este año han tardado más pero cuando se come una se les perdona el retraso. Hmmm... adoro las brevas, como ya dije el año pasado.

* Cómo nos reímos pensando que Manuel estaba pintando de rojo una habitación el día en que "La Roja" jugaba la final del Mundial. Fantaseamos con todo tipo de llamadas a los telediarios, tan dispuestos estos días a contar cualquier historia surrealista relacionada con el Mundial. Estoy segura de que se habrían creído que pintábamos la habitación de rojo por la selección sin problemas y, lo que es peor, le habrían dado una cobertura que da escalofríos imaginar. Eso sí, ahora nos queda la anécdota de que empezamos a pintar de rojo esa habitación el día que España ganó el Mundial.

domingo, 11 de julio de 2010

Parecidos razonables

O busca las diferencias.

El otro día, en uno de mis muchos repasos a las fotos de Nueva York de la otra vez me encontré con una panorámica mía desde el Empire State que se parecía mucho a la de Angelo Cavalli del megacuadro que Manuel me regaló por mi cumpleaños.

La mía tenía más fondo pero unos cuantos recortes por aquí y por allá y más o menos conseguí que quedaran parecidas (la de Cavalli coge un poco más de los edificios de la parte inferior). No sé de qué año es la de Cavalli, pero es divertido ver las diferencias.




Y, directamente, mi falsificación (que obviamente sé que no es idéntica, más que nada porque la de Cavalli está tomada de noche y la mía de día y al ser en blanco y negro una parece que queda en positivo y la otra en negativo). La "falsificación" fue producto de un rato en que el ruido del holocausto nuclear era tan ensordecedor y el calor tan agobiante que no había forma de concentrarse en nada más:


Puede que sea una burrada decir esto, pero soy poco fan de la fotografía en blanco y negro en los tiempos del color (obviamente no incluyo en esto a la fotografía en blanco y negro cuando el color era una rareza). Si me dan a elegir entre una foto en color y la misma foto en blanco y negro siempre me quedaré con el color, pero me gusta cómo mi foto falsificada tiene un toque tremendamente atemporal que por supuesto la foto en color no tiene.

viernes, 9 de julio de 2010

Otra vez

Normalmente somos de los que en marzo ya tienen las vacaciones pensadas, reservadas y pagadas pero este año con la incertidumbre y el largo proceso de recuperación del padre de Manuel no hacíamos más que aplazar la elección.

A eso hay que sumarle que teníamos poca idea de adónde ir. Al final teníamos unas cuantas opciones: dos de ellas muy parecidas que exigían una logística y una organización a las que a tan corto plazo no estábamos muy dispuestos a enfrentarnos y una tercera a un sitio que siempre decimos que hay que conocer pero que nunca nos llama la atención lo suficiente y que en esta ocasión descartamos diciendo que "es que es más para ir en un puente".

Al final, y sin yo saberlo, Manuel tomó la decisión en Ikea, cuando compraba mi enoooooorme regalo de cumpleaños. Luego comprobó cómo estaba la situación en cuanto a disponibilidad de billetes y de hotel y me puso los dientes muy largos. Las opciones anteriores quedaron automáticamente descartadas en favor de...


¡¡NUEVA YORK!!

Sí, "otra vez", como todo el mundo comenta cuando se entera. Pero es que ir a Nueva York no es como, no sé, ir a Segovia (dicho con cariño hacia Segovia, que es una ciudad que me gusta). No es como si una vez que has ido ya puedes sentir que la conoces y que no "hace falta" volver. Nueva York podría ser el destino de todas las vacaciones de tu vida y seguir siendo tan novedoso como un destino exótico diferente anual.

Así que aunque este año el cambio del dólar no es tan favorable (y además la culpa la tengo yo, que empecé toda la crisis. A ver si esta vez lo arreglo todo), estamos encantados con nuestra decisión/repetición y haciendo planes ya mismo en abstracto (con la excepción de las entradas para un musical de Broadway que acabamos de comprar), que es cuando más divertido resulta, el caos de poder hacerlo todo sin cuadrar horarios ni tiempos, la posibilidad de poder hacer todo lo que quieras, las ganas de volver a pisar ciertos sitios y plantar los pies por primera vez en aquellos que se nos quedaron en el tintero la otra vez. Concretar y haces planes más rígidos (aunque nunca cerrados a cal y canto) implica descartar, ser racionales, elegir... pero de momento, ahora mismo, tenemos todo Nueva York al alcance de nuestras manos y eso es una gozada. Yo me paso ratos repasando las crónicas de la otra vez y mirando las fotos que hice la otra vez una y otra vez, una y otra vez.

De momento, aunque aún tenemos que colgarlo en condiciones (por ahora sólo está apoyado sobre el sofá y sobre la pared), de vez en cuando los dos (juntos o por separado) vamos al salón y nos perdemos en la inmensidad de esta foto de Angelo Cavalli (¡200 x 140 cm!), sintiendo que estamos a punto de saltar dentro, mirando el Flatiron que tantas ganas tenía de ver al natural la otra vez, que tanto me gustó al natural la otra vez, que tantas ganas tengo de ver otra vez.



Y, por supuesto, siempre hay uno de los dos que abierta o mentalmente está tarareando esto:



These vagabond shoes are longing to stray
Right through the very heart of it - New York, New York
I want to wake up in a city that doesn't sleep...

La fecha escogida a mediados/finales de agosto está presente todo el tiempo en nuestro pensamiento pero mientras llega, la espera es muy, muy dulce.

jueves, 8 de julio de 2010

Un mundo flotante

La exposición que fuimos a ver el día de mi cumpleaños fue Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986), en el Caixaforum (hasta el 3 de octubre). Decir que me encantó es quedarme corta, y no sólo porque tienen aire acondicionado.

J.H. Lartigue recibió su primera cámara de fotos en 1906, a los ocho años, regalo de su padre y regalo que obviamente lo sitúa en una familia acomodada, como luego también se ve en las fotos.

En la exposición se pueden ver sus diarios (desde niño hasta los años ochenta y siempre ilustrando el tiempo meteorológico de cada día) y sus enormes álbumes de fotos además de muchísimas fotografías suyas, a cuál más deliciosa. De niño se hacía fotos en la bañera, hacía fotos de su colección de coches en su habitación y se divertía jugando con los tiempos de exposición y la creación de "fantasmas".

Pero lo que siempre le gustó fue captar el momento y más aun si se trataba de un momento que reflejase lo instantáneo y lo fugaz de la felicidad. De ahí que sus experimentos con el color a principios de siglo quedasen abandonados debido al tiempo de exposición necesario que le impedía tomar fotografías rápidas.

Es una colección de fotos feliz, alegre como pocas. Asombra ver la poca influencia de las dos guerras mundiales pero es imposible criticarle por ello. Ya hay muchísimos fotógrafos serios (no en el sentido de mejores puesto que la fotografía de Lartigue es impecable e impresionante) así que sus fotografías despreocupadas son un agradable soplo de aire fresco. Un reflejo de una forma de vida que ya no existe. Algunas de mis preferidas (y aquí pueden verse más):








Con mi mala suerte para estas cosas, no he logrado dar con dos de mis preferidas: una de su hijo en la playa con una répilca de un coche de carreras atado a un cordel mirando con ensoñación el modelo real a lo lejos y uno de los dos señores que intentan levantarse sin utilizar las manos, sólo haciendo fuerza espalda con espalda y cuya risa es tan contagiosa que es imposible no reírse allí también, delante de la foto al cabo de tropecientos años desde que se tomó. Pero también están la muchacha que intenta subirse al burro y pierde toda la dignidad (pero se lo pasa en grande, tanto ella como quienes ven las dos fotos del momento) al enseñar de pleno los pololos que llevaba. Y también las de las parisinas emperifolladas, las "tatas" en la piscina, la luna de miel, la fotografía de las manos en color, los viajes en coche sin parabrisas y el equipamiento necesario (incluso para bebés), los saltos congelados para siempre en el aire... la felicidad y la despreocupación que se aprecian en prácticamente todas las fotos. Una exposición para terminar de ver y volver a empezar.

Mientras la veíamos y nos entusiasmaba le dije a Manuel que, ya que era mi cumpleaños, me iba a dar el capricho de autorregalarme el catálogo si no costaba más de 30 euros, lo que yo creía que era un margen generoso. Cuál fue mi decepción cuando al bajar a la tienda me encontré con que costaba la friolera de 40 euros. Mi cumpleaños o no y con lo mucho que me había gustado me pareció excesivo y allí se quedó. Como siempre y a pesar de que en esta dan tres o cuatro postales grauitas, me pregunto por qué no invierten también en imprimir postales, que me parecen una inversión mucho más lógica: relativamente poca gente - creo yo - se llevará el catálogo por 40 euros que además para ellos habrá conllevado una inversión notable y sin embargo creo que poca gente de la que sale contenta de la exposición se resistiría a llevarse unas cuantas postales de recuerdo, postales que, además, supongo, requieren una inversión inicial menor que el catálogo y que rentabilizarían más rápido. En fin, supongo que ya lo tendrán estudiado, pero siempre me quedo chafada por no poder llevarme mis imágenes preferidas de las exposiciones.

Con postales o sin ellas, la exposición de Jacques Henri Lartigue fue un gran "regalo" de cumpleaños y un gran hallazgo.

miércoles, 7 de julio de 2010

El último de la década



Lo primero es lo primero: MUCHÍSIMAS gracias a todos los que dejasteis un comentario para felicitarme ayer. Los vi al volver a casa y me hicieron mucha ilusión. Sumados a las muchas llamadas de teléfonos, correos electrónicos y mensajes al móvil fueron un montón de felicitaciones recibidas. Muchas gracias a todos de nuevo.

Así que aunque sólo pueda ser virtual, os invito a un pedacito de mi tarta de cumpleaños: deliciosa Selva Negra, obviamente comprada.

Huimos pronto de casa porque el holocausto nuclear en vez de mejorar empeora y el regalo de cumpleaños que tuvieron la a bien hacerme fue cortarme el agua sin avisar (cuando días atrás me habían asegurado que cuando la cortasen avisarían, ¿cómo la iban a cortar sin avisar?) así que, muy fina yo, el día que cumplía 29 años me puse las lentillas con agua mineral.

Comimos por ahí y luego fuimos a una exposición que me encantó y a la que dedicaré una entrada mañana o pasado, porque se la merece. Quienes llamaban y preguntaban cómo había pasado el día y recibían la respuesta de que viendo una exposición se quedaban un tanto extrañados, pero qué más se puede pedir: me gustó muchísimo y tenía aire acondicionado. Lo que debería extrañar sería que Manuel me consiguiera sacar de allí.

Al volver a casa el agua había vuelto aunque estuvo saliendo sucia un buen rato y de nuevo tuve que lavar las lentillas con agua mineral, los obreros se habían ido (volvimos a casa cuando calculamos que ya no estarían, no fue casualidad), tomamos tarta, hablé por teléfono incluyendo algún momento de estrés de ejecutivo con más líneas telefónicas de las que puede controlar y me recreé en mis regalos:



Los misteriosos tres paquetes de mis padres resultaron ser una vajilla con motivos grises (en la foto representada por la fuente y arriba estrenada para tomar la tarta) monísima inspirada por la entrada sobre mi nueva taza gris. Y dicen que además me deben el tercer volumen de las Obras completas de Carmen Martín Gaite, que ya viene siendo tradición que me lo regalen ellos. Qué valientes por haber confiado una vajilla a Correos y qué bien embaladita venía que llegó intacta a pesar de todo.

El sobre que llegó el viernes y que puse debidamente encima de las tres cajas resultó contener cuadernitos chulísimos (en la foto: el de Londres, los dos de al lado con ositos y una botella de zumo de naranja y el de más arriba con aspecto de sobre) así como una tarjeta monísima.

Y llegamos a lo de Manuel, que es el resto de csas que se ven en la foto: el famoso molde rígido de forma de cake (que hace unos días le enseñé a Manuel en una tienda de productos de cocina; dice que cuando al cabo de unos pocos días volvió a por él ya no estaba donde lo habíamos visto colocado y que al preguntar resultó que ya no tenían. Manuel lo llama mi maldición con toda la razón del mundo). El libro oficial de Bon Jovi When We Were Beautiful (Manuel, siempre tan decidido a la hora de comprar regalos, tuvo dudas con esto y me tuvo que preguntar si realmente lo quería, creo que esperando en secreto que yo le dijera que no). Para compensar la balanza el otro libro fueron los poemas completos de Philip Larkin (le dije a Manuel, que el año pasado me regaló los poemas de Muriel Spark, que no me importaría que se convirtiera en una tradición, esto del libro de poesía por mi cumpleaños), un termo de Starbucks ya que días antes me había cargado el mío que tenía ya unos cuantos años y mucha historia; este nuevo es muy chulo porque se puede personalizar la decoración. Y por último la cuarta temporada de Upstairs, Downstairs (Arriba y abajo), serie que descubrí recomendada en este blog y que empecé a ver pero luego por falta de tiempo nunca pude continuar pese a lo mucho que me estaba gustando. Manuel me regaló la cuarta temporada porque no sabía donde me había quedado: fue muy optimista porque en realidad yo apenas llegué a ver la primera temporada hasta la mitad. Pero bueno, fue un regalo de lo más práctico porque así pude por fin orientar a mi tía sobre qué podía regalarme: ahora tengo que conseguir las demás temporadas, claro.

Y por último el regalo grande - en todos los sentidos - de Manuel no puedo enseñarlo aún porque tiene que ver con las vacaciones de este año y eso pertenece a otra entrada...

martes, 6 de julio de 2010

29

Entrada programada.

Escribo esto cuando aún tengo 28 años, cuando aún por casa hay paquetes que me intrigan (aparte de los tres famosos de Madrid, el viernes llegó un sobre de Valencia) y que no puedo abrir, cuando Manuel, que estaba muy agobiado este año porque no se le ocurría nada que regalarme y yo le daba pocas pistas, tiene hora planeada para envolver regalos, cuando estoy deseando que llegue el momento de abrirlo todo (tendré los años que tenga pero me gusta abrir regalos como a cualquier niño de cinco).

Pero cuando leáis esto tendré ya 29 aunque técnicamente nací a las 17:30, después de que mi madre, muy apañada, hubiera aprovechado la mañana para ir a las rebajas; y menos mal que nací el día 6. Nunca sé si lo hubiera hecho de verdad pero mi madre asegura que de haber nacido el día 7 me habría puesto Fermina de nombre (!!) ("no le iba a hacer ese feo al santo"), así que nunca me quejo de tener que soportar la misma noticia sobre el chupinazo el día de mi cumpleaños, eso no es nada comparado con cargar con Fermina de por vida (estoooo... lo siento por las Ferminas del mundo, a mí es un nombre que no me gusta, pero habrá a quien sí). Tendré 29 y habré abierto por fin todos los paquetes que me han "atormentado" estas semanas, recibiré llamadas, comeré tarta (Selva Negra, mi preferida y no sólo por el precioso nombre) y saldremos por ahí, aún sin rumbo decidido, aunque preferiblemente a sitios con aire acondicionado.

Y sí, empezaré a asumir que es el último año de los 20, empezaré a asumir que el año que viene cambian las decenas también. Si me empiezo a mentalizar desde ya creo que para el 6 de julio que viene habré empezado a procesarlo más o menos.

lunes, 5 de julio de 2010

The Solitary Summer, de Elizabeth von Arnim

Si me hubiera guiado por el orden cronológico que me gusta seguir a la hora de leer la obra de un autor, habría tenido que leer Elizabeth and her German Garden (Elizabeth y su jardín alemán), de Elizabeth von Arnim. Como la mayor parte de su obra (o puede que toda ya, no lo sé) ya no tiene derechos, con Elizabeth von Arnim en lugar de plantarme delante de la estantería, me planto en el ordenador en la carpeta de Mis ebooks con Rufinito a mano. En esas estaba cuando vi que tenía una obra llamada The Solitary Summer y no lo pude resistir. Por alguna razón - y no sé si esto le pasa a todo el mundo - me gusta que el tiempo ficticio de un libro coincida con el tiempo real en que se lee. No es algo que busque necesariamente, así que siempre suele ser por casualidad. Hace poco un día de Nightingale Wood sucedía en la misma fecha que yo lo leía, por ejemplo.

Así que en pleno verano, el verano solitario que prometía Elizabeth von Arnim parecía buena idea. Abandoné por esta vez el orden cronológico (aunque sólo por un libro, este es el que tocaría justo después del "jardín alemán") y me sincronicé con la autora.

De Elizabeth von Arnim el año pasado leí The Enchanted April (Un abril encantado), (aunque no en abril) que era ficción abiertamente. The Solitary Summer también es ficción pero al estar escrito en forma de diario/ensayo y tener ciertos aspectos en común con la vida de la autora, es curioso especular sobre cuánto de todo ello será verdad.

Elizabeth le dice a su marido (apodado "Man of Wrath" (el hombre iracundo)) que ese verano no va a invitar a ninguno de sus conocidos, sino que se va a dedicar a vivir, a disfrutar de su jardín, a tener tiempo para leer, para pasear, para hacer las cosas con calma y observar los cambios que se producen a su alrededor en el jardín. El marido se muestra escéptico y cree que acabará aburrida, sobre todo cuando llueva.

El jardín (que supongo que responde a las mismas descripciones que en Elizabeth y su jardín alemán) parece enorme, así que le da tiempo a cambiar de "paisaje" con frecuencia. Los comentarios sobre el jardín y lo que va viendo y a lo que se dedica en él dan pie a anécdotas sobre jardineros y jardinería, sus niñas (también sin más nombre que bebé de abril, bebé de mayo y bebé de junio), que son de lo mejorcito del libro, los idiomas, los libros, el dinero, las clases sociales, el modo de vida en esa zona rural de Alemania, etc. Y todo adornado por extensas - pero sorprendentemente amenas - descripciones de la naturaleza, las flores, las plantas, los días lluviosos, etc.

En resumen: un libro delicioso con sólo dos pequeñas excepciones: la condescendencia empalagosa y bastante insoportable con que se cuentan las anécdotas de las visitas a los "pobres" del pueblo y las constantes alusiones a los malos rasgos de la mujer en general, que nunca supe si eran irónicas o reales.

Cream tea otra vez

Hay poco - por no decir nada - que me quede por decir acerca de esa celestial combinación de scones + clotted cream + té así que poco puedo decir de otro sábado de repostería haciendo scones para aprovechar la clotted cream de la reina de Inglaterra. Puedo decir, eso sí, que nuestra memoria para las recetas es nefasta: con la de veces que hemos hecho scones ya y seguimos sin poder manejarnos sin mirar la receta.

Ya que no puedo pasar una ronda de scones real, la virtual - salvo por la última foto - es el delicioso ritual visto muy de cerca.











Casi no llego a escribir esto, porque creo que por el momento no se ha inventado nada para que los charquitos que quedan en el suelo cuando una persona se derrite a causa del calor puedan teclear. Y ayer, planchando, había veces que creía que no lo contaba. Por suerte la película era - una pena que sólo metafóricamente hablando, un soplo de aire fresco: Tom, Dick and Harry, de 1941, con Ginger Rogers y un final algo agridulce.

Y entre scone y scone por fin este fin de semana nos pusimos serios con nosotros mismos y reservamos de una vez las vacaciones. Pero eso queda para otra entrada más adelante...

domingo, 4 de julio de 2010

Idílico

Según el señor Oscar Wilde la vida imita al arte más que el arte a la vida. Visto este cuadro (Vilma leyendo un libro, de T.F. Simon en 1912) dan ganas de que así sea.

Tengo los libros, los cojines, el sofá para reclinarme, las rosas, la fruta fresca, la mesita redonda... quitando al gato por motivos de alergia sólo me falta que al abrir la ventana de par en par (cuando se vaya el sol), las vistas no sean al holocausto nuclear y, sobre todo, que entre la brisita bien fresca que imagino en el cuadro.

viernes, 2 de julio de 2010

Clotted cream


El otro día Manuel apareció con esto (y lo que iba dentro, que cuando hice la foto estaba en el frigorífico), traído por alguien que había estado en Inglaterra. Y además Rodda's, la marca preferida por la mismísima reina.

A pesar de que deberíamos hacer algo con los kilos - qué digo kilos, ¡toneladas! - de ciruelas que invaden la cocina por momentos, a pesar de que Manuel dijo que le apetecía que la repostería de este sábado fuera de las difíciles (no sé por qué le dio por ahí), a pesar de que el martes que viene no perdono la tarta para celebrar mi cumpleaños, a pesar de todo eso... ya sabéis qué repostería toca mañana, ¿verdad?

Se me hace la boca agua sólo de pensarlo.

jueves, 1 de julio de 2010

Otra vez: Fritz-kola



El otro día pasamos por una Delishop y lo volvimos a hacer: volvimos a caer en las redes de la Fritz-kola/Fritz-limo. Y esta vez fue incluso peor que la primera porque ya sabíamos lo mala que estaba. Pero ahí estaba la botellita roja que no habíamos probado prometiéndonos un 17% de Apfelsaft y un 5% de Kirschsaft y un porcentaje indeterminado de Limonade, todo lo cual quedaba al alcance de nuestro (y de cualquiera, diría yo) alemán rudimentario. El Holunder ya no tanto y de hecho no nos preocupó demasiado porque hasta ahora no lo he buscado para descubrir que es saúco. Todo ello con los rasgos típicos de la Fritz-kola: gas y cafeína en cantidades industriales.

Ayer por fin la "descorchamos" y podríamos haber celebrado cualquier cosa: desde el hecho de no habernos quedado sordos (todavía, al menos) por el holocausto nuclear hasta no habernos caído en la zanja que tenemos justo al salir del portal pasando por no haber muerto de calor y/o deshidratación a lo largo de un día terriblemente caluroso o que por fin estrenábamos nuestros vasos de Kukuxumusu que vamos coleccionando con El País. Podríamos, si no hubiera estado tan asquerosa (al menos a mí me lo pareció, ahora caigo en que Manuel no llegó a pronunciarse, probablemente porque estaba tan agobiado por el calor y la sed que se habría bebido cualquier cosa fresquita) y tan amarga (que es lo que me pareció a mí, aunque Manuel me lo discutiese).

Con lo cual yo bebí un trago y no habría bebido ni uno más en la vida de no haberme "obligado" Manuel a confirmar la primera impresión bebiendo otro. Le cedí a Manuel mi parte y decidí que si alguna vez vago por el desierto al borde de la muerte por deshidratación y alguien se me aparece con la opción de darme una botella de Fritz-kola con etiqueta roja elegiré la deshidratación, gracias.


Creo que la única lectora, que participó en nuestra primera cata de Fritz-kolas, sigue por tierras sudafricanas, así que no podrá reírse con esto y con nuestro segundo tropiezo en la misma piedra y, lo que es peor, una piedra por la que habíamos casi jurado no volver a pasar.

Cambiando totalmente de tema: he añadido un par de enlaces que pueden ser de interés para los que comentásteis en la entrada de ayer.