miércoles, 27 de marzo de 2013

Arnold Bennett - Piccadilly

Which of us lives on twenty-four hours a day? And when I say "lives," I do not mean exists, nor "muddles through." Which of us is free from that uneasy feeling that the "great spending departments" of his daily life are not managed as they ought to be? Which of us is quite sure that his fine suit is not surmounted by a shameful hat, or that in attending to the crockery he has forgotten the quality of the food?
Which of us is not saying to himself--which of us has not been saying to himself all his life: "I shall alter that when I have a little more time"?
We never shall have any more time. We have, and we have always had, all the time there is.
~ Arnold Bennett, How to Live on 24 Hours a Day (Cómo vivir con veinticuatro horas al día)

Hace unos meses recibí un correo electrónico de la siempre dinámica Elena Rius en el que me invitaba a participar en la Arnold Bennett Bloggers Assembly, que tendría lugar allá por marzo. Como siempre, porque una es vaga por defecto y por instinto, lo primero que pensé fue en decir que no, en aludir a la falta de tiempo. Por eso ya sé que hay que dejar madurar un poco estas sugerencias, porque al final el interés por la lectura siempre pesa más, por suerte. Dije sí con mucho gusto (porque es difícil decirle que no a Elena Rius) y pensé que total, para marzo faltaban siglos.

En mi cabeza, que últimamente entiende el concepto de calendario y tiempo pero no parece procesarlo, a finales de febrero seguían faltando siglos para el 27 de marzo. "Aún hay tiempo de sobra para lo de Arnold Bennett". Menos mal que Manuel sí que comprende el concepto de calendario y, como yo le había propuesto ver Piccadilly, la película muda cuyo guión es de Arnold Bennett, me sentó a verla a un tiempo prudencial para que me diera tiempo a escribir esto con calma. Si fuera por mí sola sería un cliché andante de lo que el mismísimo señor Bennett decía al comienzo de esta entrada. Así que lo primero que hago es darles las gracias a Elena Rius, a Manuel y al señor Arnold Bennett por tenerme aquí escribiendo esto (suena como si lo dijera con sorna, pero no es así).


Un viernes por la noche nos sentábamos a ver Piccadilly, una película muda de 1929. Y yo comía pipas porque era eso o la garantía de quedarme dormida a pesar de lo bien o mal que pudiera estar la película en sí. Comí pipas hasta hartarme y cuando me harté comí helado hasta que se acabó la película, lo confieso.

Manuel es un entusiasta del cine mudo que se reía de mí diciendo que sería, ¿qué, la cuarta película muda que yo veía en la vida? Después de aclarar si las películas familiares con tomavistas contaban y, como al parecer no, dije que entonces debía de ser la quinta, puesto que las sesiones de proyección de películas familiares siempre solían incluir una de Charlot (que se iba reduciendo, puesto que era el conejillo de indias para comprobar que el proyector funcionaba bien y no tenía el día de romper rollos de celuloide. Todo muy analógico, me siento como hubiera podido actuar de extra en Piccadilly en 1929, pero hablo de finales de los años ochenta y principios de los noventa). Él está curtido y las disfruta, pero yo comentaba al principio que el cine de mudo es muy difícil de ver. No sólo no te permite estar algo distraído con el fin de no quedarte frito, sino que es un lenguaje cinematográfico totalmente diferente. Es difícil saber si una película muda te ha gustado o no, porque no la puedes juzgar en base a nada de lo que conoces (salvo que conozcas bien el cine mudo, obviamente).

En 1929, el cine mudo ya tenía sentencia de muerte firmada por el cine sonoro. En 1929, el cine mudo ya no era tan rudimentario como parece que siempre suena. De hecho, Piccadilly es curiosa porque cada ambiente está tintado de un color, cosa que yo no había visto ni imaginado en mis cinco películas mudas anteriores pero que me pareció una idea llamativa.



Además, la película me pareció curiosa por tener como protagonista a una chica de aspecto asiático que no es otra que para los entendidos la nada desconocida Anna May Wong, en realidad americana. Harta de estar encasillada debido a su aspecto, Piccadilly forma parte de unas cuantas películas que rodó en Europa con la intención de diversificarse. Y de hecho Piccadilly fue su última película muda. Desconozco si cumplió su objetivo europeo, pero en Piccadilly de nuevo la censura puso cortapisas a un beso entre una asiática y un blanco. Por suerte hay una especie de justicia poética - que será muy poética pero siempre se hace esperar - en todo esto, tanto para Arnold Bennett como para Anna May Wong: después de años de estar perdida en el olvido, el British Film Institute la restauró y con ella también la reputación de la actriz. Hay quien considera Piccadilly la mejor película de su carrera.

Por otra parte, ¿alguien viendo esta imagen afirmaría sin dudarlo que es 1929? Anna May Wong nos sorprendió por algo que no sé si llamar modernidad o atemporalidad, pero que desde luego no es la idea que tengo de 1929:


Por lo que comentaba más arriba del lenguaje diferente y demás, resumir una película muda tiende a resultar muy simplón, pero ya que se trata de homenajear al autor del guión, Arnold Bennett, comentaré que cuenta la historia de una sala de noche donde baila una pareja estrella. El hombre decide emigrar a buscar suerte en América (el recorrido opuesto a Wong) y, pese a su ambición y su orgullo, la bailarina en solitario no tiene tanto tirón, a pesar de contar con el respaldo personal y amoroso del encargado. Mientras tanto, el encargado despide a una trabajadora de la cocina, Anna May Wong que tiene el poco agraciado nombre ficticio de Shosho, por bailar en sus horas de trabajo en la cocina. Otra de las trabajadoras, con más visión que el encargado, le pide que le dé una oportunidad sobre el escenario. Y, por supuesto, la bailarina asiática conquista al público, a la crítica y al encargado mismo, para horror de la bailarina local.

Es una historia que choca con muchos límites, sobre todo si se tiene en cuenta la época. Los límites que los, en este caso, ingleses, están dispuestos a marcar y a ceder (al final visto el hecho de que la censura cortó un beso entre inglés y asiática, la propia película y su proyección en la realidad están muy próximas), los límites que la comunidad asiática está dispuesta a flexibilizar, los límites profesionales, personales y sociales, etc. Son todos estos límites los que encuadran la historia a modo de cuerdas tensadas. Y está claro que la cosa no puede acabar bien. ¿Pero cuál es la cuerda que termina por romperse?

En fin, una película curiosa, no sólo por la propia historia de Arnold Bennett, sino por la historia que la acompaña.

Arnold Bennett, a juzgar por su obra en su página de la wikipedia, hacía caso de sus consejos y era un autor prolífico (¡pero si tiene hasta una ópera!), de modo que Manuel, que si no es completista no es nada, aprovechó para indagar acerca de las adaptaciones de su obra. Hay bastantes pero, por desgracia, muchas o son inencontrables o se sabe que están perdidas. De momento hemos visto His Double Life (de 1933), basada en su novela Buried Alive, y que es graciosa y agobiante a partes iguales. Y nos quedan Holy Matrimony (1943), basada de nuevo en Buried Alive, y The Promoter/The Card (1952, con Alec Guinness) Pero estas, al sólo estar basadas en su obra parecen menos relevantes que Piccadilly, con guión propio.

No puedo acabar sin darles de nuevo las gracias a los organizadores de este encuentro alrededor de la figura de Arnold Bennett por invitarme tanto a participar como, más importante aun, a conocer más acerca de este autor (etc.) que hasta hace unos meses no era más que un nombre remoto.

jueves, 14 de marzo de 2013

Destino:

Esta Semana Santa (es decir, dentro de unos diez días) volveremos a hacer este recorrido*.






















Las fotos son de la última vez que estuvimos en Haworth, el pueblecito de las Brontë, en marzo de 2011. Entonces un tal Mr X iba incluido en el pack y pataleaba como loco. Ahora, dos años después, es Héctor de pies a cabeza, sigue pataleando como loco al aire libre: camina, corre, grita, baila, dice algunas cosas y en general es un pequeño terremoto que se suele portar muy bien.

"Peregrinaje literario" es una expresión que me gusta porque realmente siento como si fuera el bautizo literario de Héctor: la versión pagano-literaria de llevar a los niños a que los bendiga un santo. Veremos qué tiempo nos hace (la siempre variable previsión a diez días no es muy halagüeña) pero Héctor tiene y ha hecho ya uso de sus botas de lluvia compradas para la ocasión. Tengo ganas de verlo allí, de verlo subir por la escalera por la que todas las noches subían los Brontë para irse a dormir (imagino también que habrá que andar con ojo de que no se cargue el reloj de pie que el padre ponía en hora cada noche de camino a la cama, que está situado en el rellano), de soltarlo a correr por los páramos por los que ellos corrieron, de encontrarse en el mismo espacio que una familia de la que no sabe nada todavía pero de la que quiera o no terminará sabiendo mucho, aunque sólo sea por vivir en esta casa con estos padres.

Y ahora una pequeña solicitud de ayuda: allí nos reuniremos un rato con nuestros amigos Sarah y Steve y, como siempre, me gustaría llevarlos algún detallito. Y, como siempre, no se me ocurre nada. El vino no les disgusta pero la última vez ya les llevamos un par de botellas y repetir parece un poco cansino. ¿Alguna idea de un detallito para ambos, por farvor? Es que he llegado ya a un punto de sequía mental en que la broma de Manuel de llevarles una sevillana y/o torero para encima de la televisión empieza a parecerme buena idea. ¡Gracias!

* Más o menos, que la calle que lleva de la iglesia a la casa-museo está en obras y hay que dar un pequeño rodeo.

domingo, 10 de marzo de 2013

Reyes leridanos



Seguro que cualquiera que haya seguido este blog con cierta regularidad y haya ojeado los comentarios alguna vez, reconoce el nombre de Mar con su icono de Alicia en el País de las maravillas (al menos a mí es a lo que me ha recordado siempre). Mar yo yo no nos conocemos de nada en realidad: nosotros visitamos su ciudad una Semana santa lluviosa y ella visita alguna que otra vez Barcelona y, si puede, aprovecha para tomarse un frappuccino en el Starbucks más cercano (quién no), pero nunca hemos coincidido. Mar, de siempre, ha dejado comentarios amables y agradables en este blog (como el 99% de los comentarios; tengo suerte) así que cuando nació su pequeña Ares no pude resistirme a enviarle un detallito, que ella devolvió con creces en un envío posterior. Cosas de los blogs.

Lo que ya fue demasiado fue cuando, en Navidad, me avisó para que estuviera al tanto del buzón de casa. Al final, y pidiendo disculpas por haberse retrasado por haber estado con gripe (!), Mar nos envío todo esto de la foto a mediados de enero. Una persona que vive en Lleida y a la que nunca hemos visto se tomó la molestia de enviarnos todo lo de arriba: un cuaderno y un bloc de notas (desde que llegó junto al teléfono y haciendo buen servicio) de una de las muñequitas de Gorjuss subida en una pila de libros (no se parece a mí: yo estoy sepultada bajo ellos). Unos puzzles para Héctor, que siempre está encantado de recibir juguetes. Y unos deliciosos dulces locales llamados Granados (en honor a Enric Granados) que, a causa de la gripe, Mar tuvo que ir y encargar de nuevo, para Manuel que, por suerte, compartió conmigo. No sabíamos de su existencia cuando visitamos Lleida bajo la lluvia o hubiéramos vuelto con un cargamento de ellos. En serio, cualquiera que visite Lleida no puede irse sin probarlos: están deliciosos. Nos pudo la gula y aunque nos duraron un par de días debo reconocer que preferí comerlos a fotografiarlos, cosa que ahora me parece fatal, puesto que pueden hacerse ambas cosas en el orden correcto.

En fin, que llevo un mes con la idea de escribir esta entrada y nunca lo conseguía. Pero, Mar, en serio, una vez más, muchísimas gracias.