Por fin llega uno de los sitios de los que más ganas tenía de hablar y uno de los sitios a los que más ganas teníamos de ir. Tanto es así que creo que en el plan original Shakespeare & Company tenía su hueco correspondiente a los tres días de haber llegado o algo así. En realidad, en la placita de delante de Notre-Dame decidimos que estábamos a un tiro de piedra y que podíamos acercarnos después de la Sainte-Chapelle, aunque conllevara desandar un poco de lo ya andado. Y definitivamente creo que mereció muchísimo la pena.
Puede que no sea la Torre Eiffel, que no sea el Louvre pero definitivamente junto con Orsay, con los macarons y con alguna otra cosa de la que aún no he hablado fue de nuestras cosas preferidas de París. Nada de París bien vale un misa, no: París bien vale una visita a Shakespeare & Company.
Ya digo que no es el Louvre, pero Shakespeare & Company es una institución en sí misma y tiene muchos visitantes, como se comprueba rápidamente en el interior cuando hay que apartarse constantemente para dejar pasar, decir "oops" al chocarte con la gente o esperar para poder ver bien el trocito de estantería que te interesa. Por suerte, y a diferencia del Louvre, Shakespeare & Company ha sabido conservar un espíritu digno.
Y llevo tres párrafos en los que apenas he dicho nada. Pero no es fácil. ¿Cómo describes un sitio del que esperas muchísimo y que luego resultar ser todavía mucho más? ¿Cómo describes un sitio que, desde el primer momento en que lo atisbas de lejos ya es la personificación de la librería acogedora por excelencia? Con sus sillas y banquitos en el exterior, sus cajas, librerías pequeñas, mesas y cualquier cosa que pueda sujetar libros dispuestos delante de la propia librería para que, lo quieras o no, te sea imposible pasar de largo sin mirar qué hay en esta caja o en aquella segunda balda de la estantería. Con su ventana del piso de arriba abierta de par en par y adornada por una florecillas rojas.
Estás fuera y cuesta decidirse a entrar. Pero una vez dentro lo que cuesta es salir (Manuel puede dar fe de lo mucho que costó sacarme de allí, y eso que él también se tomó su tiempo). Quieres quedarte ahí para siempre porque por más que pienses que has mirado todas las estanterías posibles y has repasado en ellas las listas de libros buscados y además encontrado algún libro que ni tan siquiera buscabas siempre descubres otra estantería más casi pegada al techo o escondida en un recoveco y así ¿cómo vas a querer salir si sabes seguro que te estás dejando verdaderas joyas que buscas y que buscarás?
Y eso en cuanto a libros, porque para amenizar y distraer la vista tienes todo tipo de cachivaches: relojes antiguos, butacas antiguas sacadas de una sala de cine, lámparas y un largo etcétera de curiosidades. Y una especie de fuente central sin agua en la que la gente echa monedas, supongo que, como en los buenos sitios, para asegurarse volver algún día. Y escaleras y banquetas por las que subir y escalar hasta llegar al techo altísimo si uno se atreve. Y libros y más libros en todos los sitios imaginables e inimaginables. Y tú, por supuesto, con las manos cada vez más llenas.
Manuel y yo pululábamos como es probable que haga el resto de la gente. La librería es adorablemente caótica y tus pensamientos se vuelven caóticos también. En lo alto de la escalera de la primera sección de ficción recuerdas que querías buscar tal biografía, te bajas procurando no caerte encima de nadie y te diriges a biografía, que es un recoveco con encanto en el que hay que esperar turno para acceder si hay alguien más curioseando. Allí, tratando de dar con la biografía en cuestión, recuerdas otro libro de ficción que, según el orden alfabético, estará en el otro lado de ficción. Allá que vas, sorteando gente y libros y maniobrando y averiguando quién tiene prioridad de paso en los pasajes más estrechos. Y entonces te cruzas con un inconfundible lomo de la editorial Persephone y miras en general a ver si hay más, y vas de flor en flor consultando cuáles son, creyendo que los has visto todos y de pronto encontrando más, entre tanto recordando otro título que pierdes por el camino porque has visto tal otro.
En una de las idas y venidas Manuel y yo coincidimos delante de una misteriosa y angosta escalera. Yo estaba desbordadísima de títulos que quería mirar más los que me asaltaban por el camino, así que dejé que Manuel subiera y me contara qué había. Al rato bajó y me dijo que tenía que subir. Allá que fui. En la segunda planta lo primero que ves, porque ya se te ha acostumbrado la vista a ver un poco menos las pilas y pilas y montones de libros que hay por todas partes, es un cartel que dice muy amablemente que todos los libros que allí ves (y son muchísimos) no están a la venta, pero que estás en todo tu derecho de sentarte y leerlos allí. Hay libros muy curiosos, muy antiguos, dedicados por gente conocida y desconocida. Y hubo uno que me dio ganas de hacer justo eso a lo que invitaban: sentarme y leerlo allí. ¿O cómo se supone que debía reaccionar ante las galeradas del nuevo libro de Penelope Lively que acaba de ponerse a la venta sin yo saberlo en esos momentos y que además cuenta una irresistible historia familiar? Fue muy doloroso hojearlo y tener que devolverlo a su sitio.
Pero el dolor fue menos cuando llegamos a otra salita repleta de libros, con un banco largo acolchado donde había un chico tocando el piano y una chica en una especie de diván escuchándolo. Y nosotros sin saber si habíamos traspasado alguna frontera. Pero parece ser que en Shakespeare & Company no hay fronteras. Si hubiéramos querido nos podríamos haber sentado allí a leer a Penelope Lively o cualquiera de los miles de libros que no están a la venta.
Después nos enteramos un poco más de la historia de Shakespeare & Company, que tampoco tiene desperdicio alguno. Sylvia Beach, la famosa propietaria original, nunca tuvo su librería en la Rue de la Bûcherie, que es donde está esta. De hecho su Shakespeare & Company nada tuvo que ver con esta. La Shakespeare & Company de Sylvia Beach estaba en la Rue de l'Odéon y cerró en 1941, con la ocupación alemana, después de haberse convertido en toda una institución y de haber publicado el Ulysses de James Joyce.
Diez años después, un tal George Whitman abrió otra librería similar a la Shakespeare and Company original llamada Le Mistral que con el tiempo pasaría a llamarse Shakespeare & Company. George Whitman llevó lo que Sylvia Beach había empezado mucho más allá. Le dio más vida y la transformó de nuevo en una institución. George Whitman aún vive, pero hoy es su hija, Sylvia Beach Whitman, la que está a cargo de la tienda (luego vimos una foto suya en internet y Manuel dice que él la vio por la tienda. Grrr, yo me la perdí, los libros tenían toda mi atención).
Para mí, mejor incluso que los libros, la filosofía, el aspecto y lo acogedor de la librería es los relacionado con los famosos "tumbleweeds". Los "tumbleweeds" son escritores que pueden pedir que les acojan en la librería. Pueden vivir allí (dormir en cualquier sitio dentro de ella (si son autores ya publicados el alojamiento es ligeramente mejor, creo) y usar unas ducha públicas que hay por la zona) con dos condiciones: 1) que ayuden un par de horas al día en la tienda y 2) que lean un libro al día. Así tienes a "dependientes" entusiastas, que saben responder a muchas de las preguntas con facilidad, sin necesidad de recurrir a una base de datos ya de entrada, dispuestos a ayudar, a aconsejar, a dar conversación que además, puedes ver sentarse a la mínima fuera a leer su libro diario o sacarlo del bolsillo y ojearlo como pueden mientras van sacando de las cajas los recién llegados.
Salimos bien cargados, con la anécdota de si un libro nos costó "three" o fue "free". Y volvimos, por supuesto que volvimos el último día. Y volvimos a comprar y nos sellaron los libros con su logo y presenciamos una conversación de un chico que pedía ser un "tumbleweed", un refugiado de Shakespeare and Company. Nos sentamos fuera, curioseamos los libros expuestos fuera, picoteamos algunas galletas que teníamos en la mochila y una perrita negra cuya chapita decía que se llamaba Colette se nos acercó y quiso participar del "aperitivo", como ese parece ser el espíritu de la tienda, así lo hicimos e hicimos, nunca mejor dicho, muy buenas migas con ella.
El primer día nos pasamos después por la otra tienda de libros en inglés de la zona, Abbey Books, regentada por un señor canadiense. Tienda también curiosa, pero mucho más caótica y angosta, por lo que nos fue imposible encontrar nada. Y ambos días nos dedicamos a callejear por la zona. El primer día descubrimos que existía la posibilidad de comer, y comer bien, en París por menús de diez euros (o más, claro). Shakespeare and Company y la famosa Rive Gauche nos ayudaron a reconciliarnos con muchas cosas que nos "caían mal" de París. Toda una experiencia.