miércoles, 1 de julio de 2009

Nueva Babilonia

Ayer fue un día muy, muy largo. A las siete y media de la mañana estaba ya en la calle y no volví a casa hasta pasadas las once de la noche. Habrá quien esté acostumbrado a ese ritmo de vida y con unas horas entre medias mucho más cansadas que las mías de ayer y le parezca lo más normal del mundo, pero en mí no es lo habitual.

Y es que todo se junta: después de un día en que el teletrabajo se había convertido en trabajo a secas y se había vuelto de pronto inesperadamente interesante, Manuel y yo teníamos entradas para la sala 2 del Auditori a las ocho de la tarde. Cada uno llegaba, literalmente, desde un extremo pero, sin saberlo ni planearlo, coincidimos en el mismo metro y, al bajarnos de nuestros respectivos vagones, nos encontramos.

Lo que íbamos a ver era una de esas cosas a las que Manuel no puede resistirse y quiere que yo vaya también pero que al mismo tiempo piensa que no son para mí en absoluto. Y es cierto que lo de ayer, dicho en frío, no sonaba muy afín a mis gustos reducidos: Nueva Babilonia, una película soviética muda (estos dos últimos adjetivos me parecían tremendos, más aun juntos) de 1929 sobre la Comuna de París con música compuesta por Shostakóvich. Si a eso se le suma mi día atípico, Manuel daba por hecho que yo me quedaría frita en la butaca.

Pero los dos nos llevamos una sorpresa cuando no sólo no me dormí sino que además me gustó la película. Muy soviética ella, muy defensora del comunismo, claro, pero con unos actores desconocidos que dejaban, curiosamente, sin palabras también y, sobre todo, una música en vivo y en directo espectacular y muy bien sincronizada con las imágenes (que no puede ser fácil de conseguir). Además el trasfondo era París, claro, porque ya estamos en esa fase de antes de las vacaciones en que queramos o no, todo trata, de repente, del lugar al que vamos de vacaciones (ya pasó también con Nueva York). No es que saliese demasiado - lo más reconocible eran las famosas gárgolas de Notre-Dame - pero el caso es que ahí estaba.

Desde que nos habíamos encontrado en el metro por arte de magia yo aseguraba que no estaba especialmente cansada (es lo que tienen la fama - y la realidad - de ser vaga), pero creo que eso sólo era aplicable mientras estaba en marcha. Fue llegar a casa, organizar un poco, coger el libro para leer en el sofá (porque es cierto que está interesantísimo y, a pesar de lo gordo, me había acompañado todo el día), leer creo que un par de páginas y... quedarme como un tronco.

5 comentarios:

  1. Una película soviética muda... a pesar de tu recomendación, me sigue sonando tremenda. :-)

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  2. Últimamente no puedo dedicar tanto tiempo al blog como me gustaría...por ello, tengo entradas tuyas retrasadas sin leer y esta la ha leído rápidamente (shhhhh...ahora estoy en el trabajo, en un hueco) pero me ha gustado mucho lo que cuentas de encontraros en el tren...y luego disfrutar de una peli que no sabías que te podría gustar. Hubo una época en mi vida que todo era cine independiente (imagino que está peli lo será...ya me dirás). Intentaré hacerme con ella para verla. Gracias por la recomendación!!
    Un abrazo!! Y qué tengas buen día!!

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  3. Elvira: jijiji... lo sé, lo sé.

    María: bueno, no te preocupes. En cualquier caso te agradezco mucho la visita :) Lo que no sé es si en la Rusia de los años 20 se puede hablar de cine independiente o no... Y tampoco sé si verla en casa sin la música sería lo mismo. Pero bueno, que si te animas a verla ya contarás.

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  4. es que mientras vas haciendo no te das cuenta de lo cansadísima que estás o al menos no tanto, pero en cuanto te sientas, adiós!

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  5. Sí, eso fue lo que pasó. Da un poco de rabia.

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