martes, 31 de marzo de 2009

Tea with Mr Rochester, de Frances Towers

Hoy se cumplen 154 años de la muerte de Charlotte Brontë y siempre me gusta conmemorarlo con un libro suyo entre manos y este año llego a la cita por los pelos ya que hasta ayer estaba inmersa en mi lectura anterior que, en cualquier caso, tenía cierto aire Brontë, al menos en el título.

Hace no mucho descubrí, por casualidad, como se descubren casi todos los libros, la existencia de un libro llamado Tea with Mr Rochester, escrito por una tal Frances Towers. Me sorprendió y ahí se quedó la cosa. Eran días pre-obsesión Persephone (que lo tiene editado) y lo apunté en mi lista y así quedó la cosa durante un tiempo hasta que fui a Hibernian Books y, sorpresa, la primera edición en tapa blanda de 1952 (el libro se había publicado por primera vez en 1949) me esperaba allí. ¿Con ese título quién podía resistirse?

Lo instalé en la librería hasta hace unos días en que buscaba algo no muy gordo para leer entre Música blanca y la lectura Brontë obligada y con la conexión Brontë, la conexión Persephone, la portada retro y el tamaño finito me conquistó en unos pocos segundos.

No es una novela, sino una colección de historias cortas. Y yo tengo una relación espinosa con las historias cortas: las hay que me gustan mucho y las hay que no me gustan nada, estas últimas suelen ser esas que son para gente inteligentísima que saca las conclusiones más historiadas de unas historias que a mí me dejan siempre rascándome la cabeza con cara confusa y un poco de decepción. Las que a mí me gustan mucho son las que tienen - al menos en cierta medida - principio y final; a veces finales un poco más abiertos, no tengo nada en contra de eso. Y también suele reservarme las colecciones de historias cortas para los viajes. La gratificación instantánea y las interrupciones entre historia e historia son lo mejor para esperas en aeropuertos y demás. Pero este pobre libro no está ya para esos trotes.

La segunda de las catorce historias, Tea with Mr Rochester, es la que da título a este conjunto impresionante de historias cortas. Cada vez que leía una, desde la primera hasta la última, trataba de hacer un ranking mental de mis historias preferidas pero era incapaz, había tantos cambios, tantos ascensos directos que me perdí. Y mejor así porque desde luego soy incapaz de quedarme con niguna, ni siquiera puedo utilizar la conexión Brontë para enchufar a la de Mr Rochester, y además es que no es ni siquiera la única que menciona algo relacionado con las Brontë.

Todas las historias, en realidad, tienen puntos en común. La mayoría están ambientadas en los años cuarenta, en unas la guerra es más evidente que en otras. Todas son muy caseras, aunque también con un toque de irrealidad, no hay grandes acontecimientos ni grandes dramas y aspavientos, lo que no implica que no haya grandes sorpresas, pero cada una es una pequeña joya en la que casi siempre hay alguien que sabe perfectamente cuál será el tipo de té que el invitado medio-desconocido preferirá, por ejemplo. Y lo mejor es que a pesar de tener más de cincuenta años tratan tanto de las pequeñas cosas que son universales y válidas incluso a día de hoy en otro país.

El estilo de Frances Towers impresiona por la facilidad con que, en una frase, dice lo que en cualquier novela se tardaría en explicar páginas y páginas. Pero es que no son frases cualquiera, son frases de metáforas, de comparaciones, de pequeños rasgos de personalidad que lo dicen todo mejor que esas muchas páginas. Y siempre manteniendo el fino sentido del humor británico.

Frances Towers, sin embargo, no pudo disfrutar del éxito que fue su pequeño libro. Después de haber ido compatibilizando la escritura con su trabajo, primero, en el Banco de Inglaterra y después como profesora, murió de pneumonía el día de Año Nuevo de 1948, un año antes de que se publicara su libro (lo que no me queda claro es si el libro estaba ya en marcha o alguien se encargó de tomar la decisión después). La crítica, al menos las reseñas (siempre buenas, como ahora, claro) que se citan en mi libro, lo ponen por las nubes al tiempo que se lamentan de no poder esperar más historias de esta autora. Y no es para menos.

El caso es que ahí estaba yo con mi libro, tomando té dos veces al día y esperando a que el señor Rochester llegara. Y nada, nunca apareció. Más le vale tener una buena excusa para no haber venido, como que se ha caído del caballo o que se le ha incendiado la casa por lo menos. Hay que ver qué desaire.

Claro que yo no soy como los personajes de Frances Towers que siempre saben qué té servir y no tengo ni idea de cuál sería el té ideal para el señor Rochester...

lunes, 30 de marzo de 2009

Pan de jamón y queso

Que no sólo de dulces vive el hombre, y menos aun si tiene una extraña fobia a la harina caducada.

Y es que a pesar de que esta receta (como siempre, si alguien la quiere que la pida) de - también - Delicias al horno no encajaba en un sábado de repostería a mí me apetecía desde el primer día que la vi. Y si a eso se le añade que lleva harina de fuerza, se convierte instantáneamente en una de mis recetas con las que experimentar favoritas del momento.

Así que aunque he tenido que manejarme sin Manuel y sus medidas exactas y el intercambio de opiniones en momentos clave y he tenido que seguir adelante con mis "oops, quizá la rayita del 20 en la balanza era la anterior y no esa" y mis "¿lo saco ya del horno o no?" el resultado final ha sido muy positivo, creo yo.

La pinta es buena y el sabor también. Y pese a tener la mala suerte fotográfica de que justo el trozo que he partido para la foto ha salido sin jamón, juro y perjuro que el jamón abunda pero yo estaba demasiado llena como para partir otro trozo y quedar bien. Tendréis que confiar en mi palabra.

Editado al día siguiente para dar fe de que el pan tenía jamón y que el jamón flotó:

Persephone en el buzón

Parece que con la entrada del viernes llamé a la suerte. O mejor dicho, la suerte llamó a mi puerta, porque el cartero dejó un encantador paquetito procedente de la editorial Persephone.

Contenía la revista bianual de la editorial, un catálogo que es como la web pero en papel (o sea, mucho mejor, porque realmente lo puedes hojear en cualquier momento), un punto de lectura y una carta.

Aún no he tenido tiempo de hojear la revista en profundidad (sólo de pasar las páginas una y otra vez y olerlas; tengo esa debilidad: huelo los libros y demás combinaciones de tinta y papel) pero mejor así porque sé que en cualquier momento me puedo dar un pequeño festín.

Lo que aún no me ha quedado claro es si ya me van a mandar todos los números a partir de ahora o sólo dos más si no me decido a comprar ningún libro a través de ellos (yo no tengo problemas en comprar libros Persephone pero puestos a elegir preferiría hacerlo a través de The Book Depository y ahorrarme los gastos de envío, la verdad) ya que en unos sitios dicen una cosa y en otros la otra. Ya veremos. De momento tengo entretenimiento para un buen rato.

domingo, 29 de marzo de 2009

Bizcocho de almendra y naranja

Pasaré un poco por alto lo desconcertante que es que a esta hora siga habiendo tanta luz y entraré en materia directamente. Seguimos en el empeño de gastar la harina de fuerza antes de que caduque en breve, pero aún nos queda aproximadamente medio kilo. Qué estrés.

Así que ahora, a la hora de decidir a qué postre dedicaremos la repostería del sábado no miramos más ingredientes que si lleva harina de fuerza o no y cuánta. Por suerte, Delicias al horno tiene un montón de recetas muy tentadoras. La de ayer: bizcocho de almendra y naranja (aunque también lleva un limón que estoy segura que se siente discriminado el pobre). Si alguien quiere la receta que la pida y se la paso encantada.

Ayer no tuve que incubar ya que fue nuestro primer bizcocho que, en lugar de levadura lleva claras a punto de nieve (¡que batí a pulso pensando, no sé por qué, que era como debía hacerse! Luego la asesora culinaria me aclaró que no, que desde que existen unas fantásticas varillas que se unen a la batidora la gente normal monta así las claras). Así que después de dejar todas las superficies disponibles (y algún que otro recoveco inaccesible también) de la cocina cubiertas por una pegajosa capa de zumo de naranja y/o limón metimos por fin el bizcocho al horno y la pituitaria se dio un auténtico festín.

Mientras disfrutábamos de telehorno decidí improvisar un poco en el campo de la decoración y me dediqué a recortar estrellitas para adornar luego la parte de encima del bizcocho. Así lo hice, sin darme cuenta de que el azúcar glass habría destacado mucho más (como me hizo notar Manuel una vez hechas las estrellitas de canela). Aprenderé de mis errores, pero creo que para el primer intento no está mal. Manuel, mientras yo recortaba concentrada, se preguntaba si nuestro bizcocho terminaría saliendo en Cake Wrecks (página dedicada a poner fotos de tartas desastrosas, salvo los domingos, que hacen justo contrario y ponen fotos de tartas espectaculares) pero confío en que la cosa no sea para tanto.

Cuando después de cenar probamos un poquito nos gustó aunque la encontramos un pelín ácida. Puede que nuestras naranjas y/o limón fueran especialmente ácidos, no sé, pero tampoco es para quejarse demasiado. Ayer dije que si tenía que elegir creía que me quedaba con el de naranja que hicimos hace un tiempo. Peeeeero...

Pero hoy para desayunar hemos completado la receta con el acompañamiento sugerido: nata montada (que he montado con las varillas eléctricas; aprendo de mis errores), azúcar, ralladura de una de las dos naranjas y canela. Y debo decir que tomada junto al bizcocho está deliciosa, para chuparse los dedos, de hecho. Es más, creo que hubiera podido prescindir del bizcocho de haber tenido que elegir.

Hoy con el cambio de hora estamos un poco perdidos así que la plancha, las aceitunas y la película han ido con un poco de desfase. La película de hoy era Mr Deeds Goes to Town (El secreto de vivir), cuyo título en español encuentro rarísimo. Protagonizada por Gary Cooper y Jean Arthur en 1936 y un poco más seria, aunque con escenas muy divertidas, que las que hemos visto otros domingos. El trasfondo es muy New Deal. Hacia el final tiene unos momentos de una tensión horrible y por más que Manuel decía que siendo de Frank Capra no podía acabar mal yo no me lo terminaba de creer.

Pero al final... bueno, hay que verla entera, porque está muy bien.

viernes, 27 de marzo de 2009

En la cesta de Laura Jesson

No se pueden dejar entradas a medio hacer para sacar "un día de estos" porque luego languidecen en la recámara y a medida que avanzan los días se nota cómo se les va pasando el arroz. Así que el origen (que fue únicamente la cita copiada y traducida) de esta entrada se remonta a los días en que leía Among the Bohemians, de Virginia Nicholson.

En el libro se mencionaba brevemente uno que se encuentra en mi enorme wishlist desde hace tiempo pero que nunca termino de decidirme a comprar porque, aunque tiene buena pinta y aunque he leído buenas críticas, me da miedo que luego sea un poco demasiado académico y que entonces me aburra mortalmente. Manuel puede dar fe de que cuando llega Brontë Studies - con artículos más o menos académicos sobre las Brontë - huyo de aquellos que parecen tesis doctorales con lenguaje rimbombante para decir las cosas más sencillas y que estudian cosas como "'This Shattered Prison': Confinement, Control And Gender in Wuthering Heights". Soy consciente de que esos son los verdaderamente buenos pero yo prefiero los que se quedan más a pie de calle. Por suerte, Manuel lee Brontë Studies desde la primera mayúscula hasta el último punto y luego me hace un resumen de los que yo me he negado a leer (y en algunos casos intento hacer el esfuerzo porque el tema en sí no está mal pero el estilo me pierde por el camino) que por desgracia para mí, desde que hay una editora nueva, son más que antes.

El caso es que siempre dudo si A Very Great Profession, de Nicola Beauman será en esa línea o será en la línea amena que cuenta lo mismo en vocabulario sencillo para los pobres mortales como yo que no saben apreciar las bondades de las frases retorcidas y complicadas llenas de palabras largas con sufijos y prefijos. La premisa del libro no me disgusta: un análisis de las novelas inglesas escritas por las mujeres en el periodo de entreguerras. Ahora que me gusta y me interesa tanto esa época de nuevo me pica la curiosidad. Además la autora, Nicola Beauman, es la fundadora de la editorial Persephone, dedicada a rescatar del olvido libros de esas características precisamente, cuya página no hay día que no visite llevada de una forma u otra hasta ella para descubrir un libro tentador detrás de otro.

Antes de encontrarme con la cita que pondré más abajo y en una de las muchas, muchísimas visitas a la página de Persephone le había estado hablando a Manuel de las maravillas de esa editorial. A Manuel todo le parecía cuanto menos curioso hasta que le leí su leitmotiv: ficción y no-ficción olvidada escrita por mujeres, para mujeres y sobre mujeres. Rápidamente me apresuré a a aclarar que también tienen publicado algún libro escrito por hombres como Leonard Woolf pero ya lo había perdido. Y es cierto que no lo termino de encontrar acertado yo tampoco.

Así que días después, cuando me encontré la siguiente cita en Among the Bohemians, no pude evitar pasársela a Manuel y nos dio pie a un debate. Manuel no terminó de estar de acuerdo y, sin embargo, yo la creo a pies juntillas. Ya me indigné aquí una vez sobre cómo los grandes de la literatura suelen ser escritorES y no hay más que mirar alguna lista de esas de mejores libros de todos los tiempos para ver que la mayoría están firmados por hombres. No tengo nada en contra de que uno tenga tendencia a leer más lo escrito por hombres que por mujeres (en mi caso la balanza se inclina hasta casi romperse hacia el lado de las escritorAS). Ya de por sí esas listas no me gustan porque suelen sonar a hueco en el sentido de que me parece de que van en la línea de "si siempre se ha dicho que eran buenas será por algo, para qué me voy a molestar en comprobarlo por mí mismo".

¿Un ejemplo anterior al de la época de entreguerras? Dices que tu autor preferido es Dickens y quedas, aunque el interlocutor no haya leído ni una palabra escrita por él, razonablemente bien. "Dickens, por Dios, sí". Dices Charlotte Brontë y te encuentras con un gesto extraño que, traducido, quiere decir "ah, sí, novela rosa". Y si parezco exagerada basta con un vistazo al artículo de la wikipedia sobre "novela romántica" (siempre confundiendo romántico y Romántico), que no es más que un batiburrillo de Brontë, Austen, Bridget Jones, Danielle Steel y demás autorAS, no hay ni un hombre) y que en mi opinión es como juntar en un artículo a Dickens, a Kerouac, a Hardy, a Salinger, a Dan Brown y a Terry Pratchett porque, digo yo, si son hombres, escribirán sobre lo mismo.

Sin más, dejo aquí la cita que ha dado lugar a esta entrada que, para estar con el arroz un poco pasado, me ha dado mucho más juego del que esperaba cuando empecé.

In her illuminating study of early twentieth-century women's fiction, A Very Great Profession (1983), Nicola Beauman makes a convincing case for domesticity as a fruitful topic for the novel, in that it touches on preoccupations that are of absorbing interest to a female audience. She points out that a tradition of male-dominated criticism has expelled works that depict the everyday details of women's lives from the canon of durable art. Today the clichéd sneer 'Aga-saga' still attaches with regrettable ease to works of fiction which dwell on the trivia of life. Nicola Beauman speaks for many women who are left cold by 'important issues', and seek 'with a desperate and almost perverted yearning for a mere crumb of everyday reality', something with which they can wholeheartedly identify.

En su esclarecedor estudio de la ficción femenina de principios del siglo XX, A Very Great Profession (1983), Nicola Beauman defiende convincentemente que la vida hogareña es un tema fructífero para la novela puesto que trata asuntos de gran interés para el público femenino. Señala que la tradición de crítica literaria dominada por la perspectiva masculina ha excluído del canon de arte duradero aquellas obras que reflejan los detalles cotidianos de las vidas de las mujeres. A día de hoy, el despectivo cliché "Aga-saga"* todavía se atribuye con una lamentable facilidad a las obras de ficción que versan sobre las trivialidades de la vida. Nicola Beauman habla por muchas mujeres a las que los "asuntos importantes" les dejan frías y que buscan "con un anhelo desesperado, casi enfermizo, una pequeña dosis de realidad cotidiana", algo con lo que poder identificarse por completo. (Traducción cutre y rápida mía)

*No me he visto capaz de traducir eso, en gran medida por lo bien que suena. Aga es una marca de cocinas "tradicionales" y carísimas.

La foto, por cierto, es de
Brief Encounter (Breve encuentro), película de 1945 que dio pie a Nicola Beauman a preguntarse qué libros llevaría Laura Jesson, interpretada por Celia Johnson, en su cesta. Tengo pendiente ver esta película desde hace muchísimo, por cierto.

jueves, 26 de marzo de 2009

The Victorians

Ya conté que en Londres nos encantó ver el programa de Jeremy Paxman sobre los victorianos y cuánto me gustó el libro complementario. No pierdo ocasión de recordarle abiertamente a Manuel que él mismo dijo que es un libro para regalar.

Entre recordatorio y recordatorio nos las ingeniamos para ver el resto de episodios. El que habíamos visto en Londres era el segundo y el tercero y el cuarto los vimos poco después de su emisión en Inglaterra (ni esperar a dejarlos para Noche de viernes ni nada), siempre sabiendo que teníamos pendiente el primero de todos. Al final este primer episodio nos vino que ni pintado para desengancharnos poco a poco cuando nos enteramos de que el cuarto episodio había sido el último, cosa que ignorábamos. Lo cierto es que podríamos visto el programa durante tantos años como estuvo la Reina Victoria aposentada en el trono (63 años).

El programa surge de una idea curiosa. Jeremy Paxman, que siempre suele ser tan crítico y tan cínico con su país y todo lo relacionado con él, se dio cuenta de que puede que los cuadros de la época victoriana no se consideren grandes obras de arte pero que tengan un valor diferente al relacionado con la ejecución, originalidad y demás. Y es que, si hay algo que los ingleses (generalizando mucho, lo sé) no pueden resistir es contar una buena historia. Así, los cuadros sin excesivo valor artístico - aunque los hay muy bonitos para los que no somos entendidos - cobran valor como una especie de prensa gráfica de la época, contando más sobre los acontecimientos y realidades sociales de lo que pueda parecer en principio a través de pequeños detalles.

De modo que Jeremy Paxman repasa a grandes rasgos los principales acontecimientos de ese largo periodo de tiempo: las colonias, la revolución industrial, el ferrocarril, la sagrada vida familiar y los dobles raseros que conllevaba, la expansión de las ciudades, etc. Todo contado a través de los cuadros de la época y de visitas a sitios relacionados con lo que se narra en ese momento. Y todo contado, como no podía ser de otra forma, con el humor característico, aunque un poco menos cínico, de Jeremy Paxman.

63 años son muchos años para contar en cuatro episodios de una hora y por eso dejan ganas de más. Manuel, por ejemplo, siempre se quejaba de que iba dando tumbos: están contando una cosa y de repente saltan a otra que no tiene mucho que ver, pero es que el tiempo apremiaba. Yo no puedo ser nada crítica porque me gustaba tanto lo que se contaba y cómo que simplemente no tenía ojos para nada más.

Así que hace unos días me enteré de que los cuatro episodios salen en DVD en mayo... y, claro, ahora los indirectas directas a Manuel son sobre un pack libro + DVD de lo más apañado.

Y hablando de esta época resulta que The Young Victoria (traducida como ¿La joven Victoria? ¿La reina Victoria?) y que tanto promocionaban en Londres sí que se estrenará, supongo que a escala modesta, en España. La fecha: 30 de abril, según el IMDb.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Reinventando el infierno

Los -------- (apellido familiar escrito al más puro estilo novela Brontë) tenemos un gen que nos hace partirnos de risa en las situaciones más inesperadas. Mi madre y mi tía, sin ir más lejos, son conocidas por reírse sin parar después de una caída propia (no muy grave) en la calle o después de sentarse en el suelo y no poder levantarse más que con la ayuda de alguien. Es cuando les van a ayudar cuando se parten de risa y derivan el esfuerzo a las carcajadas.

El gen me ha salido a relucir hoy cuando he reinventado mi idea del infierno. Porque no es un pozo lleno de fuego, que diría la pequeña Jane Eyre, sino una ancha avenida llena en obras donde el sol te da de cara y hace un viento huracanado que te alborota el pelo en todas las direcciones y te llena los ojos y las lentillas de tanta porquería de las obras que no puedes abrir los ojos que, a pesar de todo, te lloran sin parar y, cuando intentas hacer amago de abrirlos, el sol te deslumbra. Donde vas con una bolsa enorme y pesada en cada mano que, con el viento, se hinchan y tiran de ti, que no sabes dónde vas porque no ves nada, hacia delante. Donde tienes tantas ganas de llegar a un sitio resguardado que prefieres seguir caminando a ciegas con un miedo terrible a los incontables postes, farolas, señales y "esculturas" verticales que sabes que se están cruzando en tu camino.

Donde al final decides que así no puedes continuar, tienes que soltar las bolsas y confíar en que la cantidad increíble de cosas delicadas que llevas no se haga añicos al aterrizar o salir volando.

Donde por fin, en mitad de la nada, te paras.

Donde, rodeada de bolsas gigantes, con ojos llorosos y unos pelos que hubieran sido la envidia de cualquier fashion victim en los ochenta, te paras y te empiezas a reír sin poder parar, con lo cual lloras de porquería en los ojos y de risa pero por suerte no de desesperación. Donde imaginas, porque no puedes ver, a los transeúntes que rehúyen a esa chica loca.

Al final consigues recomponerte en todos los sentidos y concluyes que, bueno, puede que eso no sea el infierno pero que seguro, seguro, que en el infierno, combinado o no con el fuego, ahí ya no entras, hace mucho, mucho viento.

martes, 24 de marzo de 2009

Música blanca, de Cristina Cerezales Laforet

No termino de decidir si Música blanca, de Cristina Cerezales Laforet, que tanto me llamó la atención cuando me enteré de que existía, me ha decepcionado porque me esperaba mucho más de él o porque realmente, aunque se lea sin esperar nada, decepciona. El resultado es el mismo en cualquier caso. A medida que iba leyendo más páginas menos podía creerme lo que estaba leyendo.

El resumen que cuentan siempre es muy tentador: Cristina Cerezales Laforet repasa, con la ayuda de su madre, una enferma y ya mayor Carmen Laforet, y un álbum de fotografías que van viendo desde el final hacia el principio, la poco conocida vida de la autora de Nada. La realidad es que efectivamente eso es parte del argumento, pero no lo único y no contado de la foma que cabría esperar.

El libro está escrito desde dos puntos de vista, el de la hija y el de la madre, que sufre una enfermedad degenerativa que nunca ha quedado claro si fue Alzheimer o no. Con lo cual el de la hija puede que sea real, mientras que el de la madre es imaginado. Con eso, en principio, no tengo problema.

Y antes de nada quiero dejar claro que todo lo que critico puede que esté hecho intencionalmente, pero el caso es que no me ha gustado y, al igual que con los motivos de la decepción, el resultado es el mismo. El problema con lo anterior de los dos puntos de vista es que el punto de vista de la hija está escrito en segunda persona (Manuel, cuando se lo conté, se partió de risa y cuando le leí algún trozo su cara fue un poema), algo poco habitual en la mayoría de las novelas salvo en esas de "elige tu propia aventura" con motivo, porque es muy incómodo de leer. Más de una vez leyendo el libro piensas que te vas a encontrar con un "si quieres ir a ver a tu madre a la residencia, ve a la página 34. Si quieres ir de viaje a la montaña, ve a la página 27. Si quieres realizar una actividad muy New Age, ve a la página 24". Básicamente porque esas son las principales cosas que hace la protagonista-hija.

Y es que yo seré una escéptica y todo lo que se quiera pero los libros con tufillo New Age/autoayuda (y este desde luego inaugura un nuevo género que mezcla la biografía y la autoayuda) me repelen sin poder evitarlo. Así que las sesiones de observación (sea lo que sea eso), los masajes energéticos, la energía que fluye en plan telepatía, la posición chi-mudra y demás me hacen arquear las cejas y pierden para mí cualquier toque de realidad. Me creo más el argumento loco de Alicia en el País de las Maravillas que cualquiera de esas cosas. Cada uno a lo suyo, eso está claro, pero a mí eso no me va y me pierde por el camino.

Aparte de eso, la vida de la hija así contada es de lo más repetitiva. De nuevo puede que esté hecho a propósito, la rutina contada así para darle un toque de realidad pero por escrito resulta agotador (sumado a la segunda persona leer un par de páginas era como correr una maratón: agotador), la hija va y viene de la residencia, la hija se va de vacaciones, la hija se levanta por la noche, la hija hace cosas muy espirituales, la hija recibe mensajes telepáticos biográficos de su madre que luego aclara en la nota al lector que son apuntes que dejó su madre, con lo cual nos podía haber ahorrado el asunto místico diciéndolo a las claras.

Por último el punto de vista de la hija me da también cierto repelús porque es muy autocomplaciente. Desde luego no tiene abuela y, no sé si real o no, da la sensación de que se cree la absoluta favorita (de cinco hermanos) de su madre. Puede que sea así, pero no sé si me gustaría leer el libro si fuera uno de los otros hermanos, sinceramente.

El punto de vista de la madre resulta un poco más interesante. Para empezar en la nota al lector se dice que muchos textos están sacados de cartas y papeles de Carmen Laforet, con lo cual, pese a ser unos pensamientos imaginados suenan muchas veces - no siempre - más reales que la vida real contada por la hija. De nuevo, como en La mujer nueva, a veces el misticismo y la religión y las experiencias religiosas me parecen excesivas, pero si Carmen Laforet se volvió así de repente habrá que aceptarlo.

Yo no soy muy estoica con los libros, si uno no me gusta no tengo problemas en dejarlo. Y este libro lo habría dejado bastante pronto de no haber sido por los pequeños comentarios biográficos (que era lo que a mí me interesaba cuando descubrí el libro) que van apareciendo y que desearía que hubieran sido más. Son muy breves pero muy interesantes, enfocados, en parte, a aclarar un poco las raíces de las obras de la autora y, de paso, a dejar ver un poco de la vida privada de esta mujer que rehuía la fama a toda costa.

Mención especial a la casualidad curiosa de la aparición de Gerald Brenan. Un bohemio del libro anterior del que Manuel y yo estuvimos hablando (se vino a vivir a España y hay alguna película suya) y que recibió a Carmen Laforet en su casa. Me resultó también curioso enterarme de que Liberto Rabal (al que ella, con mejor gusto, creo yo, llamaba Paquito) es nieto de Carmen Laforet. También me gustaría resaltar las críticas a la Editorial Destino - la habitual de Carmen Laforet - que es, de hecho, la que publica este libro que a veces no sé si ha pasado por los departamentos de edición y/o corrección.

En resumen, que aunque tengo la breve biografía de su hijo Agustín (aún si leer) y visto lo visto con este libro, creo que, de poder escribirse, la biografía si no definitiva sí un poco más completa de Carmen Laforet aún está por llegar. A fin de cuentas, creo que Música blanca lo ha escrito Cristina Cerezales Laforet más para ella y puede que para sus conocidos que para el gran público.

Y para que no todo sea malo me quedo con un fragmento, no sé si real de alguna carta o anotación personal o escrito por la hija ad hoc, en que Carmen Laforet piensa en Barcelona:

Cuando pensaba escribir una novela, veía siempre Barcelona. Nunca perdía para mí esa ciudad la fascinación que sentí al llegar a ella. La había recorrido a pie tantas veces, desde el ensanche hasta el puerto, los barrios antiguos y hasta el llamado barrio chino. Había rondado solitaria tantas veces por los alrededores de la catedral que tenían como un encanto mágico para mí lo mismo que Santa María del Mar y las Ramblas con sus puestos de flores y la plaza Real con sus palmeras... Barcelona tan luminosa en primavera, en invierno, en verano, la ciudad donde yo había llegado desde un clima eternamente primaveral y que me hizo descubrir las estaciones... Una novela de aventuras en Barcelona es lo que me ofrecía la imaginación.

Si a alguien le interesa una opinión un poco más positiva puede leer lo que escribió sobre este libro Rosa Montero.

lunes, 23 de marzo de 2009

Al natural

Este sábado, en lugar de esperar a que Manuel me trajera las florecillas habituales, me fui con él y me hice parte del ramillete yo misma. Eso sí, de todos los días soleados y de buena temperatura que ha hecho últimamente creo que elegí el peor y estuvo nublado la mayor parte del tiempo, hizo viento y más bien tiraba a fresquito.

Pero las muchísimas fotos que hice no quedaron mal del todo, así que he aquí una pequeña muestra de las flores, esta vez, con la excepción del ramillete, al natural:

domingo, 22 de marzo de 2009

Caracoles de canela

Resulta que el kilo de harina de fuerza que tenemos caduca a finales de abril. Y aunque supongo que lo de la caducidad tiene que ver más con la pérdida de fuerza que con otra cosa, Manuel y la asesora culinaria me contaron unas historias para no dormir relacionadas con harina vieja que me decidieron a dedicarnos únicamente a la repostería con harina de fuerza hasta que se gaste hasta el último gramo. Así que en esas estamos y de nuevo ayer me tocó incubar un rato.

La repostería elegida: caracoles de canela de, otra vez, el libro Delicias al horno, que incluye bastantes recetas con harina de fuerza (de ahí que cuando la compré me hiciera con más de lo debido).

Como a mí no me gustan las pasas y a Manuel sí, llegamos a un compromiso rellenando la mitad de los caracoles con las pasas tal y como indicaba la receta (que si alguien quiere que la pida) y la otra mitad de pepitas de chocolate. La receta recomendaba partir el rollo formado en doce unidades/caracoles. En las dos pruebas que yo hice sólo me salían 11, así que tuvo que ser Manuel el que partió y repartió. E hizo el milagro del pan y los peces, porque le salieron nada menos que 14 (una de ellas, de un extremo, sin relleno que resultó quedar buenísima y monísima a pesar de estar "vacía"). A estas horas quedan seis, diría que menos de chocolate que de pasas, pero prefiero no considerar la posibilidad de que las mías se terminen mientras a Manuel las suyas le duran más.

Por si les tenía poca manía a las pasas ayer me dio por "probar" una que se había desprendido de su bollito y se había hinchado como un globito dentro del horno. Cosas tontas que hace una: Manuel, a quien ya digo que le gustan, se negó a probar esa pasa carbonizada, reseca y pegajosa pero yo, que las aborrezco, me la metí en la boca sin dudarlo al más puro estilo Marmite. Baste decir que el sabor fue asqueroso y, lo peor, de lo más persistente. Por lo visto, según me dice, las pasas de dentro están buenas.

Lo peor de todo es que cada caracol, aparte de muy rico, es sorprendentemente ligero, con lo cual tienes que confiar más en tu fuerza de voluntad para dejar de comerlos y no en la sensación de "ufff, va a tener que venir la grúa a levantarme", siempre tan efectiva para dejar de comer de una vez.

He aquí un caracol que efectivamente, y sin hacerlo a propósito, quedó con forma de caracol.

Y la película dominical de hoy era Libeled Lady (Una mujer difamada) que nos ha hecho reír a carcajadas más de una vez, sobre todo en ciertas escenas de pesca. Una comedia de enredo que desde luego hace honor a su género porque, aunque fácil de seguir cuando se ve la película, cuenta con un argumento difícil de resumir.

viernes, 20 de marzo de 2009

Primavera

Hoy empieza la primavera a las 13:44.

En una de las muchas búsquedas provocadas por Among the Bohemians, me topé con este precioso cuadro de Vanessa Bell (hermana de Virginia Woolf y abuela de Virginia Nicholson, autora del libro). No soy una gran entusiasta de la primavera salvo en sus comienzos, pero la idea de la primavera suele gustarme, como en este cuadro de Carl Larsson que Elvira puso hace un par de días.

Pasado un tiempo la alergia, la astenia primaveral y el calor en aumento enseguida me hacen desear que llegue el frío de nuevo y poder así volver debajo de la manta. Creo que de hecho a la chica del cuadro le pasa lo mismo que a mí y lo que mira en el horizonte es cuánto falta para el invierno.

Pero los primeros días estoy muy en sintonía con los cuadros alegóricos y las descripciones poéticas, sí.

jueves, 19 de marzo de 2009

Among the Bohemians, de Virginia Nicholson

El año pasado me quedé tan satisfecha después de leer Singled Out (Ellas solas), de Virginia Nicholson que en cuanto vi que antes de ese había escrito otro libro no me lo pensé dos veces y me lancé a por él. Among the Bohemians estuvo esperando turno unos meses en la estantería hasta hace unos días en que ya no pude más: estaba deseando leerlo.

Y desde luego si hay alguien capacitado para escribir sobre los bohemios ingleses de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX esa es Virginia Nicholson. Aparte de las conexiones familiares iniciales (hija de Quentin Bell, nieta de Vanessa Bell, sobrina nieta de Virginia Woolf, sobrina política de 'Bunny' Garnett, descendiente de Rosalind Thornycroft y Noel Olivier con multitud de amigos del mundillo), está lo que demuestra también en Singled Out: que consigue que la no-ficción, el ensayo, no sea una cuesta arriba, una competición de palabras raras y una forma de presumir de lo mucho que se sabe. Ella lo hace lo más ameno del mundo, lo acompaña de citas que hacen que las palabras salten de la página y se hagan realidad. Una maravilla, vaya.

Muchos de los nombres anteriores seguro que no dicen nada. Lo mismo me pasaba a mí cuando empecé a leer. ¿Rosalind Thornycroft? ¿'Bunny' Garnett? Y he ahí lo complicado del libro y lo que Virginia Nicholson aclara. Los bohemios eran un grupo de gente que vivían por y para el arte (supuestamente) pero pocos de ellos, pese a que muchos se considereban genios, han pasado a la historia por sus obras (sí, por ejemplo, el pintor Augustus John que era el rey de Bohemia y que no tenía problemas en aumentar la población de ese país sin fronteras reales). Hay algunos conocidos, por supuesto, pero la mayoría de nombres, por lo menos a mí, al principio no dicen nada, de ahí que haya unas minibiografías de lo más apañadas en un apéndice. Para cuando acabas el libro no estás muy familiarizado con su obra (para eso está internet), sino con su forma de vida, que es, podría decirse, su verdadero legado.

El libro, en lugar de estar escrito cronológicamente, está organizado por temas: el dinero, la amistad, el amor, los hijos, los viajes... Y cada tema viene precedido por una breve introducción sobre cómo era la normalidad en ese sentido en la época. Así, por ejemplo, en el capítulo de los hijos, leemos la anécdota de un padre normal y corriente que se encuentra en el parque con unos niños y una niñera que le saludan desde lejos. Este hombre no tiene ni idea de quiénes son hasta que su acompañante le sugiere que quizás sean sus hijos. O el capítulo de la limpieza de la casa viene precedido por las recomendaciones a las amas de casa del libro-biblia del ama de casa de la época (unas recomendaciones que dan miedo). Así nos ponemos en situación porque aunque a día de hoy hay algunas "transgresiones" bohemias que siguen chocando hay otras, sin embargo, que ahora no suenan demasiado radicales. Pero es cuando se contrastan con lo normal en la época cuando te das cuenta tanto de lo radicales que eran en su día como de lo que les debes, sin saberlo, a los bohemios.

Como Singled Out, el libro está plagado de anécdotas contadas en primera persona que lo hacen todo mucho más real. De nuevo no son datos, no son cifras, son las palabras de una sola persona las que ayudan a conocer mejor la situación general (general dentro del grupo del que se habla, claro está). Los bohemios eran claramente una minoría, sin embargo eran una minoría ruidosa que no pasaba desapercibida. La revista Punch, no podía ser de otra forma, se reía de ellos.

Capítulo a capítulo vas conociendo mejor tanto al grupo como a los bohemios. Eso sí, hay dos subgrupos de bohemios. Están los muertos de hambre, los que cumplen a rajatabla la imagen estereotípica del artista que vive en el ático y apenas tiene para comer y que aunque venga de una familia de clase media ha roto los lazos con ellos. Y están los bohemios que son de clase media o superior y que no rompen lazos, que tienen dinero para comer y para pagar a uno o varios criados, que desde luego no viven en áticos sin muebles (a este grupo pertenecen la mayoría de los del grupo de Bloomsbury que incluía a Virginia Woolf). Pero bueno, sabes que en general son generosos, unos porque pueden y otros porque cuando ganan algo lo gastan como si pudieran. Hay quienes prefieren invertir la mayor parte de las ganancias en flores para el estudio en lugar de en comida, hay quienes en una noche se gastan todo lo que han ganado invitando a los presentes en el Café Royal (quizá el refugio bohemio por excelencia). Hay quienes tienen quebraderos de cabeza porque no se entienden con la cocinera y quienes viven a base de huevos, "la comida rápida de la naturaleza" según Virginia Nicholson, durante semanas (Virginia Nicholson se pregunta también cuántas obras de arte le deben su existencia a la tortilla). Hay quienes apilan los platos sucios durante una semana hasta que vuelva la criada y los lave y quienes viven en una pocilga (algunos literalmente) porque tienen que elegir entre limpiar o crear. Hay una imagen terrible de Katherine Mansfield con las manos metidas en un fregadero atascado por la grasa de una comida reciente que se queja desesperada porque ella quiere "luz, música, gente".

Mis capítulos preferidos han sido los dedicados a los niños, que en su mayoría crecían salvajes (y alguno acabo metiéndose en la marina en busca de orden y hay quien luego dijo estar convencida de que la educación formal es lo bueno), el que trata sobre la decoración bohemia (ahí sí que fueron transgresores y ahí sí que les debemos muchísimo; mención especial a Charleston, la casa de campo de los Bell, los abuelos de Virginia Nicholson, que es donde está ella en esta foto de al lado), el que trata sobre la ropa y los que tratan sobre la limpieza y la higiene personal (hay bohemios a los que una no querría ver de cerca) y la comida. Y resulta que los bohemios son los primers culpables de la transformación de pequeños pueblos con encanto (sobre todo en las costas mediterráneas) en paraísos del cemento.

Es decir, que como Virginia Nicholson dice en la introducción, lo que nos gusta de visitar las casas de los escritores y/o artistas no es tanto ver dónde escribieron y/o pintaron, sino ver cómo vivían mientras escribían y/o pintaban, cuál era su día a día. Y ella desde luego consigue contarlo con pelos y señales y comprobamos que el subtítulo de "Experiments in Living" (experimentos de vida) no es por casualidad.

Y aunque ella no habla demasiado de las obras, siempre está internet que aclara muchas cosas y que me ha tenido haciendo más de cien clics por minuto algunas veces. Pero ya decía antes que si estos bohemios son conocidos - y muchos a estas alturas no lo son - es casi más por su estilo de vida que por su arte con alguna que otra excepción.

Quieras o no, sean más o menos raritos, coges cariño a este grupo de hippies avant la lettre. Por eso el epílogo, que es el equivalente a cuando en las películas te dicen "Joseph se mudó a un rancho de Montana y vivió el resto de sus días de su huerta", deja muy mal sabor de boca, porque no sólo ninguno de ellos se mudó a Montana y vivió de su huerta sino que muchos, por suicidio o por consecuencias de la vida bohemia, acabaron sus días más bien pronto. También los hay que alcanzaron los cien o más. Frances Partridge, que murió en 2004 a la edad de 103 años, creía que había vivido todos esos años para funcionar como una especie de archivo.

Virginia Nicholson resume el estilo de vida bohemio con unas palabras de Roy Campbell:

To live one must always be intoxicated with love, with poetry, with hate, with laughter, with wine--it doesn't matter which. . .
Para vivir uno debe estar siempre intoxicado de amor, de poesía, de odio, de risa, de vino; da igual de qué...

Y yo creo que si se han animado a traducir Singled Out deberían también arriesgarse con este.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Los pies al sol

El invierno está a punto de terminar y la frigopoesía no incluye la palabra primavera para que podamos seguir la saga de los últimos meses: un informativo "es casi otoño - es otoño - es casi invierno - es invierno". Quizá al inventor le pasa como a mí y prefiere esas estaciones y decide ignorar las otras.

El caso es que pese a no tener ninguna gana de que llegue el calor, en esta época del año me dedico a seguir los rayos de sol que entran en casa y que de momento dan el calor justo.

El ritual de poner los pies al solecillo después de comer es tan agradable que ayer, cuando estaba a punto de renunciar a él durante unos segundos mientras cogía la cámara de fotos, recordé que el año pasado ya había hecho fotos de lo mismo. Qué predecible.

Y también están las fresas, claro.

martes, 17 de marzo de 2009

Todavía: Londres

Resulta que en mi interminable lista de libros para comprar/hojear en Londres había uno que yo ya sabía que sería difícil de ver puesto que nos volvíamos tres días antes del "lanzamiento oficial". Pero me apetecía tener el libro y, más aun, me apetecía comprarlo en Londres. Cuando el lunes íbamos de vuelta al aeropuerto aún no lo daba por perdido pensando en el Borders del aeropuerto que tiene "airport exclusives", que son libros que sacan a la venta antes que en otros sitios (así he tenido la suerte de comprar más de uno). Pero tuvimos la mala suerte de que nos tocó una zona que no era la del Borders adelantado, así que en ese sentido - sólo en ese sentido obviamente - volví con las manos vacías.

Así que, cuando encima de comprar los tres tomos de ensayos de Virginia Woolf después de la torre de Londres, contaba a la gente que tenía otro encargado las caras y los comentarios eran un poema. ¡Pero es que este no cuenta! Aunque lo recogí ayer en el centro de Barcelona es un libro comprado en Londres en espíritu: London Belongs to Me (sin traducir, pero cuyo título quiere decir Londres me pertenece), de Norman Collins tenía que ser mío, con su bonita foto de portada. Foto que ayer me llevó a pasar un rato estupendo curioseando más imágenes de este fotógrafo: Wolfgang Suschitzky tiene unas cuantas fotos chulísimas de Charing Cross Road y una de ellas es muy conocida por estar tomada junto al número 84.

El caso es que aunque yo no me hubiera interesado por el libro desde el principio, el libro ya tenía preparado un arsenal de señales. Norman Collins, su autor, ahora sale en todas partes. No recuerdo todas las apariciones que ha hecho recientemente pero he aquí dos: en el Waterstone's gigante, cuando yo ya había buscado el libro sin éxito y Manuel apareció con las tentaciones de Daphne du Maurier, al abrir al azar la biografía que al final compré (en parte empujada por la casualidad) salía que Norman Collins trabajaba para Victor Gollancz, el editor de Daphne du Maurier. Y hace unos días, después de escuchar un fragmento muy interesante de la Woman's Hour de la BBC, me dio por interesarme por los orígenes de ese mítico programa. ¿Quién lo creó en 1946 cuando trabajaba para la BBC? Sí, Norman Collins de nuevo.

No creo que tarde en empezar a leer el libro.

Por otra parte el otro día por fin me acerqué a ver qué productos había en eso de comida europea de El Corte Inglés y me llevé un poco un chasco. Pero justo cuando me iba me topé con este té de Londres y no me pude resistir. Tiene pinta de ser el que venden a los turistas que no es muy bueno, pero ya lo probaré, ya.

domingo, 15 de marzo de 2009

Pan de chocolate

Desde que la asesora culinaria me mandó el libro le eché el ojo al pan de chocolate (si alguien quiere la receta que me la pida). Me tomé la tentación tan en serio y tan decidida estaba a hacerlo que compré los ingredientes "raros" enseguida... y los pobres languidecieron en el armario durante meses hasta ayer. Por ingredientes "raros" se entiende cosas que no son tan del otro mundo, aunque en nuestro supermercado habitual nunca hemos visto harina de fuerza y hasta hace poco no descubrimos que, despitados que somos, la levadura de panadería sí que la tenían.

El caso es que pasó el tiempo y le cogí un poco de manía a la levadura de panadería, distinta de la levadura química porque hace efecto antes, no durante, la cocción. Vamos, que me temía otro fracaso como el de los bollitos de azafrán.

El caso es que ayer nos lo tomamos con calma, para dar margen a que la masa se tomara su tiempo para doblar el volumen. Una vez hecha, la dejamos bien tapada en el bol y la pusimos a tomar el sol. Al cabo de un rato la masa seguía tal y como la habíamos dejado. Así que como la medida drástica del horno a 50º no funcionó la vez del fracaso, ayer opté por otra: la incubación. Me tumbé en el sofá con un buen libro, cogí el bol tapado con su paño, me lo puse encima y me tapé con la manta. Al cabo de un rato la masa había doblado su volumen de forma increíble. Manuel comentó que algo le decía que los panaderos profesionales no usan ese método pero, la verdad, ellos se lo pierden. De nuevo a amasar para sacar el aire, colocar en el molde y, otra vez, vuelta al sofá y a la manta a incubar media hora más: yo encantada con el proceso. Y de ahí directa al horno, donde siguió creciendo de forma sorprendente y dio un olor a pan de verdad que daba gusto. Vamos, que el temido proceso fue todo un éxito, porque el pan quedó con una pinta excelente.

Por la noche, de postre, llegó la prueba de fuego. La pinta por dentro era también buenísima, como el sabor. La única pega que le ponemos es que la próxima vez añadiremos más cacao en polvo para que sea pan de chocolate en más que en el color, porque a chocolate, sinceramente, no sabe. Sabe a pan, pan muy rico, sí, pero pan a secas. Pero yo no le hago ascos porque nunca he compartido eso de "pan con pan, comida de tontos".

A pesar de eso, esta mañana hemos asaltado el frigorífico y hemos sacado todo lo untable: mantequilla, el glaseado de Betty Crocker que hace unas tostillas riquísimas y, la gran sorpresa para mí (a Manuel no le gusta), el sirope de arce que combinaba TAN BIEN con el pan que es lo único que he tomado y que de hecho acabo de volver a tomar ahora sin poder evitarlo: el pan de chocolate con sirope de arce ha resultado ser uno de los mayores descubrimientos gastronómicos de mi vida. Una delicia. Manuel ha variado un poco más y da fe de que con el glaseado de Betty Crocker de chocolate y también con mantequilla está rico.

La película de plancha y aceitunas de hoy era She Married Her Boss (Sucedió una vez), de nuevo con Claudette Colbert. El título en español no le hace nada de justicia al inglés, que de hecho cuenta a las claras el argumento básico: se casó con su jefe, después de ser, indudablemente, la secretaria más eficiente y con mayor capacidad para evitar el estrés que la rodea del mundo. Todo para casarse con el jefe un poco simplón y, al más puro estilo de heroína-que-lo-pone-todo-en-orden, conseguir que su hija (el jefe era viudo) deje de ser insoportable (pero divertidísima), que las cortinas se abran por la mañana pese a correr el riesgo de desgastar el color de las alfombras y que los criados le pongan un poco de ganas al asunto.

viernes, 13 de marzo de 2009

Pasatiempos cotidianos








Hacer pompas de jabón con el utensilio de servir la pasta mientras lo friego. Salen unas pompas espectaculares.

jueves, 12 de marzo de 2009

The Wall

Ayer teníamos evento de nuevo en la temida sala anexa al Palau Sant Jordi (que ahora se llama Sant Jordi Club, creo). Temida porque la última vez que estuvimos el sonido era lo peor. Ayer parece que o le habían puesto solución al problema o, lo más probable, nosotros estábamos mejor situados.

El evento no era otro que de nuevo los Australian Pink Floyd que ya vimos el año pasado. Supongo que ahora que los fans ya han asumido que no verán a Pink Floyd juntos nunca más (Richard Wright murió hace unos meses), el grupo es lo más cercano a la realidad. Y es muy buen grupo en cualquier caso. La diferencia respecto al concierto del año pasado es que en este iban a tocar íntegro The Wall y el del año pasado era una especie de grandes éxitos.

Mientras esperaba a Manuel me adentré por primera vez en una cafetería Laie después de mirarlas desde lejos durante años. Tampoco fue nada del otro mundo, aunque el té estaba bueno, como suele pasar con cualquier té que no sea Hornimans, que es el que suelen servir en casi todas las cafeterías.

Cuando Manuel llegó iniciamos el ascenso a la cumbre (gracias por las escaleras mecánicas) y tuve flashbacks del concierto de Bon Jovi cuando pasamos por delante del Estadio Olímpico.

A medida que nos acercábamos oíamos a fans que presumían y comparaban cuántas veces habían oído el disco ese mismo día (¡cuatro! ¡ninguna!) y yo pensaba para mis adentros que no sólo no había oído el disco ninguna vez ese día sino ninguna vez en mi vida. Canciones sueltas y poco más. Pero creo que luego salí ganando porque oírlo por primera vez impacta más.

(No puedo evitar comentar que ahora siempre estamos con la crisis por aquí y la crisis por allá pero... ¿qué pensar cuando la zona de bar está llena de gente dispuesta a pagar tres euros por una coca cola y dos por una bolsita minúscula de patatas?)

El concierto empezó y a mí me fue sorprendiendo tanto lo que me iba gustando como la continuidad de las canciones como las animaciones que salían en la pantalla. Eso sí, de Pink Floyd y por extensión de los grupos que les homenajean (ayer le dije a Manuel "banda de tributo" por evitar decir directamente tribute band y no cuajó; por lo visto se llaman grupos clónicos que a mí me suena aún peor que mi anglicismo cutre y ya es decir), sigue sin gustarme el grupo de coristas coreografiadas que salen detrás. Las chicas lo hacen muy bien pero, ufff, tanto balanceo de cadera y tanto chasquido de dedos me pega más en un concierto de Julio Iglesias que en uno de este tipo.

Antes del concierto Manuel muy amablemente me había hecho una introducción al asunto de The Wall. Sabiamente para interesarme más - que no es que yo no estuviera por la labor - se aferró a mi reciente obsesión por la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra y me estuvo contando que el padre de Roger Waters había muerto en ella y que todo eso era una gran influencia en el disco. Así que yo me fijé en las letras y lo fui confirmando. De la primera parte, por ejemplo, me gustó muchísimo Goodbye Blue Sky, que habla sobre bombas, refugios, etc.

En el intermedio se produjo la anécdota de la noche cuando Manuel se puso los cascos para enterarse de cómo iba el Barça y yo puse la antena a ver qué comentaba la gente. Entre otras cosas la gente comentaba que el Barça iba 4-2 en ese momento. Manuel después de cinco minutos se quita los cascos y me informa del resultado. Yo le digo que la lo sabía y nos partimos de risa porque él se acaba de enterar en ese momento. Mi antena, a la que el resultado le traía sin cuidado, funcionó mejor que su radio.

Segunda parte y por fin oigo una canción de la que Manuel me había hablado ya antes, y quizá incluso me había puesto alguna vez, Vera a la que le sigue Bring the Boys Back Home y que juntas son de lo más impactantes. Vera Lynn cantaba durante la Segunda Guerra Mundial aquella canción de la que ya he hablado alguna vez: We'll Meet Again (nos encontraremos de nuevo) y que obviamente no fue el caso para el padre de Roger Waters ni de mucha otra gente. Si no me equivoco eso da paso a la también impactante Comfortably Numb. Y que dejó paso a que el cantante ya se pusiera por completo la indumentaria à la Nazi. Impactante, sí, pero que a mí primero me recordó a Gene Hunt (???) y luego, por los juegos de luces verdes, a Matrix.

Y al final hubo hasta un bis, ya de variedades porque el disco se había terminado. Obviamente no pudo faltar Wish You Were Here para deleite general.

Eso sí, las escaleras mecánicas de Montjuic parece ser que tienen toque de queda y a las doce, que es cuando salimos, estaban paradas. Tuvimos que hacer el descenso a patita.

Y hay que ver lo que me enrollo incluso para hablar de las cosas de las que tengo bastante poca idea.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Puntito a puntito

Con el punto de cruz soy más bien lenta, para qué negarlo. Después de acabar la estantería me compré un patrón que, si de verdad esto del punto de cruz no era un entretenimiento pasajero, tenía que hacer casi por obligación después de haberlo visto in situ, tanto el modelo como el patrón, varias veces. Así que pedí a la tienda de la casa-museo de las Brontë que me mandaran el patrón de punto de cruz de la casa. Llegó a finales de octubre y desde entonces hasta finales de febrero he estado metida en faena. Prefiero no contar el número de meses que han pasado entre una cosa y otra.

Es el más tupido y el más clásico que he hecho hasta el momento. Y al final debo reconocer que está acabado de forma inacabada. Después de días de múltiples intentos, lecturas de instrucciones e incluso vídeos explicativos el nudo francés ganó la batalla. Lo que debería quedar como un puntito en relieve en el centro de las flores* me quedaba como una espiral que se diluía a medida que seguía tiranto del hilo. Así las 874586547 veces que lo intenté hasta que un buen día decreté que sólo si se sabía lo que faltaba - cosa que ahora sabe todo el mundo - se podía echar de menos, así lo dejé tal y como estaba, que no estaba mal.

Eso sí, la imagen ya está un poco desfasada porque de los dos pinos que la enmarcan ya sólo queda uno y yo tengo un trozo del que ya no está en casa.

Ahora supongo que viene cuando, como siempre que hablo de esto, digo que todavía ni siquiera he lavado ni preparado ninguna de las "labores" terminadas para llevarlas a enmarcar. Y la afirmación sigue siendo tan cierta como la última vez que la hice. Ahora tocaría decir que esta ha sido la gota que ha colmado el vaso y que un día de estos me voy a decidir a prepararlas todas. Pero como sé que podría no ser del todo cierto, mejor me callo.

Así que desde que hace unos días di ese por terminado he vuelto a mi al parecer interminable serie de abecedarios monocromos para pasar el tiempo. Hay algunos patrones por ahí que me hacen gracia pero de momento ninguno que sienta que no puedo dejar pasar de largo así que, a no ser que surja uno así, creo que seguiré monocromática hasta que llegue otra vez el calor (noooooooooo) y tenga que hacer el parón veraniego. Terminarlos por el momento queda descartado a mi ritmo.

* Las instrucciones de retoques finales para las flores tenían un "a la derecha/izquierda del texto" orientativo pero venían descritas por el nombre de la flor (algo de lo que va quedando claro que no tengo la menor idea). Con lo cual tenía el trabajo extra de buscar en internet el nombre de la flor, candytuft por ejemplo, para saber en qué flor tenía que hacer qué.

martes, 10 de marzo de 2009

Más flores

¿Es ya primavera en El Corte Inglés? Porque a mí los sábados me llega en pequeñas dosis de manos de Manuel.

La semana pasada no recuerdo por qué me olvidé de hacer la sesión de fotos de rigor y perdí la oportunidad de fotografiar una preciosa flor naranja de nombre desconocido que era de esas que, nunca nos quedó muy claro si bien por la luz o bien por una especie de reloj interno que dura incluso después de cortada, se abren por la mañana y se cierran por la tarde/noche. Lo más sorprendente fue lo "mucho" que duró. Cada noche, cuando estaba cerrada a cal y canto hacíamos apuestas sobre si al día siguiente se abriría. Fallamos siempre porque no dejó de abrirse y cerrarse, simplemente lo siguió haciendo cada día más mustia.

Pero este sábado, para compensar que no había más flores-reloj (a falta de otro nombre...), me llegaron tantas flores que no cupieron en el "fino" (ejem) vaso habitual y tuvimos que añadir otro. Otros sábados me encargo yo de ponerlas en agua pero el sábado pasado fue Manuel el que las distribuyó. No sé si lo hizo a voleo, pero creo le quedaron un par de vasitos de lo más monos. Igual cualquier día se puede replantear la vocación.

Por supuesto desconozco los nombres de la gran mayoría: sé, tal y como aprendí la última vez, que la margarita morada se llama margarita africana y, sin poner la mano en el fuego, diría, por el olor, que la morada de las flores pequeñitas es tomillo. Y creo - porque se lo oí a Manuel, que tampoco es un gran experto, de pasada - que la del centro del vaso de la izquierda es una violeta. Por lo visto me especializo en nombre de flores en esos tonos.

Me gustan mucho en especial las desconocidas que son las florecillas blancas y la triple verde.

lunes, 9 de marzo de 2009

Georgy Girl, de Margaret Forster

Me gustan mucho los collages bien hechos, así que las portadas más recientes de las ediciones de Margaret Forster siempre me suelen gustar mucho. Normalmente tiran más hacia el rosita, pero esta portada en rojo y ocre me ha gustado muchísimo.

Tanto hablar de la portada para evitar hablar del libro en sí, no engaño a nadie. Georgy Girl fue el primer libro "conocido" de Margaret Forster (antes hay un par de ellos muy poco conocidos y que no he leído), publicado allá por 1965. Es un libro muy de su época, con sus peculiares actitudes cotidianas, el Londres típico, aunque por desgracia no sale todo el Londres que a mí me gustaría, su grupo de jóvenes "independientes" y demás. El caso es que aunque se ve que Margaret Forster ya tenía potencial me he llevado un pequeño chasco porque, visto todo lo que vino después, me esperaba mucho más de este libro. Una esperanza un poco injusta, ya que la pobre era muy jovencilla aún y supongo que, aunque ahora se ve demasiado fechado, en su momento ella debía de describir con bastante acierto el ambiente reinante. Pero a mí me ha dicho más bien poco. No empezó con mal pie y para mí el verdadero "horror" llega con un final totalmente inesperado que no consigo decidir si no podía ser de otra manera o si es de pegote por más que lo pienso. Un libro de esos en los que pocos personajes te caen bien o, como mínimo, en los que puedes llegar a sentir empatía con pocos de ellos y que cuando, no sin cierto esfuerzo, empiezas a hacerlo van y lo estropean con cualquier estupidez.

Aun así, no me quejo demasiado, es mejor que el único Margaret Forster que no he sido capaz de leer (y curiosamente el único traducido). Mientras leía Georgy Girl, ya un poco decepcionada, me fui a la sección Margaret Forster de la estantería (aunque sus dos biografías de Elizabeth Barrett Browning y Daphne du Maurier están con las biografiadas), en parte porque me gusta cuando se tienen muchos libros de un mismo autor (¡y los que me quedan aún tanto por tener como por leer de Margaret Forster!) y en parte para ver cuál es el libro más antiguo suyo que ya me ha gustado. Y resulta que aunque ahora ya voy subsanando el hueco al menos físico, otra cosa es leerlos, el más antiguo que he leído (y también el más antiguo que me gustó), Private Papers, que de verdad me gustó mucho y es lo que yo consideraba un Margaret Forster típico, está publicado 21 años después de Georgy Girl. Así que, aunque con esto de retroceder en el tiempo me he quedado aún a las puertas de leer sus dos libros más recientes* (¡y qué dilema! ¿leo antes los más antiguos o me pongo al día para guardar las apariencias?), veo que tengo mucho que leer (y comprar).

Y también tengo pendiente, con un poco de miedo, decidirme algún día a releer el primer libro de Margaret Forster que me enganchó y que me llevó a rodearlo de todos los demás: The Memory Box. Pero de momento me da cierto respeto.

Volviendo a Georgy Girl me parece muy curioso que este libro que a mí me ha dejado un tanto indiferente sea posiblemente el que más repercusión ha tenido. Quizá, efectivamente, porque aunque ahora suene desfasado en su día sí que fue muy significativo y trató temas candentes. El caso es que yo sabía de la existencia de una película basada en el libro pero nunca me había interesado demasiado por ella. En esta foto de aquí al lado se ve a una jovencísima Margaret Forster en el set de rodaje; ella co-escribió el guión. El otro día decidí curiosear un poco por internet y en un momento me hice con la película (que Manuel ha "accedido" a incorporar a una futura noche de viernes), descubrí que había un musical inspirado a su vez por la película y pude oír el tema musical, también muy hijo de su tiempo, de la película. Manuel llegó a casa justo cuando yo lo estaba oyendo, reconoció la canción, dijo que le gustaba (a mí, pese a gustarme la música de los años sesenta me estaba espantando) y la tenemos pegada desde entonces. Resulta que es muy conocida según Manuel, aunque yo no creo haberla oído antes, así que he aquí la conexión que todo aquel al que le suene esta canción tiene, sin saberlo, con Margaret Forster, una autora inglesa aparentemente nada conocida en España: Georgy Girl, de The Seekers:



* Es curioso porque en el penúltimo libro de Margaret Forster, Keeping the World Away, sale la artista Gwen John, que de momento también sale bastante en mi lectura actual y me está picando mucho la curiosidad.

domingo, 8 de marzo de 2009

Cookies para Elizabeth Barrett Browning

Estamos de suerte porque al final nos arreglaron la caldera el viernes y el catarro se fue casi tan tápido como vino. A pesar de todo ayer tuvimos un sábado de repostería bastante light porque Manuel había tenido que trabajar por la mañana y no estaba muy por la labor de ponerse con nada muy complicado. Así que sacamos del armario una cajita de cookies Betty Crocker que ya llevaban en espera un tiempo considerable - sólo porque ya no tenían el factor sorpresa - y en, no sé, media hora ya teníamos las 29 galletas que habían salido.

El problema de las galletas es precisamente lo fáciles que son de comer: no pringan, no hay que cortarlas, no hay que comerlas con cuchara y la tentación de coger una cada vez que se avista el plato es demasiado grande. Así que diré que a estas horas aún quedan, pero lo cierto es que prefiero no contarlas (y además no sabría si contar esta que tengo delante justo ahora junto a la taza de té).

El viernes fue el cumpleaños - 203 años la moza - de Elizabeth Barrett Browning y estuve tentada de escribir sobre ella en el blog. Al final decidí dejar la celebración para hoy y dedicarle las galletas que - por lo menos a mí - siempre parece que hace más ilusión. Yo supongo que a Elizabeth Barrett Browning le hubiera gustado coger una recién sacada del horno o al menos eso deduzco del hecho de que en su habitación de soltera y enferma un tanto imaginaria en Wimpole Street hiciera tanto calor que pudiera llegar a incubar dos huevos de paloma sólo teniéndolos allí e incluso jugueteando con ellos a veces.

Por supuesto en la foto la representa mi feliz adquisición londinense de su poesía completa publicada por los editores de Charlotte Brontë en 1900.

Como ayer la repostería hoy la plancha - no sé muy bien por qué - también ha sido un poco light, pero eso no nos ha impedido disfrutar de las aceitunas - en absoluto light - ni de la película dominical. Hoy nos tocaba Carole Lombard de nuevo en Hands Across the Table (Candidata a millonaria). El título en español no me gusta nada, pero supongo que refleja bien las aspiraciones de esta chica dedicada a la manicura en un hotel neoyorquino que aspira a casarse con un millonario. Me repito pero, como siempre, nos ha gustado.