lunes, 29 de junio de 2009

Breves brevas

Inevitable juego de palabras el del título, pero también muy real, porque Manuel las trajo el sábado a mediodía y el sábado por la noche ya no había. Como si no hubiéramos tenido suficientes cosas que zampar, pero al menos las brevas son sanas a diferencia de todo lo demás.

Nada más llegar Manuel con ellas, no me pude resisitir a probar una y, luego, mientras las colocaba en un cacharro me encontré con una que se había aplastado y, claro, tuve que hacer el sacrificio (¡ejem!) de comer esa también para que no se echara a perder. Y es que comparadas con las que había comprado unas semanas antes y que resultaron ser bastante insípidas, estas eran una auténtica delicia.

Así que me hago eco de las palabras de Charlotte Brontë en Shirley:

Oh, for rest under my own vine and my own fig-tree!
¡Oh, poder descansar bajo mi propia parra y mi propia higuera!

Y añado como condición que de vez en cuando caiga algún higo/breva, como a Newton la manzana.

domingo, 28 de junio de 2009

Pacto de no-azúcar

No se pueden hacer planes. Aunque suene poco creíble, aseguro que, a mediados de semana, empachados de coca y bizcocho, le propuse a Manuel no hacer nada de repostería el sábado (ayer) y descansar un poco de tanto dulce. Estuvimos de acuerdo y firmamos un pacto de no-azúcar.

Pero resulta que el viernes llegó una feria a nuestras vidas (fiestas del barrio o algo así), a la vuelta de la esquina literalmente. Con su carrito de algodón de azúcar, que es una de esas cosas que no puedo evitar que me tienten (caí incluso en Londres). Así que el viernes, cuando lo vimos de vuelta a casa, le dije a Manuel que, a pesar del pacto de no-azúcar, me veía en la obligación de acercarme el sábado por la tarde a comprar un algodón de azúcar. Bueno, una pequeña excepción.

Amanece el sábado y yo voy a primera hora a Correos a recoger la tentación hecha paquete: es decir, lo que me mandan mis padres por mi cumpleaños desde Madrid y que obviamente no puedo abrir hasta el día D (o sea, hasta dentro de una semana y un día; suena a condena porque casi lo es). Vuelvo cargada y cocida y justo enfrente del puesto de algodón de azúcar - que a esas horas está cerrado - veo que hay una fabulosa y enorme churrería ambulante. Hombre, por favor, ¿quién puede resistirse? Llego a casa, le encasqueto el paquete a Manuel para que lo guarde porque no me hago responsable de mis actos y dejo caer que a pesar del pacto de no-azúcar, la oportunidad de un domingo con chocolate con churros para desayunar no se puede dejar pasar. No tengo grandes dificultades para convencerle.

Tarde del sábado, un poco antes de irnos a que me compre mi algodón de azúcar. Viene el padre de Manuel con un cucurucho de porras con la idea de que sean para el desayuno sin saber que no se pueden dejar tantas horas y hay que comerlas en el momento. Pero yo no me resisto a mi algodón de azúcar. Llenísimos, salimos de casa a por el algodón. Veo que también venden martillos de caramelo y me pregunto si serán como los que tomaba de pequeña. Cojo uno para tomar dentro de unos días. Vuelvo a casa encantada con mi algodón de azúcar y, obviamente, apenas cenamos nada.

Domingo por la mañana: chocolate con churros para desayunar. Y bien rico que está, casi tan rico como llenos estamos nosotros.

Menos mal que hay poca plancha porque entre el estómago que pesa toneladas y el calor que hace es inhumano. La película acompaña y lo hace más soportable: una de Ernst Lubitsch, That Uncertain Feeling (Lo que piensan las mujeres) y que está disponible - en inglés, sin subtítulos - en YouTube. Es de 1941 y es curioso ver a Merle Oberon en otro registro puesto que, si no me equivoco, hasta hoy sólo la conocía de cuando había interpretado a Cathy en Cumbres borrascosas en 1939.

Por otra parte, aparte de los kilos que le deberemos a la feria, también le debemos el - casi constante - hilo musical. El viernes fue espantoso, ayer fue un poco más llevadero, aunque no es decir gran cosa, y a estas horas ya les oigo hacer las pruebas de sonido para hoy. Lo bueno es que en mi caso, cuando llega la hora de dormir, ya puedo tener el escenario en la misma habitación que, si hay que dormir, yo me duermo sin más.

Conclusión: el pacto de no-azúcar ha sido un fracaso.

viernes, 26 de junio de 2009

Casa natal de Carl Larsson

Dos cosas me llevan a esta foto que de entrada no se sabe muy bien qué o dónde es:

- Ayer estuve hablando por teléfono de Estocolmo. Mi recomendación que no creo que salga en las guías turísticas: mirar al cielo, que es de otro azul y cuyas nubes son espectaculares.

- Inspirada por la serie de cuadros de Carl Larsson que va poniendo Elvira y que siempre dejan ganas de más, llevaba días - si no semanas - queriendo rebuscar entre las fotos la que había hecho de su casa natal. Y todo lo que encontré fue esta foto, cuyo ángulo extraño atribuyo a que quizá la calle fuera estrecha y esta fuera la única posibilidad de sacar una foto más o menos completa de la casa (en la que apenas se aprecia la placa) o que realmente los hados de Carl Larsson y los míos en ese viaje estuvieran en peor sintonía de lo que pensaba. Y es que antes de acabar llegando a esta casa por pura casualidad, una visita al Museo Nacional para deleitarme en los cuadros de Larsson había tenido como resultado unas cuantas vueltas por el museo sin éxito y, finalmente, que me informaran de que ese verano TODOS los cuadros de Larsson estaban prestados a un museo de Oslo. Así que tuve que conformarme con los frescos del museo que no se habían atrevido a arrancar para fastidiarme y que poco tienen que ver con el Larsson habitual, con su casa natal encontrada al azar y capturada en una foto extraña (y que no es la casa donde y vivió y que está abierta al público), unos cuantos puntos de lectura y un fantástico libro lleno de pinturas suyas.

miércoles, 24 de junio de 2009

San Juan

Ayer hubo petardos y demás variedad de productos hasta bien entrada la madrugada. Lo mejor de todo es que cuando son tan seguidos dejo de darme un susto tras otro, así que casi lo prefiero. Y al menos ayer tenían la excusa de que era la noche indicada para ello, así que no protesté en absoluto y de hecho me dediqué a curiosear por la ventana a una familia al completo que había bajado a la calle a probar todo tipo de productos. Lo único que me molestó de la familia feliz es que, una vez que el cacharro se gastaba, patada y a seguir con otro. ¡¿Y las papeleras?!

Zampamos coca y yo comenté que menos mal que ya no estoy leyendo a Vere Hodgson o con tantos estruendos mi mente confusa hubiera pensado que estábamos en pleno Blitz londinense. Y la calle, que además está en obras, acompañaba la sensación: las aceras levantadas, el humo que flotaba en el ambiente, el olor a pólvora y el ruido creaban la atmósfera perfecta.

Curiosamente mi lectura actual ayer mencionaba las diferencias entre el solsticio de verano y San Juan y celebraba una fiesta. Una casualidad.

Lo bueno de todo es que yo - menos en el transporte público - soy capaz de dormir en cualquier sitio independientemente del ruido que haya o el calor que haga (esto último le da mucha rabia a Manuel, porque él lleva muy mal dormir con calor). Así que mientras todavía estábamos rodeados de petardos y el resto de la gama de productos cuyo nombre desconozco llegó la hora de dormir, yo como si nada. Y hasta esta mañana, en la que reinaba - y aún reina, salvo por algún que otro petardo rezagado lejano - el silencio absoluto. Hemos desayunado coca, como debe ser.

Para terminar reciclo una foto que ya puse el año pasado y que ayuda a comprender el porqué de mi sueño robusto y todoterreno:

martes, 23 de junio de 2009

¡Misión cumplida!

Hoy la famosa pastelera estaba suave como la seda (¡rima!). Pero claro, ¿cómo no estarlo cuando alguien que previamente creías que sólo estaba loca resulta también ser bastante golosa y arrasar con todo?

Creo que también se ha compadecido de mí cuando se ha enterado de que soy madrileña y que resulta que por esas tierras salvajes San Juan pasa más bien desapercibido. Hoy me tocaba a mí decir que no: ¿No hay hogueras? No. ¿No hay petardos? No. ¿No hay coca? No.

En fin, que yo me estoy relamiendo sólo de ver - y oler - las cocas pero creo que cuando llegue Manuel se quedará ojiplático ante tal cantidad (sobre todo si hace la suma mental de que aún nos queda bizcocho de calabacín y chocolate). En mi defensa debo decir que he vuelto a preguntar si era sólo cosa de hoy y, como me ha dicho que sí a no ser que la coca se deje encargada para otra día, he tenido que aprovechar. ¡Sólo un día de esta deliciosa coca es muy poco!

Por otra parte como se puede ver he comprado un poco de la de llardons (chicharrones) para probarla. Veremos.

Por si los petardos y demás no son suficientes para entrar en el ambiente festivo, enlazo aquí al fragmento de Nada de Carmen Laforet que puse el año pasado y que siempre me viene a la cabeza por San Juan.

¡Feliz noche!

lunes, 22 de junio de 2009

Jardinería

El sábado Manuel apareció por la puerta con lo que yo creo que por lo menos eran cinco kilos de ciruelas. En la foto (que es muy cutre, para qué negarlo) no se aprecia lo hondos que son los cacharros y la de ciruelas que caben en ellos: muchas, muchísimas. Y la magia es que parece que se regeneran, por más que se coman el aspecto de los cuencos sigue igual de rebosante. Y a mí las ciruelas no me entusiasman, así que no contribuyo demasiado.

Por hilar temas de alguna forma, esto me lleva a un par de descubrimientos "botánicos" que quería mencionar desde hace algunos días.

Descubrimiento botánico número 1: los jardines perdidos de Heligan, en Cornualles. Las fotos que he visto en internet (y me fascinó tanto el otro día que me dediqué a buscar fotos y más fotos) son todas espectaculares, pero si hay dos sitios de estos jardines que me llaman especialmente la atención, esos son: la cabeza de gigante (otra foto aquí) y, sobre todo, la doncella del fango (otra foto aquí), que me parece impresionante (y muchas fotos variadas del resto de los jardines aquí). Creo que aún no le he hablado de Heligan a Manuel, pero casi mejor porque últimamente estoy en una fase muy insistente de "tenemos que conocer más del sur de Inglaterra/quiero ir a Cornualles" con la que creo que ya tiene suficiente (y por supuesto este verano ya vamos a París, claro, que tampoco es mala alternativa), pero es que últimamente el sur de Inglaterra en general y la puntita de Cornualles en particular, con el Penzance natal de la rama Branwell de la familia Brontë, está de lo más interesante y sale por todas partes.

Descubrimiento botánico número 2: Vita Sackville-West puede que sea más conocida por otros asuntos, pero también lo es por su jardín de Sissinghurst (¡en el sur de Inglaterra! aunque justo en la punta opuesta a Cornualles). Lo que yo no sabía es que tales eran sus conocimientos de jardinería que, a finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, se dedicó a escribir columnas de jardinería en el periódico inglés The Guardian, que ahora van publicando de nuevo de vez en cuando. Yo no me entero de todo (de casi nada, en realidad) cuando las leo por la barrera de la botánica más que del idioma, pero como de vez en cuando incluye pequeñas anécdotas y demás, me parece que tienen su encanto. Manuel y yo nos reímos, porque no nos enterábamos de nada, cuando Vita daba consejos para que el cyclamen (tuvimos uno pequeñito en casa hace unos meses) resurja de sus cenizas (demasiado tarde para el nuestro). El procedimiento nos sonaba a chino más que a inglés, pero la posibilidad de que una señorona inglesa con conexiones literarias propias y ajenas nos diese consejos de jardinería desde hace más de sesenta años nos pareció muy curiosa.

domingo, 21 de junio de 2009

Bizcocho de calabacín y chocolate

Por si no quedó suficientemente claro en aquella entrada, en esta voy a seguir demostrando que soy gafe.

Toda la semana estaba pensando que ayer sábado nos libraríamos de la repostería sin sacrificar el dulce del fin de semana. Tenía pensado acercarme a la pastelería del año pasado a comprar coca antes de tiempo (y luego también en su día, pero así la tomábamos dos veces) el sábado por la mañana. El viernes fuimos a comprar y pasamos por delante de la pastelería en cuestión así que tuve la idea de confirmar que tendrían coca. Se produjo la siguiente conversación:

Cristina: Hola, quería saber si mañana íbais a tener coca.
Pastelera: ¿Mañana? Nooooo. El día 23.
Cristina: Ah, como el año pasado me pasé unos días antes y ya la teníais...
Pastelera: Nooooo.
Cristina: Sí, la compré unos días antes del día 23 y...
Pastelera: Nooooo.
Cristina: Erm... bueno, entonces mañana no vais a tener, ¿no?
Pastelera: Noooooo. A no ser que la reserves y te la hagamos por encargo, claro.
Cristina: Ah, quizá entonces el año pasado me llevé la coca de alguien que la había encargado pero no la había recogido.
Pastelera: Noooooo. ¿Quieres reservarla?
Cristina: (se plantea brevemente dejarla encargada pero decide fastidiar a la pastelera del "nooooo" sin esa venta). No(ooooo), ya me pasaré el día 23 entonces. A no ser que para ese día también haya que dejarla encargada.
Pastelera: Nooooo. Ese día no hace falta.
Cristina: Vale, pues ya me pasaré. Adiós.
Pastelera: (a otra clienta) Mira que decir que si tenemos antes la coca...
Cristina: (fuera de la pastelería, a Manuel): Corre, que esta es capaz de llamar al psiquiátrico con tal de no darme la razón.

En fin, que no tuve coca, pero tengo pruebas de que el año pasado compré coca en esa misma pastelería el día 21 de junio y no por encargo.

A eso le siguió una conversación surrealista en la que Manuel debía pensar que yo llevaba encima las recetas de dulces de forma habitual porque me preguntó que entonces qué hacía falta para el dulce que íbamos a hacer.

El dulce que íbamos a hacer era uno que yo había descubierto hace tiempo, olvidado por un tiempo, y redescubierto la semana pasada. Para evitar olvidos, esta vez imprimí la receta y la dejé rondando por ahí, se la di a la asesora culinaria, a Manuel le picó la curiosidad y de buenas a primeras una receta no guardada en su sitio por pura vaguería (el caloooooor es muy malo) se convirtió en una receta que íbamos a hacer. Por mí vale.

Y de ahí que hiciéramos esa de entrada extraña combinación de calabacín y chocolate (utilicé esta receta sin el glaseado, si alguien la quiere en versión traducida que la pida y se la doy encantada). Y aunque me gusta el calabacín ya me había encargado yo de comprobar que mucha gente comentaba que el calabacín no sabía en absoluto, sino que contribuía a que el bizcocho quedara especialmente jugoso. Y tenía curiosidad por comprobar que así era. La tarta de zanahoria también sonaba extraña hace años y ahora ya es de lo más normal.

Por suerte ayer hacía un poco menos de calor y, con excepción del momento de rallar la piel de naranja y el calabacín, no pasamos demasiado calor, ni siquiera durante los 50 minutos que pasé pegada a telehorno en su episodio más apasionante hasta el momento que no tenía nada que envidiar a la película de zombies que Manuel había estado viendo antes de ponernos manos a la obra (y que nada tenía que ver con Jane Austen). Resulta que aparte de todo, el bizcocho de calabacín y chocolate es ENORME y la tensión de ver cómo crecía y crecía y cómo casi, casi, se salía del molde y cómo "mira por aquí ya está un poco por encima del borde" fue muy, muy emocionante (lo digo totalmente en serio, me lo pasé de maravilla).

No teníamos previsto probarlo hasta el desayuno de hoy, pero la curiosidad nos pudo y tuvimos que cortar una tirita finita por la noche. Y hmmmmm... ¡riquísimo! Y puedo dar fe de que todo lo que había leído sobre el sabor, lo jugoso que queda y lo delicioso que está es completamente cierto. Así que nos quedamos sin coca, pero no nos podemos quejar en absoluto. Y estrenamos en condiciones la famosa lata para guardar pasteles. Cabe a la perfección y se conserva como recién hecho.

Y esta mañana es cuando ha llegado el segundo momento gafe (del fin de semana, en la vida ya van muchos). El otro día anunciaron unos vasos de Kukuxumusu que iban a dar con El País y a mí me hicieron gracia y pensé que iba a hacer la colección. Así que como sé que los días de promoción el periódico se acaba rápido, me fui antes de lo habitual al quiosco (hoy me tocaba a mí, nos alternamos). Conversación con las quiosqueras que, por suerte y a diferencia de ciertas pasteleras, son muy simpáticas:

Quiosquera 1: (como siempre cuando me ve venir, me prepara el periódico y el suplemento) Buenos días. Aquí tienes.
Cristina: Muchas gracias. Oye, ¿y el vaso ese que daban hoy lo tienes?
Quiosqueras 1 y 2: ¿Qué vaso?
Cristina: Ah... pues uno que daban hoy por 0,50.
Quiosquera 1: (mientras la quiosquera 2 tiene cara muy confusa) Pues... primera noticia.
Cristina: Lo anunciaron en televisión... hoy daban el primero y luego cada martes y cada jueves otro.
Quiosquera 1: (continúan las caras de confusión) Pues aquí en Cataluña desde luego no.
Cristina: (piensa para sus adentros "soy gafe, soy gafe, soy gafe"). Bueno, pues qué le vamos a hacer. Muchas gracias.
Quiosqueras 1 y 2: (confusas y/o también pensando en llamar al psiquiátrico como la pastelera).

Claro, he llegado a casa y Manuel se ha partido de risa de mí. Hemos considerado momentáneamente la posibilidad de que fuera el domingo que viene, pero no, hemos mirado en la página de El País y se ha confirmado mi gafe: era hoy pero... "[Promoción sólo válida en: Andalucía, Comunidad Valenciana, Ceuta, Melilla, Madrid, Ávila, Guadalajara, Segovia,Toledo, País Vasco y Navarra (Edición País Vasco) ]". En fin, uno más para la colección.

Menos mal que el bizcochito rico (y ligerísimo pese a su enormidad) me ha consolado. También Cary Grant e Irene Dunne un rato después mientras planchaba con My Favorite Wife (Mi mujer favorita), de 1940. Muy divertida, como siempre. Y resulta que la película que de la que expulsaron a Marilyn Monroe poco antes de que se suicidara era precisamente un remake suyo.

Y ahora... creo que voy a ir a saquear un poco la lata de pasteles.

viernes, 19 de junio de 2009

Conexiones imposibles

El calor es muy, muy malo a la hora de intentar mantener una conversación normalita sobre Jane Eyre: nada erudito ni académico, sólo un comentario de pasada que en invierno hubiera quedado en eso y en verano se vuelve un tanto surrealista.

(Hace un par de noches, viendo Mujeres desesperadas, un intermedio. Manuel en la mesa haciendo cosas en el ordenador portátil, yo repanchingada en el sofá. Los dos cocidos.)

Cristina: bla bla bla... Jane Eyre... bla bla bla...
Manuel: es que tú en eso piensas como Terry Eagleman [nota: el nombre en realidad es Terry Eagleton].
Cristina: jijiji.. ¡Eagleman! ta-ta-ta-ta, ta-ta-ta, tararararará, ta-ta-ta-ta-tá...
Manuel: ¿qué es eso?
Cristina: la música que mi cerebro tiene archivada para superhéroes.
Manuel: pero... no es superman, lo sabes ¿no?
Cristina: ya, es... el Equipo A ¿no? Pero mi cerebro ha buscado "música de superhéroes" y le ha salido esa.
Manuel: tus dos neuronas están muy mal.
Cristina: agotadas y cocidas, las pobres. Qué quieres, no dan para más.

Estoy segura de que hicimos historia: nunca antes una conversación sobre Jane Eyre puede haber derivado en la música del Equipo A. ¿Qué será lo próximo: un inocente comentario sobre Cumbres borrascosas derivando en la música de Las chicas de oro?

jueves, 18 de junio de 2009

Sé como la tetera y canta

Una de las cosas que hacía de vez en cuando Vere Hodgson en su diario de la Segunda Guerra Mundial era comentar algunas de las letras de las canciones que ponían en la radio. Y, como era verdad que las letras tenían su gracia, yo nunca podía evitar buscarlas en internet para oírlas.

La que más me gustó fue, sin duda, una cantada por Vera Lynn (que cantó el "himno" por excelencia de la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra: We'll Meet Again y que acaba de cumplir 92 años): Be Like the Kettle And Sing (Sé como la tetera* y canta), sólo el título de la canción es buenísimo de por sí. La letra además encaja perfectamente con las órdenes que recibía la población de levantar el ánimo, mostrarse alegre y no venirse abajo. Y lo más sorprendente de todo es que tanto Vere Hodgson como los otros "cronistas" que leí y a todas luces la mayor parte de la población lo hacen sin problemas. Caen bombas por doquier, apenas duermen, la comida a veces escasea, tienen todo tipo de inconvenientes y, sin embargo, antes incluso de la canción de Vera Lynn, todos son capaces de "ser como la tetera y cantar".


When you're up to your neck in hot water
Be like the kettle and sing.
(Cuando estés hasta el cuello en agua caliente
Sé como la tetera y canta.)


* Técnicamente es "Sé como el hervidor de agua y canta", pero así suena mucho peor.

miércoles, 17 de junio de 2009

Batiburrillo culinario

Batiburrillo culinario, porque eso es lo que es: cosas que se comen y beben sin orden ni concierto y todo porque sé que si las reservo para dedicarles entradas inviduales más de una se quedará en el tintero.

Para poner algo de orden en el caos, o aparentarlo al menos, hablaré de las fotos por su número.

Fotos 1 y 2: ¡peritas de San Juan! De nuevo una de las pocas frutas que me hace gracia. Estas tienen aun más gracia porque igual que Manuel traía - y aún trae, aunque menos - flores los sábados, ahora también aparece con frutas variadas: nísperos, algún albaricoque, ciruelas y estas peritas. Un día me trajo sólo dos peritas y dijo que habría más. Así que el día que trajo estas no me lo podía creer cuando resultó que eran todas las de la temporada (es un peral chiquitito al fin y al cabo). Las saboreé al máximo y con muchísimo gusto. Lo peor de todo es que luego las compradas me resultan de lo más insípidas aunque sean algo más grandes. El siguiente gran acontecimiento - en agosto o por ahí - serán los higos. El otro día compré unas brevas con las que me pasó lo mismo que con las peritas compradas: no estaban mal, pero no tenían tanto sabor como cabría esperar.

Por otra parte, suerte tiene San Juan de tener a su nombre las peritas y la coca, porque si su fiesta fuera sólo acompañada de petarditos me caería bastante mal por muy santo que sea. La temporada de petardos ya está en pleno apogeo y me resulta agotadora. Me paso el día entre sobresalto y sobresalto, por más que sepa que hay niños cerca y que si ha habido uno habrá cien más, yo sigo dándome un susto con cada uno. Ayer la fiesta del petardo fue tan intensa que dentro de casa ¡olía a pólvora! Será que hay que ser de la tierra para verle la gracia...

Foto 3: el primer zumito de limón de la temporada. Quedó riquísimo y tan fresquito es lo que más se agradece. Eso y las mil duchas al día que hay que darse.

Foto 4: el experimento culinario de ayer. La semana pasada tuve un flash culinario de "sausage rolls", salchichas envueltas en hojaldre que serían mi comida preferida en Inglaterra si no fuera por los deliciosos, deliciosos sándwiches de gambas y mayonesa, y me pregunté por qué nunca los había probado a hacer. Miré una receta (receta es demasiado para algo tan sencillo) de la BBC y vi que eran facilísimos. Así que ayer me puse manos a la obra y en un momentito... voilà! Manuel no es tan fan de ellos como yo, así que le gustaron sin más pero a mí me encantaron y decidí que se iban a convertir en habituales. Eso sí, en futuras ocasiones compraré más masa de hojaldre porque ayer tuve que hace el milagro del pan y los peces en versión hojaldre. Pero el caso es que... ricos, ricos.


Y fin del batiburrillo culinario.

martes, 16 de junio de 2009

Noche de viernes: Brief Encounter (Breve encuentro) (1945)

Técnicamente la conexión literaria de Brief Encounter (Breve encuentro) es un poco tenue, pero el viernes Manuel propuso verla (durante unos minutos creí que iba a proponer ver la adaptación japonesa de Cumbres borrascosas que temo tanto) y yo, que ni lo había pensado, estuve encantada con la elección.

De un tiempo a esta parte, Brief Encounter sale por todas partes y siempre tenía la idea de que me gustaría incluso sin saber muy bien de qué iba a pesar de tantas apariciones.

De Laura Jesson (de la que hablé a colación de Nicola Beauman y Persephone) sabía cosas tan variopintas como: que lleva sus libros de la biblioteca en una cesta y que no sabemos de qué libros se trata, que está interpretada por Celia Johnson, que Celia Johnson y, por extensión, Laura Jesson, tienen la típica nariz respingona inglesa (gracias por la aportación, señor Jeremy Paxman). Y poco más.

La película es tan "compacta" que ahora entiendo por qué yo sabía tan poco de ella. El argumento es muy sencillo y si cuentas un trozo terminas inevitablemente contándolo todo y, sin embargo, no contando nada de nada. Lo que hace que la historia no sea una historia normal ya contada hasta la saciedad son las escenas (lo que puede dar de sí algo tan molesto como que se meta algo en el ojo en las manos adecuadas), la iluminación, el ambiente, los diálogos, la música, la forma en que está contada (parece ser que en esta aceptamos barco y no ponemos caras feas a la voz - por otra parte preciosa de Celia Johnson/Laura Jesson - en off que va contando las cosas).

El final, que por lo visto debería haberlo visto venir, no lo vi venir en absoluto y Manuel, que ya la había visto antes, claro, se rió de mí un poco. Pero es que, si bien la película me estaba encantando, también yo batallaba contra un sueño infernal que me hizo pasar del sofá a una silla y, al no surtir efecto el cambio, de una silla a ponerme de pie para evitar que se me cerraran los ojos porque la película me estaba gustando mucho a pesar de las mil toneladas que me pesaban los párpados. Así que no estaba yo en mi momento más agudo y/o perceptivo. Y quizá es una pena porque Brief Encounter es una de esas películas que, por más veces que las veas, ya nunca serán como la primera.

En fin, una entrada un poco críptica, pero es que no hay duda: Brief Encounter no es para que te la cuenten, hay que verla.

lunes, 15 de junio de 2009

Few Eggs and No Oranges, de Vere Hodgson

Por fin, después de tanto oír hablar de él, he leído Few Eggs and No Oranges, de Vere Hodgson, que también ha tenido el honor de ser el primer libro de la editorial Persephone que he leído.

Tengo que poner aquí al lado una foto casera, puesto que las que hay de la portada por ahí son de una resolución horrible y no se ve nada. Y un libro Persephone se merece cuanta más resolución mejor (por cierto que aquí está - en inglés - el porqué del diseño). Así que lo acompañé con algunas de mis réplicas de carteles y folletos de la Segunda Guerra Mundial y listos. Lo que no se ve son las guardas, que son lo que hacen que los libros de esta editorial no sean monótonos: estas son las de Few Eggs and No Oranges.

El título y subtítulos completos del libro en español serían (ojo, no está traducido): Pocos huevos y ninguna naranja. Un diario que muestra cómo las gentes poco importantes de Londres y Birmingham vivieron durante los años de guerra 1940-45, escrito en la zona de Notting Hill de Londres por Vere Hodgson. El título no podía estar mejor elegido: las alusiones a los alimentos y su escasez son muchas, pero en especial, Vere Hodgson siempre está en busca de huevos y naranjas y cuando consigue alguno la alegría es contagiosa. Terrible y divertidísima la anécdota del huevo que alguien consigue para ella y que, al ser tan poco corriente, se le olvida durante un tiempo. Cuando por fin lo recuerda, lo cocina y, cuando lo lleva en la bandeja... ¡pum! se choca con una mesita y parte del huevo se va al suelo y se tiene que conformar con lo que queda de él.

Lo de gente poco importante es verdad hasta cierto punto: Vere Hodgson se esfuerza por contar las cosas de primera mano, pero también de segunda y de tercera y, entre que la información era un bien muy escaso en la época y que lo que mejor funciona es aquello de historias particulares más que generales, lo que se consigue es sin duda una crónica de la vida del londinense de a pie de esos años. Ella misma nunca pierde su casa a causa de una bomba pero, gracias a que habla con casi cualquiera y a su trabajo, conoce a mucha gente que sí y cuenta con detenimiento los detalles. Con ese fin, además, Vere hace una especie de turismo de ruinas en el que parece ser que no estaba sola: cuando se entera de que ha caído una bomba aquí o allá (y durante el famoso Blitz y sus más de 70 noches eso son muchas idas y venidas, con pocas horas de sueño y bastante trabajo que hacer), coge un autobús o camina hacia la zona afectada a curiosear.

Pero también es cierto que no creo que muchos londinenses de a pie hubieran trabajado dando clases en un imponente colegio italiano, cerca de Florencia y hubieran estrechado la mano de Mussolini en los años anteriores a la guerra o hubieran dado clase a su hija Edda y puedan comentar ciertas noticias, sobre todo hacia el final de la guerra, con cierto conocimiento de causa.

Pero eso son recuerdos suyos, porque cuando la conocemos reside en Londres y se ocupa del sector filantrópico de una asociación fundada por una medium más o menos conocida del momento, Winifred Moyes. Ya vi en London Belongs to Me y ahora aquí que durante la década de los treinta y la Segunda Guerra Mundial el espiritismo tuvo mucho auge. Vere nunca comenta demasiado acerca de si se cree o no todo eso, pero queda claro que adora su trabajo que, sin duda, es mucho más mundano y mediante el cual tiene contacto con gente que ha perdido su casa o quiere irse de Londres. El grado de compromiso con el trabajo es altísimo. Durante el blitz, rara es la noche que no se queda en la oficina, que por otra parte está en un piso más bajo que su apartamento, por lo que es más segura, trabajando hasta bien entrada la noche (porque de día ha tenido la libertad de poder ir a hacer sus expediciones), vigilando que no caigan bombas o haya fuego (estaba prohibido que los edificios quedaran vacíos por la noche, puesto que si había alguien dentro vigilando y había fuego era mucho más inmediato empezar a extinguirlo; el gran incendio que hubo en la City y que la allanó y daría lugar a la City tal y como la conocemos hoy en día, fue porque muchos edificios de oficinas no tenían vigilantes nocturnos), cuidando del gato (y anda que no hay gatos en el diario) y de los habitantes de pisos superiores y tratando de dormir unas pocas horas bien en el suelo con su colchón portátil o bien en el sofá mientras caen bombas a lo lejos. Cuando por fin suena la alarma que anuncia que no hay más peligro de bombas, coge sus cosas y, vestida o en camisón directamente, anda los pocos metros que la separan de su apartamento, allí toma un té (importantísimo el té también en el libro; Vere se queja en algún momento de no ser ya capaz de comenzar el día sin un par de tazas) y vuelve a la oficina o a hacer recados. Y así vivieron muchísimos londinenses y otros ingleses de ciudades también bombardeadas: poquísimas horas de sueño, estado de agitación y nervios y continuación de su vida normal como si nada. Vere comenta a veces que se siente muy "de segunda categoría" ese día, pero es impresionante la de cosas que hace - escribir el diario, por ejemplo - y la normalidad con que ella y todos los demás funcionan.

La historia del diario es también curiosa. Aunque ella ya había llevado un diario, por ejemplo, de sus años en Italia, este de la guerra lo empezó, como tanta gente anónima y tantos "seguidores" de Mass Observation, a sabiendas de que era una época excepcional y que merecía la pena dar cuenta de ella. En un principio, lo escribía y, cada cierto tiempo, si los censores de correos se lo permitían (y no siempre era así), se lo mandaba a su prima Lucy en Rodesia (Zimbabue hoy). Pero con el tiempo, más familiares y amigos se fueron sumando y se convirtió en una especie de boletín muy completo: con fotos, recortes de periódicos y mucho más extenso de las seiscientas y pico páginas del que yo he leído (parece ser que la versión publicada es sólo una cuarta parte)). Así que el diario no es un mero diario escrito para sí misma, sino que ya está pensado para informar a otros y por eso sigue siendo muy importante y de gran valor hoy en día. De hecho, se ha utilizado para ilustrar muchos libros sobre la guerra y fue yuno de los autores de un libro de esos quien animó a Vere (que siguió escribiendo diarios hasta poco antes de su muerte en la década de los setenta) a publicarlo en los años setenta.

El diario publicado empieza la noche en la que la guerra de verdad comenzó, es decir, la noche que tuvo lugar el primer bombardeo de Londres. Encontramos a una Vere Hodgson atacada de los nervios por la sirena. Y, como ella comenta en varios momentos, luego demuestra ser - ella y el resto de londinenes - una raza muy adaptable. Para el final de la guerra, cuando lo que cae sobre Londres son bombas v1 y v2, ya no sólo no se pone tan nerviosa sino que es capaz de subir a la terraza (justo el sentido opuesto de lo recomendado, que era ir hacia abajo a sótanos y demás) a ver cómo caen. Y ella misma comenta cómo, cuando a principios de la guerra una bomba sin explotar hacía que se cortara al público un gran tramo, hacia medidados de ella, la gente se salta el cordón el Hyde Park y pasea cerca como si nada.

Seis años de guerra - que se dice pronto - dan para mucho más que bombas: Vere disfruta comentando cada año la llegada de la primavera y las flores que van saliendo. Las expediciones a ver sitios bombardeados a veces se solapan con las visitas al parque a ver las flores sin siquiera cambiar de párrafo. Conocemos a su amiga Kit, que viene de las Islas del Canal y recuerda inevitablemente a The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society (La sociedad literaria y del pastel de piel de patata), a la tía Nellie que pasa muchísimo tiempo haciendo toda la mermelada que puede (era, al fin y al cabo, la mejor forma de preservar la poca fruta que tenían; con excepciones de, por ejemplo, cerezas, que fueron tantas y que la gente estaba tan deseosa de comer que Vere comenta que apenas se podía caminar por Oxford St de la cantidad de huesos que había en el suelo), vemos los viajes en tren a su Birmingham natal a ver a su familia por Navidad y las vacaciones, a pesar de que durante los años de guerra se repetía a la población que no viajara si no era estrictamente necesario, la vemos poner parches a los parches, vemos cómo Vere sigue con reverencia los discursos de Churchill - al que prácticamente idolatra - en la radio, vemos a Vere comentar con diversión la primera vez que ve jugar al baseball en su vida (a unos soldados americanos), la vemos mantener conversaciones profundas sobre el estado de las cosas con gatos y vacas y un largo etcétera de una vida cotidiana que sorprende precisamente por serlo y que está contada sin grandes florituras pero sí con mucha gracia.

El libro llega a ser tan absorbente, tan realista y tan bien contado que, por lo menos en mi caso, hace que pasen cosas raras en la cabeza de una. Dos ejemplos terribles y muy divertidos: un día, andando por la calle, veo un solar y, qué es lo primero que me viene a la cabeza sin ningún género de dudas durante unos segundos: que en ese edificio debía de haber caído una bomba. A lo que sigue un grito interno de ¡¡¡nooooo!!! y cara de asombro ante tal despiste y desubicación. Creo que he aprendido la lección, pero no. Días después anuncian que Obama pasa por Alemania y lo primero que pienso es que hay que ver, ir a Alemania tal y como están las cosas. De nuevo ¡¡¡nooooo!!! interno. Terrible por lo que a mí respecta pero que dice muchísimo a favor de estos fantásticos diarios.

domingo, 14 de junio de 2009

Flan descentrado

Aunque mirado rápidamente pueda parecer un huevo frito gigante, no lo es: es más bien un flan descentrado. Pero es que una es la primera vez que hace flan y la primera vez que le da la vuelta al molde sobre un plato. Y el flan ha decidido caer ahí y luego se ha aferrado a su esquinita como a un clavo ardiendo. Así que como hay que innovar y flan a secas suena un poco aburrido presumiré de haber hecho ayer "flan descentrado". Al aspecto de huevo frito contribuye el hecho de que no tenga caramelo. Pero es que Manuel y yo coincidimos en no ser grandes entusiastas, así que lo tuvimos fácil para acordar no ponerlo.

Va a ser difícil lo de desengancharnos de los sábados de repostería. Durante toda la semana pasada estuvimos convencidos de que las cookies de colores habían sido el fin de la temporada, pero llegó el jueves por la noche y Manuel preguntó, como quien no quiere la cosa, si tenía alguna idea para el sábado. Claro, a una las dudas ya empezaban a carcomerla y eso fue el golpe de gracia. Pero tenía que ser algo sencillo y, sobre todo, rápido y de no pasar mucho calor. Y se me ocurrió un flan.

Después de que la asesora culinaria asesorase sobre los pros y contras del flan tradicional vs. el flan Potax, concluímos que lo mejor para el primer flan de una vida es optar por los sobres. Le presenté el plan de acción a Manuel y quedó aprobado.

El único triste en todo esto es el horno, que ayer no fue el centro de atención. Lo divertido fue cuando, después de haber echado el flan potencial en el molde (de cristal transparente), me quedé mirándolo y Manuel comentó que le daba la sensación de que eso sería un poco menos entretenido que telehorno. En parte tenía razón, pero agitar suavemente el molde para probar la consistencia cada vez más espesita del flan de vez en cuando mientras se iba enfriando no fue mal pasatiempo tampoco.

¿Lo mejor de hacer flan? Rebañar el cacharro donde se ha hecho: un clásico para mí. Manuel no le encontró demasiados alicientes a ese proceso, así que fue más para mí, y yo encantada. Comprobé así que había quedado rico y lo dejamos hasta hoy por la mañana para desayunar (he desayunado té con flan: seguramente uno de los desayunos más estrambóticos de la historia) y bien rico que nos ha sabido, tan fresquito y suave. Realmente en su punto.

Y después ha venido la hora de derretirse, digo de planchar. La película de hoy era todavía de 1939, de Frank Capra, al que voy conociendo más. Otras cosas no sé, pero dos ya me han quedado claras después de ver un par de películas suyas (You Can't Take It With You (Vive como quieras) y Mr Deeds Goes to Town (El secreto de vivir)) : que era un patriota y que defendía el derecho de la gente a no ser uniforme. La de hoy, de 1939, era Mr Smith Goes to Washington (Caballero sin espada), con James Stewart haciendo de senador pueblerino pero íntegro y la fantástica Jean Arthur como secretaria. Recuerda a Mr Deeds Goes to Town (El secreto de vivir) en más cosas que en el título y, según Manuel, es un paso más en el camino cada vez más amargado de Frank Capra. Y es que sí, en esta, hay final feliz, pero muy por los pelos. No te ha dado tiempo a procesarlo y alegrarte cuando sale "The End" y resulta que no te han dejado regodearte en el final feliz después de tanta tensión. Pero bueno, que ha estado muy bien.

Y para acabar comentar un mensaje que me ha llegado de The Book Depository: 1) me ha parecido toda una coincidencia que sólo unos días después de mi entrada sobre el cartel de Keep Calm and Carry On, ellos anuncien en su boletín un libro llamado así que reúne citas y demás para afrontar la recesión y expliquen el origen del cartel. Y 2) que uno de los dos ebooks gratuitos de este mes es muy interesante: City-Lit: London (descargable aquí), que incluye fragmentos literarios de todo tipo de autores sobre todo tipo de aspectos de Londres.

viernes, 12 de junio de 2009

Si no aguantas el calor, sal de la cocina

Tenemos un gran dilema sobre si tener sábado de repostería mañana o no. Por un lado, eso de tener algo dulce que picar durante unos días es una gozada, pero tener que hacerlo no tanto. Hojearé las recetas en busca de algo rico y fácil y rápido de hacer y a ver si nos decidimos. Lo que está claro es que desengancharnos de los sábados de repostería va a ser más difícil de lo que pensábamos, a pesar del calor. Por cierto que el otro día cuando hablé de los carteles no mencioné este que me pareció ideal para los sábados de repostería: una frase de Harry Truman un tanto sacada de contexto, eso sí: If You Can't Stand the Heat, Get Out of the Kitchen (Si no aguantas el calor, sal de la cocina).

Y la famosa lata es una gozada también: conservó las galletas de maravilla... ¡hasta ayer mismo! Y es que con eso de no verlas todo el tiempo se pica mucho menos. ¡Qué gran compra!

Con lo que no hay dudas es con las comidas de verano. He decidido que cada semana tendrá dos platos fijos: una ensalada y una crema bien fresquitas (la variedad es mayor en las ensaladas, porque en cremas sólo me gustan la de calabacín y el gazpacho, y como las hago yo pues las hago a mi gusto, ¡ja!). Se hacen en un momento, se hace mucha cantidad y duran que da gusto. Soy una fan declarada de los restos de comida y me dan mucha rabia las comidas que son visto y no visto.


He aquí los dos platos de esta semana: ensalada de judías verdes (la primera vez que la hacía y la primera vez que la comía, y qué rica) y gazpacho, como el año pasado aunque no con tomates propios que hay que gastar de forma inmediata.

El otro día, cuando hacía este, que tiene el honor de ser el primer gazpacho de la temporada, me acordaba, sobre todo por el olor, al más estilo Proust y su madalena, del verano pasado, me reía yo sola acordándome de nuestro gazpacho cargado de ajo. Y no alejaba la receta de mi vista porque aunque el año pasado hice tantos gazpachos que ya ni la necesitaba este año lo único que recordaba era que llevaba tomate y que no me podía pasar con el ajo.

miércoles, 10 de junio de 2009

Gafe

Ya he hablado aquí de cómo soy extremadamente gafe con las cosas que me gustan hasta el punto de no haber sido la crisis, sino mis tristes superpoderes los que terminaron con Lehman Brothers.

Hay cosas de uso diario que no venden en nuestro supermercado más cercano, por lo que casi siempre que voy por ahí llevo una lista de lo que necesito, por si paso por cualquier sitio y me puedo ahorrar el viaje específico a por ellos a otro supermercado. Con estas no protesto demasiado, porque aunque resienta la excursión, al menos vuelvo con ellos (por supuesto no después de esta entrada, que estoy segura de que será muy gafe).

Otras cosas puedo buscarlas y buscarlas y poner la faz de la tierra manga por hombro y seguir sin encontrarlas. A veces me pasa con algo que he comprado en una tienda concreta, vuelvo y ha desaparecido por completo y a los dependientes parecen haberles reconfigurado la memoria porque cuando les preguntas por eso - unas gotas para los ojos de la marca X, por ejemplo - es como si nunca hubiesen oído hablar de esa marca, menos aun haberla vendido ellos mismos en ese mismo establecimiento hace sólo unas semanas. Y ese es un momento clave: o cambias y te dejas llevar o te plantas en tus trece y añades un recorrido más a tu lista, previa búsqueda y, con mucha suerte, localización de la tienda que sí que vende tu producto.

Otras veces son productos "heredados" de Madrid, que me cuesta admitir que sean aquí igual de difíciles o más de encontrar que en China. No diré la marca, pero hay un queso de barra que en Madrid daba por hecho y lo comía con gusto, pero ya está, era un queso y punto. Llegué a Barcelona y empecé a buscarlo: localicé dos grandes superficies que lo vendían y me dispuse a hacer el sacrificio de los viajes a por él: el queso normalito empezaba a adquirir cualidades divinas e inimitables (intenté probar otros pero no me gustaron). Lo compré un par de veces en ambos sitios. De repente en uno de ellos dejaron de tenerlo y la maleta, a la vuelta de los viajes a Madrid, comenzó a venir cargada con un kilo de queso envasado al vacío. Con el frigorífico lleno de queso pasé por la gran superficie que lo tenía y pregunté si ellos también lo envasaban al vacío: me dijeron que sí, menos en Navidad, que tienen más lío. Me lo creí a pesar de la larga experiencia, porque siempre pico. Cuando se me terminó el queso pasé por allí y resultó que desde más o menos el momento en que yo había preguntado si lo envasaban al vacío dejaron de recibirlo. Y ahora cuando paso ya nunca hay. Me quedan tres lonchas de la última partida de queso madrileña y las tengo como oro en paño. Tendré que volver a la mozzarella que en realidad no está mal y que tienen en nuestro supermercado de siempre, y cuya principal pega es, en realidad, no ser el queso madrileño (que por cierto es gallego).

A primeros de mes, cuando estuvimos en Madrid, mi madre me vendió con éxito las bondades de una crema de unos laboratorios bien conocidos (de nuevo no digo marcas no por no hacer publicidad sino, en serio, por no hundirlas). Volví tan feliz pensando en comprarla aquí. A las pocas horas había visitado las droguerías y supermercados cercanos sin éxito. Tenían todas las demas cremas de esa marca pero esa, justamente esa que era la que yo quería, no.

Los días siguientes recorrí grandes superficies, grandes y pequeñas droguerías y me encontré la misma selección: todas, menos la mía. Llamé a la línea de atención al cliente y me dijeron que no lo entendían porque estaba a la venta y que no me podían facilitar el listado de tiendas que seguro la tendrían.

El lunes fui a otra gran superficie donde compro algunas de las cosas que no hay en otros sitios y miré donde las cremas: más de lo mismo. Cerca había una dependienta y un señor trajeado haciendo una especie de control/inventario y que yo recordaba haber dejado chafado en otra ocasión cuando buscaba bolsitas antipolillas sin olor y el pobre me informó muy compungido de que, efectivamente, ya no tenían ni con olor ni sin olor (el lunes, después de haberme pateado mil sitios, encontré que quizá me había hecho un poco de caso aquella vez porque tenían bolsitas antipolillas con olor a lavanda: tuve que comprarlas con olor, porque son lo más parecido que he encontrado a lo que busco), así que el otro día decidí no preguntar pero él me vio y le indicó a la dependienta que me atendiera: los dos buscaron un poco, ella en la estantería él en sus papeles y él me tuvo que informar, de nuevo compungido, de que justo esa no la tenían. Dudo que se acordara de mí, pero como siga así dentro de poco me van a prohibir la entrada en sus establecimientos, por pedir cosas raras.

Salí de allí dándome por vencida, resignándome a no encontrar ni buscar más la crema. Al poco rato me llamó Manuel, para que le dijera el nombre de la crema (soy tan plasta que mis obsesiones se contagian) porque iba a pasar por una de las pocas grandes superficies que yo no había visitado (aunque es hermana de otra que sí). Se lo di.

Esa misma tarde Manuel llegó a casa con la crema.

¿Soy gafe o no?

martes, 9 de junio de 2009

Keep calm and carry on

Con mi lectura actual tengo la Segunda Guerra Mundial más en mente de lo que debería (ya contaré alguna anécdota cuando hable del libro). Así que entre búsqueda y búsqueda descubro cosas nuevas y redescubro cosas antiguas.

El ahora famosísimo cartel de "Keep Calm and Carry On" (mantén la calma y sigue adelante) lo conozco desde hace bastante tiempo (y muchas librerías inglesas lo tienen puesto en algún sitio) y eso que a pesar de ser probablemente el cartel más conocido de la Segunda Guerra Mundial su fama es totalmente del siglo XXI.

Los servicios de propaganda británicos crearon muchos pósters durante la guerra (todos joyas - la mayoría anónimas - del diseño gráfico que ya nos gustaría ver hoy en día por ahí... con otro trasfondo, eso sí). Este era el último de una serie de tres pósters motivacionales. Los dos primeros sí que se colgaron en las calles y las tiendas desde el principio de la guerra en 1939 ("Your Courage, Your Cheerfulness, Your Resolution Will Bring Us Victory" (tu valor, tu ánimo, tu resolución nos darán la victoria) y "Freedom is in Peril" (la libertad está en peligro)). Parece ser que el tercero, este, era para usar en última instancia, en caso de invasión inminente. Se imprimieron un par de millones de copias pero sólo unas pocas, muy pocas, se colgaron en las calles y en general pasó desapercibido. No hubo invasión así que nadie se acordó más de él. Hasta que en el año 2000, una librería inglesa de segunda mano, encontró uno de los pósters originales en una caja de libros. Supieron comercializarlo y ahora está por todas partes, en todo tipo de objetos (camisetas, tazas, cuadernos... e incluso parodias) y más aun en estos tiempos donde, sobre todo en Inglaterra, muchos han encontrado el mensaje de lo más apropiado aunque no haya invasión nazi a la vista (o quizá sí, visto quiénes son el segundo partido británico ahora han sacado dos escaños en el parlamento europeo (gracias, Miss Froy)).

Así que hace unos días me di cuenta de que, aunque un poco más cutre, no hacía falta comprar uno en internet (lo hay en todos los colores, pero a mí me gusta el original), sino que la impresora y yo podíamos hacer un apaño. Además contábamos con la colaboración de un marco de clip (tampoco iba a poner uno muy historiado para algo que queda bastante apañado pero que, en el fondo, no es más que una impresión casera) y una escarpia solitaria en el pasillo. Por si hay integristas en la sala diré que en cualquier caso lo que hice es legal, porque el cartel ya no tiene derechos (que eran de la corona y caducan a los 50 años, así que este quedó sin derechos incluso antes de ser descubierto).

Y ya que estaba en una de las páginas web que vende reproducciones del poster (que tiene montones de carteles chulísimos), descubrí el cartelito de al lado (los posibles integristas creo que tienen que taparse los oídos ahora): "Tea revives you" (el té te revive), basado en un eslogan publicitario de los años treinta (aunque la tipografía y el diseño con esa fantástica A con actuales). Así que hice otra chapucilla apañada con la impresora, pero en este caso no hay escarpia libre, así que de momento le tocará esperar (y ya se sabe que la espera puede ir para largo*).

* En cualquier caso parece que mi cuerpo conoce el eslogan mejor que si lo llevara tatuado. Hace poco descubrí que las mañanas que no me da tiempo a desayunar mi té, luego me duele la cabeza. Nunca había sumado dos más dos y hasta la semana pasada no me di cuenta de que siempre iban asociados. Hice el experimento de llegar a casa con dolor de cabeza y en vez de Gelocatil tomar el té perdido y - voilà! - dolor de cabeza fulminado. Luego leí en internet que efectivamente eso es adicción pura y dura a la cafeína/teína y que cuando no la tomo me baja la presión sanguínea y se me acumula más sangre en la cabeza, que es lo que hace que duela. Soy adicta al té literalmente.

lunes, 8 de junio de 2009

Noche de viernes: London Belongs to Me (1948)

Este viernes nos saltamos los sorteos para elegir qué ver y fuimos directamente a por London Belongs to Me (llamada en Estados Unidos Dulcimer Street), película británica de 1948 basada en el libro del mismo nombre de Norman Collins que leí hace poco.

El libro se publicó en 1945 con el fin de la guerra bien reciente, y la película no tardó mucho más. Así que aunque en los planos aéreos con que empieza la película y que son de las pocas cosas no rodadas en un estudio no se aprecia, uno se puede imaginar cuando los ve que todavía hay edificios en ruinas, solares vacíos, reconstrucciones en marcha, mucho trabajo que hacer y que el racionamiento sigue en vigor.

Y sin embargo la película no toca para nada el tema de la guerra. El libro sí, aunque ya comenté que concluye en 1940 y nos deja con la intriga de qué será de los personajes durante los cinco larguísimos años que aún les quedan.

Y es que la película es una adaptación un poco libre. De entrada ya entiendo que querer hacer una adaptación completita del libro es prácticamente imposible, con tantos personajes y tantos sucesos, así que me tuve que conformar con cosas como que el señor Puddy ni exista o que los Josser, que son casi los protagonistas del libro, aquí sean más bien secundarios.

El protagonista es Percy Boone y su... lo dejaré en circunstancia para no destripar el libro, con unos cuantos habitantes de su edificio por ahí con alguna que otra historia secundaria. Percy Boone interpretado por un jovencísimo Richard Attenborough, por cierto.

Con todos los cortes, supongo que sale una historia redonda donde, si no has leído el libro, no echas en falta nada. Pero si has leído el libro y pese a que la adaptación es buena porque corta sin piedad (hay adaptaciones que son un quiero y no puedo: no les cabe todo y sin embargo el guionista parece tenerle demasiado cariño a la historia original y corta lo mínimo y termina dejando historias a medias, escenas incomprensibles y saltos; por lo visto descubro ahora que el secreto del buen guionista es, durante el periodo de escritura del guión, volverse despiadado y cortar y recortar sin piedad), pues a pesar de todo echas de menos escenas memorables, aunque logran que te pases menos tiempo diciendo eso de "pues en el libro..." que a Manuel le da tanta rabia.

Tiempo después, en 1977, se hizo una miniserie (inencontrable por el momento) que no estoy segura siquiera de querer ver, a pesar de que supongo que será mucho más completa que la película. Pero tratándose de los años 70 y con las miniseries que llevamos vistas de esos años sé que será tan, tan fiel al libro que será un auténtico aburrimiento.

Cuando acabó la película le pregunté a Manuel qué le había parecido, a él que no ha leído el libro ni nada. Dijo que no había estado mal, pero que le parecía que la historia estaba contada con un poco de condescendencia hacia la "gente normal y corriente" de la que habla. Yo eso no lo noté en el libro ni tampoco en la película así que ahora me queda la gran duda de si el libro también le parecería condescendiente. Yo creo que no...

domingo, 7 de junio de 2009

Cookies de colores

Puede que la semana que viene nos desdigamos pero también puede que ayer fuera el último sábado de repostería de la temporada. Ayer fue considerablemente más ligero que el último (aquella tarta nos duró hasta el jueves siguiente de hacerla: lo nunca visto) y también más fácil - ya avisé que no tendríamos season finale por todo lo alto - y, más importante aun, la cocina no se convirtió en un único horno gigante donde las cookies y nosotros estábamos en el mismo proceso de cocción.

Con el paso del tiempo la tolerancia de Manuel al chocolate con leche (¡no digamos ya el blanco!) cae en picado. Así que aunque la idea de las cookies de colores hechas a partir de Lacasitos no le desagradaba, el pequeño detalle de que el relleno de los Lacasitos sea de chocolate con leche no terminaba de convencerle. Pero en un momento de inspiración recordé que teníamos pepitas de chocolate negro que habían sobrado de otra receta y propuse hacer mitad y mitad. Y así hicimos (además haciendo la compra descubrimos que el problema también se podría haber solucionado con unos Lacasitos ¿nuevos? de chocolate negro).

Y, la verdad, creo que la de marzo fue la última inversión en las cookies de Betty Crocker porque a pesar de lo ricas que están (oye, única lectora, ¿has hecho ya las tuyas?) lo cierto es que hacerlas desde cero es prácticamente igual de elaborado que hacerlas con su preparado (o sea, facilísimo y con muy buenos resultados en ambos casos, si alguien quiere la receta de estas que me la pida).

Fue visto y no visto y eso que tuvimos que hacer varias tandas de galletas en el horno (salieron unas 30), pero como el tiempo de cocción era sólo de 7 minutos fue todo sobre ruedas y no hubo tiempo de convertir la cocina en un gran horno.

Y aunque lo suyo habría sido estrenarla con un pastel, que es la razón principial por la que hemos tardado tanto en dar con una lata grande a nuestro gusto, estrenamos la lata - aparte de con los libros que trajo desde Madrid - con ellas. Y desde luego las cookies y la caja parecían tal para cual, porque los lunares de la caja de repente parecían Lacasitos como los de las galletas. (En la foto de arriba están en un plato para que se enfriaran, pero en cuanto estuvieron frías fueron directas a la lata).

Y al día siguiente - o sea, hoy - las galletas están como recién hechas y abrir la lata es como abrir un tesoro que huele de maravilla: antes de coger una galleta te quedas ahí parado, extasiado por el olor. Además - todo son cosas buenas - al estar menos al alcance de la mano la tentación de coger una cada vez que se pasa por delante es un poco menor. Y lo de hacer mitad y mitad fue un éxito: yo estoy encantada con las de Lacasitos (sí, el chocolate que menos me gusta es el negro) y Manuel con las suyas.

Nos han sabido a gloria esta mañana después de haber ido a votar y a comprar el periódico. Y ahora, en cuanto escriba esta entrada, después de tanto hablar de ellas, creo que haré una escapadita a la lata a coger una.

La película de plancha y aceitunas de hoy era It's a Wonderful World (En este mundo traidor, traducción opuesta donde las haya), con Claudette Colbert y James Stewart (que siete años después demostraría estar un poco encasillado en cuestión de títulos cuando rodó It's a Wonderful Life (¡Qué bello es vivir!)). Una poetisa y un detective privado, ¿hace falta decir más? Sólo con eso se crean unas expectativas altísimas. Y no decepciona.

viernes, 5 de junio de 2009

Sellos literarios

En todo hay clases: ayer mis padres visitaron la Feria del Libro con fresquito mientras yo sudaba la gota gorda haciendo algo tan sencillo como cambiar la tinta de la impresora. Definitivamente ha llegado esa época del año en que cualquier ligero movimiento te pone al borde de la deshidratación. La enorme tormenta de esta mañana con el diluvio universal en dos minutos no parece haber refrescado el ambiente demasiado.

Por si el fresquito madrileño fuera poco, pasaron por la caseta de Galaxia Gutenberg e hicieron de nuevo la famosa pregunta: ¿cuándo sale el segundo volumen de las Obras completas de Carmen Martín Gaite? ¡Y les respondieron con algo que como mínimo tiene sentido! Según la persona que les atendió estará a la venta el martes que viene, 9 de junio. Esperemos que se cumpla la predicción.

Por otra parte de Madrid también me traje un par de estos sellos andorranos de Mercè Rodoreda que había conseguido mi padre. ¡No sabía ni que existían!

Empiezo a tener una incipiente colección de sellos literarios: a algunos Brontë en un cuadernito muy chulo, tengo que sumarles los del año pasado de Carmen Martín Gaite. Y ahora estos. Tres países de emisión diferentes.

jueves, 4 de junio de 2009

Flaming June (Sol ardiente de junio)

¡Lo conseguimos! El domingo por la tarde pudimos acercarnos al Museo del Prado a ver la exposición que en teoría acababa ese mismo día pero que ahora está prorrogada hasta el 21 de junio: La bella durmiente. Pintura victoriana del Museo de Arte de Ponce. A nosotros nos daba un poco igual la prórroga, porque si el domingo se nos escapaba, se nos escapaba para siempre.

No tuvimos que hacer cola y entramos en horario gratuito lo que posiblemente explica que la sala en la que están las 17 obras expuestas estuviera llena (supongo que todo el mundo pensando que terminaba ese día).

Aparte de la reina de la sala, que es el cuadro de arriba pintado por Frederic Leighton a finales del siglo XIX y que nadie quiso comprar por 140 dólares en los años sesenta (según la wikipedia 140 dólares de esa década equivalen a 840 dólares de hoy; supongo que, para contrarrestar, en esa misma década más de uno pagaría una verdadera fortuna por un cuadro psicodélico que ahora nadie quiere ni ver), los otros tampoco tienen ningún desperdicio.

Me gustó especialmente este de aquí al lado: La señorita Gladis M. Holman Hunt (La escuela de la naturaleza) de William Holman Hunt (y prerrafaelita como él era no podía evitar pintar un cuadro de "la dama de Shalott"). Nos hizo gracia que un amigo del señor Holman Hunt retocase el cuadro al cabo de los años para cambiar la cara de la chica adolescente por la cara de la chica adulta, añadir el misterioso sombrero de paja y cambiarle el color al chal.

Pero si hay un pintor que retocó y retocó y retocó ese es el señor Burne-Jones con su enorme Sueño del Rey Arturo en Avalón en el que trabajó durante 17 años y en el que no dejó de trabajar porque por fin quedara satisfecho porque, como dice la inscripción que hay debajo del cuadro, estuvo retocándolo incluso el día antes de morir. Y sí, impresiona y sí, como según la wikipedia él decía, el cuadro transmite silencio. Pero, sinceramente, de tan monumental que quiere ser (el señor Burne-Jones tuvo que alquilar el estudio más grande de Londres para poder mirarlo con un poco de perspectiva... que aun así sigue fallando en algunas zonas) no termina de impresionar tanto como podría. Es más, impresiona más la obsesión del autor con el cuadro que el propio cuadro.

De la reina de la exposición se puede decir poco que no diga ya el propio cuadro por sí mismo. Como en el de Arturo, se juega con el sueño y la muerte (algo que sin duda estaba en el ambiente en el siglo XIX puesto que en Jane Eyre también se juega con la metáfora*). Y aquí estamos nosotros en junio - ardiente, sin duda - sin transparencias naranjas ni vistas al mar, pero con las adelfas en flor y disposición total a imitar cualquier tarde el apacible sueño de la chica.

Eso sí, al acabar la exposición de nuevo mi bolsillo se llevó una alegría y yo un chasco: otra oportunidad comercial tan desaprovechada como la de Sempé. ¿Qué es eso de vender sólo una postal y un cuaderno de un único cuadro? ¿Y una lámina (otra vez, parece que estoy obsesionada por las láminas) al menos? ¿Y otra postal de alguna de las otras obras expuestas? Y luego esa selección un tanto aleatoria de cualquier libro cuyo título incluya la palabra "victoriano". En fin, qué poca visión comercial.

Ya puestos podían haber traído el libro de Jeremy Paxman que complementa la serie de televisión The Victorians (y cuyo pack sale el día 15 de este mes y que no dejó a Manuel olvidar: es regalo de cumpleaños obligado). Por cierto que todo el tiempo que merodeábamos por la exposición mi mente no conseguía aclarar quiénes de esos nombres eran los que salían en el programa de televisión cuando Jeremy Paxman contaba que había un grupo que se había dedicado a pintar/decorar una casa. Como aún no ha salido el DVD no puedo comprobarlo con seguridad, pero diría que era William Morris (de los más conocidos y sin ningún cuadro en esta exposición) en su "Red House" ayudado por Burne-Jones y Dante Gabriel Rossetti, que sí que tiene un cuadro en la exposición: Viuda romana.

Y por si me olvidaba de comentar la exposición en el blog (y es cierto que casi me olvido), Elizabeth Gaskell se encargó de recordármelo hace un par de noches en una de sus cartas cuando contaba esta divertida anécdota de Dante Gabriel Rossetti:

I think we got to know Rossetti pretty well. I went three times to his studio, and met him at two evening parties--where I had a good deal of talk with him, always excepting the times when ladies with beautiful hair came in when he was like the cat turned into a lady, who jumped out of bed and ran after a mouse. It did not signify what we were talking about or how agreeable I was; if a particular kind of reddish brown, crêpe wavy hair came in, he was away in a moment struggling for an introduction to the owner of said head of hair. He is not as mad as a March hare, but hair-mad.
Creo que llegamos a conocer a Rossetti bastante bien. Fui tres veces a su estudio y coincidí con él en dos fiestas, en las que pude hablar largo y tendido con él, siempre sin tener en cuenta las ocasiones en las que llegaban mujeres de pelo bonito y él se asemejaba al gato que se transformó en mujer y que se levantó de la cama y persiguió a un ratón. No importa de qué estuviéramos hablando o lo agradable que yo pudiera ser con él, si llegaba un pelo encrespado y ondulado de un tono específico de castaño rojizo, desaparecía al instante desesperado por una presentación a la propietaria de tal melena. No está loco como una cabra, pero sí loco por el pelo. (Elizabeth Gaskell a Charles Eliot Norton, 25-30 de octubre de 1859) (Traducción rápida y cutre mía)

Por si eso fuera poco, ayer Vere Hodgson en mi lectura actual hacía hincapié en que no se me podía escapar escribir esta (larga) entrada:


We walked round Holland House--another bomb there. On to the Leighton House with a beautiful garden. I can imagine the Burne-Jones circle gathering there in those far-off days before the aeroplane was invented.
Dimos una vuelta por Holland House: otra bomba. Seguimos hasta la Leighton House con su precioso jardín. Me imagino al círculo de Burne-Jones reuniéndose allí en aquellos días lejanos antes de la invención del avión. (Traducción rápida y cutre mía)

El Leighton de la Leighton House no es otro que el Leighton que pintó el Sol ardiente de junio, claro.

Así que no hay duda: esta larga entrada está patrocinada por los hados.


* Hear an illustration, reader.
A lover finds his mistress asleep on a mossy bank; he wishes to catch a glimpse of her fair face without waking her. He steals softly over the grass, careful to make no sound; he pauses -- fancying she has stirred: he withdraws: not for worlds would he be seen. All is still: he again advances: he bends above her; a light veil rests on her features: he lifts it, bends lower; now his eyes anticipate the vision of beauty -- warm, and blooming, and lovely, in rest. How hurried was their first glance! But how they fix! How he starts! How he suddenly and vehemently clasps in both arms the form he dared not, a moment since, touch with his finger! How he calls aloud a name, and drops his burden, and gazes on it wildly! He thus grasps and cries, and gazes, because he no longer fears to waken by any sound he can utter -- by any movement he can make. He thought his love slept sweetly: he finds she is stone dead.
Escucha una aclaración, lector:
Un enamorado ve a su amada dormida sobre una musgosa loma, quiere contemplarla de cerca, ansía admirar su belleza, pero no despertarla, y con gran cautela avanza por la hierba sin hacer ruido... Se detiene, pues teme haberla despertado; por nada del mundo quisiera que lo viese, y retrocede con precaución. Viendo que todo sigue en silencio, vuelve a avanzar, se inclina sobre ella y levanta el tenue velo que cubre su rostro, gozando de antemano con la visión de la fresca y maravilosa belleza que va a admirar. ¡Qué rapidez la de su primera mirada! ¿Por qué ahora se queda, fijo e inmóvil, contemplándola? ¿Por qué ese sobresalto? De repente se lanza sobre el cuerpo tendido, lo levanta en sus brazos, lo estrecha enloquecido, pronunciando a gritos el nombre de la que hace unos momentos ni quería despertar ni apenas se atrevía a rozar con sus manos; deja caer la preciosa carga y la mira con desesperación. Gime, clama y llora: ya no hay nada que pueda despertarla. ¡Creyó que su amada dormía en paz, y la encuentra muerta, fría ya como una piedra!
(Charlotte Brontë, Jane Eyre, capítulo XXXVI) (Popurrí de traducciones: María Fernanda de Pereda, Juan G. de Luaces y yo; me temo que una traducción mía de Jane Eyre sería como El sueño del Rey Arturo en Avalón de Burne-Jones: interminable, obsesivo, imperfecto y nunca del todo convincente).

miércoles, 3 de junio de 2009

Sempé

El domingo íbamos de caseta en caseta por la Feria del Libro, despegando de vez en cuando la vista para ver a los pobres a los que todos los años les toca cocerse vestidos del muñeco de moda: este año era de un murciélago morado y dos personajes de La Guerra de las galaxias, uno creo que era Darth Vader y el otro un soldado imperial al que yo toqué sin que se enterara para comprobar que su disfraz de plástico rígido efectivamente ardía (Manuel, sin ser un gran fan de La guerra de las galaxias dijo en tonos reverentes "has tocado a un soldado imperial"). Y también mirábamos los pabellones y demás que hay en el centro.

De pronto apareció uno dedicado a Sempé, que yo recordaba con gusto básicamente por los dibujos del pequeño Nicolás, y que formaba parte del homenaje que la Feria del Libro rinde a Francia este año. Así que entramos y nos recreamos en la obra de Sempé con mucho gusto, porque dentro de la carpa el aire acondicionado era una maravilla.

Y descubrimos que Sempé es mucho más que el pequeño Nicolás y la exposición me gustó mucho más lo que imaginaba al entrar, y no sólo por el fresquito que hacía dentro. Sempé dibuja de maravilla y además es graciosísimo en los chistes. No tenía ni idea de que hubiera colaborado con dos revistas de esas que me gustan mucho "porque sí": The New Yorker (cuyas portadas y chistes me parecen lo mejor de la revista) y Punch.

Eso sí, me parece que han desaprovechado una oportunidad de negocio al no vender láminas/réplicas de los dibujos. Yo me habría llevado más de uno encantada de la vida. Pero si hubiera tenido que elegir me habría llevado el que más me gustó y que no consigo encontrar en internet en una imagen que le haga justicia en colores y contraste (la pongo aquí al lado a pesar de todo): una niña con una inolvidable cara de felicidad, saltando a la comba en una especie de punto de luz en la terraza de un edificio neoyorquino rodeada por cemento gris (cosa que creo que no hace del todo justicia a Nueva York tampoco) y oscuridad por todas partes. Y sin embargo todo lo que vendían eran libros ya publicados, que no está mal, pero con lo que no creo que hagan el negocio que harían con las láminas y/o las pequeñas postales. Al menos, eso sí, daban puntos de lectura y un folleto de la exposición, así que no me quejaré demasiado.

La Feria del Libro es, para quienes estén/pasen por Madrid estos días, de visita obligada, pero no es menos obligada la parada en el stand de la Comunidad de Madrid para ver esta pequeña joya. Muy, muy recomendable y de lo más refrescante en todos los sentidos.