sábado, 30 de enero de 2010

"Conectamos en directo con..." o ¿qué fue del periodismo?

Manuel lleva pidiéndome que escriba esta entrada meses y yo lo iba dejando con la esperanza de que la profesión periodística enmendara su error. Pero por lo visto es un caso perdido.

En el Telediario es oír lo de "conectamos en directo con..." y empezamos a gruñir.

Dicho sea de entrada que no tengo ni idea de periodismo y las teorías que pueda haber detrás. En mis tiempos en clase de Lengua te enseñaban que una noticia debe responder a "qué, cómo, cuándo, dónde y por qué", pero por lo visto o eso era práctico pero muy básico o, modernos que somos, lo hemos dejado atrás. El caso es que Javier Marías ya protestó - no sin razón - de lo, digamos, "incómodo" que es leer un periódico - cualquier periódico - hoy en día. Lees una noticia, sobre todo las que intentan ahondar en las cosas, y se nota que el periodista, becario o pringado de turno (o las tres cosas a la vez) no se ha enterado de nada. Esto lo comprobé y lo sigo comprobando con cualquier artículo sobre los libros electrónicos. Cuando no hay directamente errores, el periodista va dando bandazos y citando de aquí y de allá, sin conseguir construir nada coherente. En el peor de los caso te quedas aun más confuso de lo que ya estabas, supieras o no del tema, y en el mejor de los casos te quedas pensando: "pues vale, ¿y?" Y recuerdo aquel artículo pequeñito sobre un concierto "íntimo" de Alejandro Sanz que releí unas 10 veces (y no exagero) no porque me guste Alejandro Sanz sino porque el periodista que lo escribía no hacía más que aludir al sitio en que tenía lugar sin llegar a dar el nombre en ningún momento, sólo con cosas crípticas tipo "acera de los números impares", "esta calle", etc. Y yo que ni siquiera sabía por qué había captado mi atención el dichoso artículo casi me vuelvo loca por intentar descifrar dónde había sido un concierto íntimo de un cantante que no sigo*. Una locura, desde luego.

Me he ido por las ramas, aunque esa es un poco la versión impresa de cómo están las cosas. Volviendo a lo que decía al principio, nuestros gruñidos mientras vemos las noticias y cómo nos resulta increíble que sea un estilo periodístico que prospere, el de las conexiones en directo. Ya sé que prosperan programas tipo Está pasando o España directo precisamente donde es lo más ver cómo a la reportera le da una coz un burro o el reportero se pega una torta haciendo surf y no niego que luego me lo paso en grande viendo los mejores momentos en APM, ¿pero es realmente imprescindible llevarlo al campo supuestamente serio de las noticias?

Ejemplos recientes:

- Ahora es noticia que sea invierno y en verano será noticia que haga calor. Entonces en las noticias le dedican un espacio larguísimo al seguimiento comunidad por comunidad y para ello mandan a todos sus reporteros a la calle y conectan con ellos en directo a las nueve de la noche para que veamos el frío que hace en ese pueblo perdido de Teruel gracias a la nariz roja de la reportera y la capa de nieve que se le acumula sobre la capucha, sobre el gorro o sobre la cabeza directamente: da igual que no se le entienda nada porque se le traba la lengua y apenas puede vocalizar por el frío, que arrancar una frase le cueste 10 segundos y que no la volvamos a ver en días porque seguramente está en cama con un gripazo. El viento que hace en Galicia lo vemos porque han mandado a una pobre inocente al puerto y, supongo, le han pedido que se deje el pelo suelto para que sirva de manga y lo veamos ondear, en este caso no nos enteramos de nada porque el viento suena más en el micrófono que el hilo de voz de la reportera que mañana ya tiene cita en la peluquería para que la rapen al cero porque esos enredones no se los va a poder deshacer en toda una vida. Las inundaciones de Andalucía las vemos porque hay un tipo con botas altas metido en un charco enorme estancado si es un chico con suerte, con una fuerte corriente si es un chico sin suerte. Los gamberros de fondo haciendo el tonto son opcionales y también luego son una parte importante de APM. El caso es que conectamos con esta tropa de desgraciados, los oímos hablar mal, dar patadas a la gramática y pasarse los datos por el forro, no acertar a poner dos palabras seguidas y, al cabo de unos pocos segundos, verlos minimizados en una esquinita de la pantalla y reducidos a una voz en off que va por encima de las imágenes del día que invariablemente incluyen a un transeúnte diciendo una obviedad, a un transeúnte diciendo una burrada, a un transeúnte diciendo que no es para tanto y a un transeúnte diciendo algo que no aporta nada**. Y mientras, la voz en off que se atasca. Y digo yo: ¡¿no sería más fácil hacer lo que se ha hecho toda la vida y grabar las imágenes y grabar la voz en off en un estudio y dejarse de tonterías de conexiones en directo que no aportan nada?! ¿De qué le sirve al espectador ver a una chica tiritando de frío en Teruel mientras no acierta a decir el texto que tenía preparado? ¿Me tengo que sentir mejor porque una reportera me dice bajo la nieve desde Navacerrada que no se recomienda coger el coche por esa zona cuando ella y el equipo desplazado lo van a tener que coger de vuelta a su casa cuando terminen la conexión? Es más desinformación que información. Es perder el tiempo todos.

- Con el reciente terremoto en Haití en La 1 hacían conexiones en directo con sus periodistas instalados en el aeropuerto. Para que viéramos que no nos engañaban ponían al reportero delante del motor de un avión en marcha, con lo cual oíamos un ruido atronador pero no entendíamos nada de lo que decía el reportero, al que sólo podíamos intentar leer los labios. ¡Qué gran documento! ¡Qué calidad y cantidad de información aportada!

- Con las noticias judiciales, sea en España o en Francia o en donde sea. A las nueve de la noche no hay un alma en la calle y apenas en el juzgado, pero ahí está el "enviado especial", delante de un muro contando algo que podría contar mejor desde su oficina tranquilamente. Pero, oh, qué poderío el de esta cadena que tiene pasta para mandar a enviados especiales a ponerse delante de un muro y conectar con ellos en directo, aunque la noticia sea que esta mañana trasladaron a los detenidos desde ahí a otro sitio. Lo mismo cuando hay un suceso en cualquier sitio y allí está el pringado de turno de nuevo, en la calle donde pasó todo hace horas cuando no días.

Y podría seguir hasta el infinito. Y es igual en todos los telediarios que yo sepa, y Manuel y yo somos una audiencia descontenta que se iría con el primero que volviera a los buenos y entrañables tiempos de la voz en off serena que contaba las cosas de forma concisa, de cuando no teníamos que ver la cara y el micrófono del periodista (lo que me recuerda que en las ruedas de prensa ahora también está de moda sacar planos de los periodistas tomando notas), ya sea grabado o en directo, y nos podíamos conformar con su nombre sobre la imagen***. De aquellos tiempos en que nos enterábamos de lo que pasaba****.

* La versión televisiva de esto es cuando te sacan a un ministro o alto cargo con bata blanca o con casco o lo que sea y te ponen sólo las declaraciones que ha hecho a raíz del tema candente de turno y no se dice ni una palabra de por qué va vestido así, ni siquiera de pasada, aunque sea una visita sin importancia.

** En eso se entretetienen que da gusto pero como vivimos en el mundo Twitter en que todo tiene que ser muy breve para que no perdamos la concentración, cuando ponen ruedas de prensa o declaraciones hay veces que en el afán de recorte dejan sólo una frase testimonial que no aporta nada ni aclara nada y que, sinceramente, para poner eso se podían haber ahorrado.

*** Siempre y cuando no lo escriba el encargado de los titulares en el Telediario de La 1, que tiene tendencia a las faltas de ortografía, a los errores tipográficos y a dejar las cosas a medias ("Portavoz del Instituto de").

**** Cuando lo que "pasaba" era interesante, claro. El jueves no nos podíamos creer que en el Telediario de La 1 despacharan la muerte de J.D. Salinger en 10 segundos (si llegó) y dedicasen minutos y más minutos a noticias irrelevantes de deporte, por ejemplo. Y días antes le habían dedicado muchísimo más tiempo a un anuncio de Paradores en 3D (que obviamente no funcionaba muy bien en un televisor normal). ¡Que es el Telediario no un programa que tenga que hablar sólo de lo que interesa a la audiencia! Luego mucho lamentarnos de lo mal que está la educación y las nuevas generaciones y demás, claro, pero si somos burros es porque nos hacen burros y les es más fácil recrearse en la última de Cristiano Ronaldo donde todo está en la superficie que en la muerte de un escritor clave en la literatura mundial donde quizá haya que ahondar un poco.

NOTA: Me hubiera gustado complementar con pruebas esta entrada pero entre que no soy tan rápida de reflejos y que a cualquiera que vea las noticias le sonara todo no lo veo del todo necesario.

viernes, 29 de enero de 2010

Flores Fraggle Rock

Todos los días con la cámara a cuestas. No me importa porque es pequeñita y no ocupa ni pesa mucho. Lo que me molesta es que desde el día 6 de enero siempre había un factor o combinación de factores que me impedían probarla "al aire libre": si hacía buen día yo andaba por un sitio poco pintoresco y si la desenfundaba era únicamente para probarla por probarla, no porque las fotos fueran a decir gran cosa salvo por los impresionantes colores. Si andaba por algún sitio un poco más fotogénico siempre llovía y/o iba cargada con lo cual pasaba de aventurarme a hacer malabares con las bolsas, el bolso, la funda de la cámara y/o el paraguas para hacer fotos en un día gris. Y así iban pasando los días hasta que el martes - día soleado - decidí bajarme del metro en el centro a pesar de no tener nada que hacer allí, ir moderadamente cargada y tener un poco de prisa. Pero ya no aguantaba más y el sol de la superficie era muy tentador.

Lo que sigue pasando con la cámara nueva es que se me va la espontaneidad en favor de probar esto y lo otro. Probé el zoom con los edificios y el mobiliario urbano y me quedé impresionada, probé tal cosa o tal otra, a ver cómo se captan estos colores, ese movimiento, esa luz, etc. Que no está nada mal, pero que no me deja muchas fotos para el blog puesto que son pruebas que no dicen gran cosa salvo a mí.

Pero hubo una prueba de color que sí se merece su entrada tamaño poster: es la de estas flores al lado del edificio de la Universidad. Son amarillas, así que eso fue lo primero que me llamó la atención (tengo debilidad por las flores amarillas), pero luego vistas de cerca (con el zoom, claro) me hicieron mucha gracia y, como no sé el nombre científico (ah, si Carlos Linneo me hubiera conocido), las bauticé como flores Fraggle Rock*.


Quizá Elvira pueda darnos el nombre real.

*No recuerdo cosas concretas, pero tengo la sensación, así en general, de que hoy Fraggle Rock habría sido muy diferente, muy políticamente correcto y todo eso.

jueves, 28 de enero de 2010

Noche de viernes atípica: Avatar

Noche de viernes atípica porque fue fuera de casa y porque no es ninguna adaptación literaria ni similar. Hacía siiiiiiiglos que no pisábamos un cine y no era precisamente por falta de ganas de ver películas. El viernes nos cuadraba la escapada y no lo pensamos dos veces: la elegida fue Avatar (Avatar).

Y antes de continuar aclaro dos cosas:

- que tengo prejuicios a las películas, series, etc. de monstruitos (bichos, seres extraños o como quiera llamarse). Es una tontería porque luego a veces veo cosas en las que salen y no me molestan, pero no suelo salir a buscarlos yo.

- que no me gusta Titanic (sí la historia del Titanic, no la historia del Titanic contada por James Cameron).

Así que con esos dos datos se puede concluir que si estaba entusiasmada por ver Avatar era por verla en 3D, que Up se nos escapó en ese formato en su día y es una espinita que no me quito.

Así que después de un abrasador té de fresa (¡rico!) que tuvieron que ponerme en un vaso de cartón para llevar porque empezaba la película y aquello no se enfriaba, entramos a verla. Mi primer contacto del siglo XXI con las gafas de 3D fue un poco extraño porque me las puse, miré a una de las luces del cine y le dije a Manuel "hala, las gafas hacen discoteca" porque alternaban entre rojo y verde. Manuel se puso las suyas y dijo que no, que sólo se veía más oscuro. Intercambiamos gafas y comprobamos que los dos decíamos la verdad... ¿cuáles eran las gafas que no funcionaban? Pronto dedujimos que eran las mías y que además estaban vivas porque incluso sin mirar por ellas se veía que el "cristal" palpitaba con vida propia. Me las cambiaron.

Y con las gafas en condiciones la película me gustó mucho. El 3D sigue siendo tan chulo como siempre. Mucho se ha hablado de la historia que cuenta la película y que no es nada del otro mundo, etc. Bah, ya está estudiado que argumentos los hay contados: prácticamente cualquier libro de ficción que se lea cuenta la misma historia - si se deja en los huesos - que miles de libros más. Lo que importa no es la historia a secas - de ser así no se contaría nada - sino cómo se cuenta esa historia. Y aquí la historia que se cuenta es una película del oeste (que tanto le gustan a Manuel) futurista, ecologista y pacifista (y a veces al señor James Cameron se le resbala algún pie demasiado dentro de un sermón sobre uno de esos temas que en mi opinión chirría un poco). Y hay que tener en cuenta que no se ha creado "sólo" la historia, sino tooooooodo el universo Na'vi en profundidad y con detalle. O sea, que parafraseando a Ortega y Gasset (¡oy, qué cultura!): la historia es ella y su circunstancia. Y obviamente, ya lo ha dicho el señor Cameron, habrá que rentabilizarlo todo: habrá secuelas.

Sólo algunas cosas se me hicieron un poco largas - las batallas en cualquier formato se me hacen pesadas - y yo hubiera recortado un poco aquí y allá, sobre todo cuando las gafas de 3D, que pesan medio kilo, empezaron a clavárseme sobre la nariz y me las tenía que sujetar con el dedo (y yo le decía a Manuel al entrar al cine lo ridículo que debe de ser ver toda una sala llena de gente con esas gafas... el detalle de sujeción a dedo ya no tiene precio). Eso de los recortes nos llevó a una conversación habitual que tenemos después de ver películas de animación: ves una película de Pixar y lo pasas de maravilla al tiempo que te quedas boquiabierto con las proezas de diseño. Ves una película de animación de otros y, por bien que esté (aunque ninguna iguala a Pixar), siempre hay algún momento "¡mira lo que sé hacer!". Aquí lo mismo, había unos cuantos momentos de "mira, mira", pero bueno, no es grave.

Tampoco es grave pero sí fue muy chocante fue el momento en el que Michelle Rodriguez "presenta" a su helicóptero como "my baby". Y ya se sabe que si hay subtítulos da igual que te estés enterando de la película (si hay subtítulos yo los leo incluso viendo cosas en español, se me van los ojos) sin ellos: así que gracias a ese fenómeno extraño de atracción irresistible a los subtítulos tuvimos que leer que en español su "baby", su helicóptero, era... ¡su "churri"! (y fueron varias veces más). Yo no sabía si reírme o llorar*.

Total, que salí del cine encantada y deseando ver la nueva Alicia en el País de las Maravillas que anunciaron en 3D y me tentó aun más de lo que ya estaba. Claro que esto del suplemento 3D es un poco una ruina, eso es innegable, pero, sin contar el peso de las gafas, es tan chulo.

* La única lectora se meterá conmigo por volver con el tema pero... ¿por qué la gente sí puede leer los subtítulos si se trata de un idioma inventado (como el de los Na'vi en este caso, pero llámalo Klingon, élfico o lo que quieras) y se niega a ello si se trata de un idioma real?

miércoles, 27 de enero de 2010

A Taste of Home

Lo más importante de esta entrada es darle las gracias a Ángeles por haberme informado de la existencia de esta tienda: A Taste of Home, en Floridablanca 78 y en Verdi 225. Un gran, gran hallazgo.

El lunes hice la escapada bajo la lluvia en un atmosférico ambiente británico, pero una vez que entré en la tienda, que en realidad es un supermercado inglés en toda regla, con su sección de congelados y su sección de droguería, ya no había quien me sacara. Pululé y pululé, alternando entre todo lo que quería probar (¡Ovaltine! ¡diferentes tipos de quesos, incluso uno rosa! ¡todas las latas de Heinz del mundo! ¡limonada victoriana! ¡miles de galletas y tipos de patatas fritas! ¡double cream! ¡Betty Crocker! etc, etc) y lo que había buscado para recetas ya pasadas (mazapán en lámina para la tarta Battenberg, harinas y azúcares de todo tipo, condimentos y especias, montones de cosas reposteras, etc.).

Al final, como no iba a volver a casa justo al salir de la tienda, me pudo la formalidad y me moderé un poco (no había medias tintas: o vigilaba mucho lo que me llevaba o me lo llevaba todo) y salí con esto que se ve en la foto. De hecho salía con sólo un paquete de galletas pero para poder pagar con tarjeta necesitaba un mínimo de 10 euros (que yo pensaba que ya había superado y no, cosa que me sorprendió: los precios son muy asequibles) así que yo encantada de coger otro tentador paquetito de galletas.

Así que el botín final que se puede ver en la foto es:

- Double cream, vista en algunas recetas y hasta ahora imposible de encontrar para mí. Yo no la había visto pero al preguntar si tenían clotted cream (por desgracia no, pero a quien le gusten las mermeladas y cosas de untar de todo tipo salvo por clotted cream ahí tiene todo un paraíso) me ofrecieron esta.

- Las dos cajitas de galletas, que aún no hemos abierto porque estábamos gastando las nuestras.

- Preparado para hacer pan blanco normal y corriente. A ver cuándo lo hago, porque aunque ya sólo hay que añadirle agua caliente, hay que dejarlo leudar, así que requiere tiempo. Si no me traje más preparados era porque estaban cerca de la fecha de caducidad y no quería tener que hacerlos deprisa y corriendo, pero la variedad era enorme. Incluso había un preparado para hacer Yorkshire pudding, con lo fácil que es de hacer desde cero.

- Y por último una lata de Cherry Coke para Manuel. De vainilla, como era de esperar, no tenían.

No me atrevo a poner la mano en el fuego, pero diría que muchas de mis recetas acaban de recobrar vida después de estar abandonadas por falta de ingredientes. Es cuestión de hacer un repaso y una lista y - esto lo sé desde que entré por la puerta - volver.

martes, 26 de enero de 2010

A History of Haworth from Earliest Times, de Michael Baumber

Poco puedo decir de A History of Haworth from Earliest Times, de Michael Baumber*, más que a veces una tiene la necesidad de hacer una pequeña escapada mental - en el tiempo y en el espacio - a uno de sus sitios con encanto preferidos. Nunca dejará de parecerme curioso cómo, por ejemplo, Charlotte Brontë no veía el momento de huir de su no tan pequeño pueblo y los entusiastas Brontë de todo el mundo no hacemos más que desear poder volver allí.

Y ahora tengo aun más ganas de volver no sólo por lo que ya no conozco y no me canso de ver sino por lo que he tenido varias veces a la vuelta de la esquina y no me he acercado a ver por falta de tiempo o por desconocimiento. La última vez que estuvimos en Haworth Manuel y yo decidimos que íbamos a explorar un poco pero ocurrieron dos cosas: 1) que no sabíamos muy bien hacia dónde dirigir nuestros pasos y acabamos en una calle sin salida muy mona y muy típica y poco más y en parte como resultado y en parte como causa 2) el tirón de las zonas Brontë conocidas es demasiado fuerte y tienen el aliciente de que incluyen los páramos y que están situadas en la parte superior de la calle principal.

Cuando volvamos - aquí no hay "si volvemos" que valga - y gracias a este libro hay algunas cosas no Brontë que no me importaría visitar, otra cosa es que el tirón Brontë lo permita y que nos veamos con fuerzas de ir calle abajo sabiendo que luego hay que volver a subirla. De momento como no hay fecha para el "retorno", yo me contento leyendo las palabras de las Brontë, viendo fotos propias y ajenas y hojeando el material adicional sobre Haworth que tenemos en la estantería Brontë, que no es poco.

Haworth, a veces, puede ser un estado mental. Un estado mental positivo salvo que una sea Charlotte Brontë, quiero decir.

* Atención, atención: acontecimiento histórico. Este es el cuarto libro que leo en 2010 y nótese el balance poco habitual de la lista de lecturas: 3 libros escritos por hombres y 1 por una mujer. Lo digo ya: esa es una proporción que no se ve mucho en este blog.

lunes, 25 de enero de 2010

Galletas de arándanos y chocolate

¡Qué tentador es tener una frutería que vende arándanos tan cerca! A pesar de lo carillos que salen es una maravilla hojear recetas con arándanos azules y saber que, si quieres, puedes hacerlas, a no ser que lleven más ingredientes difíciles de encontrar, claro está.

Eso es lo que rondaba mi cabeza hace unos días cuando pasaba las páginas del libro de las 100 galletas en busca de alguna para el sábado hasta que empecé a darme cuenta de que muchas de las recetas pedían arándanos azules, sí... ¡pero secos! Esa sí que es buena: ahora que los tengo frescos a 200 metros resulta que los que necesito son - otra vez - los difíciles de encontrar. Así que como no terminaba de decidirme por nada en concreto, al encontrar esta receta con buena pinta y la opción de utilizar arándanos azules frescos o secos me decanté por ella.

Y supongo que las que no dan opción y los piden secos directamente no sufrirían demasiado si se les pusieran frescos, ¿no? Es que al final todo parecido con la receta original fue casualidad: la receta pedía 50 grs de arádanos azules y 50 grs de arándanos rojos y yo puse 100 grs de arándanos azules sin más. Y las pepitas necesarias de chocolate blanco y yo las puse de chocolate negro. Pero el resultado ha sido muy positivo así que no hay quejas.

Hablo en primera persona porque el sábado Manuel me dejó sola ante los fogones, ya que optó por una nada envidiable ronda de visitas hospitalarias. Creo que de no haber tenido los arándanos en el frigorífico yo hubiera pasado de hacer repostería por mi cuenta, pero como no podía dejar que se pusieran malos, pues ahí estaba yo, decidiendo sola si el tamaño de mis montoncitos de masa en la bandeja del horno sería demasiado pequeño o demasiado grande o si estaría dejando poco espacio entre unos y otros y en el horno se solidificarían en una única galleta gigante. Vamos, las mismas dudas de todas las galletas, sólo que sin apoyo moral en este caso.

Al final creo que salió bien la cosa y me salieron 32 galletas cuando la receta decía que los ingredientes eran aproximadamente para 30: di en el clavo con el tamaño. Qué divertida telehorno con los arándanos azules adquiriendo un tono color sangre (sangre plebeya, no sangre azul como podría indicar el nombre), a veces desparramándose un poco y a veces como palpitando. No sé cómo no han montado una película gore con arándanos.

Pero bueno, lo más importante de todo es que quedaron ricas, mis galletas solitarias sanguinarias. Cuando llegó Manuel me pilló en plena sesión fotográfica y, como ya se habían enfriado, ejerció de catador. Dio el visto bueno. A lo que yo no doy el visto bueno es a los domingos grises. Vale que mi cámara hace fotos casi en la oscuridad y que hace fotos también con la luz artificial sin necesidad de ponerse toda tensa para que no tiemble demasaido el pulso... pero me gustaría poder comprobar qué se siente al hacer fotos de un desayuno dominical con luz natural y no artificial con la cámara nueva. No creo que sea tanto pedir, un poco de sol de buena mañana.

La plancha dominical estuvo amenizada por The Gay Bride (La novia alegre, en ese enlace dicen que pertenece a los géneros de comedia - de acuerdo - y terror, ¡¿qué?!), de 1934 (hemos vuelto hacia atrás para rellenar este hueco), donde curiosamente salía un hombre planchándose sus pantalones (¿quizá la ficha técnica del enlace en español la hizo un hombre y lo de plancharse sus propios pantalones le dio mucho miedo y de ahí lo de terror?).

Y una última foto, que aunque Virginia Woolf ya tuvo el año pasado su correspondiente dulce por su cumpleaños, el sábado pensé que me sentiría mal sin mencionar que hoy - 25 de enero - es su cumpleaños. Nació en 1882 y 128 años después aquí estoy yo, con la habitual lectura suya de comienzos de año (mañana más sobre la lectura anterior a esta) y una bandejita con galletas. No sé qué opinión le merecerían a la señora Woolf las galletas de arándanos y chocolate, aunque tiene pinta de no haberle hecho ascos a la comida, no sé si también a los dulces.

Editado para añadir la receta original (yo ya he dicho que hice modificaciones):

Ingredientes para 30 galletas:

- 225 grs de mantequilla blanda
- 140 grs de azúcar extrafino moreno
- 1 yema de huevo ligeramente batida
- 2 cucharaditas de zumo de naranja
- 280 grs de harina
- 55 grs de arándanos azules frescos o secos
- 55 grs de arándanos rojos frescos o secos
- 25 grs de pepitas de chocolate blanco
- sal


Preparación:

Forrar una bandeja para horno con papel de hornear y precalentar el horno a 190º.

Poner la mantequilla blanda y el azúcar en un bol y mezclarlos bien. Incorporar la yema y el zumo de naranja mientras se va batiendo. Tamizar la harina y una pizca de sal sobre la mezcla y añadir los arándanos azules y rojos y las pepitas de chocolate. Remover bien todo hasta que no queden grumos.

A continuación, tomar porciones de la masa con una cuchara y colocarlas dejando un poco de distancia entre ellas sobre la bandeja preparada con el papel de hornear.

Hornear entre 10 y 15 minutos, hasta que queden ligeramente doradas. Una vez fuera del horno, dejarlas en la bandeja de 5 a 10 minutos para que se enfríen un poco y, con la ayuda de una espátula, colocarlas sobre una rejilla hasta que estén totalmente frías.

(Hornear la segunda tanda si la hay).

domingo, 24 de enero de 2010

Mad Men

Ayer fue el primer sábado en mucho, mucho tiempo que no pasamos un rato en el mundo de la publicidad de los años sesenta: se nos han acabado las tres temporadas de Mad Men (Mad Men) que hemos visto una detrás de otra y ahora no nos queda más que esperar a la cuarta como al resto de la humanidad. Es muy duro.

Yo soy poco de fiarme (léase: coincidir) de las listas de "los mejores libros", "las mejores series", "las mejores películas" y ya he asumido que si hay pocos lugares comunes no es definitivamente ni porque yo tenga mejor gusto ni tampoco peor gusto. Es una cuestión de percepción. Y por eso no me fío. Que sea un buen producto no quiere decir necesariamente - no para mí, insisto - que esté bien. La primera vez que fui consciente de que existía una serie llamada Mad Men (quizá ya la hubiera oído antes pero no había prestado atención) fue cuando Javier Marías empezó a ponerla por las nubes. Dudo que Javier Marías y yo tengamos demasiados gustos en común a pesar de lo mucho que me gusta él, pero me hizo gracia verlo tan entusiasta con una serie. Después vinieron los blogs. Y después vino Manuel preguntando si me apetecía verla los sábados y tanto entusiasmo global me pudo y dije que sí (y creo que le sorprendí un poco yo a él). Mientras hemos ido viendo las tres temporadas no hay semana que no vea alabanzas de esta serie en algún sitio y suele aparecer en los primeros puestos de "las mejores series", a veces en el primer puesto directamente. Y sin querer hacer apología del borreguismo: ¡qué maravilla coincidir a veces con esas listas! Más que alabanzas a la serie parecen alabanzas al buen gusto de uno, ahora entiendo por qué la gente lee los libros que marcan y ve las películas que señalan: es todo para sentirse bien con uno mismo. Y cuando la serie gana premios, ¡ah, qué orgullo!

Alto y claro: si Friends es para mí la mejor sitcom de todas, Mad Men es para mí la mejor serie seria. Y lo puedo decir con más palabras pero no más claro: Mad Men lo tiene todo. Tiene un gran guión, tiene buenos actores, tiene unos decorados que hacen dudar que no la rodasen en los sesenta de verdad y la estén emitiendo ahora y una estética de lo más agradable (desde el logo hasta los vestuarios hasta la decoración, etc.). Si algo le falta es más Nueva York, pero el resto es tan bueno que da un poco igual. Mad Men no tiene pelos en la lengua y es tan realista - en el buen sentido de la palabra - que se pasa lo políticamente correcto por el forro: quiere mostrar las cosas tal y como eran y si para eso tiene que mostrar a gente que fuma y bebe sin parar, a embarazadas que fuman y beben, a gente negra en segundo plano y a hombres machistas en primer plano, pues lo muestra.

Y por supuesto Mad Men tiene a Don Draper, y eso es tener ya mucho terreno ganado. Hay guionistas a los que admiro y odio a partes iguales: los admiro por conseguir que un personaje como Don Draper me resulte irresistible y los odio por conseguir que un personaje como Don Draper me resulte irresistible. Don Draper no es más que una versión sofisticaday refinada (por dentro y por fuera) de Gene Hunt. El principio y la pregunta son las mismas: ¿cómo puede ser que un señor bastante machista (aunque Don Draper lo es - al menos de boquilla - menos que Gene Hunt), mujeriego, mentiroso y manipulador sea capaz de ganarse al público en el siglo XXI? Y sin embargo lo que ves es a este hombre que parece salido de los buenos tiempos de Hollywood, que con dos palabras es capaz de arreglar cualquier cosa, diplomático, galán, apuesto y lo demás da todo igual, se olvida rápido. (Podría ser peor: hay a quien le gusta Pete Campbell). Los guionistas y el magnífico John Hamm (el actor que hace de Don Draper) consiguen que a él le llegues a entender más o menos y que a quien no comprendas - al menos en caliente - sea a su mujer, a Betty. Luego fríamente lo piensas y los pones a cada uno en su sitio. Pero viene el siguiente capítulo de Mad Men y otra vez vuelta a empezar. Admiración y odio.

Y el resto de personajes son igual de complejos: Pete Campbell cae mal (en general, ya digo que hay a quien le gusta) sin saberse del todo por qué (bueno, porque uno se alía con Don Draper), Peggy va evolucionando y aunque a mí me caía mejor al principio, su cambio está muy bien logrado. Y Betty, la mujer de Don, es un mundo aparte. He visto que en algún sitio se metían con January Jones (ex modelo) y su actuación, pero a mí me parece brillante, dice las cosas con una mirada y un gesto y es tan chic ella. Con los niños me intriga mucho, porque no sé si es que ella es así o son los tiempos.

Recuerdo el primer episodio como si fuera ayer. Manuel no las tenía todas consigo de que Mad Men fuera a ser lo mío. Ahí estaba ya Don Draper y el tema del tabaco y la publicidad y todo comenzando de golpe y el espectador que no se entera de nada. Al acabar el primer capítulo yo estaba muy perdida y sólo el entusiasmo generalizado me hizo pensar que habría que ver más. Pero ese día Mad Men no me dijo gran cosa, la verdad. El día que la única lectora andaba por estas tierras y tuvo que tragarse el que posiblemente sea el capítulo más raro de toda la serie creo que se llevó la misma impresión. Hace poco leí una crítica de Mad Men que decía algo que me pareció muy curioso: decía que, como había dicho Virginia Woolf de Jane Austen, Mad Men es una serie difícil de cazar en plena grandeza. Y es tan cierto: qué difícil es señalar un párrafo de Jane Austen y decir: "aquí, aquí puedes ver claramente por qué Jane Austen es una de las grandes". Si Jane Austen es genial es por el conjunto que consigue elaborar a base de aparentes pequeñeces, de minucias. Pues con Mad Men lo mismo. Ves un capítulo de Mad Men y te quedas como estabas; ves Mad Men capítulo tras capítulo y te pasas al bando de los que la encuentran irresistible.

Mad Men, además, me demuestra que no leo libros tipo editorial Persephone porque sólo me interesen las vidas de las mujeres normales y corrientes. No, se confirma lo que yo ya pensaba pero tenía poca base para afirmar: me gustan las vidas normales y corrientes de mujeres Y hombres, pero parece que las mujeres son las que más se atreven con ellas. A los hombres, por los motivos que sea, les va más irse lejos, a grandes acontecimientos, grandes aspavientos, etc. En cambio Mad Men es un mundo muy de hombres visto desde un punto de vista de hombres (pero que, más medallas para los guionistas, tiene el mérito de conseguir que se vean ciertas injusticias sin necesidad de señalarlas con el dedo o de subrayarlas en amarillo: se lo confían al espectador del siglo XXI) en el que por supuesto hay mujeres, claro. Pero las historias son, en general, pequeñas, normales, cotidianas, basadas en pequeños detalles: desde una visita a un hospital, a un jarronazo en la cabeza, pasando por una llamada telefónica, un paquete de viejas fotos o una mirada que se centra en un niño pequeño.

En fin, que podría seguir hasta el infinito alabando Mad Men y haciendo tiempo hasta que llegue la cuarta temporada, pero lo único que haría sería repetirme y babear más.

Para los que estén tan enganchados como yo recomiendo:

- Este artículo en inglés.

- Y esta web: Mad Men Footnotes (puede contener spoilers, ojo), que demuestra que efectivamente eran otros tiempos (aunque el anuncio sea de 1936 no desentona con los años sesenta de Mad Men).

viernes, 22 de enero de 2010

Nubes y claros

Sé que ya lo he dicho una o dos veces (o quinientas), pero, ay, lo que me gusta a mí abrir el buzón y encontrar cosas que no sean a) propaganda (no incluyo catálogos; Manuel dice que a mí me das un catálogo de cualquier cosa desde una ferretería a utensilios del campo y me engancho), b) cartas del banco (a no ser que sea para informarme de algo bueno, claro) y c) facturas. Cualquier cosa que no pertenezca a uno de esos grupos me hace ilusión. Así que si hace unos meses hice una foto parecida a esta cuando llegaron la revista de Persephone y el catálogo justo cuando leía un libro suyo, la casualidad del otro día cuando llegó la Gazette y demás de la Brontë Society justo cuando leo un libro sobre la historia de Haworth (el pueblo de las Brontë) no pasó desapercibida. Mismo procedimiento: ponerse la ropa de casa, quitarse las lentillas, poner a hervir agua, pequeño cambio porque ahora uso el floatea en lugar del filtro, té de Navidad en este caso (y se sigue agradeciendo lo reconfortante que es) y, con el té humeante al lado, toda mi atención centrada en las páginas de la Gazette y papeles que la acompañan. Y tan ricamente.

Otra tarde a principios de esta semana fue igual de interesante pero muy diferente. A pesar de que en los días de lluvia no veo el momento de llegar a casa, el otro día pude hacer una escapada librera un poco pasada por agua. Con la excusa de recoger el último libro reeditado de Barbara Pym (no dejo pasar oportunidades ya y voy rellenando huecos con estas reediciones de Virago) que tenía encargado en una librería, me dio tiempo a hacer una fugaz visita a Hibernian Books: entré directa a la T y a la estantería de Virago y en poco tiempo tenía tres libros de Elizabeth Taylor (para rellenar huecos en la estantería también). Un giro casual entre las prisas me dejó cara a cara (técnicamente cara a lomo) con una edición clásica de Penguin de High Wages, la última novela que ha reeditado Persephone de la aclamada Dorothy Whipple, escritora a la que por lo visto Virago nunca quiso reeditar porque les parecía de mala calidad y que sin embargo ahora es la escritora superventas de Persephone. Sólo he leído alguna historia suya publicada en la revista bianual de Persephone y no me disgustó, así que tengo ganas de saber con quién coincido.

Así que en un ratito de nada me hice con cinco libros, cuatro de los cuales costaban juntos prácticamente lo mismo que el de Barbara Pym nuevo, que tampoco fue nada caro.



Y continúan las alabanzas a mi cámara nueva porque antes los días grises eran días de no hacer fotos o días muy frustrantes en caso de empeñarme en hacer alguna foto a pesar de todo. El gris del día se pegaba a las fotos y no había forma de que se vieran los colores reales de las cosas, sólo una versión pálida y mortecina de ellos. Así, con un suspiro, el otro día - gris - pensé en probar a hacer alguna foto del botín de libros. Y se me va a desencajar la mandíbula de tantas sorpresas con las fotos. ¡Qué colores a pesar de los nubarrones! (Al menos yo sí que veo unos colores muy vivos, espero que sea así también en otros monitores).

Siguiendo con el parte meteorológico que desprende esta entrada, añado que hoy no hay ni una nube en el cielo, que está azul, azul, azul.

jueves, 21 de enero de 2010

Pequeños valses

Venía yo dispuesta a compartir una de mis canciones preferidas, que se llama Oh, My Darling (igual que el disco en el que esta incluida), de un descubrimiento musical reciente y - oh, sorpresa - resulta que por lo visto esa canción precisamente no está ni debajo de las alfombras de internet.

Así que cuando miraba con cuál conformarme (conformarme tampoco sería la palabra puesto que las demás canciones también me gustan mucho) me he decidido por esta:

Little Waltz de Basia Bulat.


Que me hace gracia porque existe una canción del mismo nombre pero en español (aunque la canción esté cantada en inglés, ¿confuso?): Pequeño Vals de Marlango*, que me encanta.




Por lo visto lo mío son los pequeños valses.

* A Marlango - cancelaciones y demás imprevistos aparte - los veremos dentro de unos meses de nuevo. Qué ganas.

miércoles, 20 de enero de 2010

Flores en enero

Cuando los días grises lo permiten, ya se va notando que los días son más largos, cosa que por un lado supongo que está bien pero que por otro me recuerda que otra vez estamos encaminados hacia el calor. Así que si hago balance y por incomprensible que pueda sonar me quedo con los días cortos y el frío.

El caso es que en breve irán saliendo florecillas y yo tendré la cámara puesta a punto y eso que no creo que haya habido ningún día que Manuel haya vuelto de su "expedición" a la casita de verano sin un ramillete de flores. En diciembre hubo muchas rosas, que habrían hecho las delicias de J. M. Barrie (sí, el de Peter Pan, que también dijo que "Dios nos dio la memoria para poder tener rosas en diciembre"). El otro día vino con este y no me pude resistir ni a hacer la foto ni a ponerla aquí en tamaño poster.

martes, 19 de enero de 2010

Noche de viernes: The Day of the Triffids

Hace poco Manuel se enteró de que recientemente la BBC había adaptado de nuevo la novela de John Wyndham The Day of the Triffids (El día de los trífidos) y pidió turno para verla alguna noche de viernes. Los especímenes Brontë que nos quedan por ver en noche de viernes y que siempre están al acecho (la adaptación de Cumbres borrascosas de la MTV y similares) me dan tanto miedo que asentí sin dudarlo hace un par de viernes y eso que la ficción científica* no es lo mío. Por lo visto la novela es muy conocida y Manuel la tiene (traducida al catalán) pero yo no la conocía de nada, tanto es así que me pasé días llamándola "el día de los triglicéridos" (que con la ingesta reciente de clotted cream es más real en nuestro caso).

Bueno, el caso es que yo no sabía de qué iba y a veces es una bendición no tener el criticón de adaptación activado. El resumen que voy a hacer para quien tenga tan poca idea como yo es de la nueva adaptación, no de la novela. Por lo visto - Manuel sí que tenía el chip activado - no tienen mucho que ver la una con la otra.

La acción transcurre en una época actual que se diferencia de la verdadera por el hecho de que existen unas plantas llamadas trífidos que proporcionan combustible y que han salvado al mundo del calentamiento global. El problema con estas plantas es que son muy agresivas y tienen una especie de tentáculos/látigos que apuntan a los ojos de la gente. Los trabajadores de las plantas de trífidos, cuando bajan a los invernaderos, tienen que ir muy protegidos y llevar gafas, etc. Ah, y son plantas que se mueven (en las plantas no porque están controladas) y hacen ruidos con los que se comunican entre ellas, sí.

Total, que un día llega un loco a la planta donde trabaja Bill Mason, experto en trífidos (su padre es el que los descubrió en África y los llevó a ser lo que son** y su madre murió en África atacada por ellos), y por unas cosas y otras a Bill termina por darle un trífico el latigazo de rigor en los ojos. Se lo llevan al hospital y mientras está allí con los ojos vendados y sin saber si recuperará la vista, el resto del mundo mira entusiasmado un espectáculo natural de luces y nubes y colores en el cielo... que desemboca en una gran luz que los deja a todos - la gran mayoría - ciegos. Bill Mason recupera la vista y pronto se da cuenta de que los trífidos van a huir de los invernaderos.

Por otro lado, Jo, una periodista de la radio, también conserva la vista y se encuentra de casualidad con Bill, al que no conoce de nada, en mitad de una apocalíptica calle londinense, y se une a su misión. A través de ellos vemos un mundo catastrófico y caótico con escenas y recreaciones dignas de cualquier película de catástrofes de Hollywood. Un mundo que por un lado está acechado por los trífidos y por otro no tiene forma de verlos venir.

Eso es lo bueno e interesante de la serie, lo que engancha de un capítulo a otro (yo el viernes pasado tenía ganas de saber cómo continuaba). Pero el guionista, no conforme con eso, decidió incorporar también a un personaje malo-malísimo que surge de la nada, se seca un nombre de la manga, Torrence, y del que nunca sabemos nada más (¿motivaciones? ¿otras características aparte de ser malo y perverso?) interpretado - supongo que ahí reside la gracia para los ingleses - por un cómico famoso llamado Eddie Izzard que me atrevería a decir que es totalmente prescindible para los no-ingleses que sólo vemos un señor con un guión pésimo que interpreta fatal y sólo sabe poner caras. Y a medida que avanza la serie va a peor, o quizá es que va cansando más, no sé. Pero lo estropea todo.

Es curioso que Jo, la periodista, sea Joely Richardson, hija de Vanessa Redgrave, que también tiene un pequeño papel en la serie y que, inevitable, está espléndida. Para los fans de Sensación de vivir - afortunadamente mi expediente en ese aspecto está limpio: yo nunca lo fui - informo de que por ahí sale también Jason Priestley.

Conclusión: que la serie está bien, engancha y es interesante salvo por los trozos en los que Eddie Izzard hace de malo-malísimo y pone caras de las suyas. Y siendo de la BBC siempre da gusto recrearse en los pequeños detalles, siempre todo tan cuidado.

* "Ciencia ficción" para el resto del mundo y el legado de un genio de la traducción, no hay duda. Lo correcto, lo que tiene sentido, es ficción científica y aunque sé que es probablemente tarde para corregirlo, yo hago campaña a favor de la forma correcta, por si acaso.

** Como ocurrió con las poinsettias (¡la nuestra sigue viva!). En Navidad nos enteramos de que la planta tal y como la conocemos (y más si es en alguna de las variedades blanca, rosa, etc.) es un prodigio de la modificación genética. La planta original, procedente de México, es
como se ve en esta foto.

lunes, 18 de enero de 2010

Scones de naranja (y clotted cream)

Seguimos teniendo dulces navideños en el armario, pero los sábados sin repostería no son lo mismo y menos si sabes que tienes un bote de clotted cream en el frigorífico a punto de caducar (calma, aún nos queda uno de reserva cortesía de mis padres en su visita de diciembre). Así que ya que en verano hicimos scones de limón, que les daba un toque muy frresquito, ahora - en pleno invierno - tocaba hacerlos de naranja.

La inspiración de hacerlos de naranja es de una receta que vi la primera vez que buscaba recetas de scones hace siglos, pero el otro día al mirarla me di cuenta de que implicaba hacer los scones de forma totalmente diferente a la habitual. En parte debería darme igual porque mi memoria para las recetas es de Teflón igual que los moldes de los scones y sea la primera o la décima vez que la hago suelo tener que andar consultándola. Pero lo que no me daba igual era que el resultado final de la receta conocida - tan rica - cambiara. Otra vuelta por internet resultó en un montón de recetas de scones de naranja Y arándanos rojos. Pero yo sólo quería de naranja así que... improvisé. Ralladura de media naranja por aquí y unas cuantas cucharadas de zumo por allá y voilà.

Por otra parte y sin que sirva de precedente esta vez me acordé de que las cantidades de la famosa receta dan para una tanda de scones y que luego siempre nos damos cuenta cuando estamos metiendo la primera en el horno y hay que ponerse deprisa y corriendo a hacer la segunda que, con la mantequilla ya más caliente, siempre queda peor. Así que dupliqué las cantidades y, misterios de la repostería, en lugar de salir los 24 scones habituales de las dos tandas, el sábado salieron "sólo" 20. ¿Quién se ha comido mis cuatro scones?

Olía de maravilla en la cocina mientras se hacían. Además, he redescubierto las naranjas y ahora hasta hay días que me tomo una después de cenar (eso es lo nunca visto, literalmente). Supongo que como con todas las frutas, terminaré volviendo a la casilla de salida, pero mientras dure y mientras las naranjas sigan saliendo tan ricas, yo seguiré pasando gustosa por esa inefable sensación que es que te chorree el juguillo por la mano y empiece a gotear a la altura de la muñeca. Hay días que me planteo seriamente imitar a Miss Matty (de Cranford) y sorber el zumo directamente por un agujerito hecho en la cáscara.

Por supuesto la primera repostería del año y de la nueva temporada es también la primera repostería con la cámara nueva. ¡Qué fácil ahora! Un clic y ya está, foto nada borrosa al canto. Y es curioso porque ahora al tardar menos en tomar una foto válida me voy por los cerros de Úbeda y acabo haciendo tropecientas probando esto y aquello, aunque el resultado final sea un sinfín de fotos bastante parecidas de scones. Antes se me agotaba la paciencia y ahora se me va a agotar la memoria del ordenador (las fotos de ahora ocupan más de cuatro veces más que las de antes).

Y para desayunar nos pusimos las botas con la clotted cream. A mí, como siempre, se me van los ojos a la parte de la etiqueta donde pone las cantidades de grasa, calorías, etc. (poca sal, eso sí) que contienen 15 minúsculos gramos. Pero luego es que es saborear la combinación scone+clotted cream y te da igual todo hasta que el estómago te pesa no 15 gramos sino cuarenta toneladas más.


Diría todo eso de que por una vez no pasa nada, bla, bla, bla pero mentiría porque el bote de clotted cream de reserva caduca en mayo.

¿Cuánto habrá que planchar para quemar las calorías de, ya no 15, sino de 1 gramito de clotted cream? Por lo menos tres juegos de sábanas o algo así. El caso es que con la plancha de ayer vimos una película más de 1936 (¡lo que da de sí ese año!): The Bride Walks Out (Cásate y verás), con Barbara Stanwyck y un final supuestamente feliz para la época que hoy en día es más agridulce que otra cosa.

viernes, 15 de enero de 2010

Under the Greenwood Tree, de Thomas Hardy

No he conseguido dar con la portada de nuestra edición de Under the Greenwood Tree, de Thomas Hardy. Normal, porque es de una edición de Macmillan del año 1977. Nuestra copia, además, es de segunda mano (viene forrada con aironfix por alguien no muy ducho en conseguir que no quedaran burbujitas y que yo creo que lo pusieron cuando el libro ya estaba bastante maltrecho) y, aunque no lleva el nombre del dueño, sí que tiene inscrito "Bought in St Andrews, Scotland, 1978" (comprado en St Andrews, Escocia, 1978) y debajo un enorme sello de Elephant books (esto ya en Barcelona) de una expedición que hizo Manuel a esa librería. Yo nunca llegué a ir. Al libro se le notan los años: las páginas, que nunca debieron de ser de papel de muy buena calidad, están amarillas (cosa que no me disgusta necesariamente) y se han puesto más ásperas), alguna vez se ha debido de mojar y nadie se molestó en ponerlo a "prensar" en una estantería bien apretado, así que ahora es como si le hubieran hecho la permanente. No sé por cuántas manos habrá pasado ni cómo llegó de St Andrews a Barcelona, ni qué les pareció a los anteriores lectores que cargaron con él bajo la lluvia escocesa o barcelonesa.

Pero a mí me ha gustado. Me gusta mucho cómo escribe Thomas Hardy, cómo retrata a los rústicos habitantes de sus aldeas pero me cuesta mucho decidirme a leerlo porque, aunque sean buenas lecturas, el arma punzante que siempre suele llevar encima me impone un poco. Gran parte de la obra de Thomas Hardy se lee con los ojos tapados y mirando sólo por una rendijita entre los dedos. Pero este, que es su tercer libro (escrito, además, después de uno que luego destruyó, The Poor Man and the Lady), publicado en 1872, todavía no ha llegado a esos extremos. Hardy, sin duda, ya apunta maneras, pero puede decirse que aún estaba sólo afilando el arma punzante.

El título completo del libro, y Hardy decía mucho en sus títulos, es: Under the Greenwood Tree, or The Mellstock Quire. A Rural Painting of the Dutch School. (Bajo el árbol o el coro de Mellstock. Una pintura rural de la escuela holandesa). Lo dice todo. El libro comienza siguiendo los pasos de un grupo de músicos locales y rústicos, pero luego desvía su atención hacia uno de ellos que cae rendido a los pies de la nueva maestra de la escuela local (y que se ha hecho con el monopolio de música en la iglesia que antes tenían ellos) que a su vez se debate entre varios pretendientes. Y todo pintado con una atención a los pequeños detalles, efectivamente, digna de cualquier cuadro de la escuela holandesa mediante pequeñas escenas sucedidas a lo largo de cada una de las estaciones del año: comienza en Navidad (con una fiesta de Navidad divertidísima), en pleno invierno (y es la página que aparece en la foto, acompañada del marcapáginas elegido de Carl Larsson) y concluye en otoño. El frío, la llegada de la primavera, el verano y el otoño con sus tonos ocres están descritos con total precisión dentro del ámbito rural que Hardy tan bien conocía y sabía retratar.

El libro está lleno de pequeñas observaciones bastante reales, de esas que hacen gracia porque suelen ser universales. De todas me quedo con esta, que me hizo reírme en alto cuando la leí:

“How long will you be putting on your bonnet, Fancy?” Dick inquired at the foot of the staircase. [...]
“Only a minute.”
“How long is that?”
“Well, dear, five.”
“Ah, sonnies!” said [Dick's father], “’tis a talent of the female race that low numbers should stand for high, more especially in matters of waiting, matters of age, and matters of money.”

-¿Cuánto vas a tardar en ponerte el gorro, Fancy?- preguntó Dick desde el pie de la escalera. [...]
-Sólo un minuto.
-¿Cuánto tiempo es eso?
-Bueno, querido, cinco.
-¡Ah, hijitos!-dijo el padre de Dick- es un don que tiene la raza femenina el de sustituir los números altos por los bajos, sobre todo en asuntos de esperas, asuntos de edad y asuntos de dinero.
(Traducción bastante mala mía)

Ahora nos queda por ver la miniserie, que la tenemos a la espera desde hace siglos. No sé qué tal será, porque gran parte del libro son descripciones puras y duras.

Y por cierto que ahora me doy cuenta de que pocas veces se verá esto en el blog: en los tres libros que llevo leídos en 2010, dos son escritos por hombres y uno por una mujer. Cuando al final de año haga el balance habrá que recordar que durante un tiempo la balanza se inclinó hacia este lado.

jueves, 14 de enero de 2010

Un año de buenas lecturas por delante

¡Qué ganas tenía de poner este cartel de la WPA! Ya he dicho alguna vez que me encanta el hecho de que hicieran carteles lectores para determinados meses y desde que vi este de enero pensé que pocas imágenes mejores había para ir empezando el año.

Enero: un año de buenas lecturas por delante.

Aunque como por aquí la nieve es esa gran desconocida, habrá que subirse al trineo sólo simbólicamente. Y hay que ver qué preparados todos los niños de cualquier sitio donde haya nevado (o sea, en todas partes menos aquí) que salen en las noticias, todos con sus trineos, como si fuera algo que pueden usar más de, no sé, cinco días al año en algunos sitios. Nosotras de pequeñas íbamos a la nieve (en la sierra alrededor de Madrid porque mientras yo vivía en Madrid no nevaba todos los inviernos en la ciudad, como sí lo ha hecho desde que me fui) y todo lo que llevaba nuestra expedición era un saco de esos enormes de plástico del campo como trenzados en blanco y rojo de llevar qué sé yo si serían patatas o sería abono. Ahí nos montábamos tres y, hala, a deslizarse ladera abajo de maravilla. Y que nadie vaya a pensar que hablo de los años cincuenta o algo así. No, hablo de los míticos años ochenta.

Por otra parte, y ya que hablamos de la nieve, hoy una fotógrafa madrileña que de vez en cuando se pasa por aquí y hace fotos tan bonitas de la nieve en Madrid como esta o esta cumple 16 años así que: muchas felicidades y muchos años y muchas fotos más.

Y para los anglófilos: una estupenda vista aérea de las nevadas recientes en el Reino Unido.

miércoles, 13 de enero de 2010

El corazón de Thomas Hardy

Me encanta esta foto de Thomas Hardy. Un hombre especializado en afinar - en lugar de redondear - las esquinas y aquí aparece tan campechano él, posando junto a su bici, con sus pantaloncillos y su sombrero, en una escena rural digna de sí mismo.

El caso es que entre mi lectura actual y que el lunes (día 11) se conmemoraba el aniversario de su muerte en 1928* lo tengo muy presente. En casa tenemos la biografía que escribió sobre él Claire Tomalin, pero de momento sólo está, como mucho, leída a trozos. De la vida de Thomas Hardy sé lo básico o, mejor dicho, sé lo más sensacionalista: que abandonó su carrera de (futuro) arquitecto, su turbulenta relación con su primera mujer, sus problemas con la religión, su decisión rotunda de romper con la novela tras la mala recepción de Jude... y los espantosos rumores acerca de su corazón.

Yo no sabía nada hasta que leí Virginia Woolf's Nose: Essays on Biography, de Hermione Lee y aun así ella dice que es sólo un rumor y que nadie sabe qué hay de cierto en todo eso.

Parece ser que Hardy quería que le enterrasen en el pequeño cementerio de la iglesia de Stinsford junto a su primera mujer, Emma. Pero, como siempre, quienes le habían puesto verde por escribir los libros que había escrito, ahora reclamaban que se le enterrase en el Poets' Corner en la Abadía de Westminster, en Londres, con pompa y circunstancia. Así que desoyendo tanto la voluntad del mismo Thomas Hardy como la de su segunda mujer, Florence, se llegó a la conclusión de que lo mejor era enterrar las cenizas de Thomas Hardy en la Abadía de Westminster y, de forma simbólica, enterrar su corazón sin incinerar junto a su mujer en Stinsford. Hasta aquí, por horrible que sea, todo es verídico.

El rumor morboso llega cuando la leyenda cuenta que después de la extracción del corazón, se lo encasquetaron a la pobre ama de llaves de Hardy que, supongo que sin tener ni idea de qué hacer con él hasta el entierro al día siguiente (¿y quién sabría qué hacer con un corazón? Nadie), decidió que el sitio idóneo donde guardarlo era en una caja de galletas (vacía, esperamos todos) que había sobre la mesa de la cocina.

Al día siguiente el enterrador pasó a recoger el corazón del pobre señor Hardy y no se sabe qué cara pondría al enterarse de que estaba guardado en la lata de galletas, supongo que si eres enterrador te tomas estas cosas de otra forma. El caso es que - según cuenta la leyenda, insisto - el hombre abrió la lata y la lata estaba vacía. Pero el gato de Thomas Hardy, Cobby, merodeaba por los alrededores con cara de felicidad.

Llegados a este punto y para empeorar aun más la truculenta historia, la leyenda se bifurca. En una versión, el corazón que se mete en la urna es el de un cerdo. En otra, y supongo que a modo de justicia poética, el enterrador acaba con el pobre Cobby y sustituye el corazón de Thomas Hardy por el corazón de Cobby.

Y en la tumba de Thomas Hardy pone Here Lies The Heart of Thomas Hardy (Aquí yace el corazón de Thomas Hardy). Así, sin interrogación ni casillas de verdadero o falso.

* El 11 de enero, pero en su caso de 1980, también se conmemora la muerte de Barbara Pym. Lo más chocante de todo - y aunque Manuel me diga que no es tan raro a mí me parece muy, muy raro - es que también comparten día de nacimiento: el 2 de junio. Thomas Hardy en 1840 y Barbara Pym en 1913. ¿Es o no chocante?

martes, 12 de enero de 2010

At Mrs Lippincote's, de Elizabeth Taylor

¡Y que a estas alturas haya que seguir aclarando que se trata de Elizabeth Taylor, "la escritora"! Mucho se ha hablado del injusto "olvido" de Elizabeth Taylor y una de las principales explicaciones suele ser - en palabras de Javier Marías hablando de otra cosa pero que me valen igual - que "los libros hechos y presentados con modestia por sus autores corren el peligro de pasar inadvertidos, más aún en estos tiempos impúdicos de permanente autobombo por parte de cualquier debutante o indocumentado. No por ello tienen menos valor del que tienen..." Pero yo también creo que le ha hecho daño su nombre: su nombre de casada, de soltera era Elizabeth Coles. Por lo visto este mundo sólo tiene cabida para una Elizabeth Taylor.

La otra Elizabeth Taylor escribía desde su casa en una zona plácida de Inglaterra donde se dedicaba a atender a su marido y a sus hijos y a pensar, según ella misma reconocía, sus novelas mientras planchaba y similares. Era tímida y la vida glamurosa no le iba en absoluto, apenas concedía entrevistas. Se conformó con forjar unas cuantas amistades literarias y le bastaba la aprobación de estas. De ahí todo el revuelo que se montó hace unos meses cuando Nicola Beauman - mandamás en la editorial Persephone - publicó la biografía de esta mujer que, como tantos otros escritores (Elizabeth Gaskell sin ir más lejos), pedía a sus familiares y amigos que destruyeran sus cartas. Tuvo la mala suerte de tener un amante y que este guardara sus cartas y que Nicola Beauman - más de treinta años después de la muerte de Elizabeth Taylor - se decidiera a airearlo en la biografía.

Curiosamente en la introducción a mi edición (de portada bastante fea y que ni dice nada ni viene demasiado a cuento) de At Mrs Lippincote's, escrita antes de la publicación de la biografía, Valerie Martin comenta la normalidad, la placidez de la vida de Elizabeth Taylor y bromea (diría yo que bromea) con la idea de que un buen día esa imagen se rompa en mil pedazos por algún gran drama de este tipo. Acertó.

At Mrs Lippincote's es la primera novela de Elizabeth Taylor. Después de conocerla a través de su penúltima novela y leer una novela intermedia, con la biografía famosa esperándome al final del camino, he decidido continuar con mi costumbre de lectura cronológica y volver a sus inicios, a su debut en 1945.

Los libros de Elizabeth Taylor son libros que no se pueden resumir porque sus resúmenes son absurdos e insatisfactorios: un matrimonio, Roddy y Julia Davenant, acompañados por su hijo de siete años y la prima de Roddy se mudan en plena guerra a la casa de la señora Lippincote, que se ha ido a vivir a un hotel. Roddy está destinado allí con el ejército. Eleanor, la prima, encuentra trabajo en un colegio local. Julia se ocupa de la casa y de Oliver, un niño que da la impresión de ser un poco un enfermo imaginario pero al que el lector coge cariño por ser un lector voraz. Durante su estancia allí pasan cosas y no pasa nada. No hay un gran final, no hay una conclusión, es como mirar por una mirilla un rato. Elizabeth Taylor narra en tercera persona, crea personajes reales como la vida misma, complicados, enrevesados, retorcidos, a los que es imposible juzgar precisamente por lo bien delineados que están. No es fácil ponerse de parte de nadie porque todos tienen su parte de razón, su parte de culpa.

Pensaba haber leído este libro a finales del año pasado, pero por querer tomarme un descanso con la guerra, lo dejé para más adelante. Curiosamente, pese a que el resumen de la contraportada te avisa de la presencia de la guerra, es un libro donde la guerra está muy difuminada. Siempre presente, sí, es imposible que no lo esté, pero, tratándose de Elizabeth Taylor, todo se dice de forma muy discreta, muy de pasada, sin aspavientos. Y al estar Roddy en un puesto militar, el racionamiento y las dificultades en la cocina, siempre tan presentes en la literatura de guerra, apenas se notan.

Elizabeth Taylor decía que ella no narraba, sino que escribía en escenas porque la narración la aburría. Es un estilo que me suele gustar mucho, porque se toma al lector en serio y le deja mucho margen, margen para recomponer, para rellenar, para entender. Quizá por esta aparente sutileza, sorprende la franqueza de la historia y cómo, de nuevo siempre sin aspavientos, es capaz de nunca morderse la lengua con nada. Muchas de estas escenas, además, están repletas de deliciosos detalles como alguien subido a una silla cuyo asiento antes ha cubierto con un periódico. Elizabeth Taylor escribe en escenas pero también en pequeños y aparentemente insignificantes detalles. Lo mismo con su prosa: sus frases son de aquellas de "parpadea y te lo perderás" pero si no parpadeas y no te lo pierdes, entonces te quedarás boquiabierto por lo que tan pocas palabras tan bien elegidas pueden llegar a decir. De nuevo, Elizabeth Taylor confía en la inteligencia de sus lectores, de nuevo no le hace falta ni andarse con rodeos ni gritar. Para Elizabeth Taylor, en todos los sentidos, menos siempre es más.

Este libro lo compré el año pasado en Londres porque cuando lo hojeaba con una cesta de Waterstone's llena no hacían más que saltarme cosas Brontë a la vista. Y al leerlo ahora no me extraña que así fuera, porque el libro está plagado de principio de fin. Oliver, muy precoz a sus siete años y un ávido lector, llega a la casa de la señora Lippincote leyendo Jane Eyre y el hecho de que el ático de la casa esté cerrado con llave dispara su imaginación. Pero no queda ahí la cosa y para mí ha sido un aliciente extra lo de encontrar las muchas referencias.

Así que aunque puede que llegue a la polémica biografía dentro de mucho, mucho tiempo, yo seguiré haciendo camino al andar con sus libros. Aunque, como se puede ver (cualquier excusa es buena para hacer fotos con la cámara nueva) tengo que ir rellenando huecos porque aún me faltan unos cuantos. A Elizabeth Taylor la plancha, por lo que se ve, le cundía muchísimo.

De Elizabeth Taylor sólo está traducida Angel, que es probablemente su novela más "diferente". Hay quien dice - no siempre de forma despectiva - que leída una novela de Elizabeth Taylor, leídas todas. De alguna forma es bien cierto, de otra hay que tener en cuenta que lo mejor de Elizabeth Taylor no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Fue al mismo colegio que Jane Austen, Abbey School, y, como su predecesora, trabajaba también sobre un minúsculo marfil. Quien encuentre - que los hay - todas las novelas de Jane Austen iguales - y, como las de Elizabeth Taylor, de alguna forma lo son - pensará lo mismo de Elizabeth Taylor. Quien sepa apreciar el fino arte de Jane Austen apreciará también el de Elizabeth Taylor, no porque sus temas se parezcan, nada más lejos, sino porque ambas dominan la historia y el estilo, porque da gusto ponerse en sus manos.

Recomendado: este artículo reivindicativo (uno más, es imposible leer a Elizabeth Taylor y no preguntarse el porqué de su olvido y querer reivindicarla) en inglés de 2007.

lunes, 11 de enero de 2010

Presentación oficial

Viendo la pila de turrones y demás dulces navideños que como siempre se nos acumulan después de las fiestas, el sábado decidimos no hacer repostería y en su lugar dedicarnos a engullir turrones, polvorones, barquillos, almendras rellenas, etc. La cosa no va muy bien: ayer conseguí terminarme por fin el turrón de coco (empezado a mediados de diciembre o por ahí), que he decidido que me gusta mucho en cantidades pequeñas y que me resulta un poco aburrido en cantidades del tipo "no puedo desviar mi atención a otro turrón porque tengo que acabar este o se pondrá malo". Ahora nos quedan unos cuantos que son variantes de chocolate: Suchard de chocolate negro, el Suchard de toda la vida, el de Lacasitos. Tienen pinta de ir a ser más llevaderos, o eso pienso ahora.

Y entre turrón y turrón, foto. Aún no he podido ir a ningún sitio mínimamente pintoresco (ya sé, ya sé, para un buen fotógrafo cualquier sitio lo es) y además tengo tantas ganas de hacer fotos que se me va un poco la inspiración, por raro que suene. Hago fotos aquí y allá pero son más de prueba, para ver los colores, el zoom, la luz, etc. que otra cosa.

Así que... ¡sonreíd!


¡Clic!

Hablando de sonreír, la cámara tiene una función que me encanta y me hace mucha gracia: un detector de sonrisas. Aparte del disparador automático de toda la vida, el que aprietas y tienes que salir corriendo a ponerte delante de la cámara, también tiene el modo "detector de sonrisas" (que además tiene gradaciones). Lo aprietas, te pones con toda la calma del mundo delante de la cámara, miras aquí y allá.... sonríes y te hace la foto. Y si sigues sonriendo te sigue haciendo todas las fotos que quieras y si te pones serio y vuelves a sonreír te vuelve a hacer la foto, etc. Es una tontería, pero me tiene fascinada.

El otro día llegué a la conclusión de que no sé hasta qué punto se nota la diferencia de las fotos en el blog. Se nota mucho si se hacen las fotos grandes. Las de la cámara vieja (a la que, pobre, tampoco quiero poner verde ahora), en grande, al natural, se veían siempre un poco difuminadas. Estas en cambio, se ven muy nítidas también en grande. Pero claro, las fotos que ponía aquí solían estar bastante filtradas en el sentido de que las muchas que quedaban un poco movidas, las muchas que hacía de una determinada cosa para que al menos una fuera aceptable dentro de la mala combinación que eran mi pulso y el hecho de que la cámara vieja necesitara que hubiera mucha luz. Así que yo lo noto infinitamente más de lo que se nota en el blog. Las sesiones interminables de fotos en las que yo me iba desesperando (y por tanto el pulso se iba notando cada vez más) ahora han sido sustituidas por un único y satisfactorio clic (dos como mucho y más por incredulidad que otra cosa) seguido - todavía - de una exclamación de sorpresa.

Así que esta es la presentación oficial de la cámara en el blog, la puesta de largo. Ya tiene funda, batería de recambio y tarjeta de 4 gigas así que se viene conmigo a todas partes, por poco pintorescas que sean.

Y, cambiando un poco de tema, aparte de la no repostería, este ha seguido siendo un fin de semana un poco atípico porque ayer, aunque sí que hubo película no hubo plancha. Planchar no me disgusta especialmente (pero no, tampoco me gusta tanto como para que me mandéis vuestra ropa, gracias) pero siempre se agradece que haya tan poca cosa que planchar que se pueda acumular para el domingo que viene (ya me quejaré entonces, ya). Así que la película que ayer nos acompañó mientras yo estaba doblando calcetines (¡eso sí que lo odio!) y demás fue Love Before Breakfast (Amar en ayunas, el resumen de la película que hacen en este enlace es un poco libre, pero bueno), todavía de 1936 y de nuevo con Carole Lombard. Es increíble cómo en estas películas todo valía, hasta las situaciones más inverosímiles (pero que sin embargo dentro de la película funcionan muy bien). Es impensable ver algo actual similar a estas películas porque nos hemos vuelto políticamente correctos (en el peor de los sentidos) (véase el cartel de la película sin ir más lejos, ahora a nadie se le ocurriría ese tipo de cartel, menos para una comedia ligera) y extremadamente realistas. Terrible. Y me incluyo porque cuando la película ya había acabado hacía un buen rato de repente le pregunté a Manuel el porqué del título y ninguno de los dos fuimos capaces de dar con una explicación.

sábado, 9 de enero de 2010

Floatea y canción global

He aquí un "díptico" de mi "flotea" traído por los Reyes Magos (con fotos hechas, casi sobra la aclaración, con la cámara nueva). Dos en uno: mono y cómodo. Por si a alguien le interesa, está diseñado por Ad Hoc, una marca alemana.


Y el té que contenía es por supuesto el té de Navidad, que un año más va a sobrepasar con creces su tiempo. Mientras haga frío, sea Navidad o no, es de los tés más reconfortantes, de eso no hay duda.

Y hablando de tés, como soy una fan declarada de Starbucks, hace unos días me topé con este vídeo y desde entonces no puedo dejar de verlo.



El 7 de diciembre de 2009, a las 13:30 GMT,
la gente de 156 países
se unió para cantar
justo a la misma hora
con el fin de llamar la atención sobre el sida en África.
Aquí están.
[Canción All You Need is Love, de los Beatles]
Pasa este vídeo
a tu familia, amigos
e incluso a desconocidos.
Porque por cada voz que se nos una
Starbucks contribuirá
al fondo global de la lucha contra el sida en África.
[Letra pequeña: 5 centavos por persona. Máximo un millón de personas (en YouTube llevan cerca de 900.000)].


Un mes y dos días después de la grabación de la canción, le dedico el vídeo (¡como en los programas de música!) a mi prima B. (no confundir con la única lectora; mi prima B. lee el blog en silencio) que hoy cumple años y creo que le gustará.

viernes, 8 de enero de 2010

Noche de viernes: Cranford especial Navidad

Las dos noches de viernes navideñas han sido el punto y final perfecto del Año Gaskell.

Nos han acompañado las adorables señoras de Cranford en una vuelta a la pantalla que no se basa en nada concreto de Elizabeth Gaskell. Se usan los personajes ya conocidos y se añaden algunos nuevos. Todo ello - y esto es de lo más sorprendente - sin salirse del tiesto y sin que apenas se note que Gaskell ha quedado relegada a creadora de los personajes y no de la historia. Por lo visto Heidi Thomas, la guionista, se leyó infinidad de cosas victorianas en general y de Elizabeth Gaskell en particular con el fin de recrear el lenguaje, el caracter y el ambiente a la perfección. Y hasta donde yo veo lo ha conseguido.

Tenemos al inolvidable cuarteto de señoras haciendo de las suyas y a un director que por lo visto encuentra tan irresistible como el espectador lo de ponerlas a las cuatro en un mismo plano y en situaciones de lo más variadas. Verlas por la calle, sentadas en sus mecedoras, asomando las cabezas por encima de un seto, montando en tren por primera vez o fisgando por la ventana son imágenes en las que no hace falta más: hacen sonreír ya de entrada. Y si se les suma el diálogo rápido de estas mujeres ya no se puede pedir más.

A ellas se les suman viejos conocidos y nuevos personajes. Se desarrollan historias que se dejaron inconclusas en la primera entrega y se añaden otras nuevas. El primer capítulo, sin defraudar porque la sola presencia de las cuatro "amazonas" ya es un gran punto a favor, nos dejó diciendo que era un poco más de lo mismo, puesto que una de las historias recordaba mucho a una de las historias que formaban parte de la primera entrega. Pero el segundo capítulo mejoró muchísimo y dejó en ridículo a la frase de que "las segundas partes nunca fueron buenas". Una delicia: divertido, emocionante, conmovedor...

No obstante, cuando anunciaban esta vuelta de dos episodios como "especial de Navidad" yo siempre pensaba que en Cranford también sería Navidad, pero no. Lo de "especial de Navidad" es básicamente porque se emite en Navidad. Y que conste que no me quejo, sólo lo encuentro un poco confuso. Soy una incondicional de Cranford sea Navidad, Semana Santa o pleno verano.

En las cartas de Elizabeth Gaskell, hablaba a veces de Cranford y de su modelo en la vida real, Knutsford (donde creció y está enterrada Elizabeth Gaskell). En varias dice que todo lo que se cuenta en Cranford es cierto y que muchas cosas más divertidas y poco comunes no las incluyó por miedo a que sonaran incluso más increíbles. En una de las cartas, contestado a una de John Ruskin cuya madre por lo visto adoró el libro, le asegura que ella conoció a la vaca del pijama de franela y al gato que se tragó el encaje y tuvo que tomar laxante, etc. Y le cuenta alguna anécdota más (dice que tiene muchas más) como las dos hermanas, ya mayores, solteras, que para recibir a su sobrina recién casada deciden cambiar la alfombra. La sobrina y el marido no se enteran del gesto hasta que una noche, durante la cena, ven a la doncella (que es nueva) dar pequeños saltitos y hacer pequeños movimientos extraños al andar. Cuando sale la doncella de la habitación, una de las hermanas exclama: "¡Hermana! Creo que nos quedaremos con ella". Cuando la sobrina les pregunta en qué basan la decisión, le explican que la alfombra es nueva y que han instruido a la doncella para que no pise los trocitos claros, sólo los oscuros del estampado.

Cranford sigue siendo una joya.

Y ahora me voy a seguir quitando la Navidad...